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La gracia de discernimiento: a la escucha de los movimientos interiores
miércoles, 16 de mayo de 2007
Les decía Jesús, tengan cuidado, no se dejen engañar porque muchos se presentaran en mi nombre diciendo soy yo y también el tiempo está cerca. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras, de revoluciones no se alarmen. Es necesario que esto ocurra antes. Pero no llegará tan pronto el fin . Después les dijo: se levantarán una nación contra otra, un reino contra otro. Habrá grandes terremotos, pestes, hambre en muchas partes. Se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo, pero antes de todo eso los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas, serán encarcelados, los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mi. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa porque yo mismo les daré una elocuencia y seguridad que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi nombre pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.
Lucas 21, 8 – 19
El texto de Lucas, en el capítulo 21, del verso 8 al verso 19, nos ofrece en nombre de Jesús, una serie de invitaciones acerca del tiempo nuevo que vendrá. La venida, la instalación del nuevo reino y la movida que va haber en torno a ésta novedad. La presencia de luz que deja al descubierto todo lo oculto y todo lo tenebroso del conflicto humano que hay sobre esta tierra.
Por eso las guerras, las catástrofes y los terremotos, porque en realidad justamente el pecado y todas las consecuencias que deja, es lo que permite que sea la Palabra quien ilumina y se instala ocupando el centro del tiempo nuevo, así, no puede sino terminar por mover lo que está oculto, lo que está escondido.
Jesús dice, ustedes van a aprender a descubrir como se acerca este tiempo de novedad por los signos que van a ver, pero tranquilos, despacio, no se apuren, no digan rápidamente es esto o es aquello.
Jesús está invitando a los discípulos a abrir el ojo y a aprender a descubrir los signos que en el tiempo marcan la venida del reino nuevo. Nosotros a este don le llamamos con Jesús gracia de discernimiento. Jesús está proponiendo en esta lectura una capacidad de discernir que les permita a los discípulos estar en paz, serenos y tranquilos, sabiendo que ni un cabello se mueve de la cabeza sin que Dios lo permita, entonces es necesario saber perseverar, ser constantes, y tener la mirada fija en Él sin que el corazón se turbe, se inquiete o se desespere.
En el corazón humano se mete todo esto que, Jesús dice, solo debe ocurrir fuera de nosotros. Pablo lo va a expresar claramente en la carta a los Efesios, en el capítulo 6, cuando hable de que la vida humana es un combate, es una lucha.
Esto que Jesús dice que ocurre fuera de nosotros, también ocurre, lo dice el apóstol Pablo siguiendo las enseñanzas de Jesús, dentro de nosotros. Debemos aprender a descubrir los signos que en el tiempo Jesús deja como marca de la presencia de su reino y también aprender a descubrirlos dentro de lo que ocurre en nuestro corazón por los distintos movimientos interiores que se dan en nosotros. Es gracia de discernimiento interior lo que nos propone hoy Jesús en ésta catequesis.
Todo lo que vamos a ir compartiendo a partir de ahora, siguiendo el curso que ya hemos abierto en el comienzo de la catequesis, es ir generando dentro nuestro una actitud de escucha de lo que pasa dentro nuestro, de lo que acontece dentro de mi vida y dentro de mi corazón. Tenemos vida por corazón, por alma, por sentir hondo y profundo.
Puede ayudarnos a expresar estos movimientos interiores la descripción que hace San Ignacio de Loyola de los mismos, en la regla tercera y cuarta de la primera semana de los ejercicios, cuando nos habla de consolación y desolación en el espíritu. ¿Qué es esto?: en la tercera regla de la primera semana dice así Ignacio de Loyola: llamo consolación espiritual cuando en el alma se causa alguna moción con la que viene a llenarse de amor de su creador y Señor. Consiguientemente, cuando ninguna cosa creada sobre la faz de la tierra puede amarse en si sino en el Creador de todas ellas, Dios es el centro y todo uno, todo el ser como captado por esta presencia de Dios que lo dice todo, y por eso todo encuentra en Él su razón de ser y nada puede ser vivido, entendido y amado sino en Dios.
Así también ocurre en este tiempo de consolación tener como lágrimas por amor al Señor que no es una simple emoción sino yo diría una cierta conmoción por la presencia de Dios en la vida que nos hace llorar de alegría. También puede que este llanto venga por el dolor de habernos apartado de Dios o por entrar en profunda comunión con el misterio de la Pasión de Jesús o por otra cosa que está directamente ordenada al servicio y a la alabanza de Dios. Esto es consolación. Esto describe como el alma, el corazón, el yo más hondo y profundo se siente habitado por un don, una gracia que Dios regala en la que inspira un estar con Él y un ir hacia Él.
