“Cómo quisiera una Iglesia pobre para los pobres”, afirmó el Papa Francisco

viernes, 26 de abril de 2013
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Testimoniar desde la pobreza

Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos". 
Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron:"Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible". 
Pedro, tomando la palabra, dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?". Jesús les respondió:"Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 
Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. 
Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

 

 

 

1. No se puede servir a dos señores

Mas fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios.” (Mateo 19,24.) Jesucristo pronunció estas palabras para enseñar una lección a sus discípulos. Un joven gobernante rico acababa de rechazar la invitación de seguir a Jesús y disfrutar de muchas oportunidades espirituales magníficas. Decidió apegarse a sus muchas posesiones en vez de seguir al Mesías.

Jesús no estaba diciendo que era completamente imposible que un rico obtuviera vida eterna en el Reino, pues hubo personas acaudaladas que le siguieron. (Mateo 27,57; Lucas 19:2, 9.) Sin embargo, es imposible que obtenga vida eterna un rico que ame más sus posesiones que las cosas espirituales. Solo si reconoce su necesidad espiritual y busca la ayuda divina puede recibir la salvación que Dios otorga. (Mateo 5:3; 19:16-26.)

La ilustración del camello y el ojo de la aguja no han de tomarse al pie de la letra. Jesús empleó una hipérbole para hacer hincapié en la dificultad a la que se encaran los ricos que intentan agradar a Dios y a la vez mantener un estilo de vida de riqueza y materialismo. (1Timoteo 6:17-19.)


¿De qué me tengo que desprender de lo que poseo para que mi corazón quede libre para Dios?


Hay quien afirma que el ojo de la aguja era una puerta pequeña en el muro de la ciudad por la que un camello, si se le quitaba la carga, podía pasar con cierta dificultad. Pero la palabra griega rha•fís, que se traduce “aguja” en Mateo 19:24 y Marcos 10:25, viene de un verbo que significa “coser”. En Lucas18:25 el término be•ló•ne significa aguja de coser, y la Traducción del Nuevo Mundo traduce el texto así: “Más fácil es, de hecho, que un camello pase por el ojo de una aguja de coser que el que un rico entre en el reino de Dios”. Esta traducción tiene el respaldo de diferentes autoridades. W. E. Vine dice: “La idea de aplicar el ‘ojo de una aguja’ a portillos parece ser moderna; no hay rastros de ella en la antigüedad” (Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento).

Cierta obra de consulta dice que la idea de un enorme camello tratando de atravesar el ojo de una diminuta aguja de coser “tiene el sabor de la exageración oriental”. Y El Talmud de Babilonia dice lo siguiente respecto a ciertos individuos que eran tan astutos que parecía que lograban lo imposible: “Hacen pasar un elefante por el ojo de una aguja”. Jesús empleó una hipérbole típica y creó un contraste muy gráfico para destacar una imposibilidad. Es imposible que un camello o un elefante pasen por el ojo de una aguja de coser. Pero con la ayuda de Dios un rico puede abandonar su punto de vista materialista y buscar con sinceridad la vida eterna. Y lo mismo pueden hacer todos los que desean de corazón aprender y hacer la voluntad del Dios Altísimo.

 

 

2. El valor de la pobreza

Para los que pretenden ser ricos según el mundo parece que sus objetivos acaban precisamente ahí: en el logro de esas riquezas y el bienestar consiguiente. Además, la experiencia antigua –según nos muestra la parábola del pobre Lázaro que padece a la puerta del rico– y actual –que cada día contemplamos en tantas desigualdad es vergonzosas e injustas– nos demuestra que esa riqueza es apetecida sin control, sin medida alguna; y se desea egoístamente, más y más, sin que importe la situación de los que padecen necesidad. Algunas estructuras de riqueza buscan la pobreza, el subdesarrollo, la miseria de los demás, para no perder así su hegemonía.

No se puede servir a Dios y a las riquezas, declaró Jesús de modo tajante. Los que se preocupan por los bienes materiales considerándolos lo definitivo, lo necesario para que su vida esté colmada de sentido, el remedio suficiente para la solución de eventuales problemas…, esos han errado en el sentido de su existencia. 

El dinero, la técnica, el desarrollo, la cultura, la salud, el progreso en general, la capacidad de influir o de dominio…, no pueden pasar de ser medios instrumentales. Nada de eso es malo, pero se vuelve en verdad nefasto si se lo coloca como objetivo, si no se contempla más allá otra cosa que el bienestar material y la seguridad terrena. 

 

Es difícil que no ocupen el centro, esto es lo que Jesús dice. “Es más fácil que un camello entre por el agujero de una aguja, a que un rico, uno que tiene mucho, no se aferre a lo mucho que tiene”.

