La Eucaristía renueva la Pascua de Cristo ante situaciones dolorosas de nuestra vida

lunes, 20 de abril de 2009
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Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo:  "¿Cuánto me darán si se lo entrego?".  Y resolvieron darle treinta monedas de plata.  Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.  El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús:  "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?".  El respondió:  "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle:  ‘El Maestro dice:  Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’".  Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.  Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:  "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".  Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno:  "¿Seré yo, Señor?".  El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.  El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".  Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?".  "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.

Mateo 26,14-25

La escena evangélica de hoy y a medida que nos acercamos a la Pasión de Jesús va cobrando relieve en ésta siniestra figura del hombre que será útil a los planes homicidas de los judíos, Judas. Judas Iscariote es el que lo va a entregar. Todo sucede en un clima de amistad.

Ahora está traicionada está amistad y en el contexto de la cena pascual de Jesús con sus discípulos en la primera Eucaristía de la historia donde el clima es de familiaridad, de camaradería, de compartir desde lo íntimo lo recorrido y lo caminado. La despedida que Jesús está haciendo de su vida supone un contexto de mucho dolor.

El motivo es una traición. Uno de ellos está acordando en unas pocas monedas en como entregarlo al maestro. 30 monedas de plata dice el texto de Mateo. Si uno va al libro del Exodo al capítulo 21 verso 32 se descubre allí que éstas 30 monedas de plata son exactamente lo que se paga por un esclavo.

Es la incontrolada avaricia que lo lleva a Judas a un deplorable final. Durante la cena Jesús en el texto de Mateo pone al descubierto esa secreta intención de traidor que anida en el corazón del Iscariote. Jesús como Señor de la vida y de la muerte es quien dispone su propia hora. No está en la traición de Judas la decisión de la muerte de Jesús. Confluye y viene como a hacer un camino que lleva a ese lugar. En realidad la decisión de la entrega de la vida por parte Jesús es fruto de su amor que sale a enfrentar la noche. La oscuridad que ha dejado el pecado con su verdadera siniestra maliciosa manera de destruir el plan de Dios.

Jesús se enfrenta a esa realidad. No es un fantasma el pecado. Es una realidad destructora. Es el enemigo de nuestra naturaleza humana. Está Judas por la voracidad sin límites de su ambición tomado por éste pecado. No le interesa vender por unas monedas a su maestro y ésta es la realidad que Jesús enfrenta. También en nosotros donde hay algo de Judas, donde hay algo también de oscuridad, de noche, de traición, de negación como Pedro.

Es justamente ésta realidad de sombra, de oscuridad, de noche, de sin sentido, de iniquidad, de destrucción a la que Jesús se enfrenta para librarnos o rescatarnos, para limpiarnos el camino o para sacarnos de esos caminos donde es un derrotero sin sentido andamos tardíos sin encontrar sabor ni sentido, gusto ni luz en nuestro peregrinar donde día tras día las horas se suceden sin que haya ninguna novedad en nuestra rutina y es de ese lugar de sin sentido, sin rumbo, de noche, de oscuridad, de encierro, de laberinto de donde Dios viene a sacarnos para mostrarnos la novedad de su amor que termina con lo que nos daña, nos encierra y nos esclaviza.

Para eso El ha tenido que ser vendido como esclavo. Es el precio de un esclavo es el que paga por la suerte de cada uno de nosotros. Jesús se deja poner el precio de lo que se pagaba por tener un esclavo en la propia casa. El Señor se hace esclavo para librarnos a nosotros y traernos vida nueva.

Se rompe la amistad con Jesús por unas pocas monedas. Son 30 monedas de plata las que terminan con el vínculo. La avaricia es tal en Judas que no puede medir las consecuencias de lo que está haciendo. Unas poquitas monedas son suficientes para terminar con el vínculo con el Señor. En realidad no se puede medir desde éste lugar monetario lo que rompe el vínculo.

Es la falta de comunión que hay con el sentir del maestro con los hermanos. Por eso inmediatamente o junto a éste acontecimiento de ruptura en la comunión aparece el pan eucarístico como resolviendo este conflicto de dispersión, de herida que va a terminar con el Pastor y desde el Pastor herido todos dispersados. Jesús ha salvado esa situación a partir de la entrega de si mismo en el misterio de la Comunión.

Todos son uno ahora en el cuerpo de Jesús. Comer del mismo pan en comunión con Jesús es correr la misma suerte del Maestro. Nos hacemos uno en Jesús. Somos uno en Cristo cuando comulgamos, cuando participamos de su mismo pan, y bebemos de su mismo cáliz. Este misterio de fraternidad en comunión con el que se celebra la Eucaristía en un clima de traición y de ruptura es en realidad el contexto donde siempre se celebra la Eucaristía.

La Eucaristía que celebramos nosotros, el cuerpo de Jesús que se entrega en Comunión con nosotros haciéndonos uno con El siempre supone un contexto de ruptura. La Eucaristía es el alimento que reconcilia y que devuelve a la comunión y que salva a la comunión. En éste sentido aquella primera Eucaristía es como una pintura de toda Eucaristía. La Eucaristía como misterio de comunión de la humanidad con Cristo tiene siempre un contexto de conflictividad, de injusticia, de avaricia, de ruptura, de falta de vínculo fraterno, de relaciones fraticidas.

