Conviértanse, el Reino de Dios está cerca

lunes, 11 de enero de 2010
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Un llamado a asumir y cambiar los criterios del mundo, las líneas de pensamiento y los modelos de vida

Vamos a disponernos para invocar al Espíritu Santo, que sea El la luz de este día y que nos ayude especialmente a tener un corazón que reciba la Palabra viva de Dios.
Le decimos a Dios Espíritu Santo: “Aquí estamos en tu presencia Santo Espíritu, Señor nuestro. Míranos cautivos bajo el peso del pecado pero reunidos hoy en Tu Nombre. Ven a nosotros, quédate con nosotros. Entra en nuestros corazones, haznos ver lo que debemos hacer, muéstranos hacia donde debemos caminar y lleva a su plenitud lo que debemos realizar. Tú solo sé nuestro inspirador. Solo tú el autor de nuestros juicios. Tú, que con Dios el Padre y con su Hijo posees el nombre glorioso, no permitas que pongamos obstáculos a tu justicia. Tú que amas por encima de todo lo que es recto, que la ignorancia no nos lleve a actuar mal, que los privilegios no nos lleven a claudicar. Que ningún regalo, ninguna preferencia de personas nos deje corromper. Únenos eficazmente a ti por el único don de tu gracia para que seamos uno en ti y que en nada nos apartemos de la verdad. Que reunidos en tu nombre guiados por nuestro cariño hacia ti, nuestro juicio no se aparte del tuyo para que recibamos en el mundo futuro la recompensa a las acciones bien hechas. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
A nuestra Madre, la Virgen, a ella que vela también con nosotros y por nosotros le decimos: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. San José, bendito, ruega por nosotros.”

Mateo 4, 12-17. 23-25

Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz. A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los sanaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.   Palabra del Señor.

Recién escuchábamos en el informativo, por Radio María, y estaba pensando en esto, realmente la catequesis puesta en este momento nos ayuda a hacer que nuestra fe ponga los pies en la tierra. Este panorama informativo, justo anterior a la catequesis,  nos presenta siempre la realidad complicada que tenemos los hombres. Es cierto que hay buenas noticias, hoy hemos compartido en el informativo una hermosa noticia que se nos daba y nos presentaba el testimonio  de una auténtica obra del Espíritu, pero también se nos presenta lo que es la realidad del mundo, que es muchas veces controvertida, que nos presenta tironeos, que es la realidad nuestra. A veces estamos de acuerdo o no con las ideas, hoy las ideologías están muy susceptibles. Hoy pareciera como que hay una facilidad para el enfrentamiento y hasta de lo que uno no piensa se suscitan enfrentamientos. Esa es la realidad del mundo, también es la de nuestra patria,  nuestra historia, presenta estas controversias en la convivencia y la fe tiene que abarcar todas esas instancias también y por eso la catequesis quiere dar ese paso, y hoy, precisamente, la Palabra de Dios nos ha presentado así como de golpe, nos hace bajar a la realidad en una llamada y en una urgencia que Cristo nos presenta como un golpe en el pecho que nos detiene y que nos permite no ser distraídos sino abrirnos a una realidad exigente que el nos trae y que es la conversión. Y pareciera que en esta época, que todavía estamos en el tiempo de Navidad, y sin embargo Cristo ya nos empieza a hablar de la conversión. Hay una canción muy linda que dice “Quiero ser santo Señor” y ahí está la síntesis entre lo que hemos visto y escuchado en el panorama informativo y que ahora tenemos que iluminarlo con la Palabra de Dios. Este paso es precisamente para que a través  de la Palabra que es viva y eficaz, espada de doble filo, nosotros podamos ser santos en esta realidad y podamos responderle a Cristo desde la llamada que nos hace hacia la santidad. Y ¿cuál es la clave para ser santos? ¿Saber mucho? no, hay muchos santos que no supieron leer ni escribir, sin embargo fueron santos porque  tuvieron una característica, lo amaban mucho a Jesús y porque  en su corazón vivieron este camino y este proceso de conversión que es la clave de la Palabra de Dios de este día y que va a ser la clave de la reflexión en esta catequesis.
