“En el amor gratuito está la fidelidad al Señor”, afirmó la referente de San Egidio, Eugenia Lopólito

jueves, 10 de diciembre de 2020

10/12/2020 – María Eugenia Lopólito es una de las referentes de la comunidad San Egidio en Argentina. Esta comunidad tiene más de 50 años en el mundo con el objetivo de promover encuentros de oración por la paz con carácter ecuménico. “La vida me llena de alegría. Estar cerca del Señor y de los demás te rejuvenece”, compartió Lopólito desde el partido bonaerense de Lanús donde vive con sus esposo y  sus tres hijos. “Mi mamá falleció hace tres semanas, ella siempre fue una madre muy creativa. Crecí junto a mi hermana con una infancia llena de fantasías y de ilusiones”, recordó Eugenia.

“Muchos me llaman Euge o Lopo los muy amigos. Nací en la Ciudad de Buenos aires, hace 46 años el día del invierno. Y, aunque mis padres, María del Carmen y Jorge me recordaban que ese año el invierno había sido muy intenso, desde el día en que nací siento que me acompaña la primavera. Sí, la primavera de una vida alegre, linda y soleada. Mi familia, mis padres y mi hermana mayor María Fernanda, me rodearon de todo lo que cualquier niña puede soñar: ilusiones, caricias, aventuras y un amor enorme, tan grande como el esfuerzo de padres laburadores, que anteponían el bienestar de sus hijas al propio. Papá trabajando desde los 13 años en su taller de electricidad de autos, querido y conocido por todo el barrio, y mamá entregada en alma y vida al hogar y a criarnos. Pude gozar de las cosas, pequeñas y grandes que hoy son un lujo para millones de chicos: festejos de cumples, disfraces hechos por la mano de mamá, vacaciones en el mar, regalos de fin de año, un colegio privado donde estudiar”, dijo Lopólito.

“Justamente los de la escuela fueron años lindos, recibiendo el aporte de la formación salesiana de las hijas de María Auxiliadora, que efectivamente me ayudaron a ir arando el terreno de mi corazón que, en tercer año de la secundaria, recibió la semilla de una propuesta vocacional preciosa. Conocí la experiencia de la Comunidad de San Egidio, un movimiento italiano que en esos años empezaba a difundirse cruzando los océanos y que en 1987 había nacido también en nuestro país. Yo tenía 15 años cuando corría el año 1989 y ellos vinieron a mi colegio. El carisma de inmediata cercanía y amistad con los más pobres, visible en esos años a través del rostro de los nenes y familias de los conventillos del barrio de la Boca, me atrajo inmediatamente. Subir escaleras rotas y casi imposibles,  entrar en esas casillas húmedas, ver esos rostros, muchas veces tristes y golpeados, me hizo descubrir abruptamente una nueva vida, lejos de ese cuidado extremo y confort familiar que siempre había experimentado, y darme cuenta de la manera injusta en que muchos niños vivían. Esto empezó a hacer un camino interior. Y si bien Jesús para mí no era un nombre desconocido, ya que en el colegio desde que tenía uso de razón me lo habían presentado como mi amigo, fue solo a partir de esta experiencia de encuentro con esa realidad que lo empecé a ver cara a cara y a los ojos, a palparlo en esas piernas lastimadas y sucias que empezaba a curar, en esos ojos que secar, en esas sonrisas que hacer salir… allí empecé a sentir a Jesús bien al lado mío y necesitado de mí, que me proponía ser su amiga, serle fiel. La escuelita, como llamábamos al apoyo escolar con los niños, fue sin duda para mi vida adolescente un camino de evangelización cotidiano”, agregó la referente de San Egidio.

Cuando terminábamos rezando juntos con la oración comunitaria, comprendía las palabras escuchadas, porque las había vivido en esa tarde junto a los chicos. Esa semillita iba a ir germinando con los años y con el inicio de nuevas etapas empezaría a mostrar tallos y ramas hasta hacerse un pequeño árbol. Como en la Parábola del Evangelio. Nuestra experiencia de Comunidad se abriría a nuevos barrios y realidades, como la villa 21 en Barracas la realidad de amigos en situación de calle, la amistad con los ancianos. Nuevos rostros del Señor, nuevos servicios que iban madurando de la mano de la propia vida, con el estudio, la Universidad, la entrada al mundo del trabajo, nuevos desafíos que representaban ir creciendo. Pero en esa instancia, la salvación para no quedar atrapada en la tentación de pensar en mi misma y mi propio porvenir fue el anclaje en el corazón de los amigos, de los hermanos en Jesús, que con sus corazones y sus almas unidas en una sola, me sostuvieron para seguir fiel”, relató.

