La Iglesia, una comunidad en tensión escatológica

viernes, 22 de agosto de 2008
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Cuando llegó la plenitud del tiempo Dios envió a su Hijo el cuál nació de mujer y fue sometido a la ley con el fin de rescatar a los que estaban sometidos a la ley para que así llegáramos a ser hijos adoptivos.

Gálatas 4, 4 – 5

El Señor se acerca para mostrarnos los tiempos finales

Dentro de la rica y pluriforme manera de Pablo de comunicarnos el misterio de Jesús y de acercarnos, en su doctrina, la riqueza escondida de la propuesta de Jesús, de aquella  de la que el hizo experiencia en el camino de Damasco y que marcó su vida en un tiempo preciso, cuando Dios le salió al encuentro en Cristo para mostrarle el tiempo nuevo que venía. Dentro de toda la riqueza que Pablo tiene dentro de su corazón está esta perspectiva de la comunidad toda en tensión hacia la manifestación final de Jesús.

En el tiempo justo, en el tiempo oportuno, allí en el aiones”, en el final del tiempo, en donde Dios lejos de dejarnos que nosotros lo alcancemos, nos alcanza, sale a nuestro encuentro.

He venido repitiendo que Pablo y la comunidad que el ha percibido Jesús ha gestado, ha llegado El con ella al descubrimiento de la dimensión escatológica. Lo reconoce una y otra vez haciéndose eco de los relatos del éxodo, que están escritos para que sirvan de lección a los que vivimos en el tiempo final dice Pablo en la 1 Corintios 11.

La expresión que Pablo usa para referirse a este tiempo final es esta en griego: Cateleto aionon catenetenquen” que traducido significa el final de los “aiones”, de los tiempos que nos han alcanzado, o la plenitud del tiempo también como dice el texto que acabamos de compartir. Cateleton aionon catenetquen significa eso, el final de los tiempos, los tiempos finales o los tiempos plenos.

Estos tiempos finales, tiempos plenos, lo han anunciado los profetas y todo pueblo judío ha estado esperanzado para llegar a experimentar esto que ahora los discípulos de Cristo ha ocurrido con la manifestación de la Pascua de Jesús y no somos nosotros los que hemos sido capaces de alcanzar aquél tiempo final sino que es el tiempo final que se ha acercado a nosotros como un don de Dios que ha llegado y nos ha tomado.

Pablo tiene conciencia de esto y el haber sido alcanzado por el misterio, lejos de detenerlo en el camino, hace que se lance aún hacia delante porque “Yo, dice Pablo, dejo atrás lo que fue para lanzarme hacia delante y buscar alcanzar lo que todavía me espera por alcanzar habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” 

En este sentido la perspectiva escatológica del tiempo final que tiene que ver en parte con un final de la historia, no hay que esperarlo en una cronología determinada, aunque esta va a ocurrir, sino que aquello que va a ocurrir como final del tiempo y aparición de un mundo nuevo, está ya ocurriendo en germen en medio de nosotros y la creación toda dice Pablo, está expectante a la manifestación de los hijos de Dios y por eso tiene un dolor como de parto.

Esa manifestación final en el libro del Antiguo Testamento es un final no de una destrucción total sino de un cambio que se presenta de diferentes maneras. Es un tema recurrente este del juicio, que van a suceder a la renovación del universo cuando en el tiempo Dios se haga presente para cambiar la historia y su rumbo. Se pueden resumir en las palabras de Isaías cuando en el capítulo 65 en el verso 17 o en 66, 22 el profeta dice “Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria”. Un tiempo nuevo. Un mundo nuevo, un tiempo nuevo.

Para los antiguos maestros judíos la historia se vive en grandes períodos, en grandes aiones, etapas. En el libro de Daniel aparece algo de esto. El dice que hay cuatro reinados en los cuáles va a suceder el juicio. Luego vendrá una etapa final en donde Dios reinará eternamente. Entre los rabinos se ha hecho más común la división entre los dos mundo, por tiempos. Existe un primer tiempo, el de este mundo, que comienza con la creación del mundo y durará hasta el fin de los días del mecías.

Nosotros sostenemos que el mecías en Cristo se ha rebelado como el hijo de Dios que tomando carne de María se ha quedado en medio de nosotros poniendo su morada en medio nuestro y desde esta perspectiva el tiempo final ya está aconteciendo. Por eso cuando hablamos en términos del final del tiempo no pensamos en una catástrofe que termine con el mundo o con el universo, pensamos en una presencia de Dios que cambia el rumbo de la historia y va haciendo de nuevo todo hasta el final cuando lleguemos a la consumación de la transformación del mundo.

