06/03/2018 – En el ejercicio de hoy acompañamos a la familia de Nazareth que por advertencia del ángel en sueños de José, huye a Egipto porque Herodes anda buscando al Niño para matarlo.
Contemplamos el texto en Mt 2, 13 -15:
“Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo”
“Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.»
El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo”
Este corto relato está estructurado de un modo similar al regreso de ese lugar. El ángel habla en sueños a José, y éste lo ejecuta como cumplimiento de la voluntad del verdadero Padre del niño, Jesús, y termina con una cita de la escritura.
El texto de Oseas 11, 1 “de Egipto llamé a mi hijo” vale tanto para la huida a Egipto como el regreso del exilio. La relación al texto de Oseas puesto en Mateo muestra un sentido de hacia dónde nos quiere ubicar en relación al pueblo de Israel. En Mateo la figura de Jesús representa la presencia continuada del antiguo pueblo de Dios ahora renovada en Jesús, el nuevo moisés.
Egipto fue considerado tradicionalmente como lugar de refugio. La comunidad judeocristiana a la que se dirige Mateo, ve en la huida de Jesús a Egipto la apropiación y la re adaptación de esta característica: el hijo de María viene a reivindicar la historia de Israel y como el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo.
El texto tiene en cuenta la historia de Moisés. Para Mateo Jesús es ante todo el legislador de la nueva alianza. El primer evangelio está dividido en 5 partes que constituyen una correspondencia con el Pentateuco de Moisés (los 5 libros primeros del canon bíblico donde están contenida la historia de origen de Israel). Por eso al dividir Mateo en 5 libros, está también diciendo, que se está reeditando e inaugurando una nueva historia del nuevo pueblo de Dios.
Jesús es presentado en el sermón de la montaña como quien da cumplimiento a la ley de Moisés hasta superarla. “A ustedes se les dijo, pero yo les digo….”. En el relato del nacimiento de Moisés, el Rey envía a matar a todos los niños, y Moisés se salva. Lo mismo Jesús, que se salvará en la matanza de los inocentes, también refugiándose en el extranjero.
Moisés es llamado a Egipto por el ángel (Ex 4, 19). Dios lo guía con su providencia a ese lugar. Nos hace bien también a nosotros en la proipia biografía ver cómo en medio de los riesgos Dios nos pone algún ángel que nos protege.
“Yahveh dijo a Moisés en Madián: «Anda, vuelve a Egipto ; pues han muerto todos los que buscaban tu muerte.»”
En Mateo 2, también vamos a encontrar el regreso del Señor. Cuando en los ejercicios Ignacio plantea el texto para la contemplación de hoy ubica junto la huida y el regreso.
Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.»
El que atentaba contra la vida de Jesús era Herodes, pero en el texto está puesto en plural. Evidentemente, el autor quiere poner ambas historias, la de Moisés y la de Jesús, en paralelo.
La historia del pueblo de Israel comienza con un éxodo cuando Dios le dice a Abraham “sal de tu tierra”. Nuestros éxodos implica salir de la comodidad, adentrarnos a lo desconocido, a travesar el desierto en búsqueda de las promesas de Dios.
La huida a Egipto recuerda Génesis 46, 3-4:
«Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Y bajaré contigo a Egipto y yo mismo te subiré también. José te cerrará los ojos.»
Es el texto con el que Dios bendice a Jacob. Abraham es el primer exiliado, y leemos en Génesis 12, 1-3:
“El Señor dijo a Abrám: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”
Es como una condición; Dios bendice al que se anima a ir más allá de los que sus propias fuerzas indican. Qué contradictorio que es el mundo de hoy en este sentido: el placer, el bienestar, el pasarla bien… nos dicen ¿para qué más?. Es como un llamado a un conformismo que ahoga y detiene el alma. El más de San Ignacio no es ambición sino liberación interior, y apunta a liberar las fuerzas para que hacia adelante encontremos lo que tanto buscamos.
El corazón humano tiene otro resorte que lo tira hacia atrás, hacia la nostalgia y la memoria de las cosas perdidas mientras se va la búsqueda de alcanzar lo que aspira. De hecho, es experiencia del pueblo de Israel en el camino, que ha llorado las cebollas de Egipto, los tiempos en que eran esclavos y se sentían “mejor” que en el desierto. Mientras aspira a alcanzar la meta, cuando se demora la llegada, quiere volver atrás aunque el pasado no haya sido bueno, incluso siendo esclavos.
Nuestros exilios de este tiempo, la llamada a salir de nuestros territorios de confort, donde nos gana la “pachorra”, donde nos arrinconamos. Es un miedo en el que nos quedamos instalados.
Lo que le dice Dios en sueños a Moisés, como en el llamado de Abraham, como el sueño de José, tienen como denominador común el “no tengas miedo”. Que podamos guardar en el alma esta convicción que Dios nos regala: “No tengas miedo, yo estoy con vos”.
Las cosas importantes, las que de verdad tienen peso, Dios las prepara siempre en el silencio, en las sombras. Todos decimos ahora, ¿cómo es que no lo vimos a Bergoglio mientras estaba con nosotros?. Dios cuida a sus elegidos, y lo supo proteger para el momento justo. En esto la Palabra también nos enseña a vivir en paz en medio de nuestras humillaciones, de nuestras transiciones incomprensibles, de los momentos duros que nos toca atravesar.
Egipto tiene una perspectiva ambivalente, es lugar de protección y también de esclavitud. Lo mismo pasa con la soledad: bien vivida es un lugar de recuperación de fuerzas, mal vivida es un espacio de agobio. ¿Quién cambia el valor? La disposición del corazón. La Palabra nos pone hoy de cara a reconocer los lugares de sombra y oscuridad como lugares ricos. Que el dolor, las pérdidas o las enfermedades sean fecundas depende de cuánto le creamos a Dios y a sus promesas, y por ende cuánta disposición hay para Dios en el alma para poder decirle: “Lo que quieras, cuando quieras, como quieras”. Jesús permaneció 30 años en lo oculto, para luego “aparecer” sólo 3 con una gran fecundidad en su misión.
1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Evangelio según San Mateo 2,13-23.
3-“La composición de lugar” (EE 103). Tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Formular la petición (EE 104). La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesús”
5- Reflectir para sacar algún provecho: significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio: A partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7- Exámen de la oración
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