 ¿Cómo hacer con nuestras riquezas, para no aferrarnos? Para Dios es posible. Eso dice Jesús hoy. No quiero con esto generar un tranquilizante de conciencia para los que mucho tienen, sino sacarlos como lo hace de hecho Jesús, de un lugar desesperante, de no salvación. Para Dios es posible, que teniendo mucho no poseas nada. Este es un ejercicio permanente de entrega y de ofrenda. Tal vez sea lo que hay que hacer cada mañana cuando nos despertamos, decirle a Dios: “Esto que tengo, esto que soy, es lo que te doy, es tuyo, que sea para tu gloria, que lo pueda administrar de la mejor manera, sin que se me pegue nada de lo mucho o de lo poco que tengo, para que por tu gloria sea bien utilizado lo que me diste, sea el bien de los que amas”.

Y el que confunde los medios con el fin de su vida, ha confundido el sentido de su vida. Su existencia está destinada al fracaso, como la del pez que se empeñará en volar: no conseguirá su plenitud en absoluto, por más que se le antoje fascinante el vuelo de las aves y por volar escape del agua.

La tan conocida insatisfacción que producen en el hombre los bienes de este mundo –aunque, desde luego, alguna satisfacción producen, y por eso arrastran a muchos–, debería ser motivo, más que suficiente, para que bastantes dieran un giro decisivo a sus planteamientos, tal vez no comprometidos lo suficiente, por el momento, con la búsqueda decidida de Dios mismo. La pobreza, entendida como desapego intencionado de las cosas, para que sea Dios el fin último del hombre, pasa a ser así una virtud. En este contexto se entienden bien las palabras Jesucristo, alabando a los pobres: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos. De "espíritu", dice el Señor. No sería obstáculo para la pobreza cristiana tanto la materialidad de poseer, cuanto el apego a lo que se tiene. Por eso, no sería pobre en el sentido evangélico de la palabra, el que teniendo poco está, sin embargo, obsesionado con lograr más como objetivo último o decisivo de su existencia.

 

Entrar por la puerta, ha dicho Francisco hoy en la homilía, en Santa Marta. El que no lo hace es un ladrón, es un embaucador, uno que pretende obtener provecho para sí mismo. El Papa subrayaba que la puerta es Jesús y todos los que no entran por esta puerta están equivocados. ¿Cómo se que la puerta verdadera es Jesús? Toma las bienaventuranzas y haz lo que dicen, “Se humilde, se pobre, se manso, se justo, pero cuando te propongan otra cosa no hay que escucharlas”

Dijo el Papa también, hay muchos senderos tal vez más ventajosos para llegar, pero no nos engañemos, son falsos. La única vía es Jesús. Jesús lo dijo, “Yo soy el camino para darles la vida”

 


3. Un valor a trabajar la austeridad

La austeridad no tiene nada que ver con la “pobretería”, ni con la suciedad, ni con la dejadez. Uno puede tener pocas cosas no de mucho valor, pero limpias y en la medida de lo posible, en buen estado. 

Vivir con lo que uno necesita para vivir y nada más, es una buena norma de vida. Pero seguro que vivimos rodeados de cosas que no necesitamos. Son necesidades que nos hemos ido creando. Del mismo modo que hay drogadictos, o “alcohol-adictos”, o “teleadictos”, hay también “compra-adictos”: personas que tienen un deseo irreprimible por comprar cosas. Sin llegar a esos extremos, todos estamos de acuerdo en que no siempre que se sale a la calle hay que comprar lo primero que encontramos. 

Estamos en la cultura del “usar y tirar”. Las cosas se fabrican para que duren poco tiempo, y cada vez cuesta más encontrar talleres de reparación. Las cosas que se estropean no se arreglan, sino que simplemente se cambian por otras nuevas, en gran parte porque nos resulta más barato comprar un artículo nuevo que reparar el antiguo. Pero siempre que sea posible, es mejor reparar. 

La austeridad nos pide agotar la vida de las cosas que usamos antes de pensar en sustituirlas. Cambiar el móvil sólo porque ha salido un modelo nuevo no tiene sentido. Nos pide también no tener cosas repetidas si podíamos valernos con una sola: dos raquetas, dos ordenadores, dos coches, dos gafas de sol, dos reproductores de CD. 

Austeridad no significa siempre comprar al menor precio. Muchas veces lo barato es caro, porque es de mala calidad y se estropea antes. A veces la austeridad nos lleva a escoger lo bueno antes que lo barato. 

La persona austera cuida las cosas que usa para que duren más. Es norma del buen trabajador limpiar la herramienta después de trabajar. Lo mismo ocurre con el cuidado del calzado, de la ropa, de los muebles, del coche, etc. 

Por último, la austeridad no tiene que ver nada con la tacañería, la “roñosería”, la cicatería. Y sí tiene mucho que ver con la generosidad y el desprendimiento. Está rodeada de cierta elegancia que la hace atractiva.Principio del formulario

 

                                                                                                                   Padre Javier Soteras