La amistad con Jesús, fruto de un encuentro

miércoles, 13 de noviembre de 2013
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13/11/2013 – La historia del cristianismo es un conjunto de encuentros de personas con Jesús. Ser creyente no supone conocer un conjunto de verdades ni seguir ciertas doctrinas: seguir a Jesús implica antes haber tenido un encuentro personal con Él que ilumina la existencia y nos anima a vivir cerca suyo. En la catequesis de hoy compartimos una serie de encuentros personales entre personas bien diversas y Jesús.

Un encuentro lleno de Luz

La experiencia cristiana no es creer en Dios , sino relacionarnos con Dios como amigo. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” nos dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica “Dios es amor”.

Esto es justamente lo que, con presentaciones diferentes, nos han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús (cf. Jn. 1, 35-39). 1

La naturaleza misma del cristianismo consiste, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones.

El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano2.

El Señor se hace presente en un momento específico, de hecho los primeros llamados dicen que “eran las 4 de la tarde”. ¿Dónde vives? Le preguntaron. “Vengan y lo verán”, les respondió. Y desde esa apertura al encuentro, el Señor les fue ganando el corazón.

Dios es un Dios lleno de luz. El encuentro con Jesús es un encuentro lleno de luminosidad. Nosotros no podemos provocar ese encuentro, si podemos predisponernos al encuentro, pero sólo Él lo genera.

 

 

No tengas miedo de mirarlo a Él

Recuerdo cuando era seminarista y tuve la oportunidad de conversar con una hermitania que vivio por muchos años en las sierras de Cba. En esa oportunidad , ya viejita y cuidada por las hermanas Mercedaria, me contó como cuando joven, después haberse declarado atea en Francia ella por cansancio y una gran depresión termino en una casa de descanso en su país natal atendida por unas religiosas, las que con su testimonio le fueron poniendo luz a su deprimida situación personal y como desde ese lugar se encontró con Jesús que le cambio la vida se hizo la luz en su interior y no tuvo ojos sino solo para Jeús que totalizo su vida, hasta consagrarle todo a El en una vida ermitaña. Ella era una testigo de lo que decía Juan Pablo II a los Jóvenes Chilenos en 1987 :”No tengáis miedo de mirarlo a El! Mirad al Señor: ¿Qué veis? ¿Es sólo un hombre sabio? ¡No! ¡Es más que eso! ¿Es un Profeta? ¡Sí! ¡Pero es más aún! ¿Es un reformador social? ¡Mucho más que un reformador, mucho más! Mirad al Señor con ojos atentos y descubriréis en El el rostro mismo de Dios. Jesús es la Palabra que Dios tenía que decir al mundo. Es Dios mismo que ha venido a compartir nuestra existencia de cada uno". 

El Papa hablaba en un contexto muy particular: el país venía saliendo de una dolorosa crisis institucional de miles de muertos, y en el mismo estadio donde había sido escenario de violencia y muerte, el Papa decía que “ Al contacto de Jesús despunta la vida. Lejos de El sólo hay oscuridad y muerte. Vosotros tenéis sed de vida. ¡De vida eterna! ¡De vida eterna! Buscadla y halladla en quien no sólo da la vida, sino en quien es la Vida misma".3

La hermana ermitaña se llamaba María, al final de nuestra conversación me preguntó ¿Javier como fue tu encuentro? Y yo te pregunto a vos: ¿cómo fue tu encuentro con la luz de Jesús? ¿cómo fue ese encuentro con el sentido, con la paz y con la vida?. Y después de haber sido “primereado” por el Señor que trae la vida… ¿cómo te preparás para un próximo encuentro?.

 

La historia del encuentro de Edith Stein

Cada persona tiene su propia historia de encuentro con Jesús. Es un regalo y una gracia enorme la que el Señor nos hace cuando nos dice “ven y los verás”. Les comparto otra historia de encuentro con Jesús:

Edith no nació católica, sino judía, en Breslau -entonces ciudad alemana, y hoy polaca con el nombre de Wroclaw-, en 1891. Era la menor de una familia numerosa, y perdió repentinamente a su padre apenas dos años después. Su madre se hizo cargo con fortaleza del negocio familiar de maderas y de la educación de sus hijos.

Su madre infundió un elevado código ético a sus hijos: Edith aprendió algunas virtudes que nunca perdería: sinceridad, espíritu de trabajo de sacrificio, lealtad… Pero, aunque se educó en un ambiente claramente judío, la fe era más bien superficial. A los diez años supo de la muerte de un tío muy querido, y acabó enterándose de la causa: suicidio, tras la quiebra de su negocio. Acudió al funeral. "El rabino inició la oración fúnebre. Yo ya había escuchado otras oraciones fúnebres. Eran un resumen de la vida del muerto, en que se realza todo lo bueno que había hecho durante la vida, removiendo el dolor de los familiares y sin que por ello se recibiese ningún consuelo. Por fin, con solemne y engolada voz, dijo el rabino: ´si el cuerpo se convierte en polvo, el espíritu vuelve a Dios, que es quien se lo dioª. Pero, detrás de todo esto, no había una fe en un volver a encontrarse tras la muerte.

Al cabo de muchos años participé en un culto funerario católico, por primera vez. Se trataba del entierro de un sabio famoso. Pero nada se dijo en la oración fúnebre de sus méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo. Solamente se encomendaba a la Misericordia de Dios su pobre alma mediante el nombre de pila. Ciertamente, ¡qué consoladoras y serenantes eran las palabras de la liturgia que acompañaban a los muertos a la eternidad!". Edith supo de bastantes más suicidios: sucedían cuando se derrumbaban las esperanzas terrenas de quienes hasta entonces parecían llenos de amor a la vida.

