Nos dice la Hna Marta Irigoy, que es una linda gracia para pedir, que experimente como en la cruz del Señor, está mi cruz. Este “por mí” que siempre es bueno recordar. El Señor que por mis pecados va a la cruz, pero no por culpa mía sino porque me amó y se entregó por mí y porque no quiere que nadie se pierda… Jesús en la cruz es el buen pastor, se carga con mis heridas y a través de sus heridas me sana y nos sana.
San Ignacio no busca que estas contemplaciones de la cruz sean causa de dolorismos estériles, sino de consolaciones profundas, consolaciones fecundas, para consolar a otros.
Por eso al presentar esta etapa de los ejercicios lo hace teniendo en el horizonte la Pascua, contemplamos en estos días el misterio pascual, centro y sentido de nuestra fe. Estamos invitados a entrar en el misterio pascual que es un misterio de amor que tiene como fundamento el anonadamiento del hijo. Jesús no entra en la pasión como un super hombre, sino que atraviesa este paso tomando la fragilidad como compañera, y en ella descubrimos la desconcertante fortaleza de Dios.
Contemplar ignacianamente la pasión es sumergirnos en el eterno presente del hoy, por eso en este hoy estamos invitados a descubrir en cada dolor propio y de mi prójimo, el acontecer de algo sagrado. La pasión sucede hoy y en este hoy el Señor me invita a caminar silenciosamente para descubrir de un modo nuevo, cómo el anonadamiento te revela la gloria de Dios.
Padre Ángel Rossi
En esta etapa de los ejercicios el seguimiento se hace más difícil porque ya no seguimos a un Señor fascinante sino a un Señor desconcertante, silencioso, que ya prácticamente no habla. A medida que nos vamos acercando hacia la Cruz, el Señor se va silenciando, y el que es la Palabra se hace silencio.
Ayer como composición de lugar rezamos en torno al lavatorio de los pies, y en lo que se llama las despedidas y la oración sacerdotal; nos hemos sentado a la mesa con los discípulos, nos hemos dejado invitar por el Señor a lavarnos los pies y el Señor nos dejó en el símbolo de la palangana, la jarra y la toalla – explicándonos a través de un gesto plástico – lo que espera de nosotros. Él espera que podamos tomar estos instrumentos como símbolo de servicio.
Hoy les propongo que sigamos leyendo la pasión: Evangelio según San Juan 18 y 19; o si quieren tomar los otros evangelistas, Mateo a partir de capítulo 26 y 27, Marcos 14 y 15, Lucas 22 al 23. Buscando el evangelista que nos da más devoción, la propuesta es acompañarlo al Señor. Nos ponemos al lado de Él en actitud de servicio. Uno puede imaginar que tratamos de suavizar las penurias del Señor y la composición de lugar puede ser cualquiera de las escenas de la pasión. Al ir recorriendo y haciendo una lectura serena, nos quedamos “allí donde encuentro gusto”, donde siento que me hace bien y que me podría quedar dándole vuelta al tema y conversar con el Señor, para reflexionar sobre mi vida.
Romano Guardini decía que en el vía crucis, en el camino de la cruz, el desafío es encontrar dónde el Señor me está esperando. Es como si en Jerusalén hubiera un rinconcito donde el Señor me espera a mí. Para unos será sentado en la mesa en la Última cena, para otros será en el camino de la cruz, otros al pie de la cruz junto a la Virgen; para otros será con Nicodemo y José de Arimatea en el sepulcro cuando van a pedir el cuerpo del Señor; para otros puede ser cuando está en los patios de Pilatos y de Caifás donde el Señor pasó horas sentadito en soledad… son escenas que a veces se nos pasan de largo y son donde el Señor está a la intemperie esperando un juicio injusto y lo acompañamos en su soledad y paciencia.
Por lo tanto la composición de lugar es seguirlo al Señor en cualquiera de las escenas de la Pasión, que pueda servirnos para la contemplación. Incluso diría, no apurarse a ir a la cruz. En cada gesto de la pasión el Señor está en plenitud. Y lo que pedimos en este momento, será aquí “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrima y pena interna de tanta pena que Cristo paso por mí”. Pedimos el compartir con Jesús, desde el agradecimiento del “por mí”. Cada gesto de la pasión fue por todos los hombres de todos los tiempos y también cada gesto fue por mí. Por supuesto que esto es una utopía pero si el mundo hubiera sido yo solo, el Señor no se hubiera borrado en ninguno de los gestos de la pasión, hubiera tenido los mismos gestos que tuvo y lo hubiera hecho solo “por mí”. Este “por mí” es muy fuerte porque nos mueve al agradecimiento pero también nos mueve a la admiración y al compromiso.
