Desde el caos al cosmos

viernes, 26 de junio de 2009
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“Dentro de poco ya no me verán y poco después me volverán a ver”.  Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí:  “¿Qué significa esto que dice, dentro de poco ya no me verán y poco después me volverán a ver?, ¿qué significa yo me voy al Padre?”.  Decían:  “¿qué es este poco de tiempo?, no entendemos lo que quiere decir”.  Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo:  “ustedes se preguntan entre si que significan mis palabras, ¿dentro de poco ya no me verán y poco después me volverán a ver?. Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar. El mundo en cambio, se alegrará.  Ustedes estarán tristes, pero esta tristeza se convertirá en gozo”.

Juan 16, 16-20

La partida de Jesús genera desazón en el corazón de los discípulos. La ausencia de él como maestro, guía, líder del grupo que ha creado para la fundación del nuevo Pueblo de Dios, el que estaba prometido desde el Antiguo Testamento, que sería constituido a partir de la llegada del Mesías, ha generado en el corazón de los discípulos ese terrible dolor, caótica situación que comienza a confrontar con unos con otros y a aquella realidad ignominioso de la Cruz que se acerca y pone todo bajo las sombras y las tinieblas.

Como ocurría al principio, este es el dolor y la tristeza. Sufrimos, lloramos y padecemos cuando en realidad en el sinsentido de lo caótico, en la oscuridad y en las sombras, nuestra existencia pierde sentido, no cobra valor y todo parece en la nada. Perdido. Allí, en ese lugar es donde como al principio, aletea el Espíritu, para traernos la vida nueva y hoy así lo proclamamos para que no permanezca por mucho tiempo en lo que nosotros haya de ausencia de luz.

De presencia de tiniebla, que en el corazón no permanezca todo esto por mucho tiempo para que no sea el caos, en el que hay veces permanecemos, el que lidere nuestro sin sentir del andar, sino, una presencia luminosa, llena de vida nueva revitalizadora la que nos venga a poner en el lugar donde Dios ha pensado y soñado desde siempre nuestro quehacer conjunto y particular de ser unos con otros y cada uno sí mismos, en su plan creador.

Y por eso evocamos, hacemos presente, clamamos para que venga a nosotros el Espíritu Creador.

Siguiendo las enseñanzas de Rainiero Cantalamessa, en torno al Veni Creator, Ven Espíritu Creador, hoy le decimos Ven, Creador Espíritu.

Y le pedimos que venga a hacer nuevas todas las cosas.

¿Qué significa el Espíritu como creador?

Crear significa sacar de la nada, esto es, sacar de la ausencia de cualquier realidad y de toda posibilidad de llegar a serlo.

¿Cómo puede ser que un ser que ya existe invoque al Espíritu como Creador?

Si invoca quiere decir que existe, y si existe como puede ser otra ves creado? ¿Se entiende? Si crear es sacar de la nada, como puede ser que nosotros que ya existimos, como Creador a que se haga presente?

¿O es que a veces estamos como en la nada? Perdidos en el Caos. Metidos en la sombras, permaneciendo en lo oscuro. En el sinsentido?

En realidad en esta evocación, en esta invocación hay una profunda implicancia religiosa. Invocar sobre nosotros el Espíritu Creador supone volver en la fe a ese momento en donde Dios aun tenía sobre nosotros todo su poder. Cuando no éramos más que un pensamiento en su razón.

Y Él podía hacer de nosotros lo que quisiera. Sin menoscabar nuestra libertad.

Es como devolverle a Dios nuestra libertad. Esta evocación de Ven Espíritu Creador. Es volver a ponernos por decisión espontánea como la arcilla en las manos del alfarero. Como aquella expresión tan bonita, tan clara y contundente, tan límite y bella de Isaías 64, 7, cuando dice; Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla y tú el alfarero. Somos todo obra de tus manos.

Invocar sobre nosotros al Espíritu como Creador significa, por lo tanto, abandonarnos a la acción soberana de Dios. Con una confianza total. Significa en todo caso, ponernos en su presencia con una actitud de Criatura que, es la base de toda y auténtica y profunda religiosidad.

Esto quiere decir quitar toda condición y estar dispuesto a todo.

