Guiados por Dios, vayamos de lo conocido a lo desconocido

lunes, 20 de abril de 2009
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“Les aseguro, el que guarda mis palabras no morirá para siempre”.  Los judíos le dijeron:  “Ahora sabemos que eres víctima de un mal espíritu.  Abrahán y los profetas murieron, y tú dices, quien guarda mis palabras jamás verá la muerte. ¿Eres más grande que nuestro padre Abrahán, que murió al igual que los profetas? ¿Qué te crees?”.  Jesús les contestó:  “De nada vale que yo me dé gloria a mí mismo, el que me da gloria es mi Padre, al que ustedes llaman nuestro Dios.  Pero ustedes no lo conocen.  Mientras que yo lo conozco.  Si dijera que no lo conozco sería tan mentiroso como ustedes.  Porque yo lo conozco y guardo su palabra.  Referente a Abrahán, el padre de ustedes, sepan:  él se alegró al pensar que vería mi día, más todavía tuvo la alegría de verlo”.  Los judíos replicaron:  “No tienes ni cincuenta años ¿y dices que has visto a Abrahán?”.  Contestó Jesús:  “Les aseguro que antes que Abrahán existiera, yo soy”.  Entonces tomaron piedras para lanzárselas, pero Jesús se ocultó y salió del templo.”

Juan 8, 51 – 59

En el libro del Génesis 17, 3-9, la primera lectura de la liturgia de la Iglesia católica recuerda la alianza de Dios con el nómade solitario Abrahán, conforme a la versión sacerdotal del siglo VI antes de Cristo. Tal vez la más tardía, según algunos estudios, de las cuatro tradiciones bíblicas que confluyeron en la redacción de los cinco primeros libros de las Sagradas Escrituras del Pentateuco.

Cuando en el desierto babilónico la nación judía y la alianza parecían aniquiladas, los círculos sacerdotales reafirman la Alianza eterna de Dios con su pueblo, y con toda  la humanidad. Y la persona de Abrahán es el centro de esa decisión tomada por Dios. Abrahán, padre de una muchedumbre de pueblos, creyó en la Palabra de Dios contra toda esperanza. Puso fe, dio crédito, dijo amén a aquella invitación que Dios le hacía, al final casi de su vida, de la ancianidad. “Deja tu tierra y tu casa y ve a la tierra que yo te mostraré”.

La fe abrahámica lo condujo a este nómade por caminos y por el desierto, donde no hay caminos, hasta encontrar parte de la promesa anticipada por Dios, de una gran nación en su hijo Isaac. Al cual, Dios después lo pediría en sacrificio, y Abrahán confiando en que Dios provee siempre, se lo entregó. Y el Dios de la Misericordia que puso a prueba la fe de Abrahán, lo sacó de aquel lugar de ofrenda más fortalecido, más purificado, más asentado en ese amén primero de la llamada, y de la vocación de Abrahán a ser “padre de multitudes”.

Y en este sentido, Dios nos regala en la figura de Abrahán un modelo, a través del cual, animarnos a caminar por los caminos desconocidos. Tal sean estos, los grandes desafíos que la humanidad atraviesa por estos tiempos difíciles de recomposición del contexto social, económico, político, humano, en y a lo largo de todo el mundo, evidente y claramente ante una nueva era. Que no conoce paradigmas de referencia, en el cual podemos nosotros valernos para saber por dónde y cómo caminar. Formamos parte de este desconcierto en el que nos encontramos.

¿Cómo compaginar tanta movilidad y tanta contradicción en la que nos movemos todos los días? El camino de la fe ayuda en este sentido, y la Gracia de la sabiduría nos permite establecer acuerdo, aún entre lo contrario, entre lo tan diverso, entre lo tan opuesto. Este camino creyente y sabio, por donde Dios nos moviliza a ir hacia delante, detrás de una convicción: Él está con nosotros. Es el que nos permite soñar, es el que nos permite estar con los ojos bien abiertos, pensando en que tiempos mejores vendrán.

