La esperanza en la realidad de nuestro contexto social

jueves, 5 de junio de 2008
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3) La esperanza en la realidad de nuestro contexto social

Oración invocando al Espíritu de la esperanza.

 

 

Danos, Espíritu Santo, semillas de esperanzas

que se conviertan en frutos de amor

madurados por esa dulce paciencia que todo lo aguarde.

 

Que el soplo de tu viento se lleve toda la oscuridad

y que la humedad vital de tu Palabra fecunde, con su savia, nuestra reseca aridez.

 

Deseamos desechar las piedras y las espinas del camino

por sueños llenos de música

que nos pronuncien tu voz.

 

¡Llevamos tanto ruido adentro,

tanto inquieto movimiento sin descanso!

 

¡Llevamos tanta sed y tantas preguntas!

¡Nos llenamos de vacíos sin quedar nunca saciados!

¡Contemplamos y palpamos tantas roturas de la piel, de la vida y del alma!

 

Danos una esperanza para aumentar nuestra esperanza.

Dale más amor a nuestro amor.

 

Que tu mirada se encuentre con la nuestra.

Que tu silencio abrace y abarque todo nuestro silencio.

 

Que acallemos voces y deseos.

Que venga a nosotros todo lo que nos tienes preparado.

 

Nuestra joven esperanza se abre cada mañana ante ti.

Es una sorpresa para sí misma.

 

Besa, Señor, con tus labios, nuestras lastimadas esperanzas.

Besa y cura las heridas de nuestras maltratadas expectativas humanas.

Obra ese milagro.

 

Que así sea

hoy y siempre.

Amén.

 

Texto 6:

 

“El Reino de los cielos es como un hombre que siembra semillas en la tierra. Él duerme de noche y se levanta por la mañana y la semilla germina y crece por sí sola, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando la cosecha está a punto es que ha llegado el tiempo de la siega” (Mc 4,26-29).

 

Hemos reflexionado acerca de la esperanza desde lo que nos cuenta la Biblia. Empezamos con el Antiguo Testamento desde la figura de Abraham. Luego pasamos al Nuevo Testamento viendo como Jesús concibe la esperanza unida a una concepción original de la felicidad en su mensaje de las Bienaventuranzas. Ahora reflexionaremos de la esperanza desde esta imagen que nos da el Evangelio de una semilla que crece por sí misma. El hombre lo único que hace es sembrarla y, a su tiempo, cosecharla. La esperanza es para los creyentes como una semilla confiada por Dios a nuestro cuidado, semilla que tiene vida y dinamismo propio. La esperanza es regalo de Dios y un trabajo nuestro. Una semilla a nosotros confiada que posee, en sí misma, el potencial de una vida que late y se despliega.

 

Ahora profundizaremos acerca de la esperanza, desde la tierra en la cual está plantada, desde nuestra realidad humana y nuestro entorno socio-cultural. Es imposible hablar de la esperanza realista sin contextuarla. No se puede disertar de ella en abstracto porque -en concreto- es siempre anhelo de algo o expectativa en alguien. Hay que situarla en las coordenadas de las múltiples circunstancias que configuran nuestro entorno. Hablar de la esperanza cristiana -en el presente de nuestra Argentina y Latinoamérica- es contemplarnos en la dura realidad que transitamos.

 

Ciertamente la “crisis” en la que permanecemos inmersos es lo que continuamente aparece en nuestra cotidianeidad. Con el nombre genérico de “crisis” los argentinos hemos denominado una envolvente situación general, de alta complejidad, en sus diversos estratos que -al modo de una metástasis social de descomposición- ha alcanzado todos los niveles y sectores de la comunidad, provocando una ruptura en la constitución de su entretejido, atentando contra la dignidad fundamental de las personas en sus derechos y necesidades más elementales.

 

Los Obispos de Argentina no han dudado en poner el origen de esta crisis en el nivel ético, alcanzando desde allí todas las otras dimensiones[1]. Principalmente se observa un aparato de poder enquistado en estructuras sin ninguna ética, instalándose una “cultura de la crisis” cuyos emergentes son la inseguridad, la violencia, la delincuencia, la corrupción, la inestabilidad económica, la ruptura de los derechos y el ultraje de la dignidad.

 

Toda esta realidad, en gran medida, es manipulada políticamente y presentada mediáticamente como una “ficción” en la que sólo vemos lo que nos quieren mostrar. Es necesario despertar a una conciencia social más adulta, madura y participativa, asumiendo la responsabilidad histórica que -como ciudadanos y como creyentes- nos compete. Tenemos que ser ahora más audaces que en otras épocas. El reclamo popular deja en evidencia el repudio social y la indignación de la gente en la búsqueda de un nuevo estilo de conducción y de proyecto de país. Este reclamo no atenta contra la representatividad democrática; al contrario, debe hacerla madurar.