De pronto nos hemos quedado con la imagen tierna del pesebre con la celebración de la Navidad con todo el encanto que la Navidad tiene, con la imagen tierna del pesebre, los pastores, la celebración, los festejos familiares, las tarjetas, los saludos, las guirnaldas, los arbolitos, las luces, las hermosas formas en que nos hemos saludado, el niño con los brazos abiertos, el niño que llora, el niño que está mamando en el pecho de su madre porque el Dios hecho hombre necesita alimentarse. José que lo cuidaba. Esta hermosa y tierna canción que se puso de moda y que nos presenta la figura de San José. Todos encantos de la Navidad.
Ayer, hemos celebrado y meditado sobre la Epifanía del Señor. Señor que se manifiesta a los pueblos paganos en la persona de los Magos que de distintos lugares fueron a adorarlo y de golpe nos aparece Cristo, nuestro Señor, ya comenzando su vida pública y diciéndonos que sería fantasioso quedarnos con el encanto tierno de la navidad, sería algo artificial quedarnos con lo espectacular de las fiestas y lo lindo que uno en este período navideño y comenzando un período de vacaciones como son estos meses por allí uno se encante el corazón. Sería mentiroso pesar que Cristo vino para eso, para que uno viva un encanto transitorio, un encanto que es meramente sentimental y por eso hoy, inmediatamente, la liturgia nos presenta a Cristo con su verdadera misión comenzando su vida pública y diciéndole a la gente que lo seguía, de una forma contundente que el Hijo de Dios se ha hecho carne para algo más, para venir a predicar que el Reino de Dios está entre nosotros. Y como si esto fuera poco, el golpe de gracia que hace que uno distraído por falsas especulaciones nos haga abrir los ojos y ver que aquí está la clave, es una palabra, una actitud que sólo los hombres, con la gracia de Dios, podemos tenerla: Conviértanse. Pero esto no es propio de la cuaresma, es propio del cristiano, es propio de cada época del año, es propio de la fe, es propio de aquellos hombres y mujeres de todas las edades, épocas, culturas, que de una forma concreta y conciente queremos llevar adelante nuestra vida de fe. Por eso, hoy aparece la llamada a la conversión para que no estemos encantados por una imagen no real de la obra que Cristo vino a hacer. Es cierto que Dios se hizo niño pero es cierto que ese niño traía una actitud para que nosotros tomáramos y es la que hoy Jesús, golpeando nuestro pecho, dice: vos me recibiste en la Navidad con un corazón abierto, con buenos deseos, con tantos  deseos que nos hemos propuestos frente al pesebre de ser más buenos. Hemos cantado villancicos donde decíamos que tenemos que recibir al niño con docilidad de corazón para hacerlo presente, bueno, eso no puede quedar solo en un buen deseo de una semana o de una época del año, hay que hacerlo real, y el único modo de hacer real el mensaje de la realidad es cuando yo me convierto. Aquel Cristo, Dios hecho hombre, nacido en Belén, es el mismo que adoramos suspendido en la Cruz, muerto por nosotros, es el mismo que adoramos resucitado, restaurador de nuestras vidas, y es el mismo que recibimos en este día cuando también hoy, así como en Cafarnaún enfrentó a los enfermos, a los necesitados, a los endemoniados, a los que clamaban por una actitud de sanidad, hoy, ante tu vida, este Cristo, nuestro Señor, te dice: “conviértanse, el Reino de Dios está cerca”.  Porque es el único modo en el que podemos entender desde la mirada de la conversión, como el Reino de Dios se hace presente en nuestro mundo, en tu persona, en tu historia, en este momento de tu vida, en lo concreto que te toca vivir.
Vamos a hablar en esta catequesis de la conversión. Hay una consigna que me gustaría compartirla como para que la vayamos pesando: ¿Cómo descubrís que el Reino de Dios está en tu vida y cuál es la conversión que, como fruto de lo vivido en la Navidad tienes que hacer realidad para que este Reino de Dios se haga presente en estos días y a lo largo de todo este año?

