La oración cristiana

lunes, 3 de septiembre de 2012
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Buen día, buen comienzo de jornada para todos. Hoy entramos en la cuarta parte del catecismo, la oración cristiana.

 

Es una decisión el camino en la fe y en la oración encuentra su espacio justo. Te invitamos sencillamente a creerle al Señor.

 

Iniciamos este espacio de la catequesis con una oración de Teresita del Niño Jesús:

 

«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r: Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p. 389-390).

 

Si es en la prueba, si es desde el gozo, si es desolado o consolado, lo importante es que ir por el camino de la oración supone siempre una determinación

 

Decía San Juan Damasceno, “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”. ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado. La humildad es la base de la oración. Decía San Agustín; “Nosotros no sabemos pedir como conviene”. La humildad es la que nos dispone a pedir realmente como más conviene.

 

Le dice Jesús a la samaritana en aquel bellísimo dialogo en el capítulo 4 del evangelio de Juan, “Si conocieras el don de Dios”. La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Jesús va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscar saciar nuestra sed y el primero que nos pide de beber. Jesús tiene sed, de nuestra sed, y nos invita a buscar con él las aguas que calman y sacian nuestra des. La oración, es el camino que nos conduce a ese manantial de vida que el Espíritu Santo viene a derramar en nosotros y a calmar nuestra sed y la de Él.

 

 

¿Cómo definirías qué es la oración para vos?

 

Para mí es la apertura al día, es el momento de la intimidad, el momento de estar a solas con el Señor, el momento de poder concentrar mi mirada y todas mis preocupaciones y mis búsquedas y mis deseos y mis fragilidades en la mano del que todo lo puede y es el guía y el Señor de mi vida. Por eso la oración es mi momento.

 

Para otros la oración es aire fresco, otros dice, un lugar de cobijo, para otros el lugar del encuentro, del diálogo, del abrazo, de la comprensión…. Esto tiene que ver con las experiencias con que uno se ha encontrado en el camino de la oración.

 

 

¿Qué significa la oración para tu vida y cuál es tu momento y tu modo de orar?

 

El tiempo varía para cada uno. Para mí un tiempo importante fue orar con el rosario, concentrada particularmente en el rosario porque encontraba allí la fuerza del Espíritu que en María me guiaba en el camino, viéndolo a Jesús en sus misterios, delante de mí, presente.

En otro tiempo fue la contemplación, la oración en silencio sin palabras. Después mucho tiempo y siempre fue la palabra de Dios, rumiar la palabra, En otro momento la oración me ha ayudado mucho la vida de los Santos, el testimonio y la doctrina de muchos de ellos, entre ellos San Ignacio de Loyola como gran compañero en la marcha.

 

¿Cuál es tu momento de oración, que significa y como oras? Este es el compartir de hoy en nuestra catequesis de hoy.

 

Si tu anhelo es estar cerca de Jesús te recomiendo el camino de la oración. Es el lugar donde Dios con mayor frecuencia se comunica con nosotros

 

¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.

Dice la palabra “Este pueblo me alaba con sus palabras pero su corazón está lejos de mí”, la verdad es que para orar desde el corazón hay que dejar que la brisa suave de la vida del Espíritu penetre en lo más profundo de nuestras entrañas y nos abramos desde dentro a conversar con Dios.

 

¿Desde dónde resistimos al encuentro con Dios? Desde el mundo de las ideas, desde las heridas que cubrimos con nuestras durezas, desde la indolencia donde no queremos hacer empatía con todo lo que nos hace sufrir y rápidamente buscamos la manera de pasar de largo frente a tanto dolor, desde la impiedad, desde nuestra increencia.

 

El Espíritu es capaz de llegar hasta cada uno de estos lugares de resistencia, romper la piedra del corazón y dejar que aparezca la carne, para desde ahí orar en espíritu y en verdad.

 

El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es por eso que Jesús dice, “Cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que ve en lo secreto”. Desde dentro, desde lo profundo, desde lo más entrañable del ser, no quiere decir aislado, por el contrario, el orante en intimidad es alguien que está empapado de la realidad, a tal punto que todo lo que acontece y ocurre alrededor suyo y en el mundo, le significa un motivo para orar.

 

Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el corazón el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.

 

La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Jesús. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre para allanarnos el camino del encuentro.

En este sentido la oración de alianza es la oración de comunión.

 

La oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es “la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero”, por eso la oración de comunión es la oración trinitaria.

 

La vida de oración es estar habitualmente en presencia de estas tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo. La oración es cristiana en tanto y en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Oración y vida van de la mano, un orante ungido en el Espíritu es un hombre profundamente comprometido con su tiempo y nada de los humano le resulta extraño, todo lo humano le interesa.

 

Al que ora de corazón en el misterio trinitario y pertenece a ese lugar de alianza y comunión, lo humano le lleva por todos los caminos a ponerlo de cara a este lugar donde el amor se hace fuerza transformadora de todo lo que necesita ser transformado.