“Y la vida fue siguiendo adelante, y llegó otro momento precioso al conocer a Sergio, mi amor y mi compañero en la aventura de construir una familia linda, como vamos haciéndola. Nos casamos hace 14 años y tenemos tres hermosos hijos: Matías, Tomás y Tobías. Y esta tarea de levantar nuestro hogar trajo aparejado un nuevo escenario: mudarme a un lugar distinto que no era ni mi barrio ni mi ciudad. Fue pasar al Gran Buenos Aires, a una distancia geográfica tal que hizo posible poder dar un salto de fe. A pesar de los temores que sentía”, sostuvo emocionada.

“Y es que llevamos lo que somos allí a donde vamos, el tesoro en vasijas de barro, y con la vida de cada día lo esparcimos y contagiamos. Eso sucedió con el camino de Comunidad que vengo viviendo y que, para mi gran gozo  hace ya 14 años nació también en mi nuevo barrio, desparramando amor a niños de la Escuelita y ancianos de tres asilos. Conociendo jóvenes, regalándoles esta herencia y estos sueños ambiciosos de cambiar el mundo. Descubro en esto una profunda certeza: somos el fermento vivo de la masa, cada uno en su carisma y con su experiencia de fe. Y si no renunciamos a serlo cada día y lo asumimos con responsabilidad y humildad, de verdad  veremos los desiertos florecer y el mundo humanizarse, tal como escuchamos en la profecías de la Biblia”, indicó María Eugenia.

“Tenemos retos duros por delante, en un mundo que cada vez más pretende vivir lejos de Dios y se empecina en edificar el “yo” por encima de todo. Que consume salvajemente y descarta a quienes no sirven a este modelo: ancianos, enfermos, débiles, discapacitados, presos, vagabundos.  Y este contexto actual de miedo, de enfermedad, de pandemia, nos tira más todavía a encerrarnos, a resignarnos, a sumergirnos en la tristeza. Parece que nada va a volver a ser como antes. Pero irrumpe un tiempo especial. La Iglesia nos regala el tiempo del Adviento, un tiempo que viene a ayudarnos a velar, a ser como esas 10 jóvenes del Evangelio que esperaban la llegada del novio. Y aunque somos frágiles y nos dormimos, todos, ya sea que seamos necios o prudentes, este no es el final. Si hay amor gratuito hacia los demás, en especial hacia quien no puede devolverlo, si hay fidelidad al Señor Jesús y a los sueños que nos unen a su vida, las reservas de aceite nos van a hacer mantener encendida la luz. Y trabajar para que la Navidad llegue a cada vida, a cada corazón. Este es el tiempo, esta es la Buena Noticia para decir y gritar “Ven Señor Jesús”, Maranathá”, manifestó la referente de la comunidad sanegidiense en Argentina, quien agregó “Mi mamá se llama Eugenia y visita abuelos para hacerlos felices. Así me describió uno de mis hijos, Tomás. Esa frase me ha ayudado a entender cuál es mi misión”.

Finalmente, Lopólito compartió esta oración misionera:

Oh Señor, Dios nuestro

Vos que escuchás el lamento de tu pueblo que sufre,

Mirá con amor y socorré a los pobres de todas las partes de la tierra,

solos, abandonados, necesitados,

Visitá a los encarcelados en su lugar de dolor,

se casa para los forasteros y los prófugos,

Se pan y bebida para los hambrientos y sedientos,

se fortaleza para los enfermos,

Vestí al que está desnudo y sin amparo.

Vos que sos padre de los huérfanos y de los abandonados,

de los hermanos más pequeños de tu Hijo,

suscitá energías de amor en el corazón de los pueblos y de los hombres.

Consolá a quien no tiene padre, madre ni familia.

Hacé nacer la Paz donde hay guerra,

hacé surgir la luz donde hay oscuridad y miedo.

Te lo pedimos con fe e insistencia, mientras caminamos en este Adviento

Hacia la venida de tu Hijo

Que no sigamos apesadumbrados y dormidos

Que nos despertemos con tu Palabra que rescata

Y  con el Amor que mantendrá encendidas nuestras luces.

Desde ahora y para siempre.

Amén.