El don de la vida matrimonial

lunes, 14 de noviembre de 2011
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Las sagradas escrituras se abren con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios, en el libro del Génesis 26 y 27. Así aparece Dios reflejando su rostro desde la creación a través de lo que Él considera lo que más se le parece de todo lo que ha creado. Se cierra también este relato bíblico con la visión de las bodas del cordero. De un extremo al otro, de las sagradas escrituras se habla del matrimonio y de su misterio, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de su realización diversa a lo largo de la historia de la salvación y sus dificultades nacidas del pecado, de su renovación en el Señor, todo ello en la participación de la nueva alianza de Cristo, el Señor. Este misterio de amor, de la vida matrimonial, queremos celebrar hoy.

Hoy compartimos:   Canciones que te dejaron una huella en el encuentro con tu esposo/esposa.

La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del ser hombre, del ser mujer. Según estos, salieron de la mano del creador y se constituyeron en uno para mostrar el rostro unitivo con el que el misterio de Dios se celebra dentro de sí mismo.

El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido tener a lo largo del tiempo, de los siglos, en las distintas culturas, las estructuras sociales, las actividades espirituales. Estas diversidades no nos puede hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes, a pesar que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad, existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión entre un hombre y una mujer. La salvación de las personas y de la sociedad humana, está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y de la comunidad familiar y lo descubrimos particularmente a esto cuando hacemos lectura del acontecer desvariado con el que la sociedad intenta salir de sí misma desde el momento en el que se vive para encontrar una manera más equilibrada de establecerse en el mundo de hoy. Cuando analizamos el conjunto de lo que acontece y los fuertes desequilibrio que se dan en el concierto de la vida social, llegamos a los núcleos fundamentales de la convivencia humana y nos encontramos en la familia como el núcleo primario que si lo logramos constituir de la mejor manera y lo podemos multiplicar por todas partes, estamos en condiciones de rescatar la red humana en su conjunto. Por eso el valor del trabajo que supone para la pastoralidad, el trabajo firme en la pastoral de la familia, trabajo hecho con conciencia, con creatividad, desarrollado con presteza, recreativamente planteado a las exigencias que hoy tiene la vida de la familia.

Cuando tuve la posibilidad de visitar la diócesis de Guadalajara, visitando Radio María en México, y ayudando mutuamente a Radio María México y a Radio María Argentina para su vinculación, crecimiento y desarrollo, me sorprendió la cantidad de vocaciones que hay en Guadalajara. En el seminario más de 400 vocaciones mayores y más de 1200 menores. A veces este fenómeno tiende a tener algunas características que uno no comparte siempre en lo que hace al modo de la captación de lo vocacional por ciertos rasgos de planteamiento de la vida sacerdotal y de la vida vocacional en particular. Pero no era el caso. Ni es el caso. Cuando yo pregunté con mis prejuicios de que un seminario lleno era casi siempre una postura no muy saludable del modo de captar la vocación en su conjunto por algunas actitudes disciplinarias y ciertamente por allí ideológicas de un marcado sesgo muchas veces no siempre, digámoslo así en el espíritu del Concilio Vaticano II, me encontré por el contrario en Guadalajara con una respuesta que tiró por tierra mis prejuicios. Y cuando pregunté cómo era, ya casi como teniendo yo una sentencia respecto del tema vocacional por la cantidad de vocaciones que había en el seminario, cómo era el proceso vocacional, cómo era la pastoral vocacional, me dijeron, no hay pastorales vocacionales en ésta diócesis, hay una opción de la pastoral familiar, con la certeza de que las vocaciones brotan de la vida de la familia. Y allí una vez más pude comprobar de el valor del trabajo hecho en serio en las pastorales familiares, y cuánto se juega del desarrollo de la vida cristiana en el mundo de hoy, la pastoral en la familia. Esta discusión que se ha abierto ahora en torno a la vida, desde el comienzo hasta el final, está salvada a mi manera de entender, si nosotros ponemos todo nuestro esfuerzo más que en defender la vida en promocionarla desde la vida de la familia en sentido integral. Si nos ocupamos de una pastoral familiar con mucha mayor creatividad, esfuerzo, empeño, inversión, trabajo en serio, acompañamiento en todos los sentidos, con la complejidad que la vida de la familia hoy tiene, plantea, y exige a la iglesia como respuesta, seguramente muchas de las preocupaciones que tenemos hoy de defender la vida, estarían como resueltas si una cultura por la vida desarrollada en el ámbito de la vida de la familia, estuviera claramente planteada desde la pastoralidad de la iglesia.

