El Dios de todos los posible

martes, 30 de diciembre de 2008
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Jesús dijo a la multitud:  “Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista, y sin embargo el más pequeño en el reino de los cielos, es más grande que él. Desde los días de Juan, el Bautista, hasta ahora el reino de los cielos es combatido violentamente y los violentos intentan arrebatarlo.  Porque todos los profetas, lo mismo que la ley, han profetizado hasta Juan.  Y si ustedes quieren creerme de verdad, él es aquel Elías que debe volver.  El que tenga oídos que oiga”.

Mateo 11, 11 – 15

La figura de Juan el Bautista, en el tiempo de Adviento nos muestra que el camino que conduce a la Navidad no es poesía. La Gracia de la Navidad pide disponibilidad plena, lo cual es ruptura con nuestras expectativas profundamente humanas, para entrar en aquello que san Ignacio de Loyola llama la “santa indiferencia”. Al punto tal que no nos interesa tanto salud o enfermedad, riqueza que pobreza, humillación que reconocimiento, sino sólo el querer de Dios y su voluntad.

Apertura a la vida de Dios pide el tiempo de Adviento que conduce a la Navidad. Juan es testigo de esto. Y por eso de aquí en adelante, por varios días, vamos a meditar sobre la figura de éste. El último de los profetas del ANTIGUO TESTAMENTO, el primero del NUEVO TESTAMENTOJuan, el primo de Jesús.

¿Qué nos quiere comunicar Dios en este tiempo de Adviento? El Señor nos invita básicamente a confiar.  A confiar que allí, entre la sencillez del apocamiento, entre la simpleza de vivir las cosas de todos los días en Él, Él hace su obra de Navidad. El Señor actúa en medio de nosotros, haciendo lo que tiene que hacer. Y lo dejamos hacer…

El tiempo del Adviento supone, como lo predicaba Isaías, y lo repite Juan, el Bautista: preparar los caminos del Señor, allanar sus senderos, rellenar los valles, enderezar los caminos.

En un corazón que se abre a compartir con los demás, el camino de la vida, el tiempo del Adviento tiene una invitación profunda a prepararnos realizando el camino recorrido hasta aquí, corrigiendo lo que haya que corregir, abriéndonos a la acción de Dios, mucho más allá de lo que podamos entender de lo mucho y lo grande que Dios hace cuando le dejamos la iniciativa.

El tiempo de Adviento básicamente es un tiempo de la confianza. Por eso, el más pequeño en el reino de los cielos, es más grande que el más grande de los hombres. Porque los pequeños en el reino, que son los que están entregados absolutamente a la acción de Dios, ganan el tiempo que vendrá porque se entregan absolutamente en las manos del Padre, que hace nueva todas las cosas. Ya no es por el esfuerzo, ya no es por la violencia que se conquista el tiempo que viene, sino por el abandono y por la entrega. Por el trabajo de conciencia en lo que tenemos que mejorar, revisar, corregir, abrir, dialogar, compartir, allanar diría el profeta, rellenar, enderezar los caminos. Sabiendo que Dios, en definitiva, es el que termina por hacer la obra.

¿Qué camino tenemos que realizar para alcanzar esta Gracia que nos viene de la Navidad? ¿Qué caminos hay que recorrer? ¿Qué caminos hay que rellenar? ¿Qué caminos hay que allanar? ¿Qué hay que enderezar? ¿Cómo tenemos que prepararnos?

Cada uno de nosotros, ya está recibiendo una Gracia anticipada de la Navidad, de la llegada nueva del Señor para nuestra vida. Y hay, en medio de nosotros en estos días que nos ponen en contacto con esta fiesta hermosa del Nacimiento nuevo de Jesús, una llamada concreta a convertirnos. ¿En qué? ¿Convertirnos desde dónde? Será un modo concreto de rellenar, de allanar, de convertir, de revisar.

Ayer recibí a la tarde una visita hermosa, de una amiga que venía con tres, cuatro imágenes que hablaban de lo mismo. Que las había estado rezando frente al Santísimo, mientras hacía una tarea pastoral en la comunidad a donde pertenece, y me dejaba un mensaje que me resultó realmente una llamada que Dios me hacía a la conversión para mi camino. Entregá el callado. Entregá la condición de ser pastor, y dejá que el Señor pastoree en tu pastoreo. Dejá el control, dejá que el Señor te sorprenda. Dejate conducir. Dejate llevar.

Claro, me conoce. Primero tiene aprecio, en el querer a la persona uno lo puede conocer más y mejor. Y la verdad que, desde ese conocimiento fraterno, cercano, acercándome esto, sentí que el Señor me ayudaba a preparar mi Adviento, y desde este lugar la Navidad. Desde este lugar de confianza, de despojo, de entrega, de soltarme y entregarme al querer de Dios.

Yo estoy seguro, que en tu camino también un mensajero del Cielo viene para traerte, sea por una canción, sea por una conversación, sea por una reflexión, un dato que habla del querer de Dios para este tiempo.

