La esperanza construida sobre la base del amor

miércoles, 23 de julio de 2008
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En el presente lo tengo todo por perdido en comparación de este sublime conocimiento de Cristo Jesús mi Señor.  Por su amor acepté perderlo todo y considero como basura. Ya no me importa más nada que ganar a Cristo y encontrarme en El desprovisto de todo mérito o santidad que fuera mío por haber cumplido la ley sino aquel mérito o santidad es el premio de la fe y que Dios da por medio la fe en Cristo Jesús.  Quiero conocerlo, quiero probarlo en el poder de su Resurrección. Tener parte en su muerte y alcanzarlo a éste Dios, al Dios vivo, al que Resucitó de entre los muertos.  No creo ya haber conseguido la meta ni me considero perfecto sino que sigo mi carrera hasta alcanzar a Cristo Jesús quien ya me dio alcance. No hermanos yo no pretendo haberlo conseguido todo. Digo solamente esto olvidando lo que dejé atrás me lanzo hacia delante. Corro hacia la meta con miras al premio para el cual Dios nos llamó desde arriba en Cristo Jesús

Filipenses 3; 8 – 14

La condición del que vive en Cristo es la condición del que viaja, del que peregrina. Es lo que claramente dice el Apóstol San Pablo cuando en el texto de Filipenses 3, 13 que acabamos de compartir nos indica que el ha sido alcanzado por Cristo Jesús pero al mismo tiempo se lanza hacia delante para ver si lo puede alcanzar.

Es el status viatus el estado del que peregrina, el estado del que va de viaje. Este estado del que va de viaje mientras vive en ésta tierra se diferencia del status comprensoris quiere decir el que ya posee hacia donde tiende, hacia donde iba, el que llegó a la meta. Pablo claramente hoy lo dice en Filipenses, no cree haber alcanzado la meta.

Si se cree haber sido alcanzado por Cristo, haber encontrado el, el camino, no quiere decir haber llegado al final del camino. Queda un tiempo largo por recorrer para alcanzar definitivamente la meta .que será al final de la vida y tendrá que ver con metas pequeñas que se acercan a aquella gran meta.

La meta final es el amor de Dios que nos espera. El único que va a quedar ha dicho Pablo en la Primera Carta a los Corintios en el capítulo 13 en el verso 13. De todo lo que hay de dones para nosotros mientras vamos peregrinando, mientras vamos en éste estado de viajantes, de andar por los caminos, lo único que quedará al final será la caridad.

Ni la fe ni la esperanza, solo la caridad y por eso los estados de plenitud previos a la posesión del fin final deberán ser tensiones hacia la caridad en la que hay que ordenar la vida. Y la caridad ¿Qué es? La caridad en nosotros es la capacidad de donarnos, de entregarnos a nosotros mismos. Ayer lo compartíamos en la comunidad de los jóvenes aquí en la obra.

No es posible ser dueño de si mismo sin la posibilidad de trabajar en nosotros la templanza, la castidad particularmente y a partir de allí el dominio de si mismo, posibilidad que dan éstas dos virtudes, hacer ofrenda de la vida. Justamente mientras ofrendamos la vida que poseemos con inteligencia, afectividad y voluntad ordenada detrás de ese fin que es el amor para el que fuimos creados. Mientras vamos haciendo ofrenda de la vida nos vamos acercando a la meta. Yo no he alcanzado la meta, dice el Apóstol, apunto a  poder alcanzarla. Mientras tanto me lanzo hacia delante, dejo atrás lo que fue y pienso en lo que viene.

Lo que viene siempre es para nosotros la posibilidad de un más grande amor. Y en éste sentido la virtud de la esperanza de los que peregrinamos, de los que andamos por la vida, de los que nos consideramos en camino se construye desde la magnanimidad y desde la humildad porque el Espíritu magnánimo es el que se abre a lo grande y lo grande es el amor de Dios que ha sido derramado dice el Apóstol en nuestros corazones. Es el siempre más del que habla en toda su espiritualidad San Ignacio de Loyola. Es el deseo del que habla hondamente San Agustín cuando nos invita a vivir en la caridad y a orar particularmente para que el anhelo de la posesión de esa presencia de Dios nos acerque cada vez más a El.

