La Fe y la oracion

domingo, 11 de septiembre de 2011
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 “Estaban todos reunidos
cuando de repente un día

un ruido que parecía

como un impetuoso viento

invadió en un momento

la casa ande vivían.

Como unas lenguas de fuego

aparecieron ardiendo,

que sobre cada asistente

caían como por encanto

y quedaban los presentes

llenos del Espíritu Santo.

Y jueron a adoctrinar

por el mundo con urgencia

sin que tuvieran más cencia

que el Evangelio divino

ande se encuentra el camino

para nuestra eterna querencia.

Ansina Dios viene a ser

nuestro hermano y redentor.

Si bajó tanto el santo

para subir al ser humano,

no hayo otra razón a mano

sino que Dios es amor,

nombre del Padre, del Hijo,

del Espíritu Santo.

Porque me ha querido tanto

le doy las gracias, Tata Dios

que hasta el fin me dio la voz

para terminar este canto.” (del Evangelio Criollo, de Amado Anzi S.J.)

 

 

 

Hoy queremos insistir en dos aspectos de la vida del Cura Brochero: la fe y la oración, como el lugar donde la fe de Brochero crecía. Y en la oración, particularmente dos grandes amores de Brochero: la liturgia y el Rosario; María y Jesús, en el centro del corazón orante del Cura gaucho.

Su fe creció en medio de las dificultades. María lo tomó de la mano con el rezo del Santo Rosario. Y si hay algo que identificaba el modo de ser de Brochero entre los suyos orando, era con el Breviario en la mano. Entre el Rosario y el Breviario, entre la Virgen y Jesús, entre la oración, la devoción y la liturgia, y al mismo tiempo su compromiso de amor creyente, Brochero nos abre un camino de confianza en Tata Dios.

 

Ante los peligros de la vida pastoral se le ocasionaban también reacciones de confianza en Tata Dios, Quien devolvía permanentemente esta confianza de su sacerdote con su intervención providencial. Sus amigos recuerdan el llamado para asistir a un enfermo que le resultaba sospechoso al Cura Brochero. El tal sufriente tenía sangre en el ojo. En realidad, pretendía asesinar al Cura, porque éste había logrado, con su diálogo pastoral, que la mujer con la que convivía sin estar casado saliera de ese camino y volviera con los suyos. Entonces se declaró enfermo el paisano y lo hizo llamar. En realidad, le tenía preparada una emboscada. El Cura, que tenía mucho de manso pero también de pícaro, que seguía el Evangelio que dice que hay que ser manso como la paloma pero astuto como la serpiente, sabía en parte que había una trampa escondida. Como dice el dicho, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía. ¿De dónde que lo llamaban para asistir a éste que, supuestamente, estaba enfermo? Pero pudo más en él la gracia de confianza en su ministerio sacerdotal que todas las especulaciones que le venían de su inteligencia, de leer cómo se comportaba la paisanada por estos pagos. Y allá fue el Cura. Cuando llegó, lo hicieron pasar los amigos del fulano enfermo que lo habían ido a buscar y cuando entró, no reaccionaba el que decían que estaba enfermo. El Cura se dio cuenta de que algo raro estaba pasando. Cuando lo tocó, estaba frío. Cuando corrió las sábanas para ver qué pasaba, se encontró que el hombre tenía en su mano un puñal, pero estaba muerto. En realidad, ahí cayó en la cuenta de que su sospecha era real. Cuando salió para decirle a sus amigos lo que había pasado, con picardía y al mismo tiempo con dolor, el Cura les dijo: “Para la próxima, llámenme cuando todavía esté con vida, porque por el que me llamaron, está allí adentro muerto.”

El Cura sabía de la presencia de Dios que lo acompañaba, lo sostenía y lo defendía. Este hombre de Dios, para quien el Señor tenía preparados tantos caminos, no podía ser atrapado en una emboscada. En realidad, el malo siempre te pone alguna huachada con la cual querer sacarte del camino del Tata Dios, como dicen por acá. Pero cuando la confianza es grande, no hay emboscada que pueda contra los hijos entregados a Dios, Quien providencialmente vela por ellos.