 

En nuestra situación actual -como la problemática social imperante parece haberse instalado más tiempo de lo esperado- se observa una “especulación” de la crisis, en los diversos sectores. La crisis no puede ser la justificación más o menos cómoda y simplista para sostener nuestra desidia. Nos vamos acostumbrando psicológica y socialmente a la crisis, de tal manera que después del impacto  inicial, nos vamos como “anestesiando” para intentar sobrevivir, resignándonos a una dura convivencia.

 

Sabemos que la inacción -en una crisis- es la peor salida. Precisamente porque no es ninguna. Da la impresión que comunitariamente -en el impulso por seguir subsistiendo- nos hemos armado de un mecanismo de defensa social que nos permite persistir en el caos sin que nos desequilibre  emocionalmente.

 

Cuesta comprobar que como sociedad no hayamos podido salir de la crisis; sobre todo con la riqueza del capital de factor humano con el que contamos. Los políticos, mientras tanto, siguen su propio autismo. Las conductas políticas no transparentan haber acusado recibido de la gravedad de la crisis.

 

A partir de lo que venimos reflexionando y en el contexto de nuestra situación actual te propongo que, a pesar de todo, construyamos la esperanza y, por eso, te invito a que compartamos desde la consigna: ¿Cómo tiene que ser  la esperanza que alimentemos?

 

 

Texto 7:

 

Los argentinos tenemos claro el diagnóstico de la enfermedad social que padecemos; sin embargo, somos lentos en la operatividad de las soluciones, ya que se requieren  decisiones “a la vez urgentes y profundas, basadas en una visión de país a largo plazo”[2] porque “la salida es posible pero debe construirse a través de valores comunes”[3], “buscando la transición hacia un tiempo nuevo”[4].  Si esta “transición” no es como la lenta agonía de una “crisis terminal”[5] sino la esperada apertura hacia “un tiempo nuevo”, entonces podremos experimentar que la esperanza es el reverso de toda crisis, su potencial positivo y creativo, su impulso vital y regenerador, su capacidad de  profunda transformación.

 

Sólo así transfiguraremos las sensaciones de muerte que se nos ha ido acumulando en este tiempo: La impotencia, la conmoción, la desorientación, la desprotección, la defraudación, la agresión, la baja estima social, el deterioro, el descreimiento, el descontento, el descrédito, el agobio, el derrumbe de las familias, las instituciones y las estructuras sociales en general. Si el país es el que es y está como está, es porque nosotros somos lo que somos y estamos como estamos. En gran medida, la Argentina no es algo distinto de los argentinos. Lo que hemos llegado a ser los argentinos es lo que hemos hecho de Argentina. La  participación o la no-participación nos involucra a todos. Por comisión u omisión, todos en algo somos -según nuestra responsabilidad cívica- corresponsables. Nos toca reinventar la confianza; pedir el perdón de la reconciliación social; abrir el corazón a la compasión de los que más padecen; reconquistar la dignidad fundamental,  fomentar la búsqueda del bien común y construir el diálogo con la diversidad.

 

No es hora de soluciones fáciles, ni de promesas rápidas. Todo está por ser construido y reconstruido nuevamente. Como creyentes, la primera pregunta que debemos hacernos es la del discernimiento: ¿Qué es lo que Dios nos está pidiendo proféticamente en este momento? Jesucristo, el Señor de la historia, nos confía los desheredados del mundo, con todas sus pobrezas, para que junto a ellos vivamos este fragmento del tiempo providente en este espacio del suelo que nos toca habitar. Tenemos que aprender a ser discípulos de la gente, oyentes de la verdad desde el lugar del pueblo; reflexionar y actuar en común; formarnos en una actitud crítica desde los valores humanos y cristianos; madurar nuestra capacidad de trabajo en equipo; profundizar la conversión y coherencia, aceptar ser vulnerables y no autosuficiente, asumir el desafío de la unidad.

 

 

Texto 6:

 

En medio de las encrucijadas históricas, invoquemos al Espíritu para que nos lleve a contemplar cada circunstancia en el horizonte de Dios. Desde la Cruz del Hijo podemos descifrar la “lógica” que esconde internamente cada crisis. Sumergidos profundamente en las coyunturas de nuestra actual historia es preciso aprender a revalorizar lo trascendente a través del espacio abierto en las grietas provocadas por la crisis, posibilitando así un ámbito nuevo de apertura hacia lo espiritual, nacido del hondo contacto de tocar el núcleo de algún dolor.