En este sentido, Abrahán es un maestro. Es un gran pedagogo que Dios pone delante de nosotros como modelo, para animarnos a salir de lo conocido y empezar a recorrer los caminos desconocidos.

Tal vez vos seas un testigo de esto. De cuántas veces has tenido que empezar de nuevo, recomenzar y descubrir que todo estaba como naciendo. Después de mucho tiempo de haber vivido bajo una manera determinada. Un modo de ser familia, un modo de ser cristiano, un modo de ser ciudadano, un modo de ser vecino, un modo de ser empresa, un modo de ser trabajador.

Y de repente, ese modo tuyo de ser, un modo de ser mamá, un modo de ser papá, te puso la vida bajo una determinada circunstancia, donde vos dijiste “tengo que dejar esto ya sabido, esto ya conocido, este modo con el que estoy tan familiarizado, y animarme a recorrer caminos que desconozco”. Estabas, tal vez, sin saberlo, repitiendo la historia del padre de la fe, como lo llama la Carta a los hebreos.

Abrahán, que salió de su tierra, al concierto de la voz de Dios que lo llamaba, desconcertado por no reconocer como familiar los nuevos territorios por donde Dios lo conducía. Hagamos memoria de cuántas veces hemos tenido que reinventar la historia, y animémonos, no tengamos miedo, a reinventar ésta que se nos presenta tan dura, a veces, siempre tan desafiante, y que trae escondido en algún lugar lo nuevo que estamos esperando.

La consigna es de lo conocido a lo desconocido, guiados por Dios, que podemos reconocer ahora, después de un tiempo de crisis donde se rompió lo que nos contenía y empezó a crearse lo nuevo que estaba naciendo.

La figura de Abraham vista en relación a Cristo, juega un papel importante en el evangelio que hoy hemos compartido. Como en el de ayer también cuando aparecía también la figura del patriarca, como un eje de discusión también entre Jesús y los escribas y fariseos.

Jesús en quien Dios realiza la nueva y definitiva alianza con la humanidad, afirma: “Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre”.

La reacción de los oyentes judíos sigue siendo negativa porque le falta la fe. Porque entienden ese no morir en sentido físico. Por eso acusan a Jesús de endemoniado, y le recuerdan que Abraham mismo, el padre de la fe, murió. Al igual que los profetas. Y surge la pregunta de ellos. ¿Es que tú eres mayor que ellos? ¿Por quién te tienes?

Jesús se confiesa una vez más como el Hijo del Padre. Acaba su discurso afirmando rotundamente su superioridad sobre Abraham; “antes que él exista existo yo”. Entonces ellos tomaron piedras, relata la Palabra, para tirársela. Pero Jesús se escondió y salió del templo.

Así termina este capítulo octavo del evangelio de Juan, en el que el evangelista hace como una síntesis de discursos de autodefensa y la invectiva de Jesús contra enemigos como estos que hoy aparecen en escena.

Cuando Jesús dice “Abrahán deseo ver este día”, está hablando de esa fe abrahámica. El deseo de Abrahán, está en lo más profundo de su corazón, es encontrarse con el Hijo de Dios. Y la fe abrahámica, es la que permitió ese encuentro, anticipado, en la tierra que Dios le prometió, y en el hijo de la promesa, Isaac, que Dios le dio, en su vejez, cuando su mujer era estéril. Un anticipo, está diciendo Jesús, de aquella realidad mesiánica, conformada, configurada, hecha realidad definitiva en su persona.

Cuando caminamos en la fe, cuando nuestra mirada es proyectiva, y se anima uno a dar pasos más allá de lo que, todo lo que racionalmente estaría indicando deberíamos caminar, entonces estamos en esta dimensión, creyente-filial, a la Palabra de Dios, desde el amén abrahánico, y tenemos vida. Es lo que está diciendo hoy Jesús en el evangelio.

