El rostro real de Dios – Segunda parte

viernes, 23 de noviembre de 2007
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Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre.

Lucas 1; 19

El material que utilizo para esta Catequesis lo extraigo del libro "El rostro real de Dios", del Padre Ricardo Martensen, impreso por la Editorial de la Palabra de Dios, Buenos Aires 1996.

Vivimos creyendo o no creyendo a través de una imagen de Dios que está en nosotros. La imagen que tenemos de Él ¿concuerda con la realidad o es otra de nuestras fantasías?. Que hay de fantasioso, de proyectado, de irrealidad, de caricatura en la imagen de Dios que tenemos, y que hay de real.

La imagen no es lo mismo que la noción de Dios. La noción sale de la mente, del conocimiento. La imagen sale del corazón y de la vida.

Podemos tener una noción correcta y ortodoxa de Dios, y tener una imagen falsa. Podríamos llamarle, el rostro ideal de Dios. La noción no es una idea de Dios. Dios es eterno, perfecto, inmutable. Por la mente, conocemos intelectualmente a Dios y podemos hablar de él. En este sentido, estamos acostumbrados a transformar a Dios en un tema. Muchas veces discutimos sobre su existencia sin que eso afecte la nuestra. Dios no deja de ser una idea necesaria, conveniente o, a veces, hasta molesta cuando aparecen algunas discusiones.

La imagen nos da una vivencia de Dios. A Dios lo vivo como bueno, justo y misericordioso; o como severo, injusto, incomprensible y vengativo.

La imagen le da rostro a Dios y crea un modo de vincularnos con él. Nos comunicamos con él de acuerdo a la imagen y no a la idea que tenemos de él. La noción sirve en todo caso, para darle fundamento racional a la imagen que tenemos de Dios. De ahí que sea muy importante descubrir que imagen tenemos de Dios, a través de mi vivencia de Dios, de mis actitudes de vida, de las expresiones espontáneas que describen rasgos de mi vinculación real y no teórica con este Dios vivo.

A veces cuando queremos hablar de Dios, recurrimos a la noción que tenemos de él. En vez de expresar la imagen por la que vivenciamos su presencia.

¿Qué tenemos que hacer entonces? Tenemos que evangelizar la imagen de Dios. Cuando hablamos de imagen, allí se entremezclan muchas veces cosas que corresponden a estados interiores, situaciones psicológicas, historia de la persona, sentimientos míticos con la imagen real de Dios. La imagen puede hacerse a la realidad o estar deformada. Puede ser un rostro o una caricatura.

También podríamos preguntarnos desde nuestra oración personal ¿Qué imagen de Dios surge allí? Un Dios cubre necesidades, un Dios sobre protector, un Dios verdugo, un Dios mentira, un Dios absoluto y vivo al que alabo con el corazón, obedezco, me postro ante él en la oración, un Dios amor, un Dios cercano. Un Dios que me muestra el camino de hermandad, de fraternidad. Es necesario evangelizar la imagen que tenemos de Dios en la vida. Pasar de las caricaturas que tienden a una deformación y convertirnos a la imagen de Dios revelada en Jesús. De este modo, la imagen de Dios será cada vez más real a través de la experiencia del amor de Dios, que hace camino y gracia interior, comunión y vida en unidad con Él. Por un proceso de evangelización interior de paso, de la noción, de la idea, de la caricatura a la imagen real, a la imagen que se acerca a la realidad de Dios.

Intentaremos abrir un camino para evangelizar la imagen de Dios en nosotros.

Del que podamos valernos para caminar hacia un proceso de evangelización de la imagen de Dios en nosotros. Como podemos hacer para recorrer un camino que nos permita ir como transformando la caricaturas en imagen real. Pasar de la racionalidad en la fe, a la vivencia de la fe. Que supone un poner ya no sobre ideas que dan sólo razones de la fe, sino sobre la vida misma, nuestra convicción de creyente.

Nos valemos de cuatro caminos: el camino de la conversión, el camino de la interioridad, el camino de la fraternidad y el camino de la escritura. Estos cuatros caminos nos van a permitir encontrar lugares desde donde hacer este proceso.

De la experiencia de nuestra conversión, porque dejar la condición de pecador por el arrepentimiento, supone la confianza en el Dios que perdona. Allí donde yo no puedo conmigo mismo, Dios puede. Con los instrumentos de que se vale para poder en mi vida. Es la experiencia de un Dios que ama y es misericordioso desde la cruz. Dios que es rico en misericordia por el gran amor con que nos amó dice Pablo en la carta a los Efesios: “Precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados nos hizo revivir con Cristo. Ustedes han sido salvados gratuitamente”.

Esta gratuidad misericordiosa de Dios que sale a nuestro encuentro para regalarnos la gracia del amor que transforma y liberándonos del pecado que esclaviza. Ser uno con nosotros comprometiéndose en el camino de reforma de nuestra vida. Nos va ofreciendo una posibilidad grande de recorrer desde allí, desde el rostro misericordioso de Dios, la experiencia de la evangelización de la imagen deformada, caricaturizada o de la noción sólo racional que tenemos de él.

