El A B C de Jesús (1° parte)

viernes, 23 de septiembre de 2011
EL A B C DE JESÚS 1° parte VIERNES 16-09

 

            En su ABC, Jesús deja “la semilla”, no la “planta terminada”. Después, esa semilla va a desarrollarse con más o menos altura, más verde o menos verde, con más ramas o menos ramas según los lugares y ambientes, las épocas o las sociedades en que esa semilla crece. Y las ideologías de alguna manera dan cuenta de esta diversidad.

            Lo importante es ver que en el mensaje de Jesús no hay una clasificación sociológica material. Lo medular aquí es notar el Corazón Compasivo del Padre: esa es la semilla. Por tanto, lo que tenemos que observar después en las distintas plantas que la historia ha ido generando –a veces en nombre de Jesús, a veces no-, es ver si es fiel a esa genética.

De vez en cuando es bueno volver sobre lo supuestamente ya sabido –que es lo primero olvidado-: el ‘hilo primordial’, el ‘ABC’, lo sustantivo, la raíz del mensaje de Jesús,

 

            El “A” de Jesús es la predilección por los pobres. “La Buena noticia es anunciada a los pobres”. Eso para Israel era muy fuerte, porque tenían una tradición de expectativas en un Mesías que iba a traer por sobre todo justicia, y lo que trajo por sobre todo fue misericordia. Sería bueno en este contexto releer las bienaventuranzas

            El “B” tiene que ver con Jesús sanador: “los ciegos ven, los paralíticos caminan, los sordos oyen…” y lo que implican esas curaciones como signos del Reino de Dios, es decir, con qué intención las hizo.

            El “C” sería “feliz aquel para quien Yo no sea motivo de tropiezo” . Interesante definición de la misión de Jesús. Y no solo de su misión sino de cuáles son los signos que caracterizan que El es a quien estaban esperando.

 

            Jesús es también un Maestro de la paradoja: no se deja encerrar por conceptos y palabras que están muy cargadas a lo largo de la historia como lo es la palabra ‘pobre’. Habría que seguir leyendo cómo hicieron las primeras comunidades cristianas para incorporar ese mensaje en el aquí y ahora de su tiempo. El mensaje de Jesús no es unilateral ni divide tajantemente las cosas. Creo que las cosas del Espíritu son difíciles de encerrar en los conceptos, y por eso Jesús necesitó muchas veces enmudecer, callarse para que su propio testimonio, lo que irradiaban sus gestos y su conducta, hablaran más elocuentemente. Nosotros, tanto como sus contemporáneos, muchas veces tenemos dificultades para entender su mensaje a través de la razón. Por eso, creo que hay que dar paso a un tipo de comprensión que brota en un ámbito más contemplativo de la persona de Jesús.

            Tanto la Historia de la Iglesia como su Doctrina social enseñan mucho más, pero siempre va a quedar un ámbito de misterio, un ámbito donde no podamos definir las cosas con tanta distinción y claridad, y que es el ámbito donde lo primordial es la vida de la caridad. En lo demás, hay diálogo, debate, reflexiones, estudios, encuentros, posiciones encontradas –no confrontadas- aún dentro de la misma Iglesia. Y esto no hace más que hablar de la enorme riqueza de este mensaje de Jesús, que no se deja ni encuadrar ni encasillar por ninguna ideología, por ningún lineamiento, por ninguna doctrina, sino que las desborda

 

Cuando la Biblia habla de los pobres, no había una identificación sociológica de los pobres como clase social carente. Hoy la sociología cuando habla de pobres identifica determinadas características que corresponden a una clase social, que no es ajena a los pobres contemporáneos de Jesús, pero en esa época no estaba ese concepto, esa idea clara como clase social. Y Jesús no hacía distinciones morales. Lo que El hacía era una apelación al corazón del pueblo judío para hacerse cargo de las necesidades de los sufrientes y los oprimidos. No evaluaba moralmente a los que merecían su rescate y su salvación. Lo que hacía era levantar el enorme estigma que pesaba sobre ellos porque eran considerados ‘marginados de Dios’: si no habían recibido riquezas, algo habrían hecho. Jesús levanta ese yugo que se había cargado sobre los pobres, hayan sido buenos o malos. No olvidemos que a su lado muere un ladrón, que cenó con publicanos y pecadores, se alojó en la casa de un estafador… Jesús no hacía distinciones morales. Asistía a la necesidad del sufriente y del oprimido porque desbordaba en su corazón el amor del Padre. Ser sufriente es ser necesitado. Es cuando se te acaban los recursos humanos para atender esa herida, y es sentir la necesidad de la compasión y la misericordia del que puede ayudarte. En base a eso, convengamos que es mas frecuente entre los ‘pobres materiales’ experimentar esta necesidad en el día a día. Pero eso de ninguna manera deja afuera a los que tienen dinero. Hay un refrán que dice que “hay pobres tan pobres, que lo único que tienen es dinero”

