Matrimonio, sacramento para el servicio

viernes, 23 de junio de 2017
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23/06/2017 – Junto al orden sagrado, el sacramento del matrimonio se encuadra dentro de los sacramentos de servicio a la comunidad. Los esposos no son solo el uno para el otro, sino que tienen el llamado a, desde el amor mutuo en la comunión con Dios, ser testigos del evangelio en el mundo para beneficio de la comunidad.

 

“Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne”.

Génesis 2,21-24

¿Por qué ha hecho Dios al hombre y a la mujer el uno para el otro?

Dios ha hecho al hombre y a la mujer el uno para el otro para que “ya no sean dos, sino una sola carne” (Mt 19,6): de esta forma deben vivir el amor, ser fecundos y así convertirse en signo del mismo Dios, que no es otra cosa que amor desbordante. [1601- 1605] 64,400,417

¿Cómo se lleva a cabo el sacramento del Matrimonio?

El sacramento del Matrimonio se lleva a cabo mediante una promesa hecha ante Dios y ante la Iglesia, que es aceptada y sellada por Dios y se consuma por la unión corporal de los esposos. Dado que es Dios mismo quien anuda el vínculo del matrimonio sacramental, este vínculo une hasta la muerte de uno de los contrayentes. [1625­1631]

El sacramento del Matrimonio se lo confieren el hombre y la mujer recíprocamente. El presbítero o el diácono invoca la bendición de Dios sobre la pareja y es únicamente el testigo cualificado de que el matrimonio se celebra en las condiciones adecuadas y de que la promesa se da completa y en público.

El matrimonio sólo tiene lugar cuando hay un consentimiento matrimonial, es decir, cuando el hombre y la mujer, libremente y sin temor o coacción quieren el matrimonio y cuando no están impedidos para contraerlo por otros compromisos naturales o eclesiales (matrimonio ya contraído, promesa del celibato).

¿Qué se requiere necesariamente para poder casarse por la Iglesia?

Para que haya matrimonio sacramental se requieren necesariamente tres elementos: a) el consentimiento expresado en libertad, b) la aceptación de una unión exclusiva y para toda la vida y c) la apertura a los hijos. Pero lo más profundo en un matrimonio cristiano es la conciencia de la pareja de ser una imagen viva del amor entre Cristo y su Iglesia. [1644­1654, 1664]

La exigencia de la unidad y la indisolubilidad se dirige en primer lugar contra la poligamia, en la que el cristianismo ve una clara vulneración del amor y de los derechos humanos; también se dirige contra lo que se podría denominar “poligamia sucesiva”: una sucesión de relaciones amorosas no vinculantes, que no alcanzan un único y gran “sí” que ya no se puede echar atrás. La exigencia de la fidelidad conyugal contiene la disposición a un compromiso para toda la vida, que excluye relaciones amorosas al margen del matrimonio. La exigencia de la apertura a la fecundidad quiere decir que un matrimonio cristiano está abierto a los hijos que Dios les quiera conceder. Las parejas que no pueden tener hijos están llamadas a ser “fecundas” de otra manera. Un matrimonio en cuya celebración se excluya cualquiera de estos elementos no es válido.

¿Por qué es indisoluble el matrimonio?

El matrimonio es indisoluble por tres razones. Por un lado porque corresponde a la esencia del amor el entregarse mutuamente sin reservas; luego porque es una imagen de la fidelidad incondicional de Dios a su creación; y es también indisoluble, finalmente, porque representa la entrega de Cristo a su Iglesia, que llegó hasta la muerte en Cruz [1605, 1612­1617, 1661]

En esta tierra en la que tantas cosas son relativas, los hombres deben creer en Dios, el único absoluto. Por eso todo lo que no es relativo es tan importante: alguien que dice absolutamente la verdad o es absolutamente fiel. La fidelidad absoluta en el matrimonio no es tanto un testimonio del logro humano como de la fidelidad de Dios, que siempre está presente, aun cuando a todas luces le traicionamos y le olvidamos. Casarse por la Iglesia quiere decir confiar más en la ayuda de Dios que en la propia provisión de amor.

¿Qué es lo que amenaza a los matrimonios?

Lo que amenaza realmente al matrimonio es el pecado; lo que lo renueva es el perdón; lo que lo fortalece es la oración y la confianza en la presencia de Dios. [1606­1608]

El conflicto entre hombres y mujeres, que precisamente en los matrimonios llega en ocasiones al odio recíproco, no es una señal de la incompatibilidad de los sexos; tampoco hay una disposición genética a la infidelidad o una limitación psíquica especial ante compromisos para toda la vida. Ciertamente muchos matrimonios están en peligro por la falta de una cultura del diálogo o la falta de respeto. A ello se añaden problemas económicos y sociales. El papel decisivo lo tiene la realidad del pecado: celos, despotismo, riñas, concupiscencia, infidelidad y otras fuerzas destructoras. Por ello el perdón y la reconciliación forman parte esencial de todo matrimonio, también a través de la confesión.

¿Todas las personas están llamadas al matrimonio?