 

Muchos -en medio de esta situación- nuevamente retornan al camino de la fe. Otros lo profundizan. La necesidad de respuestas y el esfuerzo por descubrir el sentido de una crisis que -muchas veces parece no tenerla- hace que el acceso hacia lo espiritual sea una posibilidad más cercana y salvadora.

 

Toda crisis produce que cambiemos -interior o exteriormente- de lugar en dónde situarnos. Se verifican movimientos en la interpretación de las situaciones y -además-  se modifican las prioridades de los valores, jerarquizando las demandas y las necesidades desde otra escala. Todo necesita de una “re-acomodación” personal o social. No debemos medir la crisis sólo por lo político y económico, ya que caeríamos en lo mismo que criticamos. La crisis es mucho más amplia y profunda. Lo político y lo económico sólo son los “emergentes” más controvertidos.

 

Lo lamentable de toda esta situación es la inoperancia de los dirigentes, muchas veces mezquina y ambiciosa, que ha imposibilitado la solución. La falta de voluntad política para la superación de los problemas ha sido evidente. Ha sido parte de la ineficiencia. Este “dolor país” que nos embarga tiene que hacernos posicionar desde el lugar del más pobre para así acompañar los procesos de maduración social.

 

Contemplar el Getsemaní de Jesús (Cf. Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,39-46) puede iluminar la agonía social en la que estamos sumidos. La crucifixión social nos promete en la fe también una resurrección social. Es necesario pacificar la historia de nuestros desencuentros. La resistencia ante lo adverso es una heroica forma de esperanza.

 

La esperanza para ser verdadera -y sobre todo cristiana- lejos de desentenderse de la realidad tiene que sumergirse en ella. Así ha obrado la pedagogía  de Dios. Tal es el misterio de la Encarnación: Dios ha tenido tanta esperanza en el mundo que ha querido no alejarse de él,  contemplándolo desde afuera y en lo alto sino comprometiéndose desde adentro y  abajo, asumiendo la condición mortal y haciéndose “uno de tantos” (Flp 2,7). La esperanza cristiana mira al mundo como salvado, asumiendo el drama de su continuo rescate.

 

La esperanza y el drama no son incompatibles. Se puede -y para un cristiano se debe- ser esperanzado aún en medio del drama. La realidad no es una tragedia cuyo sufrimiento -encapsulado y encerrado en sí mismo- no tiene salida alguna. Al contrario, el sufrimiento que contiene el drama está abierto a su propia trascendencia, más allá de sí mismo, rompiendo el círculo cerrado del dolor ciego, buscando alternativas de escape en donde pueda ser transformado[6]. Para quien no tiene una mirada creyente, la vida se presenta, muchas veces, como tragedia. No existe otra opción. En cambio, para el cristiano -aún en medio de su drama- se encuentra la posibilidad de la esperanza que rompe con la rigidez de la fatalidad de un  destino inexorablemente marcado.

 

El cristiano cree en el misterioso entretejido de la Providencia con la colaboración -no menos misteriosa- de la libertad humana. El hombre, con su libertad, se encuentra en un escenario en cual y del cual es responsable. La realidad no está enclaustrada en el círculo de su propio sufrimiento sino que  puede abrirse y trascenderse a sí misma. En esto consiste el drama cristiano: La libertad del hombre quebrada por el pecado tiene una salida, de tal manera que la realidad y el sufrimiento que ella conlleva se superan en la esperanza. La tragedia, en cambio, contiene un sufrimiento sin salida, sin apertura, sin posibilidad de un sentido más allá de su propio nudo ciego. La tragedia no es cristiana. Sólo el drama lo es.

 

El misterio de la Encarnación nos muestra a un Dios que se hace hombre en el drama de un mundo para que desde adentro del mismo mundo, el sufrimiento se abra a la gracia. Para el Evangelio, la esperanza posible es siempre dramática. Es la esperanza que hunde sus pies en la tierra y levanta sus brazos al cielo. La esperanza es el único puente por donde podemos transitar el camino de este viaje en el mundo.

 

Eduardo Casas.


[1] Cf. CEA, “Reconstruir la Patria”. Bs. As, 7-8 de Enero de 2002, 2.

[2] Diálogo Argentino, “Bases para las Reformas”, principales consensos. Bs. As, 11 de Julio de 2002.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] CEA, “Reconstruir la Patria”. Bs. As, 7-8 de Enero de 2002, 3; CEA, “Para que renazca el país”. Bs. As, 21 de Marzo de 2002, 3.

[6] Cf. Casas, E. “La esperanza de la comunión y la comunión de la esperanza”. Córdoba, Setiembre de 2001. Pág. 3.