Dios viene con abundancia

martes, 9 de diciembre de 2008
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Y Jesús les hizo esta comparación:  "Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol.  Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.  Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.  Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.  El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

Lucas 21, 29 – 33

Hemos llegado al viernes, terminando ya el año litúrgico cristiano. El Señor, a través de la liturgia de la Iglesia, nos ha regalado una presencia y una manera nueva de estar, siendo Él mismo. Y éste es el gran misterio de la gracia: siendo Él mismo, siempre es nueva su presencia, porque Dios en sí mismo es inagotable e inabarcable.

Por eso su presencia, cuando es demasiado generosa y abundante, provoca grandes experiencias, estiramientos, sorpresas, gritos, alegrías y dolores, situaciones novedosas que llaman poderosamente la atención. Cuando una persona recibe una gracia muy grande, el corazón debe ampliarse, agrandarse, para que entre Dios. Igual que en la casa, cuando llegan más visitas de las esperadas, hay que hacer movimientos, sacar un sillón, un mueble, un televisor para hacer lugar, poner otra mesa, sillas.

Y la visita tal vez dice, no se molesten, me arreglo igual, no queriendo molestar. Así también el Señor pide permiso para entrar y ser recibido. Se corre un riesgo: si yo tengo todo organizado, muchas cosas de Dios quedarán afuera, porque no estoy dispuesto a hacerle lugar, a sacar la heladera o la estatua que está molestando para recibir a las visitas; si no estoy dispuesto a acomodar en mi interior algunas cosas, Dios puede quedar afuera. La vida de Dios es una presencia que siempre va ganando espacio, que es más abundante.

En la vida espiritual, acomodar es dilatar, sacar del esquema, salir de lo establecido, de los cálculos; aceptar el desafío de Dios, aceptar la sorpresa de Dios y empezar a vivir fuera del orden que yo calculé.

Este tiempo final litúrgico que estamos viviendo está marcado por una actitud de expectativa. Ésa es la disposición fundamental que tenemos que cultivar, especialmente en este tiempo de Adviento, mirando y esperando al que va a nacer. Tenemos que estar dinámicos, activos en la espera. Dios viene con abundancia, ¡acomodemos las cosas para que entre el Señor en nuestro corazón y en nuestra mente!

Cuando Dios visita el corazón, hay que agrandar las paredes para posibilitar la entrada, hay que abrirse. Dios es muy respetuoso, pero a veces Dios nos llama a fuertemente, con fuertes voces. Y así como Él escucha nuestros gritos, nuestros gemidos, cuando nos humillamos en serio, cuando nos hacemos pequeños y realistas, cuando aceptamos que sin Él no podemos ni queremos vivir, y Dios escucha ese llamado profundo, esa necesidad intensa del corazón humano; así Él también a veces nos grita y espera que nosotros maduremos ese llamado, esa percepción de su presencia, esa medida de su gracia.

Hay que estar atentos porque cada día Dios puede sorprendernos, ya que sólo Dios sabe cuánto me quiere dar. Pero esa visita de Dios, esa abundancia de la gracia de Dios que se va manifestando según el plan de Dios cada día de mi vida, puede ser una cruz, o aceptar una injusticia; puede ser una invitación a unirse a la humillación de la cruz de Cristo; puede ser un gran dolor, una enfermedad, algo que desconcierta y desori