Este tiempo de Adviento de Jesús, que prepara los caminos e invita a la conversión, supone siempre un regalo grande que Dios nos hace de presencia, de consuelo, de palabra, que se traduce después en compromiso y tarea. El Señor cuando nos visita con su amor de Adviento, para prepararnos a recibir una gracia más grande; la de Él que se viene a instalar y a quedarse definitivamente con nosotros. Cuando nos visita nos moviliza y justamente en esa movilización, es donde se puede entender el querer de Dios.

Por eso estamos buscando, entre todos y cada uno en particular, ¿cómo es que Dios viene, en este tiempo de Adviento a mi vida? ¿Y qué es lo que está moviendo para que cambie y sea distinto en mí? Para que se transforme, para que me convierta. ¿Desde dónde está llegando a mí, en este tiempo, la Gracia? Y ¿cómo es que llega la Gracia? Que me invita a cambiar, a mejorar, a dejar modos de ser, para tomar otros modos de ser. Y comenzar y recomenzar un nuevo camino.

Hay seguramente un regalo de la Gracia de Dios, que está obrando. ¿Cómo actúa en mí esta Gracia? Tal vez sea una imagen de recuerdo del pasado, una memoria linda de cada Navidad celebrada. Tal vez sea el hastío, también, no? Uno de los modos como el buen espíritu actúa para quienes venimos muy de atrás en el camino, haciéndonos sentir que así como vamos no funciona más. Y es un modo con el que Dios nos está diciendo: cambiá, animate a dar un paso distinto. Animate a transformar tu vida, convertite. Así como va no funciona. Lo siente uno en el corazón. Siente uno que hay modos de ser, modos de actuar, hay modos de ordenar la vida, de generar la rutina cotidiana que no nos alcanzan más.

Solemos decirlo así, a veces, es como cuando uno va creciendo y se da cuenta que la ropa de la temporada anterior ya no le entra. Pasa con los adolescentes, cuando la mamá dice “qué estirón que pegó”. Viene el verano, y cuando se va a vestir para el invierno, se da cuenta que ya no le entra. Así también nos pasa a nosotros: hay modos de ser que ya no nos caben. Hay un modo de ser nuevo que se está gestando, y que hay que aprender a liberarse interiormente, para ir sobre ese nuevo modo, en el que Dios quiere tomar el protagonismo principal.

Puede que aparezca en nosotros el deseo de cambiar cuando, en medio de las dificultades, una luz de esperanza, inexplicable luz de esperanza, nos pone en contacto con lo que viene, sin saber mucho adónde vamos, pero con la certeza de que Dios conduce y que Él nos impulsa para ir allá con alegría, a pesar de que no estemos del todo bien. Es esa alegría que abunda en el corazón, la que me mueve a cambiar y la que me sostiene en el cambio.

¿Por dónde está llegando la Gracia? ¿Por dónde está llegando la Gracia a cambiar? Y ¿Qué soy llamado a cambiar? Son dos cosas muy importantes para poder emprender el cambio. Porque por donde llega la Gracia ya es todo un mensaje. Y lo que soy invitado a cambiar sólo lo podré hacer cuando sigo esa Gracia que visitó mi corazón. Gracia de alegría, Gracia de esperanza, Gracia de consuelo, Gracia de reconocer que así no van más las cosas, Gracia de fuerza con la que Dios me conduce para ir hacia delante en la transformación de mi propia vida. Mucho más allá de lo que yo podría por mis propias fuerzas.

Saber identificar la Gracia, para poder desde ese lugar de interioridad animarnos a aquello que es toda una tarea: la de la transformación de la propia vida. Eso que es propio del tiempo del Adviento, que conduce a la Navidad. Eso es rellenar los valles. Eso es bajar las colinas. Eso es enderezar los caminos. Eso es prepararse para la venida del Señor.

Lo que hace posible el cambio, la conversión, no es que nosotros nos subamos a una escalera para llegar al cielo. Por nuestro esfuerzo no llegamos a ninguna parte. Es en todo caso, el abandono, la entrega y la confianza plena en que Dios hace posible lo imposible. Es la confianza en el Dios que actúa en nuestra pobreza, en nuestra debilidad. De ahí que un discípulo de Dios de los imposibles, es capaz mucho más de lo que se imaginan, mucho más de lo que los otros esperan, cuando el discípulo del Dios de los imposibles hace presente al Dios que todo lo puede.

Una oportunidad para entregar a Dios nuestras imposibilidades de este tiempo del Adviento, donde el Señor quiere hacer posible lo que para nosotros resulta absolutamente inalcanzable.

DEJAR A DIOS SER ÉL MISMO. DEJARLO ACTUAR DE LO QUE ÉL MÁS SABE, DE DIOS.

