El discernimiento en la vida cotidiana IV Las primeras 2 reglas de San Ignacio

miércoles, 23 de diciembre de 2009
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Cuarto encuentro: las dos primeras reglas de discernimiento

En el encuentro pasado propusimos como tarea el ejercicio de vincular nuestro deseo de servir con la alegría. Vincular. Juntar cosas que el evangelio junta y que el mundo separa. Discernir no solo es separar y distinguir sino también unir bien, conectar. En nuestro caso alegría y servicio. El mundo no suele vincular alegría y servicio. San Ignacio cuenta en su Autobiografía que “la mayor consolación que recibía (tanto al comienzo de su conversión como al final de su vida) era mirar el cielo y las estre­llas, lo cual hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sentía en sí un muy grande esfuerzo para servir a nuestro Señor” (Autob. 11).

Es que las alegrías de Dios vienen de su Amor gratuito y junto con el gozo que experimentamos se enciende en nosotros el deseo apostólico de servir a los demás.

Y decíamos que si el deseo de servir andaba flojón, cansado de ingratitudes, por ejemplo, que era bueno pedirle al Señor “una alegría doble”. Que nos mimara más, como le pedía Santa Teresita.

En vez de fruncir el ceño y servir refunfuñando, ser más sencillos y pedir más consolación al que puede y quiere darla.

Así, en cada encuentro tratamos de dejar plasmada alguna imagen del discernimiento. Las alegrías pasadas que permanecen como pepitas de oro que conservan su brillo y su valor; Nuestra Señora Desatanudos, que con paciencia desembrolla el hilo de nuestra vida tan complicada y vuelve las cosas simples como le gustan a Dios; el mal espíritu como el que nos asalta por teléfono y trata de envolvernos con falsas razones mientras nos mete miedo…

¿Qué imagen podemos elegir que exprese esa secreta vinculación que existe entre alegría y deseo de servir? Creo que una imagen linda es la de nuestra Señora en la Visitación. El Magnificat de María es al mismo tiempo canto gozoso de Adoración a Dios y servicio sencillo a los pequeños, concretado en las ayudas a Isabel.

Como ven, en estas reflexiones sobre “el discernimiento en la vida cotidiana” los “ejercicios” o “técnicas” que proponemos son muy sencillos –recordar alegrías duraderas, vincularlas con el deseo de servir…-, ejercicios simples pero con un contenido muy grande, profundamente teológico. Es que en las cosas de Jesús, el método, el camino, va muy unido al fin, que es Él, la Vida Verdadera. No se trata de un camino que sirva para ir a otros lados: el discernimiento no es una técnica que sirva para otras cosas. Así como la fe sólo tiene por objeto a Jesucristo, el carisma del discernimiento también: sólo tiene por objeto a Jesucristo. Valorar y elegir lo que nos une a Jesús y desenmascarar y rechazar lo que nos aparta del amor y la compañía de Jesús. Por eso, apenas uno se pone a reflexionar sobre el discernimiento, enseguida surgen gracias y tentaciones que quedan descubiertas. Y en primer lugar surgen las gracias grandes: las consolaciones duraderas y el deseo fervoroso de servir. Y también surgen las tentaciones que militan contra la alegría y que tratan de apartarnos del servicio del Señor, metiéndonos miedo y falsas razones.

Los tres pasos del discernimiento

Vamos a comentar ahora algunas de las reglas de discernimiento que San Ignacio comparte en su libro de los Ejercicios. En el título o introducción Ignacio nos dice que el discernimiento tiene tres pasos: El primero consiste en “sentir las mociones”, por eso, para discernir hay que dar tiempo a la oración, hay que contemplar el evangelio y tomar nota de los sentimientos que nos suscitan los pasajes de la vida del Señor.

Un segundo paso consiste en reconocer esas mociones, darnos cuenta (muchas veces confiriendo con alguna persona que nos acompañar) si son del buen espíritu o del malo.

El tercer paso, el más importante, consiste en “recibir” y poner en práctica esas mociones si son del buen espíritu y si las reconozco como tentaciones “lanzarlas” o rechazarlas inmediatamente. En la vida espiritual no hay cosas neutras. Todo lo que vivimos o nos acerca más a Jesús y nos vuelve más parecidos a él o nos aleja de su amor. El discernimiento espiritual tiene como supuesto que la vida es lucha dramática entre el bien y el mal y que esa lucha se da en todos los ámbitos de la vida. Cada cosa que sucede, cada sentimiento o pensamiento, cada decisión, debe ser leída e interpretada en este marco: o está con Jesús o está contra él.

Por eso, el discernimiento implica sentir y valorar pero sobre todo decidir. Es como cuando llaman a la puerta, si es un amigo, uno lo hace entrar inmediatamente, no lo deja esperando como a un vendedor. Y si es un ladrón uno cierra la puerta con doble traba y llama a la policía, no se queda charlando.

