La presentación del Señor

miércoles, 30 de marzo de 2011
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Siguiendo las indicaciones que hacen a nuestro ejercitarnos, vamos detrás del

Interno conocimiento de nuestro Señor Jesús”

Para que conociéndolo, lo ame; y amándolo, lo sirva y lo alabe, en esta búsqueda que hacemos de querer hallar la voluntad de Dios para ponerla en práctica, para hacer nuestro el querer de Dios en nuestro historia.

Nos adentramos en la presencia del Señor, y en el “tiempo de un Padrenuestro”, buscar entrar en su presencia. Es el primer movimiento interior del alma, dice Santa Teresa de Jesús, a la hora de dejarnos encontrar por el Señor. Dejarnos mirar por Él y contemplarlo. “Mira que te está mirando” decía la santa, llamándonos a despertar la conciencia a esa mirada de siempre del Señor, que nos mira amando. Y amándonos, saca de nosotros lo mejor. Por eso, entramos bajo la mirada de amor, de misericordia, de contemplación, de conocimiento.

Esto nos puede ayudar a adentrarnos en el conocer. Conocimiento interno, que es una gracia. Conocer es amar. Es amando como se conoce. Es una ciencia el amor que el Espíritu pone en nuestro corazón a la hora de conducirnos a la gracia de la contemplación del misterio de Jesús en la propia vida. Darnos cuenta de que Quien nos creó nos sigue con su mirada, nos acompaña en el camino y nos sostiene.

 

 

El segundo movimiento es traer la historia

: reconstruir el sentido de la historia del texto que estamos compartiendo, el de la Presentación de Jesús en el Templo. La ley, un camino que se abre para Jesús, y donde Jesús nos abre camino.

Llama la atención cómo Lucas insiste en el tema del cumplimiento de la ley: no sólo lo menciona al final (v. 39 “Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea”), sino también a propósito del encuentro con Simeón (27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley”) y también en otras tres oportunidades (22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". 24 También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor”).

Hay manifiestamente aquí una intención del autor de poner bien en claro que la conducta de los padres de Jesús estaba en plena conformidad a las normas, leyes, costumbres y prescripciones del pueblo de Israel al cual pertenenecen, y por lo tanto, Dios, que ha venido a hacerse presente en medio nuestro bajo la carne de Jesús, viviendo en la familia de Nazareth, inserto en una cultura con todas sus implicancias.

También esto nos pone en sintonía con aquel texto de Mateo, cuando Jesús viene a mostrar el sentido de su presencia en medio de nosotros: no piensen que he venido a abolir la ley y los profetas, Yo he venido a darle cumplimiento.

Es probable que los hechos de la infancia de Jesús relatados por Lucas quieran darnos un ejemplo de la fidelidad a la Ley, y que esto guarde todo un sentido. ¿Cuál es el sentido de la ley que menciona el texto de hoy? Tiene que ver con la legislación en torno a la pureza que estipulaba para la mujer una ofrenda o purificación. El nacimiento de cada hijo estaba seguido por siete días de impureza. Si era hijo varón, como en este caso, después de treinta y tres días la madre debía acercarse al Templo. Por eso, cuarenta días después del nacimiento de Jesús van al Templo. Se puede llevar un cordero de un año, o una palomita o dos tortolas, como expiación. Quien no puede pagar un cordero, debe llevar dos tórtolas o palomitas jóvenes: una para holocausto y otra para la ofrenda de expiación. Por eso Lucas habla de los “días de purificación de ellos”, uniendo a la madre con el hijo.

Junto a la entrega de las dos tórtolas había que pagar un impuesto, y si no se podía pagar, en algún momento de la vida debía pagarlo quien asumía la paternidad del niño. Esto aquí no se dice. Se calla, se silencia. Tiene todo un significado.

En Éxodo 22, 29 se da a entender que toda primogenitura es propiedad del Señor, también la del hijo varón (28 “No demorarás en ofrecer las primicias de la cosecha y de la vendimia. Me darás a tu hijo primogénito. 29 Lo mismo deberás hacer con tu ganado mayor y tu ganado menor: el primogénito estará siete días con su madre, y al octavo día me lo darás”.). Y los animales y hombres que se sacrifican han de ser rescatados. El precio del rescate es de cinco ciclos, que se han de pagar a un sacerdote, a partir del mes del niño. Esta prescripción empieza a urgir a los treinta días del nacimiento. Y acá ya vamos por los cuarenta días. Esta tarea de pagar el rescate atañe sólo al padre real de la creatura. Lucas no dice nada del pago del rescate por parte de José, porque de una manera delicada, con el silencio, da a entender que José no es sino el padre adoptivo de Jesús. Aquí podemos ver la entrega de José, de corazón. Tal vez nos mueva mucho, además de la entrega de María (quien a pesar de ser la más limpia de todo cumple con la ley), la entrega y la grandeza de José, quien acompaña en silencio en este acontecimiento. Cuando el padre no pagaba (porque no podía, o estaba ausente o muerto) el que paga es el niño cuando es adulto. Pero nunca se dice que Jesús haya pagado, nunca se lo mostró en el Evangelio de Lucas (tan cumplidor de la ley) a Jesús habiendo pagado como prescribía la Ley. Porque Él es el Cordero, y en la entrega de sí mismo ha venido a pagar el rescate por todos.

