04/05/2022 – En “Terapéutica de las enfermedades espirituales”, el padre Juan Ignacio Liébana habló del papel terapéutico del acompañante espiritual y la importancia de trabajar los pensamientos en el combate interior contra las tentaciones. “El discernimiento, tal como suelen entenderlo los Padres de la Iglesia, es un carisma que el hombre recibe cuando alcanza los niveles más altos de la vida ascética, cuando llega al final de la praxis y logra la impasibilidad. La tradición patrística considera al padre o madre espiritual como un terapeuta capaz de curar a quien se encomienda a sus cuidados y conducirlo a la salud. El hombre, al comienzo del camino espiritual, sigue experimentando cierta reticencia y manifiesta cierta resistencia a ponerse en manos de un padre espiritual, a dejarse guiar y curar por él, especialmente porque esto le exige, como veremos a continuación, revelarle su vida interior y mostrarle sus enfermedades. Dice san Gregorio Nacianceno: “Todo el celo que había que poner para desvelar la enfermedad a los ojos de quien la cura, lo empleamos para zafarnos del tratamiento. Empleamos nuestro valor en perjudicarnos y nuestra ciencia en luchar contra nuestra salud y nos empeñamos en no dejarnos tratar por los remedios de sabiduría que curan la debilidad del alma”. Juan Clímaco escribe: “Se engañan los que confían en ellos mismos y piensan que no necesitan de nadie que los guíe”. La necesidad de la dirección espiritual se basa en primer lugar en la dificultad que tiene el hombre para conocerse a sí mismo y juzgarse adecuadamente. Mientras está habitado por las pasiones, el hombre tiene el juicio deformado. Sometido especialmente a la vanidad y al orgullo, “es rápido para ver el pecado del prójimo, pero lento para reconocer sus propias imperfecciones”, dice san Basilio. El apego a la voluntad propia, la ignorancia de las trampas y peligros y los medios adecuados para sortearlos obligan a la humildad de dejarse conducir por otro que ve más y mejor que nosotros. No son solo los “principiantes”, como podría creerse, los que tienen necesidad de semejante dirección, sino incluso los “avanzados” más prevenidos. Las trampas levantadas por los demonios son tanto más numerosas y más sutiles cuanto más avanza el hombre y se acerca a la meta, y los caminos que emprende son cada vez menos conocidos para él. Sin la ayuda de un padre espiritual experimentado, que conoce la ruta, el hombre no puede lograr su objetivo”, sostuvo Liébana.
“Veamos algunas características que debería tener un padre espiritual. Aunque muchos se crean capaces del carisma de la dirección espiritual, son pocos los que logran la impasibilidad, es decir, el no estar dominado por las pasiones (en especial las más sutiles como la vanagloria y el orgullo), para poder ejercer este ministerio. Por ello, el padre espiritual ha de ser un hombre probado, experimentado en el combate espiritual, “su propia experiencia le hace capaz de impedir caer a los demás”, dice san Juan Clímaco. La iluminación del Espíritu Santo confiere al padre espiritual un poder que es especialmente necesario para su función: la cardiognosis (conocimiento de los corazones). Este carisma le permite leer en los corazones, conocer directamente y en su intimidad al “hombre interior” y superar así el plano de las apariencias a menudo engañosas, hasta percibir en su hijo espiritual lo que él mismo ignora, sus enfermedades inconscientes, sus tendencias y pensamientos secretos. Este conocimiento no es para juzgar y condenar a su hijo, sino únicamente para establecer un diagnóstico más exacto sobre su estado y determinar así el tratamiento que mejor le conviene. La humildad es condición y signo de la paternidad espiritual auténtica, que se traduce en la conciencia de ser él mismo pecador, tanto o más que aquel a quien pretende curar y guiar. La compasión hacia aquellos a quienes cuida, brota de un corazón humilde, que lleva a asumir las enfermedades de sus hijos, como Cristo cargó con las enfermedades de la humanidad. Esto se traduce en una disponibilidad total, en una enorme paciencia y en mucha dulzura e indulgencia. Este cuidado delicado hacia el enfermo hace que la terapéutica sea eficaz”, dijo el padre Juani.
“También tienen que haber algunas disposiciones necesarias en el corazón del llamado hijo. El tratamiento espiritual exige en su conjunto una colaboración activa y permanente del enfermo. Tras haberlo escogido al director espiritual cuidadosamente, debe serle fiel. Esta fidelidad es la condición de una continuidad en la terapéutica sin la cual no podría ser eficaz, pues el tratamiento que permite adquirir la salud espiritual es siempre prolongado y se ve afectado por cualquier interrupción. La obediencia es el primer deber del hijo hacia su padre espiritual. Los Padres de la Iglesia presentan a menudo la obediencia como un camino que da acceso directamente a la curación espiritual y a la salvación, que lo lleva a renunciar a su propia voluntad, que es una de las principales fuentes de sus enfermedades, pues es el principio del orgullo. Le ayuda, por tanto, a adquirir la humildad, que es una de las virtudes fundamentales, una de las principales puertas de la gracia divina. El hijo espiritual debe confiar a su padre todos sus pensamientos, y no ocultarle nada de su vida interior, sino ponerla en sus manos, pues la manifestación de los pensamientos reviste, como veremos a continuación, una importancia primordial dentro del marco de la terapéutica y de la dirección espiritual”, expresó el sacerdote porteño.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS