El paso de Dios nos ocurre junto a otros y nos hace ser Pueblo

lunes, 30 de marzo de 2009
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“Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia.  Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.  Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.  Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.  El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.  Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando:  ‘Respetarán a mi hijo’.  Pero, al verlo, los viñadores se dijeron:  "Éste es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".  Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.  Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?".  Le respondieron:  "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo".  Jesús agregó:  "¿No han leído nunca en las Escrituras:  La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular:  esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?.  Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos".  Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.  Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Mateo 21, 33 – 43. 45 – 46

La historia de un pueblo en una parábola pascual

La línea narrativa de la parábola es clara por sí misma: tratando de señalar quién es quién en la parábola, salta a la vista que: la viña es Israel, el dueño es Dios, los arrendatarios son los jefes del pueblo judío, los criados son los profetas, el hijo muerto es Cristo Jesús. Y el castigo de justicia, además de la destrucción de Jerusalén y del templo, es la entrega de la viña a otros; es decir, la admisión del paganismo al Reino nuevo de Dios. Se les quitará a ustedes y se les dará a otros, dice al final Jesús.

Los sumos sacerdotes y los fariseos –dice el texto- al escuchar la parábola, comprendieron que se refería a ellos, por lo que trataban de detener a Jesús. Pero tuvieron miedo a la gente, porque lo consideraban un profeta.

En realidad, la parábola es una lectura en compendio, sintética, de la historia de Israel hasta la fundación de la Iglesia de Jesús como nuevo Pueblo de Dios, pasando por los profetas y por Cristo mismo, que anunció el Reino y fue constituido en la piedra angular de todo el plan de salvación, mediante su misterio pascual de muerte y resurrección. Por eso decimos que estamos ante la historia de un pueblo en una parábola pascual. Con el acontecimiento pascual de Cristo pasa como con la manifestación de Dios en la primera pascua judía: es decir, se abre una visagra -que marca un antes y un después de aquel paso de Dios- que permite ver todo lo vivido desde este lugar. Con Cristo también: ahora todo puede leerse hacia atrás en perspectiva de cómo fue ordenado el proyecto que el Padre tenía pensado. La pascua es un punto de inflexión desde donde se puede leer la historia. También sucede así en tu propia pascua.

Hay momentos en que el paso de Dios -que suele ser movilizante y crucificante, al mismo tiempo que trae vida nueva- nos permite ver hacia atrás y descubrir cómo Dios permitió determinados acontecimientos y cómo uno puede reconciliarse con esa historia con la novedad de su paso en medio nuestro. Cada uno puede identificar sus pascuas, en las que como una visagra se abre la historia personal por el paso de Dios y qué sentido tiene lo vivido cuando lo leemos desde Dios. Intentá marcar en tu agenda el momento en que Dios te quitó el velo y te permitió dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro.

Hay encuentros que son reveladores, sorprendentes lugares donde Dios se revela en medio del dolor y del sufrimiento, cuando todo parece desarmarse y carecer de valor… Habitualmente esos lugares pascuales marcados en nuestra propia agenda son momentos fundacionales, vienen de la mano de una mirada nueva sobre las cosas. Con memoria agradecida, agradecé ese momento, ese acontecimiento pascual que permitió darte cuenta que toda tu vida tiene nuevo sentido.

El paso de Dios nos ocurre entre otros y nos hace ser Pueblo

Tanto en la primera pascua judía -de la mano de Moisés-, como en la segunda pascua -de la mano de Jesús-, el acontecer liberador y redentor termina por configurar un entramado de lazos que constituyen vida en común en Dios, creando un pueblo en Dios. El primer pueblo de Dios, bajo el signo de la primera pascua liberadora en Egipto, bajo el yugo del faraón; el segundo pueblo de Dios, bajo la acción liberadora del pecado y de la muerte como consecuencia más terrible, por mano de Jesús que, entregando su vida como Hijo de Dios, termina desde el amor con este flagelo humanitario y del cosmos todo.

Tenemos entonces el antiguo pueblo de Dios, nacido de la primera pascua con Moisés como líder; y el nuevo pueblo de Dios, constituido por Cristo, la piedra angular. Si vos contemplás tu historia de salvación, desde tu pascua, vas a poder notar que el paso de Dios en tu vida te hizo pueblo en Dios. Te ocurrió mientras le ocurría a otros, con quienes Dios te quería caminando junto a ellos. No es una acción individual, sin dejar de ser personalizante, sino que es una experiencia comunitaria, que presupone una relación de alteridad. ¿Quiénes son aquéllos con los que te hacés pueblo, cuál es tu comunidad, quienes son los que caminan junto a vos, esa porción del pueblo que es tu comunidad. En el camino de salvación nos salvamos con otros. Dios es comunidad, Trinitario, y actúa siempre en clave comunitaria. Cuando ha habido un encuentro verdadero y genuino revelador de vida, la persona busca lazos comunitarios para encontrarse con los demás.

El salmista clama existencialmente: muéstrame tu rostro. Y Dios le contesta: pueblo es mi rostro, vida en familia son mis rasgos característicos. Ése es el rostro de Dios, del que el mundo tiene hambre. Hambre de fraternidad, rasgos y capacidad de ser uno con los demás. En la vida comunitaria, ¿qué rasgos del Dios vivo proclamamos? Tal vez la solidaridad, la comunión en vínculos de amistad y de amor, el compartir en sencillez; la alegría, la unidad de corazones, la concordia, es decir los corazones en una misma sintonía… Todo eso es lo que debemos desarrollar cada vez más para mostrar al mundo y para vivir la plenitud de la vida y el paraíso ya en la tierra.

Es posible vivir el cielo en forma anticipada. De hecho, Jesús mismo lo dijo: el Reino ya está entre ustedes. Y ¿cómo se diferencia el cielo de aquellos otros lugares que nosotros denominamos infierno, donde la vida nos resulta demasiado pesada en su dolor? No es que el dolor desaparece cuando vivimos el cielo en la tierra. Está presente, pero lo llevamos de una manera diferente, viviendo la vida con gozo y alegría en Dios.

Cuenta una leyenda que un discípulo le preguntó a su maestro: “Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el paraíso y el infierno”. A lo que el maestro contestó: “Es muy pequeña pero sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré primero el infierno”. Entraron entonces a una sala y vieron a un grupo de personas sentadas alrededor de una fuente de arroz. Todos estaban hambrientos y tenían una larga cuchara que llegaba hasta el arroz, pero no podían llevársela a la boca a causa del mango tan largo. El sufrimientro era terrible. Luego le dice el maestro al discípulo: “Ven, ahora te mostraré el paraíso”. Entraron en otra habitación idéntica a la anterior, con gente igualmente sentada alrededor de una fuente de arroz, que tenían en sus manos largas cucharas. Pero allí todos estaban felices y se alimentaban. El discípulo dijo: “No comprendo, ¿por qué están tan felices aquí, mientras en la sala anterior todos sufren, si todo es igual?” El maestro sonrió y le dijo: “¿No te das cuenta? Aquí cada uno, con sus largas cucharas, alimenta al que tiene enfrente y así se alimentan unos a otros. En el infierno, donde son egoístas, cada uno trata de tomar el arroz para sí mismo y entonces no pueden alimentarse”.

Padre Javier Soteras