Pensando en el texto y lo que hemos venido reflexionando estos días, respecto a los magos de oriente, podríamos preguntarnos ¿cúal es mi ofrenda, mi entrega al Señor? Seguir ahondando en este lugar, sobre la capacidad de respuesta que Dios quiere suscitar en nosotros a partir de su propuesta de amor. Contemplando su amor, lo conocemos y eso despierta una necesidad de entrega, de ofrenda. ¿Qué le quiero ofrecer hoy a Jesús de mi día? Una reunión, el cansancio, estar recuperándome de mi salud, dificultades en mi trabajo, la preocupación sobre mi hijo/a… Quiero entregarle lo que en el corazón me suscite como respuesta este llamado.

¿Qué queremos entregar cada uno? No es dar algo, poner el cuerpo sobre alguna realidad, sino entregarnos en lo que entregamos, es darme en lo que doy, es ir yo mismo con la ofrenda, ser yo la ofrenda. La única agradable a Dios es la de un corazón contrito y humillado, es decir la entrega de la centralidad de la persona. Y en este lugar es donde hoy particularmente queremos detenernos, para compartir con el Señor su ofrenda, la ofrenda de todo su ser. Sólo se puede hacer ofrenda en la vida cuando se entendió la ofrenda de la vida en otro. ¿Quién puede entregar la vida si no le han entregado vida? Aquí, en la ofrenda en el Templo de Jesús, está anticipada la ofrenda del Cordero pascual, que se va a inmolar por nosotros para cambiar el viejo rito por el nuevo rito, y así la nueva alianza estará hecha sobre la sangre ya no de un animal, sino del mismo Hijo de Dios.

La razón última y auténtica por la que Jesús no fue rescatado, tiene que ver con que Él es el primogénito del Padre, y por eso es plenamente santo; y sin embargo Él quiso pagar el rescate por todos.

Es desde este lugar de ofrenda de Jesús, y de María, de este lugar de entrega silenciosa de José, donde se despierta en Ana y en Samuel la adoración y la alabanza al ver al esperado de los tiempos apareciendo en el Templo, para comenzar a ubicar las cosas en su lugar a partir de la nueva ley y la nueva Alianza.

En este punto podemos pensar cuántas veces Dios nos salió al rescate, nos fue al encuentro, nos sacó de los pelos, de cuántas situaciones hemos sido salvados, rescatados… cuántas veces Dios nos mostró que Él pagó por nosotros…

 

Vamos ahora con la petición, que es entrar en la oración y ponerme en la búsqueda de Alguien, no para pasar el tiempo sino para saber estar con Él y dejarme interpelar por Él.

Entonces haremos la composición del lugar: ver ahí a los personajes, en el Templo de Jerusalén, admiramos la belleza del Templo, la unción y el silencio que hay adentro; el olor a incienso, propio de un lugar de adoración y de una presencia de Dios que se siente en el ambiente; vemos aparecer a María y a José, junto al niño en sus brazos; nos llama la atención que vienen con dos palomitas a hacer la ofrenda, con actitud de profunda obediencia y humildad. Y vemos a dos ancianos, a Ana y a Simeón, con mirada serena pero al mismo tiempo sorprendidos, con conmoción interior, y hablan: Ana bendice a Dios, Simeón dice que puede morir en paz porque ha visto al Salvador. Percibimos que hay como una luz que nos envuelve, que brota de esta humilde escena, de pobreza y de austeridad, propia del estilo de Nazareth… Ahí nos quedamos, y contemplamos…

Haciendo "la composición de lugar" (EE 103), nosotros estamos como allí presentes, como un servidor, mirando todo. Y veo que me suscita en el corazón…

Y a partir de allí, establecer un diálogocon el Señor. Esto es el coloquio, el diálogo conJesús, en el Espíritu Santo. Yo también le puedo decir vengo a ofrecerte mi vida, lo que soy, lo que puedo, lo que no me sale, lo que no voy a poder si Vos no estás… con esta conciencia de fragilidad y de poder ser asistido por Dios. Converso con el Señor sobre la entrega: me conmueve la fragilidad de María y de José, yo también vengo a ofrecerme con mi debilidad… en tu gracia me entrego, me ofrezco, me doy, porque Vos me permitís hacerlo. Te doy lo más preciado, lo más querido…

En el diálogo con el Señor sobre la entrega, casi siempre el Señor va sobre todo, no sobre una parte, porque nos busca a nosotros. Dios nos pide que nos entreguemos nosotros. Y uno se pregunta ¿con qué me quedo? Dios proveerá, como dice Abraham cuando va camino a sacrificar a su hijo.

Nadie me quita la vida, yo la doy en libertad, libremente. Ir a la cruz con Jesús, junto a María y las mujeres, como humildes servidores; acompañando a Jesús, que hasta grita ¿por qué me abandonaste, Padre?. Darme por entero al Señor.

Padre Javier Soteras