En la cuarta regla de la primera semana Ignacio de Loyola confronta esta actitud interior, este movimiento interior de consolación con algo que ayer compartíamos, la desolación.
¿Qué es la desolación?: todo lo contrario, dice Ignacio, de la regla anterior. Oscuridad interior. Todo como sacudido, movido, turbado. Una inclinación rastrera por las cosas bajas. Inquietud y agitación, una ansiedad extrema, muchas tentaciones. Ausencia de confianza, falta de fe en nosotros, de esperanza, es como decir las cosas son así y no van a cambiar. Ni yo voy a cambiar, ni los que están alrededor mío van a cambiar , ni la historia va a cambiar.
La vieja expresión no hay nada nuevo bajo el sol, pero no como quien tiene la sabiduría de descubrir que la historia en cierto modo se repite porque el ser humano es el mismo, sino que no entiende que puede haber una sorpresa en la historia y por tanto es como un círculo cerrado.
Es un cierto pensamiento determinista el que gobierna durante el tiempo de la desolación. No hay amor y hay una gran pereza, un gran desgano, a veces una profunda depresión. El corazón está tibio, está triste, siente que Dios no está cerca, está muy lejos.
En el tiempo de la consolación el pensamiento o el sentimiento que nacen de Él es contrario a los pensamientos y sentimientos que nacen de la desolación.
Cuando estamos desolados, aun cuando todo esté bien nosotros lo vemos mal. Esto puede ocurrir en momentos en el día o durante largos días. Un movimiento u otro. ¿Qué tengo que hacer yo para entenderme?, aprender a distinguir entre uno y otro y saber administrar uno y otro.
De todo se puede sacar provecho, tanto de la consolación como de la desolación. ¿Cómo se hace para sacar provecho de uno y otro?, es muy importante para nuestra salud interior aprender a saber como se mueve dentro nuestro, nuestro yo más profundo, quien consuela y quien desconsuela.
¿Por qué la consolación?, ¿por qué la desolación?, ¿qué hacer y como moverme cuando estoy consolado?, ¿qué hacer y como moverme cuando estoy desolado?, todo esto es un camino de enseñanza que nos deja Jesús en su catequesis.
¿Me escuchás?, esa es la pregunta que Dios nos deja instalada en nuestro corazón a la hora de invitarnos a descubrir los movimientos interiores. Porque Dios en la consolación habla. En los sentimientos que deja grabados en el corazón y en la voz que se escucha interiormente, animando y sosteniendo. En realidad, como dice Ignacio de Loyola en la segunda regla de discernimiento de la primera semana, hay una manera de caer en la cuenta de la variedad de movimientos interiores que se dan en nosotros.
En las personas, dice San Ignacio, que van orientando su vida al servicio de Dios nuestro Señor, el mal espíritu quiere morder, entristecer, poner trabas, impedimentos, viene con falsas razones, miente. Te hace pensar una cosa que no es y vos te das cuenta que no es como la pensaste cuando la confrontás con la realidad, hasta que caés en la cuenta del error.
Suele ocurrirnos a veces cuando estamos conversando con alguien del que nos hemos hecho un juicio, por el que nos hemos apartado de esa persona y cuando por alguna u otra circunstancia podemos sentarnos a conversar y entendemos por que el otro actuó, obró, dijo, o dejó de hacer o de decir tal cosa, lo podemos conocer y entonces nos acercamos para vivir en la comunión con el otro.
Las falsas razones vinieron como a interferir sobre esa comunión. Pasa con el matrimonio a veces. Yo digo que los malos entendidos que surgen entre nosotros, son propios de estas falsas razones con las que el mal espíritu viene a generar en nosotros un pensamiento negativo sobre el otro, sobre la realidad o sobre nosotros mismos, haciendo que nos apartemos y no encontremos el camino para vivir en comunión como Dios realmente quiere.
A esto le llamamos falsas razones. Juicios falsos que no corresponden a la realidad. Esto lo hace el mal para que no pasemos adelante. El buen Espíritu en cambio da luz, da fuerza, te da consuelo, te inspira quietud, facilita el camino, quita todos los impedimentos para que puedas ir adelante en el bien obrar.
Hay como dos movimientos interiores. Los unos impiden, los otros, en el bien obrar, quitan los impedimentos y ayudan para ir hacia delante. Hay una barrera que no permite que pases y una barrera que se levanta para que vayas hacia delante.
