La oración, lugar donde crece la esperanza

lunes, 21 de octubre de 2013
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21/10/2013 – En la Catequesis de hoy, a la luz de la experiencia del Card. Van Thuan, descubrimos cómo la esperanza se sostiene y acrecienta en la oración sencilla.

La esperanza probada

Sin dudas, un lugar de aprendizaje y dónde se acrecienta la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, cuando lo que anhelo en lo más profundo es imposible a mis fuerzas, cuando no haynadie que pueda ayudarme… Él me escucha. Si me veo relegado a la extrema soledad, el que reza nunca está solo.

Los invito a que compartamos el testimonio del Cardenal Vietnamita, Francois Xavier Van Thuan, quien durante el régimen comunista, estuvo 13 años en prisión, de los cuales 9 estuvo en aislamiento. La escucha de Dios y el poder hablarle, fueron para él, el mayor sostén y fortaleza. Después de su liberación, esta experiencia le permitió ser un testigo de la luz de la esperanza que no se apaga ni en la noche más oscura, ni en la soledad más aislada.

"Jesús, aquí estoy. Soy Francisco"

Escribe Van Thuan en el libro "5 panes y 2 pescados": Después de mi liberación, muchas personas me han dicho: «Padre, en la prisión usted ha tenido mucho tiempo para orar». No es tan simple como se podría pensar. El Señor me ha permitido experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental. El tiempo pasa lentamente en la prisión, particularmente durante el aislamiento. Imaginen una semana, un mes, dos meses de silencio… son terriblemente largos, pero cuando se transforman en años se hacen una eternidad. Un proverbio vietnamita dice: «Un día en prisión es como mil otoños fuera». ¡Hay días en que, al extremo del cansancio, de la enfermedad, no logro recitar una oración!

Me viene a la mente una historia, la del viejo Jim. Cada día, a las 12, Jim entraba a la Iglesia por no más de dos minutos y luego salía. El sacristán, que era muy curioso, un día detuvo a Jim y le preguntó:

— ¿A qué vienes cada día?

— Vengo a orar

— ¡Imposible! ¿Qué oracion puedes decir en dos minutos?

— Soy un viejo ignorante, oro a Dios a mi manera.

— Pero ¿qué dices?

— Digo: Jesús, aquí estoy, soy Jim. Y me voy.

Pasaron los años. Jim, cada vez más viejo, enfermo, ingresó al hospital, en la sección de los pobres. Cuando parecía que Jim iba a morir, el sacerdote y la religiosa enfermera estaban cerca de su lecho.

— Jim, dinos ¿por qué desde que tú entraste a esta sección todo ha mejorado y la gente se ha puesto más contenta, feliz y amigable?

— No lo sé. Cuando puedo caminar, voy por todas partes visitando a todos, los saludo, platico un poco; cuando estoy en cama llamo a todos, los hago reír a todos y hago felices a todos. Con Jim están siempre felices.

— Y tú, ¿por qué eres feliz?

— Ustedes, cuando reciben a diario una visita, ¿no son felices?

— Claro. Pero ¿quién viene a visitarte? Nunca hemos visto a nadie.

— Cuando entré a esta sección les pedí dos sillas: una para ustedes, y otra reservada para mi huésped, ¿no ven?

— ¿Quién es tu huésped?

— Es Jesús. Antes iba a la Iglesia a visitarlo ahora ya no puedo hacerlo; entonces, a las 12, Jesús viene.

— Y, ¿ qué te dice Jesús?

— Dice: ¡Jim, aquí estoy, soy Jesús!…

Antes de morir lo vimos sonreír y hacer un gesto con su mano hacia la silla cercana a su cama, invitando a alguien a sentarse… sonrió de nuevo y cerró los ojos.

Cuando me faltan las fuerzas y no logro ni siquiera recitar mis oraciones, repito: «Jesús, aquí estoy, soy Francisco». Me entra el gozo y el consuelo, experimento que Jesús me responde: «Francisco, aquí estoy, soy Jesús».

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¿Cómo rezar en condiciones infrahumanas?