Normalmente frente al gozo uno tiende a retenerlo, a prolongarlo entonces cuando uno tiene momentos lindos uno quisiera eternizarlos… es la tentación de Pedro en la transfiguración, “hagamos tres tiendas” como diciendo “no bajemos del monte, no vayamos a Jerusalén, nos quedemos acá”. Y el Señor le dice que hay que seguir el camino.
Pero ante el sufrimiento la reacción natural es huir, desentendernos… por eso se dice que frente a la pasión y la cruz, normalmente hay dos posturas, no hay muchos puntos medios. Frente a la pasión o huimos o permanecemos, son dos actitudes del corazón y justamente la gracia que pedimos es la permanencia, “que yo pueda estar”.
= Los discípulos resistiéndose a que Jesús vaya a sufrir y que suba a Jerusalén,
= Marcos 9 – 32, el segundo anuncio de la pasión: “ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle”
= Marcos 14, 37: Los discípulos durmiéndose en Getsemaní, como un modo inconsciente de evadirse justo cuando el Señor los necesitaba junto a Él, acompañándolo. En el momento más terrible, los tres se duermen como quien no entiende o no soporta.
= Marcos 14 -50: “y abandonándole huyeron todos”
= Lucas 22 – 28: “Ustedes son los que han permanecido conmigo en las pruebas”
= Mateo 26, 38: “Permanezcan aquí y velen conmigo” lo que Jesús les pide a los discípulos en Getsemaní,
= Juan 19, 25-26: “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María de Cleofás, María Magdalena” “Jesús viendo a su madre y a su lado al discípulo amado”… es quizá el icono por excelencia de la permanencia. El texto nos dice que simplemente “estaba”. El desafío para nosotros es “estar” en silencio al pie de la cruz y pedir la gracia de no huir.
Habría que analizar cuáles son las formas con las que nos fugamos de nuestra cruz. Cada uno tiene su modo de huir, pero a la cruz no se la puede “gambetear”. Se dice que el un hombre que huye no soporta el silencio, no sabe de espera, no aguanta ni abraza nada y se saca de encima todo. En cambio el hombre que sabe estar al pie de la cruz, espera, aguanta, abraza, sostiene. En esta imagen del “saber estar”, está simbolizada en María.
Otras forma de meditar es estar frente al Señor, junto a Él. Uno puede imaginar una escena, un Jesús sentado en un patio solito en el momento que va hacia la cruz o en el momento que es crucificado… quedarnos junto a Él, mirarlo, permanecer a su lado y hasta les diría que suelten los textos. Uno los lee y después los deja y se queda frente al Señor en cruz y permanece a su lado pobre y silenciosamente, y dejar que fluya lo que salga. Para unos fluirá el agradecimiento, para otros surgirá la petición, para otros el pedido de perdón, para otros el deseo de servirlo. El desafío es ir allí y ponerse frente a Él.
Van der Meer, poeta holandés, cuando habla de su conversión en “Nostalgias de Dios” la define de esta manera: “el viernes santo entre las doce y las tres de la tarde, encontré todas las respuestas a las grandes preguntas de mi vida”. A ésta conclusión el poeta la obtuvo sentado frente a la cruz de Jesús en Notedrame, la Catedral de París.
Algún autor dice que Cristo en cruz es como un libro abierto que tiene una palabra para mí, y se pregunta el autor por qué no vamos más seguido a leerlo, a buscar la palabra que el Señor desde la cruz tiene reservada para mí. Ésta es otra forma, quedarnos frente a la cruz y dejar que el Señor nos consuele, nos de fuerzas, nos anime, que nos llame, que nos sostenga… lo que a cada uno le brote del corazón. Dejar que fluya el sentimiento y poder decírselo al Señor con nuestras palabras.
En Hebreros 12,2 San Pablo dice “levantemos la mirada hacia Jesús”, esto es lo que buscamos… fijar la mirada en Jesús en la cruz, ya que Él es el guía, el conductor, el que va delante de ti, el que te precede en el camino, el que te conduce en medio de la oscuridad y de las dudas, el que te enseña a ir más allá de todas las las noches.
Otro modo de rezar que nos puede ayudar en la pasión es poder trasladarme mentalmente a algún lugar de dolor dentro de los lugares donde se desarrolla nuestra vida (trabajo, estudio, familia, etc). En cada uno de los ámbitos en que nos movemos uno podría – si nos animásemos – ver cuál es el lugar de más dolor. A veces dentro de mi familia, cuál es el que de un modo especial necesita que estemos cerca, que animemos, que consolemos, que acompañemos… y entonces trasladándome a ese lugar con la imaginación poder recorrer la pasión pero dándole un sentido de encarnación, no está en el aire sino que es una experiencia encarnada en nuestra vida.