   
    La llamada de Jesús hoy a la conversión también es una llamada a recibir la Buena Noticia que el nos trae, y esa buena noticia son pocas palabras: Llegó el Reino de Dios. Así como a veces estamos acostumbrados a espectacularidades o a esos anuncios que con pocas palabras cautivan, Jesús con muy pocas palabras resumió su misión. Jesús trae una buena noticia, llegó el Reino de Dios, y el que lo quiera entender tiene que ponerse el poncho de la conversión porque esa es la actitud para poder entender qué es el Reino de Dios. Después de las tentaciones en el desierto, después del episodio evangélico, Jesús deja Nazaret y se establece en Cafarnaún. Los estudios arqueológicos muestran que Cafarnaún, cuyas ruinas hoy se visitan, era una población muy pequeña, más o menos de unos trescientos metros de largo, ubicada al norte de Galilea, entre el lago y una ruta romana que comunicaba todo el imperio. Pero a pesar de su pequeñez, Cafarnaún tiene la importancia de ser el lugar donde Jesús vivía, seguramente en la casa de Pedro durante su vida pública. A su pequeñez se debe  que la gente y las autoridades se enteraban rápidamente de lo que Jesús hacía y decía. Este traslado a Cafarnaún, que marca el comienzo de la predicación de Jesús, es visto como el surgimiento de una gran luz para el pueblo. La palabra y la presencia de Jesús que se ofrece a todos son para esa despreciada región de Galilea, como un bello amanecer. Aquello que el profeta Isaías había anunciado: El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una inmensa luz. Allí, en Galilea, Jesús comienza a llamar a sus discípulos de una forma muy simple, les dice sígueme, y los primeros elegidos, que son pobres y humildes pescadores del lago, también responden de una forma simple, escueta, y dejándolo todo lo siguen. Así es la sencillez del llamado y también así es la prontitud de la respuesta. Hay que dejar algo porque se trata del llamado a una vida nueva que no puede dejarnos igual. Aquí empieza la clave de la conversión. Hay una llamada de Dios que es simple, que nos dice: sígueme. Esa es la primera actitud de este Reino de Dios que llegó. Es una invitación y frente a la llamada de Cristo, esta invitación a seguirlo, inmediatamente también se necesita la respuesta simple y escueta del que lo quiere seguir que es una respuesta para asumir una vida nueva que no puede dejarnos igual, por eso se necesita la conversión.  No es suficiente responder a la llamada de Cristo, es necesario que esa respuesta traiga la conversión porque la conversión va a ser la actitud que nos hace asumir una vida nueva que no nos deja igual. Los discípulos que son llamados para un servicio, tienen que dejar de ser pescadores de rutina para ser pescadores de hombres, que acompañan a este Jesús que se dedicaba a curar todas las dolencias del pueblo. No son llamados los apóstoles, los discípulos a formar un pequeño grupo de selectos sino que son llamados al servicio para los demás y ellos son los primeros que dan el paso de la conversión, del cambio de actitud. Pero me quedo con esto para reflexionar en este día de catequesis: la llamada siempre viene de Dios, El hace una invitación, sígueme, y la actitud del creyente no sólo es responderle sino que tiene que incorporar, que para que esta vida del Reino se de entre nosotros, en mí tiene que suceder la conversión. Porque sólo  con la conversión se asume esta llamada a una vida nueva de tal forma que seguirlo a Jesús no nos deja igual.
Cuando el papa Pablo VI en su hermosa exhortación apostólica: la Evangeli Nuntiandi, documento que no ha pasado de moda, el papa dice que cuando nosotros predicamos el Reino de Dios tenemos que saber que el Evangelio de Cristo nos ayuda a asumir y cambiar los criterios del mundo, las líneas de pensamiento, los modelos de vida, y esto hoy nos hace pensar y reflexionar porque decir que el Reino de Dios está significa que quien lo dice, quien lo manifiesta y quien lo vive, lo ha experimentado en su propia vida con una transformación de mentalidad, una transformación de criterios de vida, una transformación en la línea del pensamiento y una transformación en el modelo de vida que yo elijo para que sea inspirador de mis actos. La conversión implica todo esto que es lo que vamos a reflexionar  en el próximo bloque.