No todo el mundo está llamado al matrimonio. A algunas personas Jesús les muestra un camino particular; les invita a vivir renunciando al matrimonio “por el reino de los cielos” (Mt 19,12). También las personas que viven solas por otros motivos distintos pueden tener una vida plena. [1618­1620]

No pocas veces Jesús llama a algunas personas también a una cercanía especial con él. Éste es el caso cuando experimentan en su interior el deseo de renunciar al matrimonio “por el reino de los cielos”. Esta vocación no supone nunca un desprecio del matrimonio o de la sexualidad. El celibato voluntario sólo puede ser vivido en el amor y por amor, como un signo poderoso de que Dios es más importante que cualquier otra cosa. El célibe renuncia a la relación sexual, pero no al amor; sale anhelante al encuentro de Cristo, el esposo que viene (Mt 25,6). Muchas personas que viven solas por otros distintos motivos sufren por su soledad, la experimentan únicamente como carencia y desventaja. Pero una persona que no tiene que preocuparse de una pareja o de una familia, disfruta también de libertad e independencia y tiene tiempo de hacer cosas importantes y llenas de sentido para las que no tendría tiempo una persona casada. Quizás sea voluntad de Dios que se ocupe de personas por las que nadie más se preocupa.

¿Cómo se celebra la boda por la Iglesia?

Una boda debe celebrarse ordinariamente de modo público. Los contrayentes son preguntados por su deseo de contraer matrimonio. El presbítero o el diácono bendice los anillos. Los contrayentes intercambian los anillos y se prometen mutuamente “fidelidad en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe”, diciéndose el uno al otro de modo solemne: “Yo prometo amarte, respetarte y honrarte todos los días de mi vida”. El celebrante confirma el enlace y otorga la bendición. [1621­1624, 1663]

De la forma siguiente la Iglesia pregunta, en el rito del matrimonio, primero al esposo y luego a la esposa, o a ambos. Celebrante: N. y N., ¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? Esposo/ Esposa: Sí, venimos libremente. Celebrante: ¿Están decididos a amarse y respetarse mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del Matrimonio, durante toda la vida? Esposa/Esposa: Sí, estamos decididos. Celebrante: ¿Están dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia? Esposa/Esposa: Sí, estamos dispuestos.

¿Qué se hace cuando un católico quiere casarse con un cristiana no católico?

En este caso, para la celebración del matrimonio hay que solicitar un permiso expreso de la autoridad eclesiástica. Porque el matrimonio llamado mixto (entre católico y bautizado no católico) exige por ambas partes una fidelidad especial a Cristo, de forma que el escándalo, aun sin remedio, de la separación de los cristianos no se continúe en pequeño y lleve quizás incluso al abandono de la práctica religiosa. [1633-1637]

¿Puede casarse un católico con alguien de otra religión?

Para los católicos puede ser difícil, para la propia fe y para la de los futuros hijos casarse y vivir con una pareja que pertenece a otra religión. Por responsabilidad ante los fieles, la Iglesia católica ha establecido el impedimento para contraer matrimonio con disparidad de culto. Por eso un matrimonio de este tipo sólo puede contraerse válidamente si antes del enlace se obtiene la dispensa de este impedimento. Este matrimonio no es sacramental. [1633­1637]

¿Pueden separarse cónyuges que están peleados?

La Iglesia tiene un gran respeto ante la capacidad que tiene una persona para mantener una promesa y para comprometerse en fidelidad para toda la vida. Ella le toma la palabra. Cualquier matrimonio puede correr peligro a causa de alguna crisis. El diálogo, la oración (en común), a veces también la ayuda especializada, pueden ayudar a salir de la crisis. Y en especial, el recuerdo de que en todo matrimonio sacramental hay un tercero en la unión, Cristo, puede encender de nuevo la esperanza. Pero a quien su matrimonio se ha vuelto insoportable, o a quien está expuesto a violencia psíquica o física, le está permitido separarse. Esto se denomina una “separación de mesa y cama”, que debe ser comunicada a la Iglesia. Aunque en estos casos se ha roto la convivencia, el matrimonio sigue siendo válido. [1629,1649]

Ciertamente también hay casos en los que la crisis de un matrimonio se debe atribuir en último término a que uno de los cónyuges o ambos no eran capaces de contraer matrimonio en el momento del enlace o no aportaban una voluntad plena de contraerlo. Entonces el matrimonio es inválido en el sentido jurídico. En estos casos se puede instruir un proceso de nulidad ante los tribunales eclesiásticos. 424

¿Qué quiere decir que la familia es una “iglesia doméstica”?

Lo que la Iglesia es en lo grande, es la familia en lo pequeño: una imagen del amor de Dios en la comunión de las personas. Todo matrimonio se perfecciona en la apertura a otros, a los niños que son don de Dios, en la acogida mutua, en la hospitalidad, en [a disponibilidad para otros. [1655­1657]

Nada en la Iglesia primitiva fascinaba más a los hombres en el “nuevo camino” de los cristianos que las “iglesias domésticas”. Con frecuencia alguien “creyó en el Señor con toda su familia; también otros muchos corintios creían y se bautizaban” (Hch l8,8). En un mundo no creyente surgían islotes de fe vivida, lugares de oración, de compartir, de hospitalidad cordial. Roma, Corinto, Antioquía, las grandes ciudades de la Antigüedad, quedaron pronto inundadas de iglesias domésticas como si fueran puntos de luz. También hoy en día las familias, en las que Cristo se encuentra en su casa, son el gran fermento de renovación de nuestra sociedad. 368

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica