El amor que estremece el alma

jueves, 25 de agosto de 2011
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Venimos detrás del camino de San Juan de la Cruz de la fe por la noche oscura de los sentidos, la noche oscura en Dios, que conduce a un lugar de encuentro: Dios espera en Cristo para hacerse uno en el alma. Decimos alma y decimos el hombre todo en su conjunto, como la centralidad de la presencia de Dios, el corazón en términos bíblicos. Dios quiere habitar en lo profundo del ser.

San Juan de la Cruz, habiendo llegado a la cima, habla de esta experiencia, en este bello texto:

Llama de amor viva

¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

“Llama de amor viva que tiernamente hieres”. San Juan de la Cruz se pregunta ¿qué es esto que me toca tiernamente con tu ardor? Al ser llama de vida divina, hiere al alma con ternura de vida de Dios. La hiere y la enternece tan entrañablemente que la hace estremecer de amor. Porque si el corazón está cauterizado por el fuego del amor, no hay herida para él. Entonces, más que hablar de herida o lastimadura, deberíamos hablar de un estremecimiento, de un sacudón, como de hecho reza el Cantar de los Cantares hablando del encuentro del hombre con el misterio profundo de Dios, comparándolo con la relación de un amado con una amada: mi amor mete la mano por la abertura, me estremezco al sentirlo, al escucharlo se me escapa el alma. Ya me he levantado a abrir a mi amado, mis manos gotean perfume de mirra. Quiere decir que al encontrarse con el amado todo el ser se estremece, se sacude, como ocurre cuando dos adolescentes se enamoran, y es la primera experiencia de amor que va más allá de la amistad con los amigos o del amor familiar: un rubor, un escalofrío, un temblor, un sacudón. Por eso es bueno volver a esta primera experiencia del amor. Como dice Sto. Tomás de Aquino, lo que está al principio, definitivamente hay que ubicarlo al final. Esa primera experiencia del amor es la que de algún modo habla de cómo será aquel encuentro con el Amor donde todo nuestro ser viene a ser como estremecido. Lo que está al principio es lo que alcanzaremos al final. Y en ese final, a veces anticipado en el crecimiento del amor, cuando uno libera las fuerzas de sí mismo todo el tiempo en el encuentro se va estremeciendo. De ahí que la Palabra nos invite a volver siempre al primer amor.

“…de mi alma en el más profundo centro…” dice San Juan de la Cruz hablando de esta experiencia de la vida en el Espíritu Santo que ha herido profundamente el corazón del que se encuentra con Dios como el amor primero donde todo se sacude y tiembla. Esta fiesta del Espíritu Santo que se da en la sustancia del alma donde no puede entrar ni el más ínfimo sentido ni el mal. Y por eso es más segura, sustancial y deleitosa, porque es más interior. Cuanto más interior, es más pura; y cuanto más pura es más abundante, frecuente, totalmente se comunica a Dios allí. Es en el centro del alma donde se produce este encuentro, este desposorio, este sacudón interior que lleva desde una capa externa a la más interna de todas.
Cuando San Juan de la Cruz habla del centro del alma no es porque el alma tenga modos distintos sino que hay como capas, o como dice Santa Teresa de Jesús, hay muchas moradas, pero hay una que está en el centro, que es donde Dios espera. A ese lugar quiere dirigirnos la gracia de Dios cuando nos pone en profunda comunión con su misterio. Al centro. Aquí estamos libres y lejos de todo lo que puede turbar el alma. El único trabajo que se puede hacer aquí es darle la bienvenida a Dios, y es Él el único que opera, el único que hace. Por eso, llegar a este lugar es recibir la lluvia que empapa la tierra, donde ya no se hace el esfuerzo de traer en baldes el agua para regar el huerto, sino que es el agua que brota del cielo la que inunda el corazón, y no hacemos nada sino disfrutar de esa presencia que, además, sin nuestra industria, lo hace todo más bello. Se tiene hambre y sed de este lugar, como dice el salmo. Ese lugar del corazón, en cada uno de nosotros se expresa de diversa manera diciendo que lo desea, lo anhela, lo quiere, lo busca, lo espera: mi corazón no encuentra reposo hasta que no descanse en Ti, dice San Agustín. Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuando llegaré a gozar de la presencia del Dios viviente? Es ése el lugar del alma que se expresa. Y en vos está también este deseo de encuentro con lo más íntimo, diría San Agustín, de tu más profunda intimidad. Ahí donde Dios, dice San Juan de la Cruz, habita en su sustancia. En el Espíritu Santo vamos llegando por la gracia de Dios a la semejanza con aquella presencia suya que lo embellece todo. Es por el camino del amor donde se va produciendo este encuentro que nos hace uno con Dios.
El centro del alma es Dios. Cuando llegue a Él con toda la capacidad de su ser y con toda la fuerza de su obrar, de su inclinación, de su deseo, habrá llegado al último y más profundo centro en Dios. Esto sucederá cuando con todas tus fuerzas entiendas, ames y goces a Dios. Como dice Pablo: en Él vivimos, nos movemos y existimos, como invadidos, bañados, rodeados, compenetrados en el misterio, como siendo uno. Como cuando la esponja entra en el agua y cuando la sacás, todo lo que sale es agua, así también el alma cuando se sumerge en Dios. Nosotros como metidos en Dios, comunicando y trasuntando de lo más hondo de nuestro ser aquello que nos habita en lo profundo. Solo que tantas veces nos movemos sólo en la superficie. Para eso hay que hacer todo un camino de purificación donde Dios nos lleva a donde no sabemos, por donde no sabemos, saliendo de la noche de los sentidos, entrando en la noche de la fe, para penetrar en la noche de su misterio.
Cuando San Juan de la Cruz dice que la llama de amor hiere en lo profundo del alma, quiere decir que el Espíritu Santo la hiere, la embiste con toda la capacidad de su ser, su fuerza y su energía. Pero no puede alcanzar el perfecto estado de la gloria. Algunos santos han gozado de esta experiencia de ver la gloria de Dios, pero después se sufre mucho. Sto. Tomás de Aquino decía que después de haber contemplado la gloria quiso quemar la Suma Teológica, como diciendo “todo es nada”. Teresa de Jesús decía “todo pasa”. San Juan de la Cruz dice “vamos de nada tras nada porque la gloria nos espera”, no nos detengamos en el camino, sigamos hacia delante. En este sentido, cuando hay experiencia profunda de la gloria de Dios en lo más hondo del corazón, es como que las cosas se ponen en su lugar. Por ahí uno dice ¿por qué me preocupo por tanto? Y me termino preocupando por lo que me preocupo. Cuando en realidad hay que dejar que el alma se libere en todas sus fuerzas interiores dándole lugar a Dios para que se haga presente en la centralidad de la misma y desde ese lugar dejarnos llevar para no preocuparnos sino ocuparnos en las cosas de Dios y, como dicen algunos de tener experiencia de esto, quien se ocupa de las cosas de Dios, Dios dice no te hagás problemas, Yo me ocupo de tus cosas.

Padre Javier Soteras