El Dios todopoderoso se hizo cercano nuestro

viernes, 16 de mayo de 2014
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16/05/2014 – En el evangelio de hoy Jesús nos dice que "en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones" y que va a prepararnos un lugar. Desde la encarnación todo lo humano ha sido tocado por Dios. Cuando descurimos esta realidad desbordante de que Dios eligió quedarse a vivir con nosotros, nos damos cuenta de que Él está en todos lados, y que a la vez no puede ser atrapado.

 

“Jesús dijo a sus discípulos: "No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy".Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?". Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí."

Juan 14,1-6

Dios vive en nosotros

La Gloria de Dios se mueve en la carne humana, en lo simple y en lo sencillo. Dios ha puesto su morada bien cerca nuestro y su gloria se manifiesta en lo de todos los días. Si abrimos el libro de la palabra de Dios en el Génesis y en el Apocalipsis, nos encontramos con un Dios que nos quiere tanto que se empeña en vivir con nosotros como en su propia casa. En el principio vemos a Jacob que contempla el cielo inmenso donde Dios vive con los ángeles y ve como estos suben y bajan por la escalera que se pierde entre las estrellas.

Dios tiene su casa en el cielo, pero el Apocalipsis, nos completa esa visión primera, el ángel grita entusiasmado con vos poderosa cuando ve a la iglesia bajar del cielo toda resplandeciente, es la nueva Jerusalén, la casa de Dios en medio de los hombres. Ya no es el lugar donde habitan los ángeles, sino que Dios decidió habitar haciéndose uno de nosotros. Es la carne de María el lugar primero, dándose a luz en Belén. Es verdad no hay un lugar donde Dios pueda habitar. Ni el cielo, ni el universo ni mucho menos la humanidad puede contener a Dios. Creemos en un Dios que es profundamente cercano y a la vez nos trasciende.

Estas dos visiones la del principio, en la Biblia, y la del final, nos dan cuenta de una orientación para hablar de la casa de Dios, dónde y cómo encontramos a Dios, cuál es el lugar donde vive, dónde y cómo vive Dios junto a nosotros. Dios cerca y Dios que nos trasciende, Dios en la mano y Dios que no se deja atrapar, Dios amigo y Dios actuando de Dios.

Los hombres hemos mirado siempre a las alturas y hemos descubierto por instinto en ella a Dios, como algo que está mucho más allá de nosotros y, esta perspectiva de trascendencia no nos resulta extraña, es mas nos familiarizamos con el más allá en nuestra intención de búsqueda. Y descubrimos que desde siempre, leyendo las historias de las religiones, que Dios que está lejos tiene vínculo con los hombres que peregrinan en la búsqueda, bajo cualquiera de las formas en que este Dios es representado, está cerca del hombre. El cielo se puso a la mano, ha venido a morar entre nosotros. ¿Dónde se manifiesta la cercanía y la familiaridad de Dios en tu vida?

Puede que a la noche tomes consciencia de que toda tu vida, aún en medio de mucha intensidad, no es nada al lado de Dios que lo es todo. Y ese mismo Dios se hizo familiar a nosotros y se nos hizo pan de cada día. En la carne de los pobres y en el rostro de los sufrientes es donde Dios nos revela lo más hondo de su intimidad.

Los hombres hemos mirado siempre las alturas y nunca nos ha resultado del todo extraño. El mismo Jesús se acomodó a esta manera nuestra de pensar y nos dijo al hablar del Padre que estaba en el cielo. Y del cielo visible gobernado por el sol, y del firmamento estrellado, hemos pasado a colocar también en las alturas, el cielo dónde Dios se nos manifestará en gloria durante la eternidad.

Aquella es la casa definitiva de Dios, decimos, pero cómo es que el Señor ha dicho que ha venido a morar entre nosotros. Ahí es donde el cielo y la tierra se encuentran y de alguna manera comenzamos a comprender la afirmación de Jesús de “el reino de los cielos ya está entre ustedes”. Para hacernos a ello no tenemos que aferrarnos al tiempo sino vivirlo en clave de eternidad. Es hacer que cada instante tome carácter de eterno. Nuestra aspiración de eternidad hace que tengamos, a veces, esta falacia de actitud que nos hace intentar atrapar la eternidad en un momento. Es tiempo de abrirnos a la eternidad, en donde Cristo nos hace un lugar. Este segundo, este día compartido, habitado por Dios y vivido desde Él ya es eterno, porque Dios se hace al tiempo y nos invita a nosotros a vivirlo desde la eternidad.

Cuando descurimos esta realidad desbordante de que Dios eligió quedarse a vivir con nosotros, nos damos cuenta de que Él está en todos lados, y que a la vez no puede ser atrapado.

¿Cómo es que lo definitivo se ha instalado en el medio nuestro. El Apocalipsis nos dice que la morada de Dios es la iglesia. De la cual el apóstol Pablo nos explica que se va construyendo con piedras vivas, hasta que queda rematado un edificio fantástico y del todo singular.

El mismo apóstol dice que cada uno de nosotros somos la morada de Cristo, el cual vive en nosotros por la fe. Jesús nos precisó que cuando amamos a Dios, Dios viene a tomar posesión de nosotros y nos convierte en habitación suya, es nuestro huésped de lujo. Vendremos y haremos morada en Él, será nuestra morada. Tenemos preparada en el cielo, dice Pablo, una casa no hecha por manos de hombre, sino por Dios. Nos dice Jesús, su casa será siempre casa nuestra. Unimos este sentimiento de toda la humanidad, cuando nos dice Dios que está en las alturas y consideramos después lo que el mismo Dios nos ha dicho acerca de su casa.

