El Resucitado

sábado, 14 de abril de 2012
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La resurrección no es una simple vuelta a la vida. Hay que seguir leyendo  los textos evangélicos para profundizar en esta nueva vida, que no es volver a la vida después de la muerte, es una transformación, e investigar a partir de los textos bíblicos, qué sentido tiene esta nueva vida en Cristo, en qué aspectos es la misma, en qué aspecto es distinta.

La primera comprobación es que Cristo resucitado, es el mismo, la primera comprobación es que Cristo resucitado es distinto. Si de algún modo no fuese el mismo no podríamos hablar de resurrección porque no se trataría de Jesús y no sería reconocido por los suyos, salvo como fruto de un engaño podríamos decir, siguiéndolo a Martín Descalzo. Si de algún modo no fuese distinto, estaríamos ante Jesús de Nazaret, pero no ante el Señor de la vida y de la muerte. Es el mismo, los suyos lo reconocen, es el Señor, dicen ellos con admiración. Lo distinguen por su acento, por sus maneras, por sus gestos, por las señales que deja. Se diría que los evangelios nos ofrecen todo un retrato de identidad y al mismo tiempo nos muestran las diferencias. Aparece como el jardinero, se muestra como un peregrino, es un pescador a la orilla del lago, es Jesús, pero al mismo tiempo no es tan fácil de reconocer sino cuando realiza algún gesto o pronuncia alguna palabra. A María Magdalena, le dice María, y en esa expresión ella distingue ahora, no es el jardinero, es mi Maestro. Los discípulos de Emaús entienden que el que ha peregrinado con ellos ha sido Cristo. Y no lo reconocen en el camino, sino cuando parten el pan. Los que están pescando y ven infructuosa su pesca durante la noche y de repente alguien desde la orilla les dice “Muchachos, tiren la red a la derecha”, y el discípulo que ve tantos peces llenar la red, dice “Es el Señor”, y Pedro ante el arrebato que le genera la presencia del que ha resucitado, se tira como está, desnudo al agua. Es el mismo Jesús, pero no es tan sencillo de reconocer.

Es el mismo y es distinto, ha sido paso en su vida. Es como toda una señal que nos indica esto, que mientras la Pascua va siendo realidad en nuestra vida, somos los mismos de siempre y somos distintos.

¿En qué lugar de la vida está llamada a ser distinta, a ser transformada? ¿Cómo siendo los mismos, este tiempo de Pascua nos invita a ser distintos?

 

Hoy te invitamos a compartir ¿Qué pasos te invita dar Jesús en esta Pascua, hacia dónde te conduce? Es el mismo cielo, es el mismo sol, pero nosotros comenzamos a ser distintos. Somos invitados a ser distintos. Hay gracia y el Señor nos invita también al compromiso.

Estamos hablando de Jesús, que ha resucitado, ha vencido la muerte y el pecado, y las condiciones del tiempo y el espacio, en lo que tienen particularmente delimitado, han sido superadas por Él y el cosmos ya no lo invade a Jesús, ni lo tiene todo a Él metido en el mismo sino que es el mismo Jesús quien domina la situación del cosmos. Es Señor, como venido desde otro lugar, Jesús se hace presente en medio de los discípulos, a quienes les cuesta reconocerlo y empiezan a descubrir su presencia a partir de señales y signos, de palabras y gestos que hablan de la realidad de continuidad que existe entre el hijo de María, el carpintero de Nazaret y el resucitado que aparece en el camino, que se hace presente a las orillas del lago, que atraviesa las paredes y les dice a los discípulos: “Soy Yo, no tengan miedo, aquí están mis manos y mis pies”. El traspasado por las heridas de lo que nosotros lo contagiamos con nuestros pecados, está glorificado. Y la gloria con la que se muestra trasciende toda experiencia humana. Se hace cercana y al mismo tiempo está mucho más allá de lo que en lo humano podríamos nosotros captar sólo por nosotros mismos y de nuestros sentidos. Viene a nuestra ayuda, el Resucitado, para poder entrar en esa dimensión nueva de gracia, con la que la historia viene toda a ser transformada. La posibilidad de que nosotros entremos en esa dimensión, de verdadera transformación, es un don de gracia de resurrección con la que el Señor quiere contagiar nuestra vida.