Es no ponerle límites a Dios y ponernos bajo los límites de lo que no tiene límites. El amor que no tiene techo, que si tiene comienzo, y que verdaderamente da cauce a la vida. Es darle a Dios un cheque en blanco como lo hizo María cuando dijo, a la Palabra que venía a ella, “aquí está la esclava del Señor”. Que me suceda según tú dices, según me has dicho.

Invocar al Espíritu como Creador significa abrirnos a la novedad y también entrar en un profundo silencio.

¿Cómo es esto de adentrarnos en un profundo silencio cuando evocamos su presencia?

Es dejar que lo que no tiene sentido en nuestra vida adquiera palabra. Y en todo caso a partir de la significación nueva que tiene lo más hondo de nuestro sentir, que está bajo el signo de lo oscuro, comience a salir a la luz lo que está llamado a ser como vida nueva en nosotros.

Claro, está en el plano, en términos psicológicos, de lo inconciente. Que suele ser lo no sabido y comprendido. Lo no asumido y resuelto. En muchos casos. Cuando permanece en el inconciente ese conflicto de base que se da en nuestro ser a la hora de estar llamado a ser sin terminar de entender, como y de que manera poder llegar a ser lo que estamos llamados a ser.

Y encontrándonos con la contradicción de querer ir más allá y sentir un límite de adentro que por la vía del pecado nos dice, “sólo por aquí”.

Y sólo con lo ya conocido, sin terminar de animarnos a entrar a lo desconocido. Lo desconocido es sombrío, es oscuro. Es no sabido. Es como percibido en la sombra y viene de la mano de sentimiento y angustia. De tristeza y desazón. Diría hoy Jesús en el evangelio. “Ustedes cuando yo no esté estarán tristes” ¿Por qué? Porque la Palabra se ha escondido. Y ahora no hay sentido. No hay significación profunda que le ponga palabra a lo más hondo de nuestro no terminar de entender y saber.

Sobre ese lugar invocamos, desde lo que conocemos y por la Gracia de lo que ya sabemos, al Espíritu Creador para que nos haga de nuevo y nos transforme.

Ven Creador. Y lo invocamos con la acción que tiene el Espíritu en cuanto Creador. Y que se caracteriza por hacer más bellas las cosas.

Diría bellamente y hermosamente san Basilio: “El Padre, es la causa principal. Aquel que da origen y por el cual proceden todas las cosas. El Hijo es la causa eficiente, aquel por medio del cual todas las cosas han sido hechas. El Espíritu Santo es la causa perfeccionante es aquel que está, diría yo en el detalle. Y en llevar a la plenitud la obra misma, que Dios en el acto creador primero ha comenzado. También en nuestra existencia. Es el que nos perfecciona. Y el que nos santifica. Lleva a término la obra.

Le pedimos que venga. ¿Te parece, lo invocamos? Evocamos e invocamos Su presencia. Yo estoy seguro que hay lugares, que te decís a vos mismo, a la mañana cuando te despertás muchas veces, (como refiere Cantalamessa), “tengo que empezar de nuevo”. Hay que volver a empezar, casi como un ateo comienza la jornada.

Muchas veces sin terminar de entender uno, cómo es pueda ocurrir eso en el día de ayer, en los días previos, ha sido con tanto fervor, amor, conciencia y claridad, con el que asumía su vida en Dios. Y de repente, tuvo que comenzar de nuevo, encontrándose, más con lo caótico que con lo cosmológicamente ordenado. Lo armónicamente ordenado en su lugar. Sobre esos lugares de caos, y sobre esas inconciencias, y sobre esos sinsentidos, le pedimos que venga.

Tal vez, sea una oración que abarque a tantos, mucho más que a nosotros. En aquellos lugares, donde el mundo aparece tan fragmentado por estos tiempos. Oremos y le digamos: Ven Espíritu Santo. Lo hagamos presente reconociendo los caos interiores, y los que por fuera amenazan la vida en aquello donde ella se hace bella, en el orden y en la armonía. Invocamos la presencia del Espíritu, para que aparezca en medio de nuestros caos.

¿Qué significa esta presencia del Espíritu que hace nuevas todas las cosas? Que aleteando sobre nuestros caos viene a poner las cosas en su lugar. Significa que todo comienza a ser de nuevo. Que todo comienza a existir de una manera nueva, y en este sentido a ser creados de nuevo. O ser recreados.