 

 Dios es el que viene a nuestro encuentro y es el que nos llama, nos tiene siempre delante de sí y nos invita a ir a él, y sea que nosotros queramos escondernos o ponernos lejos de su presencia, corramos detrás de los ídolos o acusemos a la divinidad de habernos abandonado, el Dios vivo y verdadero, llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. “Mira que yo estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre yo entraré en su casa y cenaré con él”.

 

Es esta iniciativa de amor de Dios fiel el que nos abre al encuentro. La actitud nuestra es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela la oración aparece como un llamado recíproco, un hondo acontecimiento de encuentro, de alianza, de vínculo.

Dios llama al hombre, el hombre lo llama a Dios y se encuentran. Cuando Dios ha despertado en nosotros el deseo de su presencia, nosotros sentimos el clamor interior de toda nuestra existencia convocando a nuestro ser a la presencia que solo le da sentido a nuestro existir, el Dios viviente. Y cuando se produce ese encuentro aparece la oración, la oración ocurre. La oración no es otra cosa que un trato de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos, nos ama, dice Santa Teresa.

 

El camino de la oración es un camino de encuentro, es una vocación, es una llamada de Dios que despierta al hombre que lo llama y clama por Él para que puedan encontrarse en el corazón.

 

La revelación de la oración en el Antiguo Testamento se encuadra entre la caída y la elevación del hombre. Entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos ¿Dónde estás, porqué lo has hecho? y la respuesta del Hijo único al entrar en el mundo “He aquí que vengo y estoy aquí para hacer tu voluntad”. Dios que nos busca y que no encuentra el camino por donde hallarnos, hasta que crea el camino y Jesús el hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, se revela y se manifiesta bellamente como EL CAMINO.

 

“Yo soy el camino” por eso la oración es oración en Cristo y desde ese lugar Dios nos invita a responderle a la pregunta ¿Dónde estás? Nosotros estando en comunión con Jesús encontramos las respuestas a nuestros desconciertos.

 

Un camino verdaderamente rico para orar es el acto creador de Dios. Francisco de Asís encuentra allí el escenario más propicio para orar, todo le resulta tan cercano, amigo, familiar y fraterno que en su propia hábitat – la creación – Francisco descubre en todo lo creado lo cercano que Dios está del hombre.

Desde la creación la oración nos eleva a la inmensidad, a la belleza, a la sabiduría, a la armonía, a la sinfonía con la que Dios se da a entender y habla.

Es un discurso sinfónico el que Dios pronuncia en el acto creador, es una melodía perfecta.

 

Nada mejor para despertar el sentir profundo del orante y calmar sus ruidos interiores que escuchar una buena melodía, y no hay mejor ejecución musical producida en medio nuestro que el hecho mismo de la creación. Por eso pararse en silencio ante un buen paisaje y contemplar con la mirada que se pierde entre los árboles, los pastos, el río, el cielo y las montañas es dejar que resuene la sinfónica armonía melodiosa de un Dios que nos invita a abrir el corazón a su grandeza, a su bondad, a su sabiduría, a su inteligencia, a su simpleza. Dios se muestra por todas partes de manera sinfónica, armónica y con sentido melódico, es capaz de calmar las más ruidosas experiencias interiores gracias a la buena música.

 

Desde ese lugar de la creación el alma se levanta, alaba y bendice a Dios, sin embargo en el proceso de la revelación que Dios hace de su compromiso histórico en la palabra, se nos muestra como Dios nos invita a orar en la fe.

Por ejemplo cuando lo llama a Abraham que se pone en camino como se lo había dicho el Señor, todo su corazón se somete a la palabra y obedece. La escucha del corazón a Dios que llama es esencial a la oración. Las palabras tienen un valor relativo, lo que importa es la acogida interior, es decir la capacidad receptiva que en nosotros hay respecto de esta presencia, y a esa interioridad de cara al misterio que viene a revelársenos se llega por el camino de la oración.

La oración de Abraham y la humildad de Abraham en la fe se expresan primeramente con hechos, hombre de silencio, en cada etapa constituye un altar al Señor. Solamente mas tarde aparece su primera oración con palabras, una queja velada recordando a Dios y sus promesas que no parecen cumplirse. De este modo surge unos de los aspectos de la tensión dramática del orante, la prueba en la que Dios pone al orante a la espera del cumplimiento de las promesas de Dios.

 

Habiendo creído en Dios, marchando en su presencia y en alianza con Él, Abraham está dispuesto a darle la bienvenida a un huésped misterioso, es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio del anuncio del verdadero hijo de la promesa. Desde entonces habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza.

 

Misericordia, confianza, hospitalidad, sencillez y humildad, entrega y espera constituyen valores únicos que hacen al Espíritu de quien se dispone a darle la bienvenida al mejor huésped del alma, el Dios viviente.

 

En la presencia del Señor queremos estar, a su mirada queremos responder, a su llamada queremos darle nuestro sí, dejémonos encontrar por Él y su presencia, que el corazón sea el lugar donde podamos descubrir cuanta riqueza se da en ese vínculo y que desde allí todo comience a ser nuevo para nosotros y para con los que compartimos la vida.

 

Nos vamos despidiendo hasta el lunes para Despertar con María.