Eso en cuanto a lo que ocurre dentro de nosotros, veamos a lo que impide. ¿Cómo uno se da cuenta que hay algo que está impidiendo?, uno siente dentro turbación, desconfianza, miedo a meterse, cansancio interior, tristeza. También aparece el mal espíritu como acusando porque es propio de Satán, el padre del mal espíritu, de ser el acusador. Habla dentro de nosotros con una voz que no es fácil de captar si uno no está atento y nos mueve de dentro para decirnos que no somos capaces, de que no podemos, que es demasiado lo que pretendemos hacer por Dios y por su servicio, que vamos a tener muchas dificultades, que no vamos a ser aceptados, que no estamos en condiciones de asumir los compromisos que tenemos que asumir. Viene a no permitirnos ni comenzar. Nos pone una barrera que se instala dentro de nosotros.
¿Qué hace esto dentro de nosotros?: nos quita las ganas de rezar. En cambio se siente fuerte dentro de nosotros un acusador siempre listo para denigrarnos, humillarnos, deprimirnos, hacernos perder la autoestima, el buen amor hacia nosotros. Nos dice que Dios está lejos, que Dios nos ha abandonado.
Todos estos impedimentos son como muy nocivos en nuestra vida espiritual, porque apagan en nosotros todo entusiasmo por nuestro llamado, por nuestra vocación. En la vida matrimonial, en la vida familiar, nos quita generosidad, nos va como apichonando, nos va acorralando. El mal espíritu tiene la capacidad de arrinconar a la persona a la que toma.
Hay que salir de la ingenuidad de que esto le pasa a otros, te pasa a vos, me pasa a mi, nos pasa a nosotros. La acción del mal espíritu que Dios permite, porque es Él quien permite, para que salgamos con provecho de esa situación, porque podemos vencer con Él si con Él nos animamos a enfrentar al enemigo de la naturaleza humana como le llama San Ignacio.
Un extremo de este tipo de impedimentos interiores lo encontramos en Jesús, en el Huerto de Getsemaní, cuando Jesús dice:
“Padre, aparta de mi éste cáliz”
y la Palabra nos relata : “
comenzó a sentir la tristeza y la angustia. Mi alma está triste hasta el punto de morirse de tristeza”
. Sumido en la agonía,
“su sudor”,
dice la Palabra,
“se hizo como una espesa gota de sangre que caía en tierra”
.
Una descripción dramática de Este estado interior de Getsemaní. Cuando nosotros pasamos por estas situaciones de desolación estamos en profunda comunión con el Getsemaní de Jesús, pero también hay movimientos interiores que ayudan, que impulsan a ir hacia delante
Hay movimientos interiores que nos impiden avanzar, éstos a los que llamamos desolación interior y hay movimientos interiores que nos ayudan, que van quitando todo impedimento, a los identificamos bajo el signo de la consolación.
Son todos aquellos que nos dan confianza, nos ensanchan el alma y el corazón. Hacen que sintamos un cierto respiro interior, son estímulo en nuestra acción, alegría en la oración, capacidad de entrega, de sacrificio. Es algo que hace que en la humillación nos sintamos pacificados, nos da alegría cuando estamos dolidos porque nos asemejamos más a Jesús y a su misterio Pascual.
En la Biblia al mal espíritu se lo identifica como el acusador. El enemigo del acusador es el Espíritu al que se lo reconoce como el consolador. El Espíritu Santo que nos trae consuelo, el Paráclito, el abogado, el defensor, el que quita del medio al que acusa.
De allí que para vivir en estado interior de consolación, que es el estado definitivo en el que vamos a vivir cuando contemplemos cara a cara el misterio en el cielo, y para anticiparlo ya aquí en medio nuestro, nuestra lucha es en alianza con el Espíritu consolador, con el Espíritu Santo, con el Espíritu de Dios.
Es a Él al que debemos invocar una y otra vez, al que debemos llamar para que venga a asistirnos en toda y en cada una de las cosas que nos toca hacer durante el día, para que podamos vivir en profunda comunión con Él diciéndole:
“Espíritu Santo, Espíritu de Dios, vení a mi y quedate dentro mío con la gracia de poder, en tu luz, hacer lo que en nombre de Jesús conviene que yo haga y yo diga. Espíritu que guiaste a Jesús, guiá también mi vida, Espíritu Santo”
.
