La caridad fraterna

miércoles, 20 de noviembre de 2013
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20/11/2013 – En la Catequesis de hoy, el Padre Javier Soteras invitó a dejarse "primerear" por Dios. Que Él tome la iniciativa y desde ese amor, amar a los demás.

Amar a Dios y al hermano


La caridad no es solamente la más excelsa de las virtudes cristianas y la que orienta todas las demás a su fin sobrenatural, sino que ella sola, en su triple dimensión- Dios, el prójimo y uno mismo- resume y compendia toda la ley y los profetas. (Mt 22, 35-40)

El amor a Dios es la primera y más excelente forma de la caridad sobrenatural, hasta el punto de que valora y condiciona a los otros dos aspectos del amor caritativo, y solo vinculados a Él, adquieren su mayor fuerza y su razón, le da valor en orden a la vida eterna. Amor sin relación al Amor a Dios, es un amor natural de sí mismo, no sobrenatural.
La caridad fraterna se apoya y descansa en un triple fundamento: su naturaleza es Dios, Dios es amor. La caridad ama a Dios con todo el corazón, alma, ser y a todas las demás cosas en Dios, por Dios y para Dios. Este amor primer nace de un amor primero de Dios. Como dice el Papa Francisco, Dios nos “primerea”, nos sale al encuentro.


Nada mejor que al levantarse temprano, ponerse disponible para que Dios nos “primeree” y nos visite con su presencia de amor que nos hace salir al encuentro de quienes necesitan también esa presencia de amor y ternura.


Cualquier amor que no tenga por fundamento y motivo la bondad de Dios deja de ser caridad, para convertirse en un amor puramente natural. Un amor natural en cual uno busca compañía, con quien hablar y afectividad. Por el bautismo somos miembros de un solo cuerpo, todos los bautizados estamos íntimamente unidos entre sí y con nuestra  Cabeza, que es Cristo. (1 Cor. 12, 12-28) todos formamos con Cristo un solo cuerpo. Y así como en el cuerpo u organismo humano hay una perfecta solidaridad entre sus miembros, de modo que, cuando uno solo de ellos sufre o goza, repercute a todos los demás, así los miembros del Cuerpo místico de Cristo debemos sentirnos íntimamente solidarios unos con otros, como San Pablo (2 Cor 11,29) (1 Cor 9: 19-22).


La caridad es universal. Esta caridad universal, debe hacerse todo para todos debe ser señal de nuestra condición de discípulos de Cristo. El amor con el que Dios nos visita va mucho más alla de quien se dispone a “ser bueno”, porque Dios obra con poder donde nosotros somos más débiles haciéndonos salir más allá de nosotros mismos. No es filantropía natural o simple beneficencia, no se debe amar al prójimo únicamente por solidaridad humana, ni solo por sus cualidades humanas, ni con miras exclusivas a su bien terreno. El amor debe abarcar a la persona completa, con sus elementos naturales y sobrenaturales. Hay que amar su humanidad pero sobretodo amarlo por ser hijos de Dios, herederos del cielo. Dejate amar por Él y no sabés todo lo bueno que puede hacer en vos.

 

Características de la caridad fraterna


Sentir interiormente una gran estima hacia todos los hermanos. La caridad es hermana de la humildad, jamás se hincha, no subsiste con el orgullo, que es la hinchazón de un alma llena de si misma; es atenta a las cualidades ajenas y a los defectos propios, y da señales claras, en las ocasiones apropiadas de esa clara preferencia. La caridad impide que denigremos la imagen de otro ante mis propios ojos y ante los demás.


Tratar al prójimo con respeto y cordialidad.  El amor honra a aquellos a quien se estima: hace que se tome en cuenta sus realidades, condiciones diversas, educación, heridas, etc. La caridad no es simplemente tener reglas de urbanidad, sino que verdaderamente llevando al sincero afecto, pone gracia en el rostro, benignidad en los labios, afabilidad en la mirada, dulzura en las palabras, honra, delicadeza, tacto, cordialidad.


¿Sabés lo que mueve el corazón habitado por la presencia de Dios? La gloria de Dios. Sólo Él despierta en nuestro corazón y somos capaces de más de lo que nos imaginábamos. ¿Cuál es nuestro horizonte de amor? Su gloria. Cuando es su gloria la que tenemos como fin, todo empieza, termina y se regenera en Él. Por eso ir lejos en el amor a Dios es ir hacia dónde Él nos espera. Nos espera en las periferias geográficas y existenciales, como nos dice el Papa Francisco. Dios nos sale al encuentro en los pobres y sencillos, en los que se sienten solos y abandonados, en los que se sienten al borde del camino. En esos lugares, Dios nos sale al encuentro y nos muestra su gloria.

 

Padre Javier Soteras