Y en todo caso, a partir de nuestro abajamiento, lo vamos a ver en Juan, el Bautista, saber corrernos al lugar que nos toca, para que ocupe Él el lugar que le toca. Descubrir en Él el mejor lugar para nosotros. Es el protagonismo de Jesús el que nos permite llegar a ser, lo que estamos llamados a ser. Él es el que nos capacita para ser lo que estamos llamados a ser. Para cambiar lo que hay que cambiar.

A veces, cuando nos ponemos de cara al llamado de la conversión, nos encontramos con los repetidos defectos, las repetidas actitudes descolocadas, las contradictorias maneras de encarnar mal el mensaje evangélico. Estos defectos, nuestras imposibilidades no pueden ser para nosotros el obstáculo del cambio. Sino la gran oportunidad para conversar con el Dios de los imposibles.

Hemos hecho experiencia de vernos fracasados en las búsquedas y en los intentos de cambiar. Entonces es la oportunidad para comenzar a recorrer un nuevo camino desde el lugar de la Gracia, donde nos invita la interioridad a cambiar. No queriendo nosotros tomar el toro por las astas, no vamos a tener buen resultado. Lo más fácil es que el toro nos levante por los aires. Dejemos más bien que sea Dios el que vaya domando lo indomable en nosotros. El que vaya ordenando lo desordenado en nosotros. El que vaya actuando lo que todavía no se ha actuado en nosotros.

No lo va a hacer sin nosotros. Pero sí lo va a hacer Él, en nosotros y con nosotros. No lo podemos hacer sin Él. Es un fracaso que hemos experimentado una y otra vez, cuando frente a las realidades duras y difíciles de transformación de nuestra vida bajo el nombre y el signo que tienen, nos hemos encontrado lejos de la posibilidad de alcanzar lo que estábamos llamados a alcanzar: la transformación de la propia vida.

Dios y su protagonismo, en el tiempo de Adviento, dejarlo ser lo que está llamado a ser: Dios en medio de nosotros.

Todo el acontecimiento navideño es el acontecimiento del Dios de lo posible en lo imposible. “Para Dios todo es posible”, le dice el ángel a María. Y ella asiente de todo corazón, viendo cómo el Dios de los imposibles ha hecho posible que su prima Isabel esté embarazada. Ella, que era considerada estéril por todos, en la vejez está embarazada del que va a ser el precursor.

Todo en Navidad habla del Dios que hace posible lo imposible. ¿Cómo fue que llegaron a Belén? “Y tú Belén de Judá no eres la más pequeña entre todas, porque de ti nacerá el Salvador.” Era un edicto el que marcaba el camino, y ellos peregrinando en el silencio de la noche se encuentran cumpliendo la profecía, casi sin darse cuenta. Para que se cumpliera de una manera increíble. Lo que se dijo en la antigüedad, de que en ese pueblito perdido nacería el Rey del Universo: JESÚS.

Es increíble que resulte casi incomprensible que Dios se haya hecho niño, y que esté allí en la noche, en la oscuridad. Perdido en un pueblo que ni aparece en el mapa. Dios hace posible su nacimiento en medio de la imposibilidad. No hay lugar para ellos en el albergue.

Todo, todo, lo que habla de Navidad es imposibilidad. Todo, como una gran negación. Y en medio de esa gran negación, tal vez representada como en ningún lugar, en la noche oscura de Belén Dios se hace luz, se hace presencia. Llora en la niñez del niño que ha nacido. Despierta la alegría de los pastores, que por el anuncio del ángel se enteran “les ha nacido un Salvador. Lo van a descubrir, está envuelto en pañales acostado en un pesebre, junto a su madre.”

Es increíble cómo Dios abre caminos donde no los hay. Cómo Dios se hace posible. Yo quiero que nos conectemos con estos lugares imposibles para nuestras navidades. Si, el tiempo de la Navidad y empiezan a aparecer todas las cosas que nos distancian, donde no nos podemos encontrar. “Quisiéramos tener una Navidad en paz”, decimos y cuando planificamos el encuentro descubrimos que no todo está puesto en su lugar. Y que resulta imposible, porque lo hemos intentado en otras oportunidades, de recomponer vínculos que no son tan fáciles de recomponer. Sobre todo cuando se han dañado. ¿Qué hacemos? Como si nada pasara… No podemos. No nos reunimos… Tampoco. Intentamos aclarar las cosas. Cuando más se busca aclarar parece que las cosas más se oscurecen.

¿No será el tiempo de decirle a Dios que se haga cargo Él de la Navidad? Que sea Su Navidad, no nuestra reunión. No nuestra comida, no nuestros regalos. No nuestro querer armar una Navidad sin Él, aunque lo tengamos en casa. Sino que se muestre actuando en medio de tanta imposibilidad, de tanta negación que hemos creado alrededor del hecho navideño. Parate por un instante frente a la no celebración de tu navidad que se acerca, y pedile al Señor que porque Él sigue siendo Navidad, que en tus noches y en tus oscuridades, en tus negaciones y en tus imposibilidades, Él se muestre una vez más como el Dios de todos los posibles.

Padre Javier Soteras