Las dos primeras reglas de discernimiento

Vamos a escuchar ahora las dos primeras reglas de discernimiento tal como las formula Ignacio:

En las PERSONAS QUE VAN mal en su vida espiritual, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados; en las cuales personas el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el juicio de la razón (EE 314).

En las PERSONAS QUE VAN intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor SUBIENDO, es el contrario modo que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar, y poner impedimentos, inquietando con falsas razones, para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones, y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante (EE 315).

Notamos cómo el criterio objetivo que utiliza Ignacio para expresar si uno va bien o mal es el servicio: las personas que van de bien en mejor subiendo en el servicio de Dios nuestro Señor. Nos quedamos con este sentimiento…

La dirección fundamental de nuestra vida

Estas dos primeras reglas de discernimiento, San Ignacio las escribió después que las otras pero las puso al principio. Vemos cómo hay un elemento personal y dinámico que influye en la manera como nos tratan tanto el Señor como el mal espíritu. En síntesis, lo que nos dicen estas dos reglas, es que la estrategia del buen espíritu para ayudarnos y la del malo para perdernos varían de acuerdo a la dirección fundamental de nuestra vida, dirección que se juega en el servicio. Cómo andamos en el servicio, de bien en mejor subiendo o de mal en peor bajando.

Dios nuestro Señor siempre es bondadoso y busca nuestro bien, pero no siempre puede comunicarnos su gracia. Si nosotros andamos mal, esclavos de alguna pasión egoísta que nos lleva a servirnos a nosotros mismos, el buen espíritu sólo puede “punzarnos y remordernos la conciencia con el juicio de la razón” que nos dice: eso está mal. Estarás muy apasionado y sin querer escuchar nada pero esto al menos podés escuchar: si no servís estás mal, si obrás mal vas a andar mal: el que mal anda mal acaba.

El mal espíritu, en cambio, cuando uno actúa egoístamente y va de mal en peor bajando, lo que hace es “enjabonarnos el tobogán”. Al que es egoísta y busca su propio interés pareciera que todo le sale bien. Esto que constatamos con escándalo a diario, para Ignacio es una señal clara de que detrás está el mal espíritu. Es que el mal espíritu busca conservar a las personas en sus vicios y si es posible que estos aumenten. Como la droga, cada vez se necesita una dosis mayor y siempre se encuentra alguien dispuesto a venderla.

En cambio en las personas que tratan de obrar bien y que van “en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo”, todo acontece de modo contrario que en la consideración anterior. San Ignacio dice:

Porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar, y poner impedimentos, inquietando con falsas razones, para que no pase adelante (en el servicio de Dios nuestro Señor); y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones, y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante” (EE 315).

Quiero que notemos bien, por un lado, los sentimientos contrarios:

Si uno está sirviendo –a su familia, a la patria, a la Iglesia, a los pobres, el mal espíritu lo va a maltratar (morder y tristar), en cambio el bueno le va a dar ánimo, fuerzas y consolaciones.

Si uno está sirviendo el mal espíritu lo va a “inquietar con falsas razones”, el bueno, en cambio “lo aquietará quitando impedimentos” Notemos el fin: el buen espíritu desea que “sigamos adelante en el bien obrar” –nos enciende con deseos de servicio-, en cambio el malo pone trabas para que no pasemos adelante –busca boicotear el deseo de servicio. El bien obrar es decisivo para discernir los sentimientos, pensamientos y emociones que nos sobrevienen.

El criterio del servicio, si uno va sirviendo más a los demás o menos, es una de las grandes claves para discernir el mundo de los sentimientos y pensamientos que varían tanto. Ignacio lo expresa al contar cómo lo trataba Dios al comienzo de su vida espiritual:

En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole; y ora esto fuese por su rudeza y grueso ingenio, o porque no tenía quien le enseñase, o por la firme voluntad que el mismo Dios le había dado para servirle, claramente él juzgaba y siempre ha juzgado que Dios le trataba desta manera; antes si dudase en esto, pensaría ofender a su divina majestad” (Autob. 27). Es decir, Dios mismo le enseñó a discernir mucho mejor que otros más letrados que él, gracias a que él fue fiel a ese deseo de servir que Dios le imprimió en el alma.

Como ejercicio podemos proponernos hacer algún acto de servicio al prójimo o de oración al Señor que nos implique un esfuerzo mayor al que normalmente hacemos. Verán cómo enseguida se suscitan movimientos interiores en nuestro corazón: por un lado surgen muchas razones para “no hacer demás” y por otro ánimo y alegría del Señor y fuerza para realizarlo”. ¿Nos animamos?.