27/01/2021 – Junto al Padre Matías Burgui nos hacemos eco de la palabra, de la siembra incansable de la buena noticia.
Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: “¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno”. Y decía: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”. Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: “A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón”. Jesús les dijo: “¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos. Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa. Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno”.
Evangelio según San Marcos 4,1-20.
La parábola del sembrador es un clásico, quién no la recuerda de su catequesis, y seguramente la habrás meditado muchas veces. Es más, la misma explicación la da el propio Jesús. Sin embargo, siempre se puede descubrir algo nuevo Porque la palabra de Dios es viva y eficaz. Marcos describe a Jesús de pie sobre una barca entregado su enseñanza. Enseña: Jesús es práctico, sabe bajar la buena noticia a lo concreto, sabe ponerle palabras al misterio y acompañar. El sembrador derrama la semilla en el campo, parte cae en lugares duros, apretados por el egoísmo. Parte en corazones llenos de piedras de actitudes negativas, resentimientos, odios y enemistades. Estas piedras no dejan lugar a que crezca la semilla. Parte cae en corazones lleno de raíces salvajes, la codicia, y las malas raíces ahogan la tierra buena. Pero parte, por fin cae, en corazones dispuestos, humildes, y la semilla da frutos, el 30, 60 o el 101%.
San Marcos empieza este capítulo 4 que contiene 5 parábolas seguidas. Hoy comienza con la del sembrador. Hay 3 puntos: el primer aspecto la proclamación de la Palabra, la segunda explicación de Jesús de por qué habla en parábolas, y la 3º la explicación propiamente dicha.
Hay que saber recibir, como dice el libro del Apocalipsis (3, 20): “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si me abres, entraré en tu casa y cenaremos juntos”. No caigas en el “síndrome del living”, no quieras recibir al Señor solamente donde tenés todo acomodao y ordenado. Dejalo entrar a ese “sucucho” de tu corazón, ahí donde todo está complicado. Dejalo entrar para que Él te sane.
La semilla es la Palabra, el sembrador es Dios, el Padre. Así como el sembrador tiene su ilusión y mientras siempre ya está pensando en el fruto de la cosecha, Dios también como padre tiene una ilusión en cada uno de nosotros. Es su ilusión que ha sembrado en nuestro corazón tantos valores y virtudes. Somos el sueño de Dios, por eso nos da su palabra. Así como el sembrador mirando la semilla entre sus manos va soñando con la cosecha, así lo es el Padre con nosotros. Nadie le puede arrebatar a Dios la ilusión que tiene sobre nosotros, lo que piensa que podemos dar. La semilla de su Palabra tiene en sí una potencia con un valor incalculable.
Nuestro corazón es el campo. Puede que hayamos sido piedra, camino o tierra fértil. Tal vez en el mismo corazón, en este tiempo, se conjugan en nuestro corazón todos estos tipos de tierra. Es decir, para algunas cosas somos piedra dura, para otras tierra fértil. Una Sola cosa es clave, el poder de la Palabra para transformarnos.
Jesús es el sembrador, su palabra es la cimiente y el hombre el campo de siembra. Jesús es el Maestro, el gran catequista. Escuchar nos lleva a la obediencia y eso es confianza. Por eso el Papa Francisco nos enseña que “El tiempo prevalece sobre el espacio” (EG 222). Es importante generar procesos para que el otro encuentre el camino y la verdad. No imponer, solamente acompañar y estar ahí, llevando a Jesús. Tené paciencia, confiá en la semilla. La semilla es el Evangelio, es la misma presencia de Dios (en tu vida y en la de los demás). La semilla es la clave de todo. Una buena semilla produce excelente frutos y hace que puedas enfrentar las adversidades. La semilla que se siembra llega cuando aprendés a meditar la palabra de Dios, ese es tu compromiso. Todos los días orar con algún versículo de la Biblia. Comenzá por el Evangelio; mantenelo abierto en casa, en la mesita de luz, leelo en el teléfono, dejá que te inspire diariamente. Vas a descubrir que Dios está cerca de tuyo, que te ilumina y acompaña. Preguntate qué hay hoy en tu interior. ¿Hay paz o hay ansiedad; hay amor o hay resentimiento; hay unidad o hay desunión? Alimentate de la Palabra, alimentate de la buena semilla. Escribí, subrayá, marcá, quedate con un una frase y un propósito.
Nos dice el Documento de Aparecida (360):
La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.
Sembrar no es algo que se hace una vez: cuando los chicos son chicos, cuando uno estudio su carrera, cuando se inicia una familia. Tampoco es algo de todos los días: sembrar es una actividad anual. Cada año se siembra de nuevo.
Esta dinámica propia de Jesús no es una más entre otras: la parábola del Sembrador es la Parábola madre. El Evangelio “tiene siempre la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, de caminar, de sembrar siempre de nuevo, siempre más allá (EG 21). Y, aclarémoslo bien, no se trata de una cuestión en primer lugar voluntarista: “hay que sembrar. La Vida misma es sinónimo de siembra. Toda vida es semilla que se siembra, que sale de los frutos de un árbol o de un ser vivo y da fruto en otro terreno, en otro ser. Si hay vida es que hubo Sembrador.
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