La oración y la acción

jueves, 21 de noviembre de 2013
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21/11/2013 – En la Catequesis de hoy, una desafiante invitación a participar en la compasión de Dios. Si la oración nos lleva hacia una unión más profunda con el Cristo compasivo, siempre traerá aparejado un servicio concreto al hombre.

La oración y la vida

Cuanto más cerca estamos del corazón de Dios tanto más cerca estaremos del corazón del mundo y de los demás. Si le damos el corazón a Dios, también encontraremos a los hermanos a los que Dios busca incansablemente para llevar alegría y esperanza. Cuando uno reza, los rostros de los hermanos aparecen en el corazón. Porque la vida nuestra está repleta de rostros, y en la oración se reza desde la vida.


Siempre estamos llamados a la acción. Pero esta acción no debe ser obligada, fanática o estar impulsada por la culpa. Nuestra acción surge básicamente a partir del conocimiento del amor de Dios. Queremos estar con los pobres porque en ellos descubrimos el rostro de Dios, y desde el amor de Dios ya no nos interesa ser aceptados por el mundo.


Nuestra acción, al igual que nuestra oración, deben demostrar la presencia misericordiosa de Dios en medio de nuestro mundo. La acción paciente es una actitud a través de la cual el amor sanador y consolador de Dios que eleva, reconcilia y une, puede alcanzar el corazón de la humanidad. Es una acción a través de la cual puede mostrarse la plenitud del tiempo,  la justicia de Dios y la paz.


Es una acción que lleva buenas nuevas a los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos, libertad a los oprimidos y se proclama un año de gracia del Señor (cf. Lc 4,18). Es una acción que deja de lado el temor, la desconfianza y la búsqueda de poder. Con esta iniciativa, se impulsa a los hombres a escucharse mutuamente, a hablar entre sí y a sanar recíprocamente sus heridas. En síntesis, es una acción fundada en la fe, que conoce la presencia de Dios en nuestra vida y quiere hacerlo visible a las personas, comunidades y  pueblos.

 

 

Encontrar al mundo en el corazón de Dios


Una vida compasiva no es una serie de buenas acciones por medio de las cuales buscamos suavizar nuestros sentimientos de culpa frente a los demás, ni tampoco es el esfuerzo intenso por hacer lo máximo que se pueda, sino mucho más: la participación en la compasión infinita de Dios en y a través de Jesús. Entonces desde ahí, la oración es nuestro primer compromiso. Precisamente porque la oración es una vida en comunión con Dios desde la que fluye toda la compasión.


Nuestro llamado a la compasión no se refiere a encontrar a Dios en el corazón del mundo, sino al mundo en el corazón de Dios. Es el camino que transitaron el apóstol Pablo, San Benito, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, la Madre Teresa de Calcuta y las muchas grandes figuras espirituales en la historia de la Iglesia. Todos ellos sabían que cuanto más grande es la herencia, tanto más profunda resulta la solidaridad con el mundo sufriente.

En ello no hay nada romántico o cómodo. Quien piense que tal vez sea una huida o una especie de holgazanería, no sabe qué significa tener el espíritu de Jesús. No existen dudas de que, alguien que en cierta forma acepte la herencia de Cristo, no sólo no escapa del dolor del mundo, sino que se interna en él. Por esta razón, una vida de oración nos vincula, en lo más profundo, con la vida del mundo. Y por esta razón, una vida mística – una vida de unión con Jesús- es una vida de compasión.

 

Oración y servicio


De ninguna manera se puede decir que la oración y la acción son opuestas o que se excluyen entre sí. La oración sin la acción se reduce a mera devoción piadosa, y la acción sin la oración se degenera en una manipulación cuestionable. Si la oración nos lleva hacia una unión más profunda con el Cristo compasivo, siempre traerá aparejado un servicio concreto al hombre. Y si el servicio concreto nos solidariza más estrechamente con los pobres, los hambrientos, los enfermos, los moribundos y los oprimidos, tal acción desembocará en la oración. En la oración encontramos a Cristo, y en Cristo, todo el dolor humano. En el servicio, en la existencia para los demás, encontramos a los hombres, y en ellos al Cristo sufriente.

Una respuesta de agradecimiento a Dios


Una acción compasiva es la demostración libre, feliz y principalmente agradecida de un encuentro que nos ha poblado el alma. La gran fuerza con la que Juan, Pedro, Pablo y todos los discípulos han vencido su mundo con el mensaje de Jesús, nació de este encuentro. Ellos no necesitaron convencerse a sí mismos o convencer a los demás de que realizaban algo bueno;  ellos no dudaban del valor de su trabajo ni vacilaban respecto de lo oportuno de su accionar. Simplemente debían reunir a los hombres en una nueva comunidad, y Él los esperaría en el centro de ella. Dado que Jesús se había convertido en su verdadera vida, su verdadero deseo, su verdadera compasión y su verdadero amor, la vida significaba actuar y todas sus vidas se convirtieron en un continuo agradecimiento a Dios por el gran obsequio de su Hijo.


Aquí radica el sentido más profundo de la acción compasiva. Es la demostración libre, feliz y colmada de agradecimiento del gran encuentro con el Dios compasivo. Se trata de acción que también arrojará sus frutos cuando no podamos ver el cómo o el porqué. En tal acción y a través de ella, comprendemos que todo es gracia y que por ello sólo podemos estar agradecidos.

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La acción como respuesta


La acción es una respuesta agradecida por haber reconocido la presencia de Dios en este mundo. Todo el servicio de Jesús fue un gran acto de agradecimiento a su Padre. Nosotros estamos llamados a participar de este servicio. Pedro y Pablo viajaron de pueblo en pueblo; Teresa de Ávila fundó conventos en forma prácticamente incansable; Madre Teresa de Calcuta en su preocupación por los más pobres de los pobres impulsó sin temor la llegada del Señor. Pero ninguno de ellos trató de resolver los problemas del mundo o de cosechar alabanzas y premios. Su accionar estuvo libre de tales presiones y fue, por ende, la respuesta espontánea a la activa presencia de Dios en sus vidas. De este modo, toda nuestra acción puede convertirse en agradecimiento, y todo lo que hagamos, en Eucaristía.

 

Padre Javier Soteras