Las virtudes aprendidas en casa, junto a una profunda y despierta inteligencia, hicieron progresar a Edith en el mundo académico, a pesar de los prejuicios contra las mujeres y los judíos de aquella Alemania rígida. Destacó en el colegio, y fue a Göttingen a estudiar filosofía. Allí conoció a Husserl, y, junto con muchos otros, quedó deslumbrada por la nueva fenomenología. "Las Investigaciones lógicas (de Husserl) habían impresionado, sobre todo porque eran un abandono radical del idealismo crítico kantiano y del idealismo de cuño neokantiano. Se consideraba la obra como una ´nueva escolásticaª. (…) Todos los jóvenes fenomenólogos eran unos decididos realistas". Edith, en filosofía, buscaba la verdad. Pero, a la vez, un intenso trabajo la absorbía, y no dejaba tiempo para la consideración de otras cosas; de hecho, no tenía fe.

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Dios preparaba su cabeza, pero también otros aspectos que permitirían descubrirle; entre otros, el contacto con el dolor. En 1914 apareció de improviso la guerra. Muchos de los amigos de Edith fueron al frente. Ella no podía quedarse sin hacer nada, y se apuntó como enfermera voluntaria. La enviaron a un hospital austríaco. Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras dolencias. El contacto con la muerte le impresionó. Tras ver morir a uno de los primeros, "cuando ordené las pocas cosas que tenía el muerto reparé en una notita que había en su agenda. Era una oración para pedir que se le conservase la vida. Esta oración se la había dado su esposa. Esto me partió el alma. Comprendí, justo en ese momento, lo que humanamente significaba aquella muerte. Pero yo no podía quedarme allí". Tras los trámites pertinentes, se volvió a refugiar en la incesante actividad. Edith recibió la Medalla al Valor por su trabajo en el hospital.

Tras dejar el hospital, siguió a Husserl a Friburgo, y trabajó como su asistente. Ordenó y recopiló los trabajos del maestro, pero, sin un futuro claro en ese puesto, decidió dejar a Husserl e intentar aspirar a una cátedra universitaria. No lo pudo conseguir por ser mujer, y se tuvo que conformar con la dirección de un colegio privado.

Algunas conversiones de amigos y algunas escenas de fe que pudo ver habían impresionado a Edith. Empezó a leer obras sobre el cristianismo, y el Nuevo Testamento. Un día tomó un libro al azar en casa de unos amigos conversos. Resultó ser la autobiografía -La Vida- de Santa Teresa de Jesús. Le absorbió por completo. Cuando lo acabó, sobrecogida, exclamó: "¡Esto es la verdad!". Inmediata mente, compró un catecismo y un misal. Al poco tiempo se presentó en la parroquia más cercana pidiendo que le bautizaran inmediatamente. Demostró conocer bien la fe, pero había que hacer algunos trámites, y se bautizó el día 1 de enero de 1922, con el nombre de Teresa Edwig.

Lo más duro que le esperaba a la recién conversa era decírselo a su familia. Edith era un orgullo para su madre. Por eso mismo se derrumbó y se echó a llorar cuando su hija se reclinó en su regazo y le dijo: "Madre, soy católica". Edith la consoló como pudo, e incluso le acompañaba a la sinagoga. Su madre no se repuso del golpe -lo consideraba una traición-, aunque no tuvo más remedio que admitir, viendo a su hija, que "todavía no he visto rezar a nadie como a Edith".

Todavía les resultó más costoso aceptar la decisión de Edith de hacerse carmelita descalza. Era una decisión meditada durante años, que se hizo realidad en 1934. Emite sus votos en abril de 1935, en Colonia. Se convirtió en Sor Benedicta de la Cruz.

Mientras todo esto sucede, el ambiente en Alemania se va haciendo progresivamente hostil contra los hebreos, desde la llegada al poder de Hitler en 1933. En 1939 sus hermanas del Carmelo de Colonia deciden que es prudente salga de Alemania, y se traslada al convento de Echt, en Holanda.

En la primavera de 1940 Holanda es ocupada por los nazis. A principios de 1942 se decide en las afueras de Berlín la "solución final": el exterminio programado de los judíos. Unos meses después, la Jerarquía católica holandesa escribe una carta al Comisario del Reich, Seyss-Inquart, protestando contra el trato vejatorio a los judíos; se oyen también protestas en los púlpitos, como la del Obispo de Utrecht. Las SS alemanas reaccionan con represalias, entre ellas la detención de los católicos de origen hebreo. En agosto de 1942 se presentan en el convento de Echt, en busca de Edith Stein y su hermana Rosa, refugiada allí. Al cabo de pocos días, salen de Holanda con destino desconocido. Pocos datos se conocen a partir de este momento, pero todos coinciden en testimoniar la serenidad y entrega ejemplar de Edith.

Más tarde se supo el destino final de Edith Stein: las cámaras de gas de Auschwitz. Allí entregó santamente su alma al Señor el 9 de agosto de 1942

Un encuentro entre la sed de Dios y la del hombre

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Salmo 42) Hay tantas personas que tienen sed del agua viva de Jesús, y muchas veces nosotros que hemos tenido este encuentro, nos olvidamos de nuestra misión. Nos olvidamos de la hermosa tarea que tenemos de llevar este torrente de agua viva a quienes lo buscan y lo desean.

Que sea éste uno de esos días de espera en el Señor. La espera forma parte de la trama del encuentro y por eso trabajar sobre la espera es clave para poner en tal tensión el alma para el encuentro que viene. El Señor Jesús está a la puerta y te llama.

 

Padre Javier Soteras

 

1Aparecida Documento Conclusivo 243

2Idem 244

3 DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS JÓVENES Estadio Nacional de Santiago de Chile Jueves 2 de abril de 1987