Este es el plan, el proyecto de Dios, y solamente es posible llevarlo adelante y colaborar con él en su ejecución cuando nuestro tiempo, el personal, familiar, comunitario, nacional, es habitado por la eternidad. Habitado porque le hemos hecho lugar, no porque en la decisión de Dios no esté el dato concreto de que el quiere habitarlo. “Yo estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre me sentaré, comeré con el”. El Dios que se acerca al tiempo no irrumpe en el violentamente sino que se acerca silenciosa, pobremente, y golpea la puerta pidiendo que le abramos para poder compartir con nosotros la posibilidad de transformar el mundo y hacerlo nuevo, desde nuestro compromiso y el de poner manos a la obra para que sea así verdaderamente el tiempo transformado, cambiado. Que de la historia pueda verdaderamente hablarse de Historia de Salvación, de historia que se redime.

En cierto modo esto ya ha ocurrido por el poder de Dios que en Cristo Jesús se ha quedado en medio de nosotros estableciendo alianza y tendiendo una carpa en medio nuestro donde viene a habitar. Ahora es tiempo de darle crédito a esta presencia suya. Abrirle la puerta e ir hasta donde nos quiera llevar para verdaderamente alcanzar el término de la transformación del mundo que nos toca transformar. Para eso hace falta tener una clarísima lectura de lo que está aconteciendo. Eso es gracia de discernimiento que Dios da y a partir de allí poner nuestro compromiso y nuestra tarea para que, desde el lugar donde nos toca y con lo poquito que cada uno de nosotros pueda ir haciendo, sumando a otros y contagiando a otros, hacer del mundo un mundo nuevo.

El tiempo final del que habla Pablo, tiempo de la transformación del mundo, tiempo de plenitud, es un tiempo en Dios, es un Karirós, es un Kronos, es un tiempo que se mide por la presencia de la manifestación de Dios que cambia el rumbo de la historia y la divide, ahora sí, entre lo que ocurrió antes del encuentro con el y a partir del encuentro con el.

En este sentido la presencia mesiánica de Jesús, cada uno la puede compartir también diciendo “a mi en verdad Jesús me cambió, yo puedo decir que hay un antes y un después, que en mi vida hay una bisagra, que hay una serie de acontecimientos, pero una en particular donde mi tiempo comenzó a ordenarse de una manera distinta, donde mi vida comenzó a tener un perfil distinto”.

Esto que ocurrió en algún momento en donde el Señor irrumpió en nuestra vida. Como diría San Agustín, “Clamó y rompió la sordera”, brillo sobre nosotros y nos quitó la ceguera, este Dios que es desde siempre y es tan nuevo. Este Dios tan cercano y al mismo tiempo al que uno lo busca queriéndolo encontrar más allá en las cosas de todos los días, este Dios ha marcado en la historia de nosotros un antes y un después y cada día tiene que ser un antes y un después. Para nosotros el ayer es un tiempo que tiene que ver con un modo de haber vivido para abrirnos a un nuevo modo de vivir, yendo siempre de más tras más. Este proceso se llama proceso de conversión para nosotros, o de transformación nuestra y del mundo con el que compartimos nuestro ser en el mundo y para eso no es que hay que pensar que ocurrió de una vez y no vuelve a ocurrir, Dios quiere que ocurra todos los días, todos los días podemos convertirnos un poco más.

Todos los días podemos hablar de un ayer hasta que encontré este nuevo perfil de la vida que me habla de la novedad de Jesús que realmente tiene la historia entre sus manos y ha venido a cambiarla también dentro de mí, por eso más tras más, no basta sólo con un encuentro que hayamos tenido, son muchos los que se pueden devenir de aquél primer encuentro que nos hacen ir siempre un poco más allá. Yo, dice Pablo, he sido alcanzado por Cristo Jesús, sin embargo me lanzo hacia delante a ver si puedo alcanzarlo” es decir, hay un encuentro con el primero y una serie de encuentros que marcan la historia de Pablo de ahí en adelante.