Dios ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, es la vocación fundamental, nata de todo ser humano porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios es amor y un modo excelso de la manifestación de esa presencia de amor de Dios en lo humano, lo vincular entre el hombre y la mujer, constituidos en una sola realidad, una misma carne para mostrar el rostro humano de lo divino. Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre el hombre y la mujer se convierte en imagen del amor absoluto, indefectible con que Dios ama al hombre. Por eso es Sacramento, porque es signo de la presencia de Dios.

 El amor entre el hombre y la mujer, constituidos en vínculo estable y para siempre en relación marital, y expresado en la unión hasta constituirse una sola carne, da reflejos de la presencia del amor de Dios en el universo todo. Este amor es bueno, es muy bueno a los ojos del creador según el libro del Génesis 1,31. Este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo. Es un amor que procrea y se manifiesta también mucho más allá, en el cuidado de la creación, Dios los bendijo y Dios les dijo, sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla.

El hombre y la mujer han sido creados uno para el otro, y por eso Dios entiende y da a entender que no es bueno que el hombre esté solo. La mujer carne de su carne, el hombre carne de su carne. La creatura más semejante a uno y a otro es el otro, y les da Dios un auxilio mutuo que habla de la necesidad de estar para siempre vinculados, como encontrando en el otro lo que complementa al sí mismo. Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, a esta relación vincular primaria familiar y se abre a una experiencia semejante a la de su padre y a su madre, en un vínculo de amor que le hace ir al encuentro de quien es complementariedad perfecta para su vida. Se une uno a la mujer, otro al varón, se hacen una sola carne y se encuentran a sí mismos en esa unión.

El hombre y la mujer, en el matrimonio, habiendo encontrado la parte que es complementariedad de sí mismo, recorren un camino de proyectos, se ve también afectado por esta fuerza de destrucción que llamamos pecado. Esto hace que la relación entre el hombre y la mujer sean también compleja.

La unión del hombre y la mujer vive siempre como amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos, los conflictos que pueden conducir hasta el odio, la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, puede ser más o menos supurado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.

El amor no es una realidad idílica, tiene características de ensueños cuando aparece y características de pan duro también cuando el tiempo pasa, y la verdad sea dicha, no porque sea difícil y complejo no sea igualmente más bellamente desafiante. El amor del hombre y la mujer que afronta estas características particularmente concretas de siempre estar trabajando sobre la propia naturaleza y sobre la naturaleza del vínculo, para ir madurando desde las mismas dificultades, el amor que une para siempre.

 Según la fe, este desorden constatamos dolorosamente no está en la naturaleza del hombre, ni de la mujer, ni en la naturaleza de su relación, sino en el pecado. El primer pecado es ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Así lo relata el libro del Génesis.

La ruptura con Dios que se produce en el corazón de la humanidad rompe con el resto de los vínculos y el primero que se ve distorsionado, es el amor recíproco entre el hombre y la mujer, de allí la necesidad de cuidar el vínculo primario, es decir aquel hacia el cual Jesús dice que hay que apuntar todos los esfuerzos y a partir de allí vivir todas las demás relaciones.

El amor a Dios por encima de todas las cosas y el a sí mismo como el amor al prójimo en una segunda instancia.

 Cuando nosotros cuidamos este vínculo en Dios, crece el amor también en lo vincular entre nosotros. Cuando esto no está, las relaciones quedan distorsionadas, agraviadas, es otro activo mutuo el don propio que el Creador a dado a uno y a otro, se ve como afectado, se cambia en relaciones de dominio, de concupiscencia.

