Entregar las mascaras para dejarle a Dios obrar con libertad

jueves, 14 de octubre de 2010
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Evangelio según San Lucas 11,42-46

 

Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.

¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!

¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!».

Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros».

El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!

 

1.Dictadores en vez de guias

 

En las frecuentes controversias evangélicas de Jesùs con los responsables judíos son estos los que suelen empezar acusando a Jesùs. Pero hoy es èl quien toma la iniciativa y condena en primer lugar a los fariseos por tres veces, y seguidamente a los legalistas escribas.

Jesùs acusa a los fariseos de tres cargos: pagan escrupulosamente el diezmo de productos nimios, no incluidos en la ley, y pasan por alto lo màs fundamental: el amor de Dios, la justica, la misericordia y la sinceridad.

Son escalvos de la vanidad y de la ostentaciòn orgullosa. Les encantan los asientos de honor en las sinagogas y les enloquecen las reverencias de la gente por la calle. Prefieren los honores al servicio.

Son sepulcros irreconocibles, por dentro están repletos de hipocresía y crímenes.

Jesùs ataca a los legalistas, es decir, a escribas, rabinos y doctores de la ley judía. “¡Ay de ustedes, que abruman a la gente con cargas insoportables, mientras ustedes ni las tocan ni con un dedo!”. Ademas de ser hipócritas que no cumplen lo que enseñan, imponen a la pobre gente un yugo inaguantable. Por el contrario, el yugo de Jesùs es llevadero y su carga ligera.

 

 

2.La libertad que Jesùs nos ganó

 

Los escribas y fariseos, condenados por Jesùs, se creen sabios y justos; pero, rechazando la persona y palabra de Cristo demuestran ser necios y estar ciegos de la luz. Por eso caminan perdidos entre minucias casuísticas, descuidando lo màs importante.

No es que Jesùs niegue la observancia de la letra sino que la coloca en su lugar secundario. La primacía la tienen la justicia y el amor que derivan de Dios al hombre, y que este ha de convertir en norma de conducta respecto de Dios mismo y de las relaciones humanas.

Al igual que los escribas y fariseos que fustiga Jesùs, el crisitano encerrado en esquemas legalistas es esclavo de las normas, cànones, y rùbricas, vive vuelto hacia sì mismo y obsecionado por su propia perfección y salvación, se muestra pasivo y conformista y ve peligros en todo y en todos. Es evidente que no vive en el clima filial de libertad que Jesùs ganó para los hijos de Dios.

Antes de pedir nada, Dios comienza ofreciendo su amor, su salvación y su Espìritu de filiación al hombre pecador, pobre y limitado. De ahì debe nacer la respuesta de èste a Dios en libertad que, frente a la tiranìa de la ley, nos ganó Cristo, y en la fidelidad y la confianza de quienes pueden llamar padre a Dios gracias al Espíritu que mora en ellos y cuyas obras siguen.

 

 

3. Por el camino de la verdad, libres de màscaras

 

La verdad nos hace libres, y esa verdad incluye la mìa, mi realidad, mi identidad, mis verdaderos intereses, quièn soy y para què vivo.

Si yo oculto y disfrazo mi verdad y aparento ser lo que no soy, entonces me quedarè en la superficialidad y no podre llegar a lo profundo.

San Agustìn decìa. “Que me conozca Señor para que te conozca”. Ocultando nuestra realidad no podemos encontrarnos tampoco con Dios, porque estaremos presentandole a Dios una apariencia.

¿Porquè no tratar de ser nosotros mismos al menos en la oraciòn? Nada mejor que estar ante Dios tal como somos, con nuestras intenciones reales, nuestras miserias, nuestros deseos, sin pretender engañarlo ni ocultarle nuestra verdad.

Nuestra vida en sociedad està llena de màscaras, barnices, adornos, disimulos. Tanto nos acostumbramos a presentar una imàgen que llega un momento que ya no sabemos quiènes somos nosotros mismos en realidad.

Cuando nos descuidamos, comenzamos a fabricar alguna màscara para evitar los cambios màs profundos, o porque no nos atrevemos a ser nosotros mismos.

¿Cuàles son las màscaras que tenemos que entregarle al Espìritu Santo para que èl nos libere?

Puede ser la màscara de la fuerza, que nosotros creamos para esconder nuestra fragilidad, en lugar de tratar de fortalecernos por dentro con el poder del Espìritu Santo. Esta màscara nos lleva a mostrarnos agresivos, rebeldes, autoritarios, ambiciosos, pero en realidad, de esa manera solo estamos ocultando nuestros miedos e inseguridades, que siguen hacièndonos daño por dentro.

Otra màscara puede ser la bondad, porque nos gusta que digan que somos buenos y humildes, no toleramos que piensen que somos egoístas u orgullosos.

Entonces, para aparentar bondad, nunca decimos que no, siempre hacemos lo que los demàs nos piden, nunca discutimos. Pero en el fondo del corazón sufrimos una gran violencia, porque todo eso no es autèntico. En cambio, el Espìritu Santo nos transforma para que nos atrevamos a ser respetuosos y amables, pero autènticos y sinceros, sin pretender dar mas de lo que podemos ni esconder nuestras verdaderas convicciones.

Otra màscara muy comùn es la de la serenidad, como si fuèramos personas imperturbables, que no nos molestamos ni nos enojamos por nada. Pero la procesiòn va por dentro, y esa ira reprimida termina quemàndonos ìntimamente y enfemàndonos. El Espìritu Santo nos enseña a expresar lo que sentimos, sin agredir a los demàs no quejarnos permanentemente, pero sin la vergüenza de manifestar lo que llevamos dentro.

Nunca lograremos el verdadero amor que necesitamos vendièndonos a los demàs, tratando de hacer todo lo que esperan de nosotros para que nos quieran, violentándonos por dentro y tratando de ser lo que no somos.

Si renunciamos a ser nosotros mismos, ellos no amaràn nuestro ser real; amaràn sòlo esa màscara, esa apariencia que hemos fabricado.

No seamos injustos con nosotros mismos y con Dios. Seamos lo que tenemos que ser, nuestro verdadero ser, el que Dios ha creado. Es cierto que tendremos que cultivarnos, pero sin dejar de ser nosotros mismos.

Por eso es mejor dejarnos amar por el Espìritu Santo. Cualquier amor verdadero no es màs que un reflejo del Espìritu Santo, que es amor sin lìmites. Y es un amor que me quiere como soy, y que espera que sea yo mismo. Cuando èl me toca por dentro para embellecerme, lo hace respetando esa identidad que èl ama. Pidàmosle entonces que libere nuestra màscara y haga brillar nuestra realidad màs bella.

 

Funte bibliográfica:

 “Para liberarte de la superficialidad y de las máscaras“P. Víctor Manuel Fernandez