La mujer adúltera

lunes, 20 de abril de 2009
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Jesús fue al monte de los Olivos.  Al amanecer volvió al templo, y todo el pueblo acudía él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.  Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.  Moisés, en la ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres.  Y tú, ¿qué dices?”.  Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo.  Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.  Como insistían, se enderezó y les dijo:  “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”.  E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.  Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos.  Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó:  “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, nadie te ha condenado?”.  Ella le respondió:  “Nadie, Señor”.  “Yo tampoco te condeno”, le dijo Jesús.  “Vete, no peques más en adelante”.

Juan 8, 1-11

Qué situación, que distinto el procedimiento frente a la mujer acusada, que distinto el procedimiento de los fariseos, y que distinto el procedimiento de José, el esposo de María, el padre adoptivo de Jesús. José también se enteró de que su mujer estaba embarazada y no era de él. ¿Qué podría pensar José? Que tenía que ser condenada y morir apedreada porque había sido infiel. Sin embargo José decide abandonarla en secreto, lleno de dolor, sin comprender, pero respetando algo que va más allá de si mismo. Que en el fondo un vislumbre de la acción misericordiosa de Dios en los gestos de José, diría yo.

Que falta de misericordia en el corazón de tantos cuando siempre ante el mal sólo tenemos palabras condenatorias. Y que pobre, me digo a mi mismo, la justicia humana que sólo busca ajusticiar y condenar, nunca habla de recuperar, de devolver la dignidad, de crear espacios para que las personas se rehabiliten. Cómo la misericordia es un desafío para nuestro tiempo. Cuánta misericordia hay en tu casa, en tu lugar de trabajo, en el ambiente donde estás, en la radio, en la iglesia, en la parroquia y en la comunidad, entre tu grupo. Cuántos lenguajes de la misericordia. Qué se hace en tu ambiente, se condena o se cree en la persona rescatándola e invitándola a ser fiel. Que maravilla, que palabra densa para nosotros, que testimonio y qué llamado, el desafío de hacer de nuestro mundo un espacio donde se vive la cultura de la misericordia.

Podemos percibir en el texto de la palabra, cuánta dignidad contiene la misericordia, que fácil y que natural que es para nosotros, hablando de nuestra naturaleza, yo diría, desde el concepto real de que estamos heridos y desviados, cómo necesitamos nosotros de la misericordia para poder tener una mirada adecuada y responder a la dignidad humana. Sólo recibiendo la misericordia de Dios, dejándome amar y reconciliar y sanar por el Señor, solo yo creyendo en Cristo puedo entender una mirada adecuada sobre el hombre que se equivoca, sobre el ser humano que peca, que comete el error, que es débil y que es frágil.

Es fácil poner una ley que condene y hablar de la ley, en nombre de la ley decir que queremos el bien de la comunidad y la dignidad humana. Es fácil, pero lo concreto es que hay que arremangarse, hay que bajarse del caballo de la ley y hay que tomar un contacto con el ser humano para perdonar y volver a rescatar, volver a dar oportunidad. Este sea nuestro lenguaje, es lo que hemos de aprender en esta Semana Santa, es lo que hemos de madurar para que sea real el reino de Dios está en medio de nosotros.