En el cuadro del final del tiempo que presenta Pablo, un dato clave es el de la resurrección de los muertos. Esta doctrina aparece muy tarde en el Antiguo Testamento. Es en el libro de Daniel y en el libro de los Macabeos en donde algo de esto comienza a perfilarse y termina por confirmarse en el mensaje de Jesús. En el mensaje que no sólo son palabras, en la Vida de Cristo. En el libro de Daniel se anuncia una resurrección de justos y pecadores. Unos para la gloria, otros para el castigo.

En segundo de Macabeos, en cambio, se anuncia que habrá una resurrección sólo para los justos. Esto aparece en Macabeos 2, 7-9. En el Nuevo Testamento esta es la gran novedad. La muerte ha sido vencida. Cristo ha muerto y con su muerte nos ha traído la gracia de la resurrección. Cristo ha vencido la muerte. Esta es la gran noticia. No hay final. El final está abierto a la vida. No hay final de la historia, la historia tiene una señal de transformación en la resurrección que puede con lo que parecía ser el término de la vida por la que tanta pasión tenemos, por la que tanto amor se nos despierta, la que con tanto amor, pasión y locura queremos vivir.

La resurrección de Jesucristo entre los muertos da la seguridad de que ha llegado en realidad este tiempo final en la perspectiva de Pablo que es tiempo de plenitud, que es cambio, que es transformación. Si el espíritu de aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes, dice Pablo en Romanos 8, 11,  el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales por medio del mismo espíritu que habita en ustedes. Y esta experiencia de Pascua, Muerte y Resurrección, Pablo la entiende no solamente en clave de final de su propia historia o de las que vamos detrás de Jesús y su Pascua sino en ese tránsito permanente de morir y resucitar que acontece todos los días en cada uno de nosotros. Ni la carne ni la sangre pueden heredar el Reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorruptibilidad. Lo revelado nos revela un misterio. No todos vamos a morir pero todos seremos transformados, dice Pablo.

Y la verdad es que esta transformación acontece en el mismo momento en que cada uno de nosotros se dispone a vivir en esta clave Pascual. Es decir, nos animamos todos los días, desde tempranito, a morir en Cristo para resucitar con él. A entregar nuestra vida para vivir en Cristo Jesús y con Cristo Jesús sencillamente animarnos a transformar el mundo. De esto se trata, pero para que esto ocurra dice Pablo “ardientemente cada uno de nosotros espera un cielo nuevo y una tierra nueva”. Esperamos que se acerque a nosotros el salvador Jesucristo. El es el que puede transformar nuestro cuerpo mortal haciéndolo semejante al glorioso suyo. Esto ocurre cada vez que nosotros vivimos en Cristo concientes de su presencia.

Ocurre siempre solo que no siempre estamos concientes de que esto ocurre. Digamos, el cielo que se acerca no es uno que hay que esperar que se acerque, el cielo ya está aquí, ya definitivamente el tiempo de la eternidad está metido en el cronos nuestro, en el correr del tiempo, se ha hecho presente la plenitud del tiempo y el tiempo ahora corre veloz, corre veloz hacia delante al encuentro definitivo de Cristo Jesús. Este correr veloz del tiempo por la eternidad que se ha metido en la sucesión de los tiempos, es lo que nos permite a nosotros vivir cada momento en absoluta presencia y conciencia de que nada de lo que ocurre deja de tener sentido. Todo lo que acontece tiene sentido. Es la eternidad la que le da sentido. La misma muerte tiene sentido.

No es verdad que, como decimos popularmente “todo tiene solución menos la muerte”, la muerte también tiene solución, todo tiene respuesta, esta es la gran novedad del cristianismo. Si Cristo no ha resucitado dice Pablo, vana es nuestra fe. Este es el gran mensaje. El Señor ha muerto y ha resucitado, ha vencido a la muerte. Lo que parecía el final en realidad ahora es la apertura a todo lo nuevo que vendrá. La posibilidad de transformar el mundo en el que vivimos nace de esta conciencia.

La transformación de la que nosotros participamos no es un esfuerzo voluntarioso que surge de nuestras manos puestas a la obra. Por supuesto que esto no puede faltar, no puede dejar de ser así, pero el origen, la gran motivación, lo que nos mueve a hacer esto de una manera absolutamente novedosa es la presencia de Dios que se ha instalado en medio nuestro, y es él el que transforma, por la gracia de la resurrección, nuestra entrega y una entrega transformante. Por momentos tenemos más conciencia y por momentos menos. La idea sería que tengamos cada vez más conciencia.