    Hablábamos de la conversión. El Señor, después del misterio de la Navidad, misterio tierno, nos hace bajar a la realidad de la vida de fe y nos hace poner los pies en la tierra, porque no hay fe en Dios si no hay conversión hacia el hermano también. No hay fe en Dios si no tenemos esta actitud de convertirnos hacia el para tener su mismo estilo de vida, el estilo de vida que Cristo nos ha presentado, y también para tener nuestra mirada hacia el hermano que reclama estas actitudes. Y la conversión es una actitud de la vida del cristiano todos los días, siempre.  Y a la luz de esto que el papa Pablo VI nos decía en la encíclica Evangeli nuntiandi, nosotros asumimos esto con  la seriedad que corresponde en el camino de la fe porque convertirnos significa que algo en mí debe cambiar, pero ¿qué?, ¿solamente actitudes?, ¿la conversión es  solamente una actitud virtuosa?, es eso y mucho más. ¿La conversión es solamente tener acciones buenas para con los demás?, es eso y mucho más. ¿Y qué es mucho más? Esto que el papa Pablo VI nos decía  en este documento sobre la evangelización del mundo. También tenemos que cambiar nuestros criterios de vida, nuestras líneas de pensamiento, nuestros modelos de vida, nuestras formas de acción. Asumir una virtud es asumir una acción, forma parte de las formas de acción pero también tenemos que repasar cuáles son nuestros criterios de vida, cuáles son nuestras líneas de pensamiento porque ahí también tenemos que convertirnos para que el Reino de Dios se haga presente entre nosotros y eso es lo que nos viene a predicar Jesús y en definitiva es lo más difícil de cambiar en nosotros. Es fácil cambiar una actitud pero es muy difícil, y la conversión tiene que apuntar a esto, cambiar un criterio de vida, una línea de pensamiento, y un modelo de vida. Pensemos un poco en esto. Cambiar una línea de pensamiento es muy difícil, es muy difícil hacer esta transformación interior de tal forma que yo, como línea de pensamiento en mi vida, yo sea promotor de la vida y decididamente rechace el aborto en todas sus formas, rechace la eutanasia en todas sus formas, rechace el desprecio por la vida, ya sea con la droga, el alcohol, la velocidad, la histeria social que a veces vivimos del desprecio por la vida, del desenfreno. Hay que cambiar esa línea de pensamiento. Cuando la Iglesia, a favor de la vida, reclama de nuestros legisladores, de nuestros políticos que se dicen cristianos, que hay que seguir esta línea de pensamiento, la sociedad se levanta en contra porque pareciera que la Iglesia impone, no, es una cuestión de Evangelio y ahí hay que cambiar esa línea de  pensamiento porque Cristo pide esa conversión, en mí no puede seguir igual esto que favorece la muerte, el inclinarme o el apoyar aquellas posturas que siembran la muerte de manera masiva entre nosotros los hombres. Convertir los criterios de vida. Cuando hoy nos manejamos con este criterio muchas veces mercantilista, de la moda, de la facha, de la prestancia, de lo superfluo, convertir es criterio de vida es muy difícil. Es un esfuerzo verdadero que hay que hacer. Sin duda que la gracia de Dios nos va a dar el sostén y la ayuda para poder realizarlo. Es un esfuerzo cuando tengo que cambiar un criterio. A veces nos mostramos muy aferrados a nuestros criterios. Cuántas veces hemos dicho: y mire padre, yo soy así y no voy a cambiar nunca. Y Jesús te viene a decir precisamente que la conversión consiste en que aunque uno se sienta así, eso es lo que hay que cambiar, porque el Reino de Dios llegó entre nosotros. Pensar en los modelos de vida. Y a esto hay que hablarlo hoy a nuestros niños, a nuestros jóvenes, hablarlo entre nosotros los adultos, en nuestros grupos. A veces nos dejamos arrastrar por la fama o por aquello que nos cae bien, que coincide siempre con lo que es liviano,  superfluo, la moda. Cambiar los modelos de vida. Si tengo como modelo de vida a tal persona que realmente no me trae un buen ejemplo, lo tengo que cambiar, no puedo tener ese modelo que desfigura el modo en el que Cristo nos ha traído la llegada del Reino. Porque si yo me digo cristiano yo también tengo que dar un paso y decir que hay modelos que me van a ayudar a esta vida cristiana auténtica. No puedo engañarme con esto. No puedo decir que lo amo mucho a Jesús y el modelo mío es aquel que esté dando alabanza al demonio, al mal. Hay una contradicción. Eso es la conversión. Por eso, inmediatamente terminado el tiempo de Navidad aparece el evangelio de hoy en el que Jesús nos viene a decir: llegó el Reino de Dios, conviértanse.
El Documento de Aparecida nos trae algo sobre esto y nos ilumina la realidad que estamos reflexionando en este día. En el número 366 el DA nos dice: “La conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. Todos, obispos, presbíteros, diáconos, consagrados, laico y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral que implica escuchar con atención y discernir lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.”
