El Espíritu Santo, dador de la verdadera alegría

jueves, 26 de mayo de 2022
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26/05/2022 – “Sembrar entre lágrimas para cosechar cantando, saber que después del tiempo de la desolación viene el tiempo del consuelo, que el fruto del buen trabajo sin duda es la alegría y que el Espíritu Santo es el dador de este don maravilloso del gozo y la alegría en el corazón”, comenzó diciendo el Padre Javier Soteras; en el día de San Felipe Neri, el santo de la alegría, y a quién le consagramos lo compartido en la Catequesis de hoy.

 

Jueves de la VI semana de Pascua

“Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver».  Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿Qué significa esto que nos dice: «Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver?». Decían: «¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir».  Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: «Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: «Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver». Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo”.

Juan 16,16-20

 

El Espíritu Santo, dador de la verdadera alegría

El Espíritu Santo es el dador de toda alegría. El Espíritu Santo es el que convierte nuestra debilidad en fortaleza; nuestro luto, en gozo; sana lo que está enfermo; doblega nuestros ánimos crispados; endereza lo torcido; da calor a nuestras vidas; pone en movimiento nuestras almas paralizadas, convierte en fiesta nuestros llantos. Es la Divina Persona de la Alegría, que procede del amor del Padre por su Hijo, Jesucristo.

Sólo el Espíritu Santo es fuente de la verdadera alegría, a la que aspira siempre el corazón humano. Estamos hechos para la alegría y la felicidad, no para la tristeza y la desdicha. Hay alegrías engañosas y pasajeras, que no llenan el corazón y al final nos dejan un gran vacío. Sólo el Espíritu Santo nos da la alegría profunda, y verdadera a la que aspiramos, alegría que nos hace sencillos, serenos, contemplativos, serviciales y misioneros.

 

Que nada impida tu alegría

¿En qué situación de tu vida sentís que el Espíritu Santo debe brillar con gozo y alegría? Solo el Espíritu Santo nos da una alegría honda y profunda, una alegría que nos hace sencillos, serenos, y nos permite contemplar desde el servicio la obra que Dios hace, a pesar nuestro, y eso pone de manifiesto la grandeza con la que Él actúa.

Esta acción de gloria de Dios en medio nuestro, que nos hace estar felices, recordemos lo que compartía Pablo  en la carta a los Filipenses 4: “Alégrense siempre en el Señor, repito, alégrense”;  cuando él escribe esta nota está preso y sin embargo invita a la alegría.

No son las circunstancias las que nos traen la alegría, sino el Espíritu Santo, que es el motivo de nuestra alegría.

 

La Iglesia, casa y escuela de la alegría

La alegría tiene una casa. La Iglesia como comunidad de Jesús, está llamada a vivir la alegría del amor fraterno. Es un signo para el mundo de comunión con Dios y con todas las personas. Una Iglesia triste no es capaz de convocar. Una Iglesia cerrada en sí misma, no es luz para las naciones, ni reflejo de Jesús y no podría atraer a nadie. La Iglesia convoca, atrae, anima, convence, cuando es casa y escuela del amor y de la alegría pascual, cuando predica y vive la certeza feliz de la resurrección.

El Papa Francisco nos dice que “el mensaje cristiano se llama “Evangelio” o “buenas noticias”, una proclamación de alegría para todo el pueblo; la Iglesia no es un refugio para la gente triste, la iglesia es la casa de alegría”.

 “La Iglesia crece no por proselitismo, sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”. La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión con los simples, los humildes, los pequeños y los sencillos.

 

La alegría de vivir en comunidad

La alegría provoca comunidad, y el estar juntos hace renacer la alegría. La primera comunidad cristiana vivía la experiencia de la Resurrección con una alegría que les desbordaba, y que no era fruto de una ilusión, sino de la experiencia de tener a Jesús entre ellos.

Gracias a su estilo de vida fraterno, la comunidad primera “gozaba de la simpatía del pueblo y el Señor hacía que los salvados cada día se integraran a la Iglesia en mayor número”. Porque celebrar al Señor en comunidad es nuestra alegría.