 Te estoy contando de a poquito la maravilla que me resulta la lectura de las cartas privadas de Teresa de Calcuta y la verdad es que cada vez que paso una página más, que en realidad me quedaría todo un día a leerlas porque siento esa gran tentación, pero bueno, las voy leyendo de a poco en los tiempos que tengo, cada vez que paso una página más me doy cuenta de cómo Dios tomó el corazón de esta mujer.

Nosotros la hemos visto hecha una “pasita de uva” entregando su vida al servicio de los más pobres entre los pobres y me parece un esfuerzo titánico el que ha realizado, y lo ha sido, pero en realidad fue un amor titánico de Dios que tomó su pobre corazón, y como bien le dijo Dios en el momento mismo de la inspiración, no ha sido elegida porque sea grande sino porque era pequeña entre los pequeños, y Dios entre los pequeños es capaz de hacer cosas grandes.

Qué bueno poder ubicarnos desde este lugar, del Dios que nos usa bien, como se valió de Teresa de Calcula se vale bien de nosotros, como quiere que nos valgamos de el para hacer, de las cosas que pasan por nuestras manos, realidades nuevas. Pero es por la presencia de el.

Claro que a veces trabajar la arcilla, la masa de la vida, lleva su tiempo, y que el tiempo que lleva la masa en una figura que sea linda, que salga de lo amorfo que resulta cuando está en principio en nuestras manos, lleva su proceso y a veces, como cuando nos pasó este fin de semana con los jóvenes cuando hacíamos nuestro trabajo en plastilina, cuando la recibimos en la mano a todos nos parecía media dura pero cuando la fuimos ablandando nos fuimos animando a darle forma, según cada uno sentía era la etapa del proyecto en la que se encontraba, fue tomando una figura que costó tiempo, nos llevó media hora, pero al final vimos una figura realizada.

Llevó su tarea, su tiempo, ablandar, trabajar. Así es la vida y la transformación de todo lo que pasa por nuestras manos, sólo que para realizarlo, dice el Apóstol, tenemos las primicias de Dios en Cristo resucitado, el es la transformación y en el todo puede ser distinto.

No hay esfuerzo, tarea, dedicación, manos a la obra por cambiar el rumbo de la historia, que hecho en Jesús no tenga su premio. Por eso, iniciar la tarea de todos los días, una cosa es iniciarla con esta conciencia de que el Señor viene con nosotros y otra es hacerla como si uno fuera “guacho” hijo de nadie. Tenemos un Padre, en realidad esta paternidad de Dios en Cristo Jesús es la que nos permite, como hijos de Dios, ser capaces de anticipar, para los hombres, la manifestación gloriosa de Dios en nuestra propia persona por la transformación del mundo que Dios ha puesto en nuestras manos.

Te invito a abrirte a esta experiencia de Gracia de la Resurrección de Jesús, a esta conciencia de que el Señor resucitado ha tomado tu corazón, ha tomado tu vida toda, vas a ver como tu esfuerzo se aligera, como tu cansancio desaparece, como tus ganas de vivir se multiplica, como tu conciencia de ser en el mundo se afianza, como, lejos de apartarte de el, te vas a sentir con las ganas de meterte hasta hacerte barro con el barro.

La moción interior que Teresa de Calcuta recibe en su corazón es “hacerte una india más entre los indios”, “hacerte una india más en el pueblo indio”. Ella viene de una cultura europea y de una congregación europea, lo único que fue capaz de hacer que ella rompiera todas las estructuras con las que venía, para asumir esta condición nueva de un pueblo, de una cultura, de una lengua, de un modo de ser, de un modo religioso de pertenecer a la trascendencia, tan distinto del suyo, fue la gracia de Dios y la presencia de lo que ella llama la voz del resucitado que lo invitaba a entregarse por amor.

La presencia de la resurrección del amor en nuestro corazón es presencia del amor de Dios. Lejos de cansarnos, nos renovarnos en el. Muy lejos de perder vigor en nuestra entrega es esa presencia del Monte Tabor, de la transfiguración, que transfigura todo nuestro ser y que nos invita a lanzarnos hacia delante, habiendo sido alcanzados por Cristo, a ver si nosotros podemos alcanzar al mismo Cristo que en la historia está queriendo transformar el corazón de la humanidad.