En el camino de la interioridad, nosotros podemos ir haciendo este proceso que pasa en nuestro interior. Avanzamos a través de una conversión progresiva a la caridad y a un abandono interior del amor a Dios que va como transformando en la unidad a la persona en comunión con Jesús, en el Padre.

Por el camino de la interioridad nosotros descubrimos que la imagen de Dios que buscamos está vinculada a una relación con Dios que tenemos y dicha relación pasa por un vínculo que surge de lo más hondo de nuestro ser. Eso que llamamos corazón, núcleo existencial de nuestra vida.

Vivir la relación con Dios desde la interioridad en perspectiva de unidad, de comunión, es lo que nos permite ir como sacando del medio todo lo que obstaculiza ese camino. Para terminar por encontrarnos con el rostro real de quien es Dios en nuestra propia vida. Nos damos cuenta de que dimos en el blanco, que dimos en el centro, que es real nuestra experiencia de vinculación con Dios cuando los frutos y los efectos que ha dejado en el corazón, nos queda: paz, armonía, serenidad, vínculo fraterno, experiencia de la misericordia para con uno mismo y para con los demás, esperanza en la lucha en las cosas de todos los días, deseos de poder cargar con el peso de la propia existencia, espíritu de colaboración y de servicio para con los demás.
Cuando todo esto va como dejando una huella en nuestro corazón es por que el paso de Dios ha sido real. Puede haber acontecido de muchas maneras, por este proceso de conversión del que hacíamos mención antes, por la experiencia de la presencia de Dios en la comunidad, por la experiencia de Dios suscitando emociones interiores que nos ponen en contacto con él. Por la escrita, por la Palabra. También el camino de la transformación de la imagen real de Dios pasa por la fraternidad. Desde ella se recoge una experiencia interesante del amor de Dios, del amor trinitario de Dios. El amor de alianza de Dios.
En la comunión fraterna aprendemos que es este Dios familia, este Dios que es comunidad. Padre, hijo y Espíritu Santo, un único Dios, un mismo Dios. Estas diferentes personas, una misma naturaleza. Esta presencia de Dios familia, este rostro real de Dios comunidad se aprende en el vínculo amoroso de la relación fraterna que es gracia. Todo de lo que estamos hablando, es gracia. Es el don de la conversión. Es gracia el poder vivir la interioridad del vínculo con Dios. Es gracia de fraternidad, la comunidad fraterna y es gracia la experiencia de Dios recogida en la Palabra que se vivencia desde la fe en la lectura, en la oración, en el estudio. San Jerónimo decía: “quien no conoce la palabra, no conoce a Dios”. Conocer la palabra es conocer a Dios. De todos los caminos, tal vez, este sea el más importante. El encuentro renovado con la Palabra de Dios.
El encuentro vivencial, esclarecedor, el encuentro fraterno y al mismo tiempo, filial con la Palabra de Dios que sale al cruce de mi vida para ponerle un norte, una orientación para acariciar en el lugar donde la vida necesita ser acariciada, para consolar, para fortalecer, para cuestionar. También para invitar a cambiar, para corregir. Todo esto va completando el rostro real de Dios. En la Palabra, tal vez, tengamos el lugar más importante de donde prestar atención para que verdaderamente sea ella, la fuente desde donde podemos conocer. “El que me ha visto, ha visto al Padre (Juan 14 ,9), dice Jesús. Él es la palabra. Conocer el rostro de Dios supone hacer un camino de aprendizaje del conocimiento renovado en la oración. En camino de conversión y con gracia de fraternidad de la Palabra de Dios.

La experiencia de Dios en la Palabra, sea tal vez, la que más nos permita hacer este camino de corrección de la imagen fantasiosa, caricaturizada, sólo racional que tenemos de Dios. Para entrar en contacto con el Dios vivo a través de una imagen posible y real en la que se manifieste esa presencia de ese Dios vivo. En la Palabra, Juan, nos muestra como hacer un camino de experiencia con este Dios vivo. En 1° Carta de san Juan 4,8 dice: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Esto quiere decir que como expresa el canto: “a Dios en el amor se lo conoce”. A Dios se lo conoce amando y se ama verdaderamente en lo profundo conociendo a Dios. El conocimiento experimencial de Dios busca transformarse en el estado de vida del cristiano. “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1 Juan 4,16). Vivir amando, de esto se trata. Vivir con el amor a flor de piel, que no es vivir todo el tiempo con piel de gallina. Es vivir con el corazón en los sentimientos de Jesús. Otra posibilidad como la certeza de permanecer en el amor, nos la da el Espíritu.
Él que se derrama en nuestro corazón. El camino de transformación a la verdadera imagen de Dios, lo opera el Espíritu que es el amor entre el Padre y el Hijo, y es amor en sí mismo. El Espíritu Santo es el que nos permite ir configurando el verdadero rostro de Dios en nosotros como lo hizo en el seno y en el corazón de María. Permanecer en el amor es vivir en comunión constante en el Espíritu. Ser hombre y mujer del Espíritu. La señal de que permanecemos en Él y Él permanece en nosotros, como dice Juan, es que nos ha comunicado su Espíritu y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo, como salvador del mundo. No todo lo que recibe el nombre de amor, es amor. No podemos decir que cualquier amor es el que proviene del Espíritu Santo. También existen caricaturas del amor, las que se generan por nuestra rotura interior fruto del pecado, como sino fuéramos hijos del Padre del Cielo.

