02/07/2025 – El Evangelio según San Mateo nos muestra a Jesús enfrentando con autoridad al mal. Hoy, esa misma fuerza nos enseña a discernir y resistir las acechanzas del enemigo espiritual que busca desordenar nuestra vida y alejarnos de Dios.
En el Evangelio de hoy (Mateo 8,28-34), Jesús llega a la región de los gadarenos, donde lo esperan dos hombres poseídos por demonios. Salen de los sepulcros y se le enfrentan con violencia. El mal, que había tomado posesión del lugar, se revuelve ante la presencia de Jesús. Su sola cercanía lo incomoda, lo expulsa, lo descoloca.
Este pasaje nos habla de la fuerza del mal, pero aún más, de la autoridad y el poder liberador de Jesús. A su palabra, los demonios huyen y la paz se restaura. La gente, sin embargo, le pide que se aleje. ¿Por qué? Quizás porque la presencia de Jesús incomoda nuestras zonas oscuras, porque desestructura lo que el mal ya había desordenado.
Como aquellos endemoniados, muchas veces también nosotros somos invadidos por pensamientos que inquietan el alma: tristeza persistente, agobio, pensamientos negativos, tentaciones sutiles, desesperanza. El mal espíritu no siempre grita, a veces susurra con astucia, pero siempre busca robarnos la paz.
San Ignacio de Loyola enseña que el mal espíritu puede actuar bajo forma de bien: propone ideas aparentemente piadosas que, sin embargo, generan agobio, impaciencia o vanidad. Nos distrae del verdadero camino del amor, nos divide, nos confunde.
El discernimiento espiritual es clave. Jesús no dialoga con el mal, lo desenmascara y lo expulsa. En nuestra vida, este gesto se traduce en poner al descubierto lo que nos roba la paz, y hacer lo opuesto a lo que nos empuja a la tristeza o al desánimo.
Algunas herramientas concretas que nos ayudan en esta batalla espiritual:
La Palabra de Dios no es un relato del pasado: Jesús sigue actuando hoy, y quiere liberarte de todo aquello que impide que vivas en plenitud. A veces, como decía Santa Teresa, Dios puede obrar en un segundo lo que nosotros intentamos durante años.
No te quedes paralizado por tus luchas internas. El Señor no te condena por estar enfrentando tormentas o combates espirituales. Él está contigo en la barca, incluso cuando parece dormir. Su presencia es promesa de victoria.
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