Cuando Jesús dice: el que recibe mi palabra tendrá vida, está hablando de él mismo. Y de esa perspectiva de futuro, de esperanza, que representa su figura en nuestra propia historia. Siempre dinámica, y siempre con la presencia de Dios escondido, allí, a la expectativa de su manifestación, de su revelación, de su persona que se muestra compañero y sostén en el camino, somos invitados a vivir siempre. Siempre dice Jesús, permanecer vivos. Está diciendo.

Quien tiene esta actitud interior es quien se anima a dejar lo conocido para recorrer caminos desconocidos, e ir mucho más allá de lo que su propia fuerza, su propia racionalidad; el propio contexto donde uno vive, puede moverse.

Fe es la que moviliza al tiempo nuevo que vendrá. Y la que nos vincula en lo pequeño y en lo grande, a la novedad de una presencia, de Dios, que siempre muestra lo porvenir como lo mejor.

Por eso hoy y siempre la palabra nos invita a levantar la mirada.

A ponernos de pie. A no dejarnos ganar en el desánimo. A apartarnos de los discursos de muerte, que conviven muchas veces con nosotros. Y que nos desalientan y nos quieren llevar por derroteros de angustia, tristeza. Sinsentido.

Lejos de todo eso,  el que levanta la mirada, creyente en fe de Abraham, se encuentra, como Abrahán, con la presencia del Dios de la historia, que ha venido a cambiarla y a hacerla nueva.

Eso sea que lo hemos sabido o no,  es lo que nos ha permitido dar pasos para salir de donde estábamos, tal vez bien, a lo mejor, pero siempre hay algo mejor que nos espera.

La ruptura de eso ya sabido con lo desconocido, como invitación al crecimiento y a la madurez,  ha sido seguramente guiado por este Dios, que no nos abandona y nos sostiene, invitándonos a elegir por Él. Siempre.  El que así lo hace, dice hoy la Palabra, tiene vida, con mayúscula. Vida que permanece.

Cuando Abraham estaba físicamente acabado, diríamos echado a la muerte y sin descendientes a quien dejar la herencia, recibe la alianza de ser padre de multitudes, padre de un pueblo grande. Este hijo de la promesa fue Isaac, que Dios le pedirá mas tarde para seguir probando su fe.

Esta fe creó vida y bendición para la descendencia de Abraham. Y para todos los pueblos de la Tierra, gracias al que fue el hijo por excelencia de la promesa. Cristo Jesús. El Mesías de Dios. Por eso, cuando creemos en Cristo, tenemos vida. Y a esto nos llama hoy el evangelio. A animarnos a mirar hoy hacia delante. Y A CREER REALMENTE QUE DIOS ESTÁ CON NOSOTROS.

El apóstol Pablo dirá y si es así,  ¿Quién contra nosotros?

Sería muy bueno, que hoy podamos reafirmar, en medio de tantas memorias agradecidas. La de los combatientes de Malvinas, que con su adolescencia un poco crecida, fueron a defender lo que es nuestro, guiados tal vez, por la ilusión de un pueblo y engañados por la mentira de algunos que intentaban salvarse de una situación muy grave por la que atravesaba el país, utilizando una vez mas a otros como instrumentos, y bajo el signo de la muerte.

Memoria agradecida por esos jóvenes. Memoria agradecida por ese hombre grande que hoy en la Argentina, recuerda como un estadista, como un hombre de bondad, como un luchador por la paz, como un creador de la búsqueda de la justicia. La memoria agradecida por ese grande. Como lo denominó Benedicto XVI a Juan Pablo II. El grande. Ese si que fue grande y muy grande.

¿Cómo no mirar hacia delante con tan buen testimonio, como para entusiasmarnos y empezar de nuevo o animarnos a salir del encierro, o de lo ya conocido para ir sobre nuevos lugares donde Dios nos quiera guiar y conducir. Algo bueno está por venir, no todo está perdido. Creámoslo, es Dios que está allí. Y si de verdad así lo entendemos, con un amén sencillo. Como nos salga. Aunque tenga las características de la primera oración que nos enseñó el abuelo, la mamá. Así lo digamos. Amén. Te creo Dios.

Confiemos. Que en Él, todo lo podemos.

Padre Javier Soteras.