Festividad del Sagrado Corazón de Jesús

martes, 3 de junio de 2008
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En aquel tiempo, Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.”

Mateo 11, 25 – 30

Estamos celebrando en este día, junto a toda la Iglesia, una fiesta que, de manera particular, la liturgia nos propone en el tercer viernes después de Pentecostés: la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

La Iglesia comienza a celebrar esta fiesta en el marco de su liturgia en el año 1856 -aunque lo hacía ya con anterioridad desde el corazón-, cuando el Papa Pío IX la instituye para contemplar este gran misterio del amor de Dios, de Jesús que muere por nosotros.

Este año puede llamar la atención que la celebremos en el mes de mayo, cuando habitualmente lo es en junio, mes del Sagrado Corazón de Jesús, en que toda la Iglesia quiere ponerse a los pies de este Corazón del cual manó Sangre y Agua.

Podemos preguntarnos, en este tiempo moderno que nos toca vivir, qué sentido tiene celebrar hoy esta fiesta, si en realidad ya lo hemos hecho el Viernes Santo; día en que la Iglesia se pone de frente al misterio de la cruz y llenos de dolor y de sufrimiento contemplamos al centurión que se acerca para verificar la muerte de Jesús y con una lanza traspasa su Corazón, del cual brota agua y sangre (cfr. Juan 19, 33-34).

Quizás esta fiesta, relativamente reciente en la liturgia, tiene su razón de ser porque el culto necesitó de un día especial. Así como después de la Pascua celebramos el domingo de la Santísima Trinidad; el domingo del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Jesús; así también está la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

Podemos puntualizar algunos aspectos de lo que significa esta festividad, tan actual y viva en nuestras comunidades.

En primer lugar: no creer que el centro de esta fiesta es el órgano del corazón de Jesús. Sino que, según un concepto propio del Occidente, el corazón significa la totalidad. Entonces celebramos a Cristo total y, de manera particular, el amor de Jesús.

También debemos cuidarnos, al contemplar al Sagrado Corazón de Jesús, de quedarnos simplemente en el sentimiento. Este sentimentalismo del cual alguna vez la devoción no estuvo exenta, porque a veces, aún cuando le pongamos una mirada piadosa, corremos el riesgo de desviar la atención, de manosear el concepto del amor de Dios por nosotros.

Esta mañana queremos compartir esta mirada, la del Corazón de Jesús, esta imagen que nos acompaña a todos de alguna manera: en nuestras iglesias parroquiales o en nuestras casas, en esta costumbre que todavía está muy presente de entronizar una imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

Lo que realmente debe preocuparnos es que tantas veces el mal que nace del corazón del hombre hace torcer la historia del amor de Dios. Cuando las mujeres, camino al Calvario, lloran por el dolor de Jesús, Jesús de manera muy discreta hace a un lado este gesto, haciéndoles descubrir que tenemos otras cosas muy nuestras y de todos los días por las cuales llorar: “Lloren más bien por sus hijos.” Así lo expresa el Evangelio, hablando de llorar, más que por aquél que va a morir, por aquellos que por el pecado lo están asesinando. Llorar nuestros pecados, que tanto daño hacen al Corazón de Jesús. O dicho de otra forma, lo que realmente debe preocuparnos es el mal que, naciendo del corazón, entreteje la negra historia de la humanidad. En una perspectiva de fe, el verdadero muerto es siempre el pecador y a él sí le caben las lágrimas del arrepentimiento. Baste recordar el caso de Simón Pedro, que después de su negación llora amargamente su pecado.