 

Para medir el impacto del mensaje de Jesús en el pueblo de Israel, recordemos que en el tiempo de la llegada de Jesús la situación de Israel era desesperante: se temía la pérdida de la identidad de Israel como pueblo, parecía destinado a la desaparición. En ese contexto, durante un tiempo ningún profeta se animó siquiera a alzar su voz. En el S II a.C. surge un lenguaje ‘apocalíptico’ donde: el mundo está corrompido por el mal, la creación está contaminada, va a haber un combate violento entre el bien y el mal, Dios se vería obligado a destruir este mundo de manera catastrófica para crear un nuevo cielo y una nueva tierra: va a tener que enviar un gran castigo para que las personas se conviertan. Juan Bautista encarna este mensaje cuando dice “preparen la llegada del Reino de Dios. Conviértanse y crean” y comparaba el Reino con un hacha que cortaría el árbol malo, haría justicia.

En este contexto de dominación, injusticia, opresión a mano del imperio romano, imaginemos el impacto, la sorpresa y para algunos también la frustración y el desencanto cuando Jesús comienza a decir “El Reino de Dios ya ha llegado”, en esta Galilea pobre, repleta de enfermos, de parias, que realmente necesitaba justicia. Su mensaje no tiene nada que ver con la justicia, sino con la compasión, la misericordia, el cariño y la ternura de Dios: la vista a los ciegos, la curación a los enfermos, y un año de gracia. Por tanto, no había que esperar una llegada cósmica del Reino, espectacular, visible, sino que había que aprender a captar su presencia y su señorío de otra manera. Y este Reino no es un Reino privado, individual, sino comunitario

            El accionar de Jesús provocó cierta frustración en su pueblo en medio de esa expectativa religiosa. Está claro que su intervención no va a ser ni terrible, ni espectacular, sino una fuerza liberadora pero humilde; eficaz pero no espectacular, en medio de la vida en la medida en que los que le sigan acojan la fe que El está presentando. Y Jesús no habla de ‘la ira de Dios y su fuerza destructora’. Su intervención tiene autoridad, pero también mucha mansedumbre. Aceptar el que Dios no rechace a las ‘oveja perdida’, puede ser más o menos contemplado dentro de la tradición religiosa de Israel, pero que ‘el pastor va a abandonar a las 99 justas para ir detrás de la perdida’, es un tanto inadmisible, no solo para Israel, sino también muchas veces para nosotros. El mensaje de Jesús descolocó, enojó, frustró a muchos, salvo a un pequeño grupo que entendió que había llegado la hora.

            Tomado literalmente, el mensaje de Jesús es escandaloso, porque exige un cambio profundo de paradigma. Nosotros tenemos en la cabeza un esquema mental permanente donde arriba está lo superior (sea en el nivel académico, económico, moral…) y abajo lo inferior: arriba los inteligentes, abajo los ignorantes, arriba los ricos, abajo los pobres, arriba los buenos abajo los malos. Y con ese esquema evaluamos. De alguna manera eso es natural. Pero el mensaje de Jesús trata de ablandarnos el corazón para hacerlo poroso, permeable, a este Corazón misericordioso de un pastor que no se entretiene en razonamientos, que no mide, que tiene la locura de arriesgar la suerte de su rebaño para ir detrás de la oveja perdida. La oveja no hace nada por volver con su pastor. Es el pastor quien va a la búsqueda y la recupera. ¿es que busca Dios recuperar a los pecadores solo porque los quiere incluso antes de que den signos de arrepentimiento? Dios acoge siempre a los pecadores arrepentidos, pero ahí no se termina su misión. Lo que Jesús hace está sugiriendo que el retorno del pecador es responsabilidad de los justos, de los buenos. Está hablando de la irrupción de la misericordia de Dios allí donde ésta no es merecida. Y refuerza esta idea con otras parábolas. Entonces cuando hay dureza, resistencia, enojo, Jesús pone un ejemplo muy gráfico: “¿con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? Se parece a aquellos que están sentados en la plaza y les dicen: les tocamos la flauta y no bailaron, entonamos canciones fúnebres y no lloraron…” Con esta comparación Jesús les está queriendo hacer notar que hay quienes no se compadecen con aquellos que sufren ni se alegran con los que son recuperados.