Este anhelo y éste deseo de amor grande por el cual vivir y al cual donar la vida por el cual verdaderamente perderla es posible en un proceso que debe estar ajustado al aquí y al ahora.

Eso lo da la virtud de la humildad que es la virtud del realismo, de la verdad, es la que nos permite ajustar los grandes deseos, las grandes aspiraciones, la magnánima intención de poseerlo todo en la realidad, en el aquí y en el ahora en ésta actividad concreta que hoy realizo, en éste servicio que me toca, en ésta conversación, en ésta entrega, en éste silencio, en éste cumplir con mi estado de vida, en el trabajo, en la familia, en el estudio, en la vida comunitaria, en éste obrar sencillo y simple que me pone de cara al misterio humanamente grande para mi y posible para una humanidad si lo vivo con humildad.

La humildad no es otra sino la virtud del que se ubica delante de la grandeza. La virtud de la humildad es una virtud teológica como ha dicho Anselm Grün que viene de la conciencia crecida en nosotros de la grandeza de Dios. Justamente la verdadera magnanimidad que nos pone de cara al misterio de la grandeza de Dios genera la humildad lo demás es presunción, agrande decimos nosotros pero no grandeza.

La verdadera magnanimidad que aspira a lo grande y al grande, al gran Dios es justamente la que genera como consecuencia un espíritu humilde, realista, aquí y ahora. Yo mientras tiendo a más a esto. Es tensión hacia el bien que todavía no se posee. La espiritualidad de la esperanza supone ésta tensión.

El gran bien es el amor de Dios y se espera de nosotros que ordenemos la vida nuestra en todos los bienes a los que aspiramos, materiales, espirituales, convivenciales , estatales, se aspira que sean iluminados por ésta gran otra virtud, la única q va a permanecer, la de la caridad.

La esperanza crece en los espíritus magnánimos, en los espíritus enanos en los que no  tienen aspiraciones importantes no hay posibilidad de esperanza por eso hablamos de sueños. Cuando hablamos de sueños hablamos de salir del sueño, de despertar y con los ojos bien abiertos y con el corazón desplegado guiado por un amor grande que nos visita si nos abrimos a su presencia, el de Dios, podemos nosotros encontrar que estamos llamados a ser más de lo que nos imaginamos y que la vida es importante no para algunos y para mi no porque no soy de los tocados por la varita mágica sino que también yo también estoy llamado a ser importante s me descubro importante, digno de valor a la mirada, a la grandeza , a la presencia de éste Dios nuestro que entregó la vida por mi.

El le da valor a mi existencia. Es su amor el que despierta en nosotros la magnanimidad. Es una Gracia que hay que pedir. La Gracia de ser crecidos en la conciencia de cuanto Dios nos quiere, nos ama. Solo en la medida en que nuestro corazón se despliega a la luz de la conciencia del gran amor que Dios nos tiene nosotros podemos despertar verdaderamente y soñar con los ojos abiertos a lo grande, a lo que la vida nos invita todos los días.

Solo las personas que han hecho vínculo de alianza con el amor en términos de grandeza pueden todos los días despertar con una sonrisa y descubrir que la vida lejos de ofrecernos una nueva traba, una nueva emboscada, una nueva situación dolorosa nos ofrece siempre una hermosa oportunidad para crecer, para madurar, para construir, para desarrollarnos.

Es el amor de Dios al que somos invitados a despertar y es en ese amor donde podemos aprender a soñar. ¿cuáles son nuestros sueños? Es la pregunta que hoy hace la catequesis y que invita al corazón de los oyentes a despertar para que justamente sea desde ese lugar de grandeza donde somos movidos a ir hacia delante. Fui alcanzado, dice el Apóstol Pablo por el amor de Dios pero me lanzo hacia delante. Hay más está diciendo.

