La muerte y la vida van a la par

miércoles, 31 de octubre de 2018
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29/10/2018 Como cada lunes el Padre Mateo Bautista, sacerdote Camilo, Máster en Pastoral de la salud y Licenciado en Teología Moral y Espiritual, nos acompaña en el ciclo “Hoy puede ser”.

En el programa de este lunes, “Te cuento un cuento para sanar”, charlamos sobre el relato “Alguna vez”. La reflexión giró  en torno a  dos preguntas: ¿Qué sentido a la vida aporta la muerte? ¿Tenés miedo a la muerte?

Alguna vez

Los árboles mayores, que se erguían casi hasta tocar el cielo con sus copas agudas, hablaban con el árbol pequeño que crecía entre ellos.
-Alguna vez -decían-; alguna vez serás alto como nosotros y como nosotros podrás ver el lago allá abajo, engarzado como una joya verde o azul entre las montañas verdes o azules. Alguna vez, alguna vez…
El viento, cuando descendía hasta la altura del árbol pequeño, también hablaba con él.
-Vengo de todas partes y lo sé todo… Conozco los bosques, las montañas, los campos, las ciudades de los hombres… Alguna vez, cuando te eleves tanto como los otros árboles, te contaré cosas… Alguna vez, alguna vez…
Al llegar la primavera, cuando los pájaros venían en busca de calor y de alimento, el árbol pequeño tenía más noticias del mundo que aún no alcanzaba a ver. Los pájaros piaban:
-Hay sitios donde todo es arena, hay sitios donde todo es nieve, hay sitios donde todo es agua… Alguna vez, cuando seas más alto y más sólido, haremos nuestros nidos en tus ramas y te contaremos todo lo que sabemos… Alguna vez, alguna vez…
Y el pequeño árbol seguía inmóvil, repitiendo con todas sus hojas tiernas esas palabras excitantes y promisorias. Alguna vez, alguna vez…. Pero ese alguna vez era lento, lentísimo. Porque los árboles no crecen tan rápidamente como los seres humanos. Lo que para nosotros es un año, para ellos es un siglo. Lo que para nosotros es una vida para ellos es apenas un suspiro. El pequeño árbol se impacientaba. Y preguntaba cosas a la lluvia, al granizo, a la nieve; preguntaba cosas a las bandadas de aves que pasaban volando por el cielo; preguntaba cosas a las nubes, a los rayos del sol, a los insectos que trepaban por su corteza… Todos sabían cosas y cosas, todos conocían el mundo, todos parecían sabios y aventureros, todos terminaban diciéndole: Alguna vez, alguna vez….
Una tarde, por fin, sucedió algo. Pasó junto al pequeño árbol un hombre de barba oscura y ojos tristes conduciendo de la brida a un asno gris. Montada en el asno iba una mujer muy hermosa, muy pálida, muy dulce.
Se detuvieron y el hombre dijo:
-Esto es lo que necesito. Perdóname, pequeño árbol, pero debo cortarte. -Y un hacha hizo la primera herida en la madera joven. El árbol suspiró y sangró un poco de savia. El dolor era intenso, el hacha penetraba cada vez más en su carne vegetal; se sentía débil, indefenso, solo. Y no lamentaba tanto su sufrimiento físico, como ese alguna vez que perdía para siempre. Después el hombre cortó el árbol en trozos de escaso tamaño, y los acomodó en el morral. En cada trozo el árbol seguía viviendo. Llegaron a un lugar donde había un buey y otros animales. Allí el hombre tomó los trozos, los cepilló, los pulió, los ensambló. Y el árbol quedó trasformado en una cunita rústica. Una cunita que al mecerse parecía gemir alguna vez, alguna vez…. Todavía no había comprendido su destino. Pero esa noche, justamente a las doce, sintió un débil llanto. Una extraña música y una extraña luz envolvieron inmediatamente el lugar; se escuchaba un sedoso revoloteo de ángeles y el llanto del niño que acababa de nacer parecía más bien un canto. El árbol hecho cuna sintió que depositaban entre sus maderas cubiertas de heno tibio, el cuerpecillo de la criatura. Y la sintió moverse suavemente en su interior. Y de pronto supo que alguna vez había llegado. Que ni los árboles altísimos, ni el viento, ni los pájaros, ni las nubes, habían experimentado nunca la gloria de ese momento que él gozaba cuando ya no era árbol sino cuna, cuando el fin de su vida vegetal marcaba el principio de una vida humana.

 

Una nueva mirada sobre la vida y la muerte

¿Qué es la vida y la muerte? fue la pregunta que hizo el Padre Mateo Bautista como punto de diálogo con la audiencia, a lo que acompañó seguidamente de esta respuesta afirmativa:  “Las dos son vida”.

“¿Tenemos que relacionar la muerte con la tumba? ¿Podemos hablar de la muerte como una maternidad para la vida? Y aún más, ¿es sinónimo el hecho de morir con hecho de la muerte? Podemos decir que la muerte es una maternidad para la vida porque es educadora, nos hace comprender el para qué hemos sido creados. Es por esto que no se debe confundir entonces el hecho de morir con la muerte misma”, explicó el sacerdote.

A veces solemos escuchar (y decir) que la muerte es el último tramo, el final del trayecto, con ella se termina todo. En realidad, según el Padre Mateo: “Desde el momento del parto, estamos muriendo, la persona es una línea pero en evolución, no es un círculo cerrado”.

Tomando como referencia el relato y desglosando la reflexión desde la experiencia de la vida cotidiana, el árbol del cuento no se frustró porque logró cumplir con su misión: ser cuna. “Dios tenía otros planes que eran muy distintos a lo que su entorno esperaba de él”, agregó el sacerdote.

“Jesús no llegó a viejo, nunca salió de Palestina, sin embargo: ¿se puede presentar a Jesús como modelo de vida y de muerte?, la respuesta es sí.  Jesús es el ejemplo más grande porque la clave está en cómo vivió y en cómo murió, para qué y por qué. Fue una muerte con sentido”, afirmó Mateo Bautista siguiendo el hilo del proceso de este lunes.

Ahondando en el tema y a modo de cierre el padre Mateo expresó: “La muerte es un tema tabú, hay que charlarlo en familia, con los hijos y en el matrimonio; de lo contrario, nos quita la libertad de ser hijo de Dios. Estamos continuamente naciendo y muriendo, sino estamos en una agonía”.

Te invitamos a escuchar el audio completo.