Dice el Card. Van Thuan: "Ustedes me preguntan: ¿cuáles son tus oraciones preferidas?. Sinceramente amo mucho las oraciones breves y sencillas del Evangelio:

«No tienen vino» (In 2,3).

«Magníficat…» (Lc 1, 46-55).

«Padre, perdónalos…» (Lc 23, 34).

«En tus manos encomiendo mi espíritu…» (Lc 23, 46).

«Que todos sean uno… tú, Padre, en mí» (Jn 7, 21).

«Ten compasión de mí, que soy pecador» (Lc 18, 13).

«Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23, 42-43).

Como no pude llevar conmigo la Biblia a la cárcel entonces recogí todos los pedacitos de papel que encontré y me hice una pequeña agenda y en ella escribí más de 300 fases del Evangelio; este Evangelio reconstruido y reencontrado ha sido mi vademécum diario, mi estuche precioso del cual saco fuerza y alimento mediante la lectio divina.

Continúa diciendo Van Thuan, que le gusta hacer oración con la palabra de Dios completa, con las oraciones litúrgicas, los Salmos y los cánticos. Amo mucho el canto gregoriano, que recuerdo de memoria en gran parte. ¡Gracias a la formación del seminario estos cantos litúrgicos entraron profundamente en mi corazón! Luego, las oraciones en mi lengua nativa, que toda la familia ora cada tarde en la capilla familiar, oraciones conmovedoras que me recuerdan mi primera infancia. Sobre todo las tres avemarías y el "Acuérdate, oh piadosísima virgen María", que mi mamá me enseñó a recitar en la mañana y en la tarde.

Como ya lo dije, estuve nueve años en aislamiento, vigilado por dos guardias. Caminaba todo el día para evitar las enfermedades causadas por la inmovilidad, como la artrosis; me daba masajes, hacía ejercicios físicos… oraba con cantos como el Miserere, Te Deum, Veni Creator y el himno de los mártires Sanctorum mentís. Estos cantos de la Iglesia, inspirados en la Palabra de Dios, me comunican un gran ánimo para seguir a Jesús. Para apreciar estas bellísimas oraciones fue necesario experimentar la oscuridad de la cárcel y tomar conciencia de que nuestros sufrimientos se ofrecen por la fidelidad a la Iglesia. Esta unidad con Jesús, en comunión con el Santo Padre y toda la Iglesia, la siento de manera irresistible cuando repito durante el día: «Por Él y con Él y en Él…»."

Orar en la sencillez

Me viene a la mente la sencillísima oración de un comunista que primero fue un espía y después se hizo mi amigo. Antes de que él fuera liberado me prometió: «Mi casa dista 3 km del Santuario de Nuestra Señora de Lavang. Iré allá a orar por usted». Yo creía en su amistad, pero dudaba que un comunista fuera a orar a la Santísima Virgen. Pero un día, quizá seis años después, en mi aislamiento ¡recibí una carta suya! Escribió: «Querido amigo, te había prometido ir a orar por ti ante Nuestra.Señora de Lavang. Lo hago cada domingo, si no llueve. Tomo mi bicicleta cuando oigo sonar la campana. La basílica está totalmente destruida por el bombardeo, por eso voy al monumento de la aparición que aún permanece intacto. Oro por ti así: Señora, no soy cristiano, no conozco las oraciones, te pido que des al señor Thuan lo que él desea». Estoy conmovido hasta el fondo de mi corazón; ciertamente, la Señora lo escuchará.

 

La esperanza que no defrauda

El hermoso testimonio del Cardenal Van Thuan nos demuestra como la esperanza toma formas y nombres concretos, y no es ni una evasión ni una proyección ilusoria de lo que vendrá. La esperanza, puesta en Jesús que es Señor de la historia, se convierte en fuente vital para incontables hombres y mujeres de todos los tiempo. Nos permite levantar la cabeza con confianza, aún en medio del dolor y del sufrimiento, sabiendo que Dios camina con nosotros y nada escapa de sus manos. Que Dios los bendiga y la esperanza se encienda fuerte en nuestros corazones.

 

Padre Javier Soteras