            ¿Distinguimos en nuestra propia mente y en nuestro corazón la resistencia a comprender la felicidad a la que Jesús nos ha querido invitar?

            Así como escandalizó a sus contemporáneos, también hoy nos escandaliza a nosotros. Hay que aprender a compartir la alegría de Dios y celebrarlo como lo hacía Jesús.

 

            La seguridad de Jesús de que “El Reino de Dios está entre nosotros” manifiesta que Jesús piensa que Dios se acerca a su pueblo, que Dios ha llegado a su pueblo. Y que el hecho de que El se acerque es algo bueno para nosotros, y que somos buenos nosotros –porque Dios no se va a acercar a lo que es malo-. Y Dios no viene a defender sus derechos ni a tomar cuenta de quienes no cumplen sus mandatos, ni a imponer su dominio religioso. Lo que le interesa a Jesús es liberar a las personas de cuanto las deshumaniza y las hace sufrir. No vino a reinar haciendo justicia sino vino a amar socorriendo a los pobres, defendiendo a los humildes.

            Y por eso Jesús impresionó desde el principio: porque en ese ambiente apocalíptico donde lo que se esperaba era la justicia –y con toda razón- Jesús anuncia la misericordia y la compasión. Y por eso le preguntaron “¿eres Tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” Los signos que daba Jesús no coincidían con lo que ellos estaban esperando. Dios no viene como un juez airado, sino como un padre de amor desbordante. La gente lo escucha desconcertada porque parece que Dios no venía a reinar sino a consolar, no venía a imponerse sino a curar, a aliviar el sufrimiento, restaurar la vida. Y les había llegado el turno a los eternamente postergados.

            A más de uno se le habrá ocurrido plantear: ¿por qué el reino de Dios es buena noticia para los pobres? ¿por qué van a ser ellos los privilegiados? ¿acaso Dios no ama a todos por igual? ¿por qué ellos primero? Y en definitiva, si Dios está a favor de los pobres sin tener en cuenta su comportamiento moral, sin tener en cuenta la justicia ni si son merecedores de ese privilegio ¿no resulta escandaloso? Pero Jesús nunca alabó las virtudes o las cualidades de los pobres moralmente hablando. Ellos probablemente no son mejores que los poderosos que los oprimen o que el sistema en general. Al proclamar las bienaventuranzas Jesús no dice que los pobres son buenos o virtuosos, sino que están sufriendo injustamente y que Dios se pone de su parte no porque se lo merezcan sino porque lo necesitan. La justicia de este Rey no consiste en ser imparcial con todos ni neutral, sino en hacer justicia a favor de los que son oprimidos injustamente.

            Esto marca un signo en la concepción de Dios: el merecimiento o la necesidad. Jesús viene a defender a los que nadie defiende, no importando si lo merecen o no. Y marca un signo liberador. No nos preocupemos tanto por la turbulencia que genera por ejemplo esta parábola en la que Jesús quiere hacer intentar entender a sus contemporáneos que el Padre es el dueño de la viña que paga lo mismo al que trabajó toda la jornada que al que trabajó los últimos minutos.

            Este Rey no se deja engañar por los sacrificios que se le ofrecen en el templo, ni por los ayunos, ni por las peregrinaciones a Jerusalén. Para Dios lo primero es hacer justicia a los pobres, a los oprimidos. El es el defensor de los desvalidos, el protector de los humildes, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados, el salvador de los desesperados.

            Nos guste o no, este es el ABC de Jesús.

Hay tres formas de distribución: la equidad, la justicia y la misericordia. Jesús ejerció la última, que contiene pero supera a las otras.