¿Cuántas veces nos damos cuenta que las cosas así como vienen ya no van? O en todo caso fueron hasta este tiempo, o hasta esta etapa del camino, pero que de aquí en adelante todo tiene que comenzar a ser de nuevo. A tomar un nuevo valor, una nueva condición, una nueva existencia.

Son las etapas de la vida, las que marcan a veces este peregrinar y este andar. “Por hasta aquí si, y de ahora en adelante, algo nuevo”. ¿Acaso no ocurre eso cuando el niño deja de ser niño? Empieza a ser adolescente. Cuando el adolescente pasa del adolecer a vivir en plenitud la juventud y a proyectar su vida. Cuando la vida juvenil comienza a asumir sus responsabilidades adultas. Cuando pasado el tiempo de la adultez, el paso de los años nos trae la sabiduría. La entrada en la tercera edad, y desde ese lugar, hacer síntesis de vida de todo lo que hasta aquí hemos recorrido, con aciertos y fracasos.

En cada una de estas etapas hay un punto de inflexión, donde las cosas dicen “hasta aquí fue”, “de aquí en adelante otra cosa tendrá que comenzar a ser”. Por esos lugares comienzan a desarrollarse situaciones críticas, crisis, que ponen en desconcierto el peregrinar. Y generan preguntas sobre cómo seguir desde esos lugares. Es donde invocamos la presencia del Espíritu.

Un hermoso texto, hablando de este hermoso poder creador del Espíritu, del siglo II. Cita Cantalamessa, es de San Ambrosio y dice así: “Cuando el Espíritu empezó a aletear sobre ella, la Creación, no tenía aun ninguna belleza. En cambio, cuando la Creación recibió la acción del Espíritu, obtuvo todo ese esplendor de belleza, que la hace resplandecer como mundo.” Cuando dice como mundo, está confrontándola desde el caos.

Crear, decía Lutero, citando a la acción del Espíritu, es hacer algo continuamente nuevo. Y en este sentido, es muy bueno salir de esa concepción de la creación, que pensaba de una manera daísta y mecanicista el universo. Como si Dios lo hubiera puesto en marcha, y le hubiera puesto cuerda, y hasta que le dure la cuerda, dura el mundo.

El mundo está llamado a ser permanentemente creado y recreado. ¿Acaso no nos alerta la situación de descomposición, que se da en el mundo, por un abuso del mal uso de lo que Dios nos ha otorgado, para que vivamos como quienes señorean sobre lo creado? Y entonces, todo lo que es el mundo y la ecología nos pega un grito de auxilio.

Siendo un grito que se hace conciente en nosotros mismos por la inconciencia que hay en el mundo. Y entonces, descubrimos la necesidad de mirarlo con mayor responsabilidad, cuando no pensar que si así seguimos lo vamos a terminar de destruir. ¿No será ese lugar donde debemos evocar e invocar la presencia del Espíritu, en cuanto creador, recreador? ¿Acaso no brota del corazón mismo de la humanidad un grito, un clamor por la justicia? Cuando el 80 % de la humanidad vive con el 20 % de los recursos de toda la humanidad.

Y la pobreza es un golpe en el corazón mismo de la sociedad? Mucho más allá de si categorizamos a los mundos en 1º, 2º o 3º. Todo está como empobrecido cuando sólo un grupo de personas vive con el recurso de la gran cantidad de personas. Sólo el 20 % de las personas tiene el recurso que corresponde al 80 % de las personas.

Es increíble como la balanza de la justicia se va inclinando sobre un lado. Ese mundo, que intenta resolver las cosas a los manotazos, cuando no a los tiros, líos, y “cocha golda” (como decía Oaki), hace que estemos clamando desde adentro, del dolor más profundo de la humanidad, que venga un Espíritu que ponga las cosas en su lugar.

¿Te das cuenta la terrible responsabilidad que cae sobre nosotros? Lejos de la queja, lejos de ser profetas de malos tiempos, somos primeros llamados a ser puestos de rodillas, delante del que todo lo puede. Para clamarle con un gemido inefable, el espíritu que en nosotros toma vida, por aquella confrontación de caos que tenemos, dentro de nosotros y a nuestro alrededor, para que todo comience a ser de nuevo.