¿Por qué, entonces, celebramos hoy esta festividad del Sagrado Corazón? Para que comprendamos, si aún fuese necesario, que en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que mandó al mundo su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

Desde la perspectiva evangélica, la muerte de Jesús no fue una muerte más ni un hecho puramente biológico. No fue un momento más en la historia de alguien, sino que fue la manifestación del Amor Divino, que se abría como una nueva perspectiva de vida para todos los hombres. No se trata por lo tanto de hacer simplemente un análisis del amor de Cristo, sino de que comprendamos el alcance que este acontecimiento tiene para nuestra salvación. Y que es tan importante, que la Iglesia quiere que en un día particular lo podamos contemplar. Así como en la noche del Jueves Santo la Iglesia celebra estos momentos trascendentes de su vida como son la Institución de la Eucaristía, del Sacerdocio, del mandamiento nuevo del amor. Y después, a medida que va transcurriendo el año litúrgico nos lo va proponiendo. Y recordamos esa Institución de la Eucaristía en la fiesta del Corpus Christi (celebrada el fin de semana pasado). Y recordamos la Institución del Sacerdocio cuando la Iglesia celebra a Jesucristo Sumo Sacerdote.

De la misma manera el Viernes Santo, tal vez con tantas celebraciones y momentos, con tanto dolor que vivimos en Semana Santa, no podemos celebrar en plenitud este corazón traspasado por amor a nosotros. Por eso esta festividad, esta solemnidad, esta devoción, que alguna vez en la historia de la Iglesia trajo su dificultad. Tuvo que, a lo largo de la historia, recibir la iluminación de tantos sumos pontífices que tuvieron una palabra, siempre actual, para la fiesta del Sagrado Corazón.

Por eso hoy, en este día (para el que tal vez te has estado preparando con la novena tal como lo hacemos en mi comunidad) te invito a que, mientras vamos contemplando la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en este contexto que es el Jesús total que se ofrece en la cruz para salvarnos y redimirnos, puedas hacer memoria de tu experiencia de la devoción del Sagrado Corazón. Pensaba en tantos hermanos y hermanas nuestras que, desde niños pequeños, viven este amor al Sagrado Corazón de Jesús. Este amor que, a lo largo de este tiempo, también me ayudó a descubrir que es una devoción que está en todas las edades, en todas las familias. Especialmente y con mucha más profundidad en las comunidades del interior, podemos descubrir cómo la presencia de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús sigue siendo actual, presente como promesa de bendición.

Te invito a que volvamos la mirada al Viernes Santo, cuando contemplamos a Jesús crucificado, al centurión que traspasa el corazón de Jesús, al agua y sangre que brotan de allí. Lo último y lo máximo que podía dar. Toda su vida. Y aquella Sangre y aquella Agua, imágenes de dos sacramentos tan importantes en la vida del cristiano: el Bautismo y la Eucaristía.

Te invito a cerrar los ojos del corazón y a contemplar una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, o de Jesús crucificado, pensando de qué manera vivís esta devoción tan particular, esta fiesta tan especial del Sagrado Corazón, en este día y a lo largo de todo el año litúrgico. ¿Cómo vivís este amor a Jesús, que no se guarda nada para sí y que todo lo entrega desde la cruz?

En este día además se celebra en la Iglesia la jornada de santificación del clero. Por eso también es oportuno rezar por todos los sacerdotes, por la santidad y especialmente por aquellos sacerdotes que puedan estar pasando por alguna crisis, para que el Sagrado Corazón de Jesús ayude, fortalezca, consuele y dé la serenidad.

Nos dice el Evangelio de esta mañana: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.”

Entre aquellos que vieron y que contemplaron y que les fue revelado por tener un corazón pequeño y humilde; entre aquellos que pudieron ver lo que tantos esperaban, lo que tantos no pudieron ver porque tenían su corazón lleno de rencor, soberbia y maldad, está el apóstol San Juan que al pie de la cruz, junto a María y al resto de las mujeres, nos relata este gesto, esta actitud, este último momento de la vida de Jesús (Juan 19, 33-34).

Nos podemos hacer una pregunta: ¿qué vio de raro Juan al pie de la cruz? Lo que ve Juan, y lo transmite en su Evangelio, no es otra cosa que a Cristo muerto. Esta imagen de Jesús en la cruz, muriendo por nosotros. Y luego el centurión, que le traspasa ese Corazón amantísimo del que brota sangre y agua. Esta palabra nos ayuda a sondear en el misterio del amor de Cristo, escondido a los sabios y a los entendidos y revelado a la gente sencilla, tal como dice Mateo en el Evangelio de hoy.