Llegamos a la conclusión precisa y bella, de que Dios está en todo lugar, y particularmente está en aquello que es síntesis de todo el cosmos, nuestra propia realidad humana. Dios habita particularmente, en vos y en mi, en medio nuestro, en todas partes. Allí es donde somos más nosotros mismos. Si Dios está en todo lugar, entonces no hay lugar donde no pueda ser yo mismo.

“Si subo al cielo, allí estás tu, si bajo hasta lo más hondo del firmamento, allí te encuentro”, dice el salmo 139. Hay lugares que son increíbles y que demuestran que Dios está en todas partes y que no solamente se encierra en un templo que representa todo templo dónde Dios habita, y es síntesis del universo todo. Nuestras iglesias construidas, sino que mucho más allá de todo eso, Dios también sale a nuestro encuentro y nos habla en lugares inesperados. Sólo que para nosotros, hombres pobres, necesitamos señales en el camino que nos recuerden de la presencia de Dios que está en todas partes. El universo es templo de Dios, y ni si quiera el universo lo puede contener, porque Dios es mucho más.

Hay lugares que son para cada uno de nosotros especialmente significativos de la presencia de Dios. Cuando nosotros lo descubrimos en tantas partes, en el fondo, descubrimos en lo más profundo del ser que la morada que nos ha venido a preparar no está lejos sino en nosotros mismos.

Lo buscas… es que lo tienes

En lo más hondo del corazón buscamos la eternidad, lo que permanece, por eso nos genera tanta angustia descubrir que las cosas se acaban.

La búsqueda de Dios está familiarizada con la presencia de Dios, y la presencia de Dios tiene que ver con nosotros si lo buscamos por do quieres porque de alguna manera hemos quedado prendido con su presencia que nos ha hablado no desde fuera sino desde dentro.

Nosotros pensamos en Dios de muchas maneras y lo buscamos por doquier con ansias. No lo buscaríamos si no lo llevaríamos dentro. Sabemos gozarnos con Él, miramos como Jacob, el cielo azul y estrellado y encontramos allí a Dios en las alturas. Y sin embargo ninguna de ellas llega a colmarnos el alma, porque la búsqueda del rostro de Dios sólo será saciado frente a Él. Somos peregrinos del cielo y buscamos llegar a la patria eterna. ¿Es posible acercar ese cielo? Sí, si nos hacemos peregrinos de la ciudadanía eterna en medio de nuestras cosas. Somos peregrinos de la tierra, ciudadanos del cielo.

Una hermosa expresión de la presencia inmensa de Dios, el Dios que lo habita todo, este que particularmente nos habita por dentro y, que si lo buscamos como el ciervo o la cierva sedienta, que va detrás de agua, es porque de alguna manera lo tenemos, está con nosotros. Si lo buscas es que lo tienes.

El amor: la categoría de convivencia con Dios, el Amor

En el capítulo 14 en el evangelio de Juan, es un bonito ejemplo de cómo se practicaba la catequesis en las comunidades de Asia al final del siglo I. Era a través de preguntas de los discípulos y las respuestas de los maestros. Así los cristianos se iban formando y encontraban una orientación para sus problemas.

En el capítulo 14,5 tenemos las preguntas de Tomás y las respuestas de Jesús, la pregunta de Felipe y la respuesta de Jesús, en Juan 14,8-21, y la pregunta de Judas y la respuesta de Jesús en Juan 14, 22-26. La última frase de la respuesta de Jesús a Felipe, en Juan 14,21, constituyen el primer versículo del evangelio que hoy estamos compartiendo. “Yo le amaré y me manifestaré a Él”.

Este versículo es el resumen de la respuesta de Jesús a Felipe. “Muéstranos al Padre y eso nos vasta”. Jesús dice que quien me ha visto a Mí ha visto al Padre, y el que ama ve a Dios y contempla a Dios. Mostrar a Dios es posible gracias a esta experiencia de amor de Dios metido en medio de nosotros, amándonos e invitándonos a amar. Moisés había preguntado a Dios si era posible ver su gloria. En el amor somos puestos en clave al proyecto de Dios. El amor nos hace salir de la clusura y nos pone en sintonía de encuentro con lso demás. Amando e invitando a amar somos puestos de car a a Dios.

Moisés había preguntado si podía ver a Yavhé. Dios le respondió: “No podrás ver mi rostro porque nadie que ve mi rostro queda vivo, el Padre no podrá ser mostrado”. Esta era la respuesta hasta la llegada de Jesús. Donde al Dios que nadie ha visto nunca, nosotros lo hemos contemplado por la gracia y la presencia de un amor que nos hace accesible la luz infinita del misterio de Dios. Con la encarnación de Dios, todo lo humano ha sido tocado. Y ahora ver la gloria de Dios supone entrar en contacto con lo verdaderamente humano.

Quien no ama no conoce a Dios, pero quien ama conoce a Dios. El que tiene en su corazón mis mandamientos y los guarda le dice Jesús a Felipe, éste es el que me ama, dice Jesús. Y el que me ama será amado de mi Padre y Yo lo amaré y me manifestaré a él, y mi Padre y Yo haremos morada en él. Es decir la inmensidad de la presencia nuestra en todo lo creado, vendrá particularmente a establecerse en el corazón del amante, del que ama, y amar guardando la palabra, llevándola a su cumplimiento. Observando los mandamientos de Jesús, y este mandamiento, síntesis de todo, el mandamiento del amor.

Quién ama a Jesús será amado por el Padre, y puede tener la certeza de que el Padre se le va a manifestar. Este es el nuevo código de convivencia que revela la presencia de Dios, que viene como a mostrar el rostro de del Dios verdadero. “Yo busco tu rostro Señor, muéstrame tu rostro” dice el salmista, como cuando también dice “como la cierva sedienta busca corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti Dios mío”.

 

Padre Javier Soteras