VEN ESPÍRITU CREADOR. Seguí creando. Llevá del caos al cosmos. Del desorden al orden. De la confusión a la armonía. De la deformidad a la belleza. De la vetustez a la novedad.

Esto no se hace como una cosa mecánica, mágica, de golpe. Es un trabajo en ello, que el Espíritu está comprometido, pero que toma vida cada vez que nosotros lo hacemos más conciente. ¿Cuál es su lugar? Sacándolo de la cárcel donde lo hemos puesto, que es la ignorancia de Su presencia que habita. Que es la ausencia de su amor real, presente como suave brisa, y como terrible trueno. Que sacude las estructuras.

Como hálito de vida. ¿Por qué lo hemos tenido, y lo tenemos allí tan olvidado? ¿Tan desaparecido, tan sin lugar? Le hagamos espacio y le pidamos que venga a nosotros. Que seamos pasar del caos al cosmos.

Al descubrir hoy como ayer que el Espíritu aletea sobre el caos, le pedimos que venga y nos lleve del caos al orden del cosmos.

Esto ocurre cuando el Espíritu obra en los macrocosmos, como en los microcosmos, dice Cantalamessa. Que es cada persona individual, esos son los microcosmos.

El gran escenario del mundo en la historia es el lugar donde aletea el Espíritu. Toda la región, dicen los evangelios, acerca de la muerte de Cristo, quedó sumida en tinieblas. Es un poco lo que Jesús dice hoy en el evangelio, cuando advierte que ellos, cuando él no esté y cuando haya muerto está diciendo, van a quedar tristes. Esta es una alusión encubierta al caos primordial que la humanidad tenía cuando había caído en pecado.

Escribe ahora si, un autor del siglo II; el universo estaba a punto de volver a caer en el Caos; y de disolverse por la zozobra de la pasión. Si el gran Jesús no hubiera emitido su Espíritu Divino, exclamando “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu”, y aquí, dice el texto, que tras la efusión del Espíritu Divino, como reanimado, vivificado y consolidado, el universo volvió a encontrar su estabilidad.

El Espíritu Santo, el que una vez más, llevó el mundo del Caos al Cosmos. Pero no un vago Espíritu de Dios sino el Espíritu que procede de la Cruz de Cristo. No se trata de un Caos físico del que hablamos. Sino de un caos moral, del mal. Del Pecado. Ya no se trata de un caos material, sino de nosotros como ornato del mundo según esa expresión maravillosa de Orígenes. Somos como lo que corona el mundo.

Como la frutilla del postre. Y es verdad. La inconciencia está en el mundo todo. Menos en el hombre cuando hace de hombre. Cuando pierde su condición de dignidad de hombre también él hace parte de la inconciencia y se materializa y se pierde bajo sus propias pasiones y no le da, ni a sí mismo, ni a la humanidad toda su condición de orientación, su orden.

El Espíritu transforma el Caos lingüístico de Babel, aquel en el que permanecían los discípulos encerrados, en su propio miedo, en la nueva armonía de voces que Pentecostés genera.

Ahora todos hablan lenguas diversas. Y al mismo tiempo todos se entienden. Allá hablando todos un mismo lenguaje, bajo un mismo código, están divididos. Como ocurre de hecho en el ámbito de la comunicación social, no hemos tenido en el tiempo que transcurre de la Historia tantos medios para estar cerca unos de otros.

De hecho, el mundo se ha transformado, según la expresión de Mat Lujan, en una “Aldea Global”, sin embargo, cuantas divisiones, cuantos desencuentros, cuantas distancias, cuanta incomunicación en el mundo de la comunicación.

Estamos en presencia de Babel, donde todos tenemos, tal vez, códigos comunes para comunicarnos, pero en plan diversos y no terminamos por comunicarnos. Y la incomunicación es la que trae la imposibilidad del orden. Del nuevo orden que el Espíritu viene a regalarnos.

Un Espíritu que nos lleva del desorden al orden.

¿Cuántas cosas hay que poner en su lugar? Pero ni a los manotazos, ni por decreto. Ni sencillamente como un acto de voluntad. Sino como un proceso inteligente, sino como uno que se mete en medio de nosotros para hacer verdaderamente nuevas todas las cosas.

El Espíritu que todo lo transforma y lo hace nuevo.