 Y hay una actitud también que tenemos que tomar, en este marco de conversión: 367 “La pastoral de la Iglesia  no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos y allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce de una renovación eclesial que implica reformas espirituales y pastorales y  también institucionales”. 368 “La conversión de todos nos lleva también a vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas, y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. La conversión pastoral requiere que las comunidades sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí nace la actitud de apertura, de diálogo, y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas.”   Todo tiene que estar  urgido y con la llamada a la conversión, pero esto no es porque se le ocurra a la Iglesia  sino porque Cristo lo ha traído así. Tengo que cambiar mis criterios de vida, tengo que cambiar mi línea de pensamiento, tengo que cambiar el modelo que elegí inspirador de mis acciones porque Cristo me pide que cambie aquello que no esté adecuado al Evangelio y esto es para todos en forma personal y también en forma comunitaria. Quienes forman parte de movimientos, comunidades parroquiales, tenemos que cambiar, convertirnos. 2010 tiene que ser año de conversión de criterios, líneas, modos. Yo no puedo seguir peleándome en la parroquia porque aquél no cambió las flores o puso el mantel o no. Basta de actitudes de hombres y mujeres viejos. Hay que nacer a una conversión en aquello que es lo fundamental. Yo  estoy llamado por Jesús, que me viene a decir que el Reino de Dios llegó, yo no puedo estar peleando, rebajándome a las migajas, si hay una gracia enorme del Reino de Dios que la estamos desaprovechando porque seguimos todavía tironeándonos por las cosas tan humanas y tan mezquinas. Cambio mi mentalidad, basta de ser personalista. Tengo que cambiar mi línea de pensamiento. No puedo estar a favor de la muerte, de aquellas leyes que destrozan la sociedad, la familia, la patria. Por más que sea la moda, la modernidad que se nos presenta,  basta. Eso es convertirnos. Por eso no es fácil, por eso esa la clave de la vida del cristiano.
Amigos, en este 2010, para que el Reino de Dios esté en tu vida, ¿qué tienes que cambiar? La conversión no es cuestión de decir que tengo acciones buenas o que quiero una virtud, es eso y mucho más. A ver si podemos cambiar una línea de pensamiento, o un criterio de vida. La conversión nos arranca de las entrañas actitudes nuevas, de allí que la conversión es algo entrañable porque cambia aquello que en nosotros nos está más enraizado y hasta a veces enquistado. Eso es lo que Jesús, aquél niño de Belén tan tierno, y hoy ya predicando en su vida pública quiere decirte: llegó el Reino de Dios, conviértanse. Hay que convertir este criterio equivocado, hay que convertir esta línea de acción herrada. Hay que convertir este modelo que no te ayuda a seguirme totalmente.

    El Concilio Vaticano II en el documento Lumen gentium, luz de la gente, va a decir Cristo nos trae la luz y las fuerzas para vivir este camino de conversión. Luz para entender que es aquello que hay que cambiar y fuerza para poder realizarlo desde nuestra propia vida. Y volviendo nuestra mirada al documento de los obispos argentinos, “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad” en este año que estamos, como patria, viviendo, preparándonos para el bicentenario, para que no sea sólo un hecho festivo, un recuerdo histórico, sino que sea también una conversión. Hay patria mía, que fácil nos enfrentamos, que capacidad existe en nosotros, en los políticos, para enfrentarnos. Qué capacidad para sacar de la nada situaciones que hace que nos pongamos irascibles, enfrentados, en situaciones conflictivas… Los Obispos dicen que urge en este tiempo una actitud de conversión: “Como muchas veces hemos dicho, el diálogo es esencial en la vida de toda familia y de cualquier construcción comunitaria. El que acepta este camino amplía su perspectiva. Gracias a la opinión constructiva del otro descubre nuevos aspectos y dimensiones de la realidad que no alcanzaría a reconocer en el aislamiento y la obstinación. Necesitamos aceptar que toda democracia padece momentos de conflictividad. En esas situaciones complejas, alimentar la confrontación puede parecer el camino más fácil, pero el modo más sabio y oportuno de prevenirlas y abordarlas es procurar  consensos a través del diálogo.”  