Esto es lo que ha introducido el mal ya desde antes y ésta realidad viene a ser salvada por la entrega de Jesús en la cruz e incruentamente en el pan eucarístico y el vino que se constituye en su propia sangre. Cuerpo y sangre de Jesús vienen como a darle un sentido de redención y es una fuerza de redención ante la fuerza de iniquidad y destrucción que el pecado ha instalado en el corazón mismo de la humanidad el cual Judas sería como un reflejo de cuanto mal ha hecho la presencia del mal en el corazón de la humanidad.

Tal vez vos puedas como describir situaciones de dolor, de injusticia, de pecado, de ruptura, de relaciones fraticidas y conflictos en los cuales la celebración eucarística vendría como a dar y traer el don perdido. El de la comunión, el del vínculo fraterno, el de la paz y el de la justicia. Desde el lugar ruptura la Eucaristía aparece como gran respuesta. La traición de Judas que instala la noche en la comunidad de los discípulos viene a ser confrontada por la entrega de amor de Jesús. Para ver esos lugares donde la Eucaristía merece ser celebrada para que traiga respuesta sería bueno que describas aquellos contextos de conflictos, de ruptura donde podemos decirle juntos ven Jesús, ven pan eucarístico.

Hacete presente acá y traenos la Gracia y el don de poder reparar y reconstruir lo que la fuerza del pecado ha venido a devastar. Son relaciones, son vínculos, son situaciones históricas dolorosas, heridas profundas que llevamos en el corazón, son miradas que tenemos sobre la humanidad y el conflicto grave que atraviesa nuestro mundo en búsqueda de su propio destino el que cree resolverlo a las trompadas, con bombas o con miradas mezquinas que resuelven los problema de unos pocos y dejan al margen a la mayoría de la humanidad ¿ porqué hacemos ésta descripción de la realidad donde vivimos al celebrar la Eucaristía?.

Para que descubramos una vez más el sentido profundo de encarnación y de redención que supone el misterio eucarístico. Para que percibamos el realismo que tiene la fuerza redentora de Jesús cada vez que celebramos su memoria, presencia viva del Señor que habiéndose introducido en la historia ha dejado una marca y suena eternamente, en el tiempo también. Eso es lo que celebramos. Como no animarnos a enfrentar y confrontar con Jesús el drama de la humanidad como El enfrentó el drama de aquella noche desde éste lugar donde la vida se redime, se resuelva y se restaura, el Pan eucarístico, tomen y coman éste es mi Cuerpo, tomen y beban ésta es mi sangre.

La celebración eucarística da respuesta frente a la fuerza de iniquidad y destrucción que el pecado ha instalado para generar estructuras de injusticias, rupturas vinculares, para quitarnos y librarnos de todo lo que nos aparta unos de otros

Los hechos de ruptura en la sociedad de hoy, lo que nos muestran los medios a veces demasiado insistentemente son impactantes: guerras, hambre, pestes, ecología desequilibrada por el abuso en la administración de los bienes naturales por parte del hombre, nos impactan, nos golpean y sin embargo ante esto una respuesta de amor que sale al cruce.

Es escalofriante la profundidad que nos revela la palabra del corazón humano capaz de lo más noble el amor y la amistad como en el caso de Jesús y también de lo más vil, el odio y la traición como en el caso de Judas. Todo es fruto de la libertad, de cada uno de nosotros de cara a Dios que nos espera que podamos dar respuesta a su presencia siempre nueva y siempre transformadora.

Cuando nosotros miramos nuestro contexto difícil, complicado en el que nos movemos, el que nos toco, el propio y aquel al que pertenecemos en las situaciones que se atraviesan hoy en éste cambio de época. Lo hacemos con la mirada puesta en el Señor que ha venido a rescatarnos de aquellos lugares donde se amenaza con signos de muerte nuestra propia existencia.

Creemos y reafirmamos nuestra fe en la fuerza salvadora que se esconde en el Cristo que se ofrece en el pan y el vino como lugar de redención. Nosotros no somos quienes para juzgar la traición de Judas. Si bien Jesús hizo una observación terrible sobre el después de haberle ofrecido una última oportunidad más le valdría a éste hombre no haber nacido y es la experiencia que hacemos cuando inconscientemente muchas veces o increíblemente consciéntemente elegimos el mal como camino.

Siempre la amenaza de la muerte bajo el signo de la angustia, la tristeza, la desesperación, la oscuridad, la sombra, la noche interior, la distancia de lo amado y lo amable. Nosotros lo experimentamos a veces cuando entramos de la mano de la fuerza del mal en una corriente destructiva propia de la que inspira un cierto espíritu del mundo en éste lugar de conciencia de no es habitable el lugar donde estamos. Para que haber nacido en semejante territorio de destrucción. Sin embargo hay siempre una esperanza, la que Jesús buscó siempre despertar en Judas cuando nos abrimos a la escucha. Se puede salir de allí por más terrible que sea la experiencia. Jesús ha venido a sacarnos de esos lugares

Padre Javier Soteras