Hay un comentario de Martín Descalzo en el que dice que le llama la atención que en Mateo 27,50 dice allí que “Jesús lanzando un fuerte grito expiró”. La tradición de la Iglesia nos hace rezar lo que llamamos las últimas siete palabras de Cristo pero muchos Santos Padres se han fijado en esta octava palabra que no está explicitada. El texto no habla de un murmullo o susurro. ¿Qué sería este fuerte grito? ¿Un grito de fracaso, un grito de triunfo o una mezcla de las dos cosas?
Sin querer forzar el texto uno podría imaginar que en ese grito me nombra a mí, me hace pasar por su corazón y me nombra. En su devoción uno puede imaginar que el Señor al morir nos nombró con todo el amor del mundo, con ese amor infinito con el que va a la cruz.
Por otra parte, ese grito del Señor en la cruz antes de expirar tiene un eco, queda tácito, no sabemos lo que dijo pero es un eco que queda en toda la historia, en cada hermano que sufre y que necesita un oído atento. A veces puede ser un gemido muy suave y a veces un grito tan estridente que huimos para no escuchar… es el grito de la noche oscura de los santos, es el grito de los hospitales, es el grito de los solitarios, es el grito de los que están sin trabajo, son los gritos de los niños de la calle y tantas formas de grito. A veces sonoros y a veces gemidos muy suaves pero tremendamente profundos, y si nosotros no permanecemos no los vamos a poder escuchar. Tomará la forma de soledad, de enfermedad, de angustia conforme a aquellos que conocemos y están cerca nuestro.
Martín Descalzo decía:
Ésto no es para darle vuelta al dolor sino para pensar en el gesto inmenso del Señor por nosotros. Al ponernos frente a la cruz del Señor nos animemos a pedirle la gracia de tener el oído atento para poder ver en nuestra propia vida, en el hoy que nos toca vivir, qué forma tiene este grito del Señor al expirar y de qué manera el Señor me llama a mí a través de él. Uno puede animarse a saber en dónde está encarnado este fuerte grito cuando el Señor expira, que es un grito del que también hay que hacerse cargo.
El Señor con mucha delicadeza nos ha hecho el más precioso regalo para poder vivir la cruz. Cuando parecía que el crucificado ya no tenía nada más para dar, cuando el despojo era total, tiene esta delicadeza de regalarnos lo más hermoso, lo mas grande, lo que normalmente uno no regala que es a su madre.
En los momentos de abatimiento y de debilidad es cuando tenemos más cerca a la Virgen para exponerle todos nuestros pesares frente a las fragilidades, nuestros despojos y nuestros pecados. Creo que nos hace bien ir a cobijarnos cariñosamente a los brazos de la Virgen porque es un lugar del que difícilmente podemos huir.
Julian Green, el escritor francés, posiblemente imaginaba en el momento de la piedad a la Virgen con Jesús en brazos, y en ella se vuelve a repetir el gesto del nacimiento en donde la Virgen lo recibió recién nacido. Misteriosamente el escritor halla la fragilidad del hijo recién nacido en el despojo del hijo bajado de la cruz, entregado y ya vencido. Algunos autores dicen que en este bellísimo signo de la Piedad tenemos el símbolo más hermoso y perfecto de la esperanza.
En los brazos de la Virgen se gesta la más hermosa de las dulzuras. Allí comienza la esperanza cristiana, porque la esperanza cristiana nace cuando ya humanamente no hay nada que esperar. En el cuerpo liquidado del Señor que ya no tiene nada más para dar porque lo dio todo, curiosamente comienza a gestarse la resurrección. Nosotros a veces también nos sentimos un poco así, como muertos en los brazos de la Virgen o querríamos poner en sus manos aquellas cosas que humanamente ya no nos prometen absolutamente nada. Posiblemente de allí comience a surgir misteriosamente la parte más hermosa de nuestra fe, lo más dulce de Cristo, ahí comienza la resurrección, cuando lo humano de Cristo no ofrece nada.
Posiblemente Julian Green imaginaba esta escena de la Virgen y entonces se toma la atribución como hijo de acurrucarse junto a ella… así como los niños que ponen la cabeza sobre la falda de la mamá, y dice:
“A María la saludo porque es hermosa y porque estoy completamente solo y tengo la necesidad de hablar a alguien que me escuche bondadosamente. Entonces yo le expongo todas mis alegrías y todos mis pesares, me lamento ante María de mi soledad y estoy menos solo, le digo que tengo un corazón humano y que este corazón tiene frío y ella lo comprende porque es la madre de toda la humanidad. Cuando cierro los ojos es como si me acurrucara contra ella con la frente entre sus rodillas y como si ella me acariciara el cabello con la punta de sus dedos. Tales son las fantasías de un alma embriagada de tristeza”.