Cuando uno dice que no hay más está en la posesión. Es decir, la vida tiene tensión hacia más o es una vida que se hace aburrida, acomodada, sin aspiraciones, sin anhelos, sin deseos, sin la construcción de lo que viene. Se da cuenta uno cuando una persona grande tiene sueños en su corazón y la vida no la ha derrotado sino que siempre tiene nuevos proyectos porque tiene amor grande por vivir y ha descubierto algún amor grande que le habla del valor y la importancia, del sentido que la vida tiene.

Vale la pena ser vivida cuando en el amor la vida ha sido visitada y cuando hablamos del amor hablamos del amor concreto, de un Dios que entregó la vida por nosotros.

A éste Dios que entregó su vida por nosotros le entregamos la vida y hacia esa tendemos no de cualquier modo sino en la posesión de nuestro ser y en éste sentido lo que veníamos trabajando semanas anteriores en torno a la virtud de la templanza como la virtud que nos permite ser dueños de nosotros mismos integrados en todo nuestro ser, sobretodo en aquellos instintos que más buscan como irracionalizar nuestra vida, cuanto más somos dueños de nosotros más posibilidades tenemos de entregarnos a nosotros mismos. Y éste amor de Dios que busca respuesta en mi cuando encuentra un espíritu templado, un corazón ordenado, casto, decíamos en días pasados, tiene la posibilidad de hacer vínculo de alianza. Entonces habiendo sido alcanzado se lanza a alcanzar aún más. En la magnanimidad está escondida la potencia de la esperanza y los sueños que se pueden hacer realidad.

La virtud de la esperanza es el vínculo de la felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre y es posible para todos y particularmente para los más débiles, frágiles desposeídos, excluidos, marginales, para los que lloran, dice Jesús, para los que están triste por un momento, para los perseguidos, para los que luchan por la paz, para los que trabajan por el bien de los demás.

La virtud de la esperanza crece como anhelo de bienaventuranza, de gozo, de felicidad, de plenitud, en los lugares donde nosotros nos sentimos más frágiles, más débiles. Está de la mano de la humildad y por eso se entienden desde aquí las Bienaventuranzas del Reino.

Nos protege del desaliento, sostiene en todo desfallecimiento, dilata el corazón en la espera de la eternidad como el gran bien al cual tendemos. Toda la vida desde el momento mismo de su gestación, la nuestra. En todo su proceso de crecimiento y madurez apunta al cielo. El cielo es la meta. La eternidad es el destino. El cielo, la eternidad, la meta es el amor y por eso Jesús dice que el camino que conduce al Reino anticipado que es el cielo en la tierra es el camino de la caridad y en realidad la aspiración más grande que hay en el corazón humano es la de amar. De ser onda y profundamente querido.

Reconocer cuanto hondo y profundamente somos amados y cuanto estamos llamados a corresponder en las medidas de nuestras posibilidades a ese amor con el que somos amados. Esa posibilidad de respuesta viene contenida en el mismo acto de amor con el que somos amados y en éste sentido la virtud de la esperanza va de la mano de la virtud de la caridad. El Dios grande que nos invita a la magnánima disposición interior de alcanzarlo nos hace humildes por el gran amor con que nos ha redimido, nos ha salvado, nos ha rescatado, nos ha reconciliado.

La esperanza se manifiesta desde el principio de la predicación de Jesús en la proclamación particularmente de las Bienaventuranzas que es la contención por el amor de Dios de los más frágiles en el paisaje en el que nos movemos. Justamente allí las Bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida. Trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que espera a los discípulos de Jesús.

La virtud de la esperanza Dios quiere sembrarla hondamente en el corazón y por eso nos invita a abrirnos de todo corazón a la locura de amor con el que Dios se entrego por nosotros. Como lo ha dicho tan bellamente la Virgen en algunas de sus apariciones: si ustedes supieran cuanto los ama Dios se morirían. Ojalá podamos morir de amor ante el amor de Dios y entregarnos con una respuesta semejante al amor con el que El nos ama.