 

Su fe, dicen los testigos que hablaron en la causa de beatificación, era heroica. Era imposible llevar a cabo todas las obras que cumplió, si no fuera por inculcar en su gente y llevar en su corazón la fuerza moral que nace de un corazón creyente, que aún perdura en la comarca.

Acá, en la Villa de Cura Brochero, hay olor a santuario. Ese aroma de fe renovada y creciente en el corazón de uno cuando se acerca a la tumba de Brochero, en la Capilla de la Villa, y descubre entre un poncho que hay allí adornando el espacio bien gauchesco donde está enterrado, que detrás de todo lo que rodea a la tumba, hay una presencia que convoca, y que no es muerte lo que allí espera, sino la huella de la vida que Brochero ha dejado instalado aquí.

 

Dice otro testigo que él fue un hombre que todo lo esperaba de Dios y que no temía a los grandes y poderosos de este mundo; siempre aconsejaba la confianza en Dios. “Yo ya estoy listo, tengo el apero ya arreglado y espero que el Señor tendrá piedad de m픸 decía cuando hablaba del final de su vida y de la muerte que lo esperaba. Y la muerte le arrugó a Brochero el corazón para decirle “aquí estoy, amén, que se haga Tu voluntad”.

 

Cuenta un cura amigo suyo, el padre Angulo, que al final de sus días, cuando Brochero enfermo de lepra y ciego seguía rezando de memoria a la Virgen Purísima la misa que de Ella había aprendido, cuando le dijo que había que prepararse y dejar listo el apero para cuando Tata Dios viniera a buscarlo, le contestó que eso ya lo sabía; cuando lo invitaba a la confianza en Dios y que se entregara en las Manos del Creador, con la picardía criolla y la sabiduría de un santo, Brochero le respondió que tenía conciencia de todo lo que estaba pasando, y sabía que el diablo tenía algunos documentos en su contra, pero también sabía que Nuestro Señor se los había quemado: nadie cobra de palabra, decía Brochero. Como sabiendo en el fondo que la obra de Dios por estos pagos, a través de su corazón sacerdotal generoso había hecho ya su mojón bien definido para que se pudiera descubrir, más que la huella de su mula, la presencia de Dios que había ganado en el corazón de Brochero el suficiente espacio como para dejar allí su presencia y que otros pudieran encontrar, entre las obras que Brochero había hecho, la presencia de Dios escondido.

 

Así pasa cuando uno llega a un Santuario: siente deseos de quedarse allí, y al mismo tiempo de seguir caminando. Eso es lo que nos pasa cuando nos acercamos por esta Villa Cura Brochero: por un lado sentimos la necesidad de reposar y descansar un poco en Jesús, y por otro lado uno sabe que hay que seguir andando, expresión ésta muy brocheriana, seguir andando, seguir los pasos, seguir la marcha. ¡Hay tanto por hacer en todo lo nuestro! Cuando uno lo ve a Brochero en su época, comprometido de corazón con tantas causas de sus paisanos, viviendo desde una perspectiva de fe, uno dice que por acá está la vuelta de la historia.

Brochero, entre los arroyos y las sierras, entre los paisanos y las cabras, entre las montañas y el cielo celeste bien diáfano, entre las cálidas temperaturas del verano y los profundos fríos del invierno, vio que Dios tenía un proyecto escondido para su pueblo. Pero no lo hizo de cualquier manera, no es que leyó por sí mismo; leyó creyendo, en la fe apoyó su mirada y creyendo Brochero abrió caminos para su gente. Quiso traer trenes, abrió acequias y caminos, generó una Casa de Ejercicios y trajo a las monjas Esclavas para que después se hiciera por aquí un colegio. Hasta tal punto miró profundo que se hizo uno con la tierra y esa Villa de Tránsito comenzó a llevar su nombre. Así se produce el encuentro entre el creyente y el lugar donde vive, las cosas comienzan a tomar nombre propio. Hablar de Brochero es hablar de Traslasierras y hablar de Traslasierras es hablar de Brochero.

 

Nota: para contactarse con el Centro de Estudios Brocherianos y/o suscribirse a su publicación, el e-mail de contacto es: [email protected]

Padre Javier Soteras