Juan relata con cierta minuciosidad algo que él vio y por eso dice al terminar: “El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean” (Juan, 19, 35). Llama la atención esta insistencia en la veracidad de su testimonio, como si detrás de éste se ocultara algo fundamental para el cristiano.

¿Qué es lo que vio Juan y que hoy debemos ver nosotros? En primer lugar, que cuando los soldados se acercaron a Jesús para quebrar sus rodillas, vieron que estaba muerto. Jesús en ese momento no sólo había concluido su vida, como ocurre cuando muere el hombre, sino que hay algo más que este sencillo y doloroso hecho de constatar que una persona está muerta. No es una mirada de aspecto solamente humano. Juan vio algo distinto. Era el fin para Jesús de un modo de existencia. El fin de su vida afectiva, de sus sentimientos, de su voluntad. Por eso murió desnudo, porque allí se despojó totalmente de todo su ser. Lo entregó todo.

Contemplá esta imagen de Jesús muriendo en la cruz y entregándolo todo, hasta lo último.

Cuando uno cualquiera de nosotros va a morir, no necesariamente muere todo en nosotros. Seguimos siempre aferrados a nuestra existencia, al orgullo, a la ilusión, a nuestros egoísmos. Seguimos aferrados a nuestros afectos, nuestros amores, porque la existencia quiere perdurar.

En cambio, cuando el Evangelio dice que Jesús murió, lo hace con un sentido muy especial: nadie me arranca la vida, soy Yo quien la entrega. Nadie ama tanto a un amigo como quien da la vida por él.

Podríamos decir que cuando Jesús muere biológicamente, en realidad ya antes había muerto a sí mismo, ya no se pertenecía. Todo el Evangelio nos muestra este camino de Jesús hacia su hora de darse totalmente. Y lo hizo a través de un duro aprendizaje: el camino de la humillación, a costa de sudor de sangre, a costa de entregarse totalmente a la voluntad del Padre.

Cuando Juan dice “y no le quebraron ningún hueso” alude al cordero pascual, a quien la ley tampoco permitía quebrarle sus huesos, según leemos en Éxodo 12, 46. Jesús tomó plena conciencia en la cruz de lo tremendo del pecado humano, de la devastadora fuerza del egoísmo, y asumió esta responsabilidad de donarse, de morir por nosotros, para lavar -en un gesto absolutamente puro- la historia de pecado de los hombres.

Sin duda que, con esta mirada, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús adquiere un sentido que va mucho más allá de la imagen que podamos tener en nuestra casa: sentir que Jesús  entrega su vida por amor a nosotros, experimentar la cercanía del amor de Dios.

Animate a renovar tu amor y tu agradecimiento a tanto amor que nos tiene Jesús. A este amor que lo vemos brotar hasta el extremo de darlo todo. Jesús murió como el cordero de la pascua, sin mancha alguna, habiendo purificado en sí mismo hasta la nada total todo rastro de egoísmo. Esto es lo que vio Juan.

¡Qué lejos estamos, entonces, de algo simplemente sentimental cuando hablamos del Corazón de Jesús! No sólo verlo muerto en la cruz, sino verlo morir por cada uno de nosotros. Ubicados en aquel grupo reducido de hombres y mujeres al pie de la cruz, llorando con mucho dolor la muerte de Jesús, pero también con la serenidad de un corazón que sabe que Jesús está muriendo por vos y por mí.

De manera providencial terminamos el mes de mayo con esta festividad, que nos deja de cara al mes de junio para que desde ya vayamos descubriendo cuánto amor y gracia regala el Sagrado Corazón de Jesús y así podamos vivir el mes del Sagrado Corazón de Jesús. Que cada día le podamos regalar a Jesús nuestro propio corazón y recibamos de Él toda su gracia, toda su bendición, todo su amor.