Los momentos en que experimentamos los movimientos de consolación son los mejores momentos para tomar decisiones, pero despacito porque estamos apurados, como decía el maestro de combate Napoleón Bonaparte a los que lo ayudaban a vestirse para la guerra. Despacio que estamos apurados.
Es importante durante los momentos importantes tomarse tiempo. Vamos a explicar por que. Por dos motivos en realidad. Ignacio de Loyola dice en la segunda semana: atentos, porque el mal espíritu puede aparecer consolando bajo la forma de ángel de la luz para sacarnos del camino.
Yo diría que es cuando vivimos una espiritualidad desencarnada. En realidad justamente el ángel de la luz actúa en este sentido, quitando del medio el misterio de la Encarnación.
Cuando estás muy espiritual, despacio, porque puede ser que en realidad el que esté alentando no sea el buen Espíritu. Porque el buen Espíritu siempre nos lleva a comprometernos y a transformar la vida. El mal Espíritu busca sacarnos de ese lugar, corrernos de ahí y a veces inspira cosas entre comillas de Dios para sacarnos.
Muy católica, todo el día en la parroquia pero en su casa no hay quien cocine, quien limpie la casa, está todo hecho un desorden, los hijos desatendidos, el marido no la encuentra nunca, pero muy de Dios.
Me decía un hermano que había pasado por esta experiencia: me llamó la atención que mis hijos dejaron de ir a misa, porque a mi me sacaba Dios del medio.
Despacio, porque no es de Dios todo lo que parece ser de Dios, dice San Ignacio en la segunda semana, que suele ser el mal Espíritu el que pinta las cosas de una forma para después sacarnos del camino.
Pero también, dice San Ignacio, hay que tener cuidado con la consolación cuando viene de Dios en el segundo tiempo. El corazón queda todo lleno de consolación, de entusiasmo, de gozo, de alegría y de paz, y toma decisiones en el segundo momento como impulsado por este estado, pero va más allá de lo que la persona puede comprometerse y entonces damos un paso más de lo que nos da el pantalón, creemos que podemos hacer más de lo que podemos, hay que ir llevando la cosa despacito, porque el buen Espíritu es suave en su actuar, no es estridente, no es estrepitoso en su manera, no es escandalizador, no es impactante, no es de golpe bajo.
Si, estremece el corazón, pero lo deja serenito, en paz, en armonía.
Atención entonces porque cuando es el buen Espíritu el que guía, en el camino de ir tomando las decisiones hay que ir llevándolo con serenidad, con la paz propia que deja el buen Espíritu porque su acción se discierne desde el comienzo, como empieza, como sigue y como termina, es completa la obra que hace.
Una cosa puede parecer al principio muy del buen Espíritu, pero después te das cuenta que al medio se armó una o terminó de una forma que muestra que no era bueno desde el principio, era acción de la tentación bajo la forma de bien, bajo el ángel de la luz, ocurre cuando algo que empezó bien, y después, por falta de discernimiento en el proceso terminó mal, porque dimos un paso más allá de lo que nos da el pantalón.
En los momentos de consolación debemos ir despacio dejándonos llevar por la gracia del Espíritu, los momentos de desolación no son buenos momentos para tomar decisiones, sobre todo decisiones que sean de fondo, aquellas que afectan o tocan los lugares fundantes de nuestra vida, nuestro estado de vida por ejemplo.
Cuando estamos pasando por una crisis grande hay que esperar que las aguas se aquieten para tomar verdaderamente una decisión.
Llama la atención como en estos días hay muchos matrimonios que han tenido un largo noviazgo, y al poco tiempo de casados deciden no estar más juntos, llama la atención como matrimonios recién casaditos, rápidamente, ante la primera tormenta, se apartan uno de otro, es como si se perdiera el encanto, la ilusión. Falta este criterio de que en los momentos donde hay una tormenta, un desencuentro, un momento de crisis, no es mejor momento para cambiar de rumbo. Hay que esperar que el agua se calme.
A mi me gusta en este sentido poner el ejemplo de la creciente. Yo cuando era chico me gustaba tirarme a la creciente. Me enseñó un tío mío a tirarme en la creciente. Pero mi tío decía siempre hay que esperar que pase la primera oleada donde vienen los palos más grandes y se mueven las piedras más grandes, porque vos conoces el río pero no sabes que puede haber abajo o que se puede estar moviendo.
Cuando se movieron las cosas que se tenían que mover es porque me puedo tirar a la creciente, pero antes no conviene. Hay que esperar que pase el primer sacudón de la tormenta para poder meterse en lo que hay que resolver, en lo que hay que decidir.
Padre Javier Soteras
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