Ahí hay una clave de conversión para el ser Patria, para el ser Nación. Dejar el camino fácil de lo que nos confronta y poder asumir una conversión en aquello que el diálogo oportuno y  sabio obra. A veces estamos pidiendo actitudes oportunas y sabias a quienes tenemos (estamos incluidos todos) mucha necedad, y eso es precisamente lo que hay que convertir. “Sólo el diálogo hará posible concretar los nuevos acuerdos para proyectar el futuro del país y un país con futuro. Ello es fundamental en este tiempo donde la crisis de la economía global implica el riesgo de un nuevo crecimiento de la inequidad que nos exige tomar conciencia sobre la dimensión social y política del problema de la pobreza. En este sentido la promoción de políticas públicas es una nueva forma de opción por nuestros hermanos más pobres y excluidos. Ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres que brota de nuestra fe en Jesucristo, requiere que socorramos las necesidades urgentes y al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos e instituciones para organizar estructuras más justas. Igualmente se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales. Creemos que estamos ante un momento oportuno para promover entre todos un auténtico acuerdo sobre políticas públicas de desarrollo integral, pero nunca llegaremos a la capacidad de dialogar sin una sincera reconciliación. Se requiere renovar una confianza mutua que no excluya la verdad y la justicia. Las heridas abiertas de nuestra historia, de las cuáles también nos sentimos responsables, pueden cicatrizar si evitamos las parcialidades. Porque mientras haya desconfianzas, éstas impedirán crecer y avanzar aunque las propuestas que se hagan sean técnicamente buenas.  Todos debemos ser corresponsables de la construcción del bien común por ello hay que sumar en lugar de restar. Importa cicatrizar las heridas. Evitar las concepciones que nos dividen entre puros e impuros y no alentar nuevas exasperaciones y polarizaciones para no desviarnos del gran objetivo: contribuir a erradicar la pobreza y la exclusión. Por eso soñamos con un bicentenario de la reconciliación y de la unidad de los argentinos”.
    Si esto no es conversión entonces que es la conversión. Por eso, vuelvo a repetir, la conversión nos cuesta mucho pero es ahí donde tenemos que pedir la gracia de Dios y pedir la fuerza que sólo puede venir de él para ayudarnos, primero, a tener la luz en descubrir aquellos criterios, líneas, modelos, que tenemos que cambiar, simplemente cambiar, porque esta vida nueva que Cristo nos trae no puede dejarnos igual. Y el cambio siempre es a la raíz. Y después contar con la fuerza de la gracia para poder llevar adelante este cambio que el Señor nos invita a hacer.
    Para ir redondeando la catequesis de hoy, la conversión siempre es difícil por el entorno. Fue difícil para Jesús. Hay un texto del evangelio muy bonito, Jesús dice: “Si esto hicieron con la rama verde, qué es lo que no harán con la leña seca. Si esto le pasa al maestro, qué no les pasará a los discípulos”  Nosotros sabemos que este camino de restauración del Reino es una camino de esfuerzo, de puja, porque hay que imponer, transmitir, ofrecer el Reino de Dios a una realidad que desde el pecado original ha sido hostil a Dios pero hay algo que nos tiene que quedar bien claro: la obra es de Dios. Aún mi propia conversión, aún la conversión del entorno, las realidades que tengo que iluminar con el evangelio de Jesús, siempre la obra es de Dios. Nunca tomarla como obra nuestra porque si lo tomamos como obra nuestra inmediatamente vamos a desanimarnos, vamos a desahuciarnos, vamos a sentir la flaqueza. La obra es de Dios. Nosotros vamos a ser instrumentos para que el obra, a su tiempo, a su modo, como el lo sabe hacer a lo largo de la historia. Muchas realidades históricas han necesitado el tiempo que Dios quiera y no el que nosotros anhelamos, la obra siempre es de Dios. Y nosotros tenemos que estar disponibles en las manos de Dios para que el a través nuestro obre, que el oportuna e inoportunamente, con nuestra oración, con nuestro testimonio, con nuestros granitos de arena, nosotros hagamos presente el evangelio de Jesús. Hay una realidad que ir convirtiendo, que ir transformando, en el modo en que en nosotros  pueda.  Confiar que a la obra la hace Dios y nosotros seremos instrumentos para que  en el tiempo que Dios quiera se transforme esta vida en Reino de Dios.
    Y para terminar, digámosle a Jesús: “Señor, abre mi oído interior para que pueda escuchar cada día tu llamado. Sácame de mi comodidad para que yo esté donde deba estar, donde mi presencia y mi palabra sean necesarias para hacer el bien. 
Que el Señor te bendiga y te proteja, haga brillar su rostro sobre ti, te muestre su gracia. El Señor te conceda su amor, te conceda su paz. El Señor te bendiga.”

Padre Daniel Cavallo