 La hermosura de la vocación del hombre y la mujer de fecundidad, de multiplicación, de someter la tierra, queda sometida al dolor, al sufrimiento, al esfuerzo de ganar el pan, todo se hace complejo, duro y difícil por esta presencia de destrucción frente al cual el matrimonio debe saber pararse para afrontarlo con la grandeza con la que Jesús pide que afrontemos la fuerza del viento en contra que tenemos mientras navegamos por la vida constituyendo el ser familiar y el ser vinculo de alianza nupcial.

En este sentido siempre está la ayuda de Dios. Siempre está la presencia de Dios que engrandece el alma, que la reconforta en la lucha, que la anima y la alienta en la búsqueda siempre del amor que se puede afectar y la necesidad de volver entonces al primero de los vínculos que nos hizo constituir en una sola carne, en una sola realidad, hombre y mujer unidos en matrimonio en complementariedad.

En su misericordia Dios no abandonó al hombre pecador, las penas que son consecuencia del pecado, dolor de parto, trabajo con sudor de frente, constituyen remedios que limitan los daños del pecador. La caída, tras la caída, el matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer y abrirse al otro, a la ayuda mutua al don del sí. La conciencia a la unidad y a la indisolubilidad al matrimonio, se desarrolla bajo la pedagogía de la ley antigua. La poligamia de los patriarcas, de los reyes, no es todavía prohibida de una manera explícita, no obstante la ley dada por Moisés, se orienta a proteger a la mujer contra el dominio arbitrario del hombre aunque ella lleve también, según la palabra del Señor, la huella de la dulzura del corazón de la persona humana, razón por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer.

Cuando contemplamos la alianza de Dios con Israel, bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo, los profetas fueron preparando la conciencia del pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y la indisolubilidad del matrimonio en eso que decíamos, en ese modo como Dios fue llevando progresivamente al pueblo. Yo cuando fue el tema del matrimonio igualitario lo vi claramente esto. Cuando uno ve los desajustes que existen en relación al vínculo, varón y mujer, una vez y para siempre, indisoluble, de una unidad perfecta, cuando ve el modelo que Dios en Cristo quiere y las dificultades que los hombres en estos tiempos tienen para encontrar en relación a este modelo, siente una necesidad de proponerlo con más fuerza, con mayor vitalidad, con mayor decisión, con mayor determinación. Uno tiene que suponer de entrada que quienes no entienden y viven de otra manera distinta a la que nosotros proponemos, desde nuestro modo de entender la fe en Cristo, el vínculo varón y mujer, necesitan de una testimonialidad y de una enseñanza doctrina, pero por sobre todo de una testimonialidad cada vez más clara.

Al igual que con el tema del aborto, si nuestras familias estuvieran más trabajadas en orden a los valores evangélicos fundamentales de la convivencia familiar, en defensa a la vida, en relación a la lucha que supone la presencia del pecado que busca destruir la unidad y el modelo, seguramente lo testimonial y la fuerza del valor doctrinal con que la iglesia propone la vida matrimonial y el valor de la vida en la vida de la familia, serán suficientes argumentos como para atraer con su propia belleza cualquier otro tipo de consideración que no contemple estas miradas tan verdaderamente bellas con la que Jesús propone, la vida en su plenitud, desde el comienzo hacia el final y la vida de la familia en la unión indisoluble de una vez y para siempre del matrimonio tal cual la Nueva Alianza lo propone en Cristo. Si eso todavía no ocurre  en la sociedad, no tenemos que considerarnos atacados por ella, sino en todo caso invitado por ella a re proponer y a re inventar, a recrear y a una vez más, mostrar la belleza de la condición con la que Cristo quiere el don de la vida desde el principio hacia el final, el don de la vida matrimonial en su conjunto vivido como riqueza, misterio de alianza, que el mismo Jesús propone del de sí mismo en el vínculo con su pueblo, la iglesia.

 

                                                                                                    Padre Javier Soteras