Una imagen bellísima de un hombre sumamente pecador pero también sumamente piadoso, que se siente muy hijo y que necesita ese lugar de cobijo en este caso junto a la Virgen dolorosa. Es un modo de contemplar la pasión que nos puede hacer bien, pegarnos a la Virgen, porque de otro modo no nos daría la vida para transitar la pasión.
Y quizá tomando esta misma escena de Juan en donde Jesús nos entrega a su madre, puede servirnos también aquella escena donde Jesús le entrega a Juan como mamá.
“Jesús desde la cruz le dijo a María “la casa de Juan es tu casa, María”. A partir de ese momento María sería la madre de Juan y Juan sería su hijo. Ella que había vivido en la casa de Dios ahora tendría que vivir en la casa de los hombres, pero aceptó muy gustosa ir a vivir a la casa de Juan, y seguramente estaría muy gustosa de venir a vivir en cualquiera de nuestras casas.
Es muy probable que además de vivir en la casa de Juan pasara temporadas en las casas de los otros apóstoles. Todos querían tener a María en su casa y seguramente María recorrería la casa de todos. Por lo tanto, nos puede surgir como oración a nosotros, poder decirle: “Vení a nuestra casa María”.
Es probable que Juan tuviera su casa desordenada y que hubiera polvo por todos los rincones y platos sin lavar, y María se pondría a ordenar todo aquello. Ella sabía hacerlo muy bien porque había sido ama en la casa de Dios. Todo quedaría pronto más limpio, mas ordenado, más agradable.
“Verás María, ese pequeño desorden que encontraste en la casa de Juan lo vas a encontrar en todas nuestras casas, y probablemente más lío que en la casa de Juan. En nuestra casa también suele haber muchas cosas que no están en su lugar… probablemente en la casa de Juan encontraste redes desordenadas y te pusiste con tu paciencia a desenredarlas. En nuestras casas también vas a encontrar varias cosas enredadas, varios lazos familiares que se han roto y otros se han retorcido… María, vos sabés cómo desenredar y soltar todo esto, te agradeceríamos que te des una vuelta por nuestras casas para desenredar más de un lío.
En la casa de Juan encontrarías cosas que no estaban en su sitio, también en nuestros hogares puede que encuentres un poco de esto, personas que no están en su sitio, madres de familia que están poco en casa, hijos que no son controlados como deberían estarlo, esposos que no están en el sitio de esposos y ancianos que quizá estén demasiado arrinconados.
En la casa de Juan seguramente has encontrado cosas que estorbaban, que no servían para nada más que para ocupar lugar y juntar polvo… también en nuestras casas vas a encontrar cosas que sobran. A veces sobra el egoísmo, a veces los malos modos, a veces el mal humor, a veces la violencia.
Tu en la casa de Juan irías poniendo cada cosa en su lugar hasta que no faltara nada de lo que debe haber en una casa. Ven a nuestras casas María, porque a nosotros también nos faltan cosas importantes para la casa. En algunas casas falta la paciencia, en otras falta el sacrificio, en otras falta el amor, en otras la alegría.
María te pedimos que te des una vuelta por nuestras casas, solo vos puedes ayudarnos a organizar bien nuestros hogares… Vos que pusiste la casa de Nazaret con tanto gusto que vino a vivir el mismo Dios con vos.
Te invitamos a nuestra casa porque sabés muy bien que desde que murió tu hijo Jesús tu casa es la casa de Juan, tus casas son las casas de tus hijos, los hombres. Ven a vivir con nosotros que estás en tu casa, María”.
Quizá nos pueda ayudar después de contemplar la pasión o durante la pasión, ponernos codo a codo con la Virgen y pedirle que ella nos acompañe y nosotros acompañarla a ella.
En la composición de lugar podríamos decir “¿quién soy yo para acompañarla a ella? Pero acá estoy, si en algo te puedo ayudar, aunque sea para que me sientas cerca…” Y a la vez que ella nos de fuerza para también nosotros hacernos cargo de nuestra propia cruz y de hacer nuestro propio caminito de pasión que va hacia la resurrección.
Lo dijimos el otro día no lo contemplamos desde el fracaso, no lo seguimos al Señor desde lo deprimente sino que pasamos por el dolor como un puente que va hacia la resurrección y esto es importante también para nosotros.
Que sea esa la gracia, que podamos meditar serenamente la pasión durante estos días. Frente a la cruz, en silencio, dejen que el Señor nos diga la palabra que mas necesitamos escuchar. Y a la vez, trasladarnos con el corazón a algún lugar de dolor y cruz en donde como los discípulos, nosotros también le esquivamos y huimos. Que el Señor nos de la gracia y la fuerza junto a la Virgen de la permanencia de no aflojar y estar humildemente junto a él.
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