Poe eso a la consigna de invitación de compartir ¿Qué pasos nos invita dar Jesús esta Pascua y hacia dónde nos condice?, lo tenemos que resolver no desde un lugar de razón, de buena voluntad y de ricas intenciones, sino desde un lugar de gracia, donde el Señor mismo se ha mostrado invitándonos a dar pasos más allá de lo que nosotros hasta aquí hemos administrado como modo de vivir y de estar en el tiempo y en la historia. Una gracia de trascendencia y de señorío es la que Dios quiere regalarnos en este tiempo. Uno que vive metido en las cosas de todos los días y como entrecruzados por coordenadas diversas que nos hacen estar en el aquí y en el ahora como tantas veces muy atados a lo que nos ocupa y cuantas veces más nos preocupa, nos viene la visita de este Señor de la historia, que la trasciende para invitarnos no a desprendernos del compromiso de lo que lo temporal nos toca asumir, en nuestro realidad de estado al que pertenecemos, en la vida  matrimonial, familiar, en los vínculos de amistad, en los servicios que prestamos en el mundo y en la iglesia, sino desde ese lugar con una posibilidad de mirar más allá, a eso le llamamos trascendencia. Nuestros gestos y nuestros actos, nuestras palabras y nuestros servicios, nuestros compromisos están llamados a ir hasta donde Dios nos quiere conducir. Y eso por don de gracia del Señor que toma entre sus manos y nos toma de la mano para conducirnos por el don de la transformación hasta donde nos espera vivir lo cotidiano y lo rutinario en un sentido y en una perspectiva distinta. Eso es Pascua de resurrección.

Si los pasos que vamos dando son pasos de resurrección, y verdaderamente es el Señor que nos conduce hacia un lugar de transformación que nuestra vida toda requiere cuando entra en esta dimensión de trascendencia, la señal de que verdaderamente estamos ubicados en ese sentido, será el gozo, la alegría y la paz que devienen del encuentro con el resucitado. El primer fruto de la gracia de la resurrección es la liberación del miedo y el encuentro con el gozo y la alegría con la que el Señor nos visita y sale a nuestro encuentro.

Tengan paz es lo que Jesús les dice a los discípulos cuando atravesando las paredes que los mantienen encerrados porque tienen miedo a lo que los judíos pudieran hacer con ellos, el Señor les comunica ese don maravilloso de la paz. En este sentido, la posibilidad de descubrir si verdaderamente nuestros pasos están en orden a eso que el Señor nos está pidiendo dar como paso de trascendencia, de sentido, de vida nueva, de transformación en nuestro camino, la señal es el gozo y es la paz. Una alegría vivida en paz, no es euforia, no es un momento de júbilo externo sin sentido, nos es una sonrisa plástica, no es sencillamente un modo distinto de estar presente con una cosmética distinta en la sociedad a la que pertenecemos. Es gozo, alegría profunda. Que habla también de nosotros de una manera distinta. Nuestro rostro transformado y transfigurado, nuestra actitud positiva y esperanzadora en medio de los dolores y de los sufrimientos propios con los que el mundo está pariendo el tiempo que vendrá, somos invitados a testimoniar con Cristo que la realidad que atenta contra la humanidad a la que nosotros denominamos bajo el signo del pecado y que tiene tantos rostros de muerte, ha sido vencida. Eso no es sencillamente un discurso, es un compromiso de amor con el que Dios nos invita a la alegría y el gozo.

La alegría y el gozo son el signo concreto que hablan de la presencia creciente de la resurrección en nuestra propia historia orientada hacia lo nuevo.

Hoy te invitamos a compartir qué paso te invita a dar Jesús en esta Pascua, hacia dónde te conduce, para saber si verdaderamente ese es el paso, seguro que cuando lo diste tienes que haberte encontrado con paz, gozo y alegría en tu andar, en tu peregrinar.

Había sido muy duro para los discípulos encontrarse con el escándalo de la suerte final de la vida del Maestro, en medio de ellos toda la conspiración que giró alrededor de Jesús, el miedo que generó en los discípulos, los que suponían el discurso valiente de Jesús que trajo como consecuencia el enfrentamiento con las autoridades y terminó con la vida del Maestro, ha quedado instalado en el corazón de los discípulos y en la encerrona de aquel temor, es donde Jesús se instala para traerles otro problema, que no es menor que el anterior. No solamente aquello está resuelto sino que deben abrirse a un nuevo estilo, conducidos sin dudas por esto que venimos compartiendo, del gozo y la paz que supone la presencia del Maestro en el nuevo escenario de la historia trascendida más allá del tiempo por el nuevo estado al que pertenece Jesús, que no es que ha vuelto a la vida, ha resucitado, que es más que haber revivido. Jesús resucitado nos invita a vivir en este estado de resurrección a los discípulos, y para eso hay que dejarse contagiar por este don maravilloso con el que el Señor viene a resolver el conflicto que ellos tenían y a ponerlos frente a un nuevo problema. El problema se resuelve en la entrega y en la ofrenda. En la ofrenda de la propia vida y en la entrega al mensaje con el que el Señor los visita, “Tengan paz”.