Se trata de entender que la escatología, el final del tiempo desde la perspectiva de Pablo es una realidad que ya acontece y que tiende hacia un final definitivo donde el mundo nuevo hay alcanzado su plenitud, aunque de algún modo esa plenitud ya está presente en medio nuestro en germen cuánto que el misterio de Dios se ha revelado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado, regalado, ese mismo Espíritu que engendró a Jesús en el vientre de María y que ha tomado el vientre de María una vez más dando a luz a los hijos de Dios. María es la plenitud de la creación y es la creación la que está con dolores de parto, en plenitud, hasta que vea en manifestación los hijos de Dios, que somos cada uno de nosotros.

María sufre con dolores de parto porque ella permanece de pie frente al misterio de la Pascua donde el hijo muere y resucita. Está desde siempre allí y permanece allí hasta que vea nacer a los hijos de Dios junto a su hijo Jesús que sigue viviendo la Pascua por nosotros. Este es el sentido que tiene la vivencia permanente del misterio Pascual. Nosotros, cuando celebramos la Pascua cada vez que compartimos la mesa eucarística y hacemos presente el misterio de Jesús que muere y resucita lo hacemos como un memorial vivo porque en realidad la creación toda está participando en ese nuevo nacimiento. Es un lugar tan ciertamente fundante la Eucaristía, es un lugar tan importante en este sentido.

En la Pascua de Cristo, en la Celebración Eucarística, el parto, en María y Jesús, y nosotros participando en la medida en que entendemos nuestra vida haciendo ofrenda de ella en el propio parto, damos a luz a los hijos de Dios. Pablo tiene conciencia de esto, el dice que ha engendrado a sus hijos con dolores de parto.

En la cárcel, por ejemplo, y entre tanta privación que ha vivido. Nosotros cada vez que participamos con Cristo y junto a María en la Pascua y en la entrega de nuestra vida, con las cosas de todos los días, y somos concientes que nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, nuestra entrega, lejos de quedarse perdida en vano tiene un sentido en Cristo Jesús, nosotros somos copartícipes de la Gracia de la redención y con Pablo podemos decir que nosotros completamos en nuestra carne lo que le falta al misterio de Cristo Jesús hasta que se vea en plenitud manifestado.

De esto se trata y este es el gran sentido que la vida de un cristiano tiene cuando sabe asumir lo que tiene todos los días con entusiasmo, con decisión, con valentía y con grandeza de alma, sabiendo que las dificultades que aparezcan en el camino lejos de ser un obstáculo, son una gran posibilidad que se nos ofrece para, participando del misterio de Cristo, poder nosotros, con Cristo engendrar vida nueva haciéndonos del parto hasta la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, y en este sentido somos María en el mundo, en cuánto ella, plenitud de la creación, la obra más hermosa que Dios ha hecho, y nosotros, con ella, permanecemos junto a la manifestación gloriosa de los hijos de Dios y participamos de ese parto, somos con María. Con María damos a luz a Cristo en el corazón de la humanidad.

Este es el gran proyecto de Dios es en nosotros ver a Cristo, ver la semejanza que hemos perdido. Hemos perdido la semejanza con Dios. Justamente lo que hace el misterio de Jesús es asemejarnos a él y esto es un nuevo nacimiento en nosotros en el cuál el misterio Pascual es el lugar donde acontece. María, al pie de la cruz, engendrando a los hijos de Dios, y cada uno de los que vamos siendo engendrados en ella y en la pascua de su hijo, como hijos de Dios, naciendo del hijo de Dios, por la muerte y resurrección de Jesús nos hacemos con ellos copartícipes del nacimiento del mundo nuevo.

Este es el lugar fuente de donde está llamado a brotar todo lo que la humanidad necesita para verdaderamente ser transformada. Cuando perdemos este eje central, el eje pascual, nuestra tarea puede hacerse complicada, desgastante, sin sentido, pesada. El Señor nos invita a volver a este lugar, a volver al lugar de la Pascua y la verdad esto es volver a la eucaristía particularmente donde el memorial pascual se repite una y otra vez engendrando a los hijos de Dios en Cristo.

Es el anhelo más grande que hay en el corazón, ser como Jesús. Está en el corazón de todos los hombres. A veces lo sabemos, a veces lo intuimos, es querer ser como Dios quiere que seamos, como él. No porque sí sino porque Dios sabe que en el está la respuesta que estamos buscando. Yo quiero ser como vos Jesús.