Juan describe algunos signos del amor auténtico para no confundirnos con una caricatura del amor. Dios nos ha manifestado su amor, enviando a su Hijo único al mundo para que tuviéramos vida a través de él. El amor es la persona de Jesús que llega a nosotros por la presencia del Espíritu que nos comunica con Él. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Es un amor de entrega. Además, de ser un amor de comunicación. La imagen de Dios es el amor y desde el amor, nosotros podemos de una manera personalizada entrar en comunión fraterna unos con otros. Descubriendo en ese lugar vincular y fraterno, de comunidad, de hermandad este rostro real de Dios. Que es eso, fraternidad y comunidad. Dios nos amó tanto a nosotros, y así nosotros, debemos aprender a amarnos unos a otros, dice Juan.

Esto es pasar del Dios conmigo del individualismo religioso, al Dios con nosotros, al del Evangelio. Cuando nosotros damos este cambio de mi Dios a nuestro de Dios, al Padrenuestro que nos enseño Jesús estamos transformando vital y existencialmente la imagen de Dios en nosotros.

Vivimos a veces un cristianismo de individualidad. Es el que surge de las imágenes deformadas de Dios. Cuando Dios aparece más como un objeto de consumo, como un problema ético y personal. Más que como una vida ha ser compartida con los que hacemos la vida de todos los días. Este Dios comunidad, se aprende a vivirlo en comunidad. La ausencia del trato fraterno es la falta de esta experiencia del amor. En ella no atentamos contra la ley, lo hacemos contra el rostro de Dios.

Cuando no amamos atentamos contra el rostro de Dios y lo desfiguramos. La gran forma del ateísmo es el desamor. “Muéstrame tu fe sin obras, y yo por mis obras, te mostraré mi fe”. Esta expresión la utiliza San Ignacio de Loyola cuando habla de que el amor está más en las obras que en las palabras. El amor tiene rasgos. Rasgos bien definidos y claros para no confundirnos, para no caricaturizar al amor. A partir de allí, terminar de caricaturizar la imagen de Dios, que es amor. San Pablo dice respecto de estas características evidentes del amor en Dios y del amor de Dios en nosotros. “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca el propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 4 – 7).

San Juan dice otras cosas del amor. Se refiere a las obras y a la verdad. No hablemos de palabras, no digamos con la lengua que amamos.

En una familia sana, el amor a los padres no puede desprenderse del amor a los hermanos. En la familia cristiana, en la comunidad, en la iglesia, el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo. Especialmente, al hermano más débil y frágil. Es en el amor comunitario, de la comunidad eclesial, donde la imagen se identifica con el amor por el desarrollo de la caridad. Tanto en la riqueza del compartir como en la pobreza de los límites del hermano. Esta es la imagen real de Dios. San Juan lo dice claramente: “ Nadie ha visto nunca a Dios, si nos amamos los unos a los otros, dios permanece en nosotros y el amor ha llegado a su plenitud en nosotros” (1 Juan 4,12). Y “Dios es amor” (1 Juan 4, 8). De esta forma decimos que la imagen de Dios incluye a la comunidad y excluye, todo individualismo, todo egoísmo.

Hemos peleado mucho tiempo contra el ateísmo teórico presentado por el comunismo y el marxismo. No siempre en occidente hemos peleado de la misma forma contra el ateísmo práctico que ha instalado el neoliberalismo. Porque si el rostro ideal es el amor y este supone la comunidad, excluyendo al individualismo; quiere decir que el individualismo egoísta y consumista desarrollado por el neoliberalismo es una invitación en la praxis a revivir de manera atea. Ha sido más sutil el ateísmo neoliberal, menos teórico y más pragmático que el ateísmo del marxismo. El marxismo en todo caso negó teóricamente a Dios.

El ambiente ateo en el que vivimos nosotros de ausencia de amor, o en todo caso, una preeminencia del individualismo como estilo de vida, ha tenido la capacidad de instalar la ausencia de Dios de manera sutil y en la práctica. Es más fuerte la acción del mal ejercida desde el neoliberalismo que desde el marxismo. Por que frente al marxismo, como negación de Dios, uno tenía la claridad de cual era la posición. Aquí está como más camuflada la posición de la ausencia o muerte de Dios en la praxis neoliberal.