¿Qué ocurría con ellos cada vez que Jesús aparecía? Ocurría que por un lado el gozo los habitaba y la alegría y la paz los invadía profundamente y al mismo tiempo el Señor desaparecía, porque no es volvían a estar en el estado en el que se encontraban antes, sino que desde aquel lugar nuevo, donde estaba Jesús, ellos eran invitados a ir a la novedad. Parecía que jugaba de alguna manera con ellos porque aparecía y desaparecía, estaba con ellos pero se guardaba muy bien de reanudar el viejo curso de su vida cotidiana. Según seguía siendo el poeta sorprendente que no acababa de aclararse del todo, en sus apariciones les llamaba a un estadio nuevo de alegría, pero luego volvía a dejarlo todo en suspenso. Creaba una gran esperanza pero luego les dejaba de nuevo esperando.

Así entre su presencia y ausencia, el Señor va invitando a permanecer en este estadio nuevo de vida en Él, el estadio y el estado del resucitado.

El mismo pero distinto, el signo, el gozo y la alegría, el don con el que Dios invita a realizar todo esto es un estadio nuevo donde Él se muestra y desaparece, donde invita a la esperanza mostrando nuevos horizontes y al mismo tiempo deja a los discípulos para que peregrinen en su búsqueda. Se muestra y no está, un signo, el de la paz es el que lo habita todo y el que lo sostiene todo. Esta es gracia de resurrección, este es el estado nuevo en el que Dios se instala el corazón de la comunidad. Este Jesús invita a vivir todo esto en un territorio conocido y distinto. “Díganle a los discípulos que vayan a Galilea, que allí me verán”. Lo que ven los discípulos es al resucitado, el lugar es el mismo, es Galilea, es lo casero, es lo nuestro, es el pan cotidiano. Galilea lo representa al discípulo en su hábitat. La gracia de la resurrección, en estado interior nuevo no ocurre sino, como decía la canción de Marcela Gándara, en el mismo cielo, bajo el mismo sol, son las mismas calles por donde transitamos pero es distinto porque en realidad lo que ha cambiado es el corazón. Ir sobre Galilea es ir sobre nuestro trabajo, sobre nuestro estudio, es ir sobre nuestros amigos y compañeros, es estar en la familia, es permanecer en lo nuestro de todos los días, pero bajo el signo de la gracia de la resurrección, del gozo, de la paz, de la alegría, de la trascendencia, en este estado y en este estadio nuevo de resucitado con el que el Señor nos quiere gozando con ÉL.

La novedad del resucitado, da sentido absoluto al gran anuncio con el que Jesús anticipa el don definitivo con el que el Padre Dios le ha confiado instalar el Reino en medio de nosotros y eso está categorizado y sintetizado en las Bienaventuranzas. En las Bienaventuranzas está presente la gracia de la resurrección en su plenitud. Todas y cada una de las Bienaventuranzas hablan de una realidad muy dolorosa en lo humano por persecución, por hambre, por lucha y trabajo por la paz, por desprecio, por llanto, por dolor y al mismo tiempo el Señor dice “Felices”. La felicidad no está en ese mismo acto de sufrimiento o de padecer sino en ese don de gracia con el que Dios por el regalo de la resurrección nos permite aún en las circunstancias de mayor padecimiento permanecer en el estadio de resurrección con el que Él vive, invitándonos a trascender, a ir más allá de lo que el dato de sufrimiento bajo cualquier aspecto  que aparezca en nuestra vida, nos estaría invitando a la desazón, a la desesperanza, al sinsentido. Las Bienaventuranzas son como el signo concreto en lo de todos los días, en lo cotidiano, donde somos invitados a vivir en este estadio, estadio de resurrección.

                                                                                                                            Padre Javier Soteras