La presentación de Jesús en el templo

martes, 10 de febrero de 2009
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Cuando llegó el día fijado por la ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley.  Todo varón primogénito será consagrado al Señor.  También debían ofrecer en el sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la ley del Señor.  Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre piadoso y esperaba el consuelo de Israel.  El Espíritu Santo estaba en él, le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.  Conducido por el mismo Espíritu, fue al templo y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con la prescripción de la ley, Simeón lo tomó del brazos y alabó a Dios diciendo:  “Ahora Señor puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque le has prometido que sus ojos verían el misterio de la salvación que preparaste delante de todos los pueblos.  Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.  Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.  Simeón después de bendecirlos dijo a María, la madre:  “Este niño será causa de caída y elevación para muchos en Israel, será signo de contradicción y a Ti misma una espada te atravesará el corazón.  Así se manifestaran claramente los pensamientos íntimos de muchos”.

Lucas 2, 22 – 35

Es presentado en el templo Jesús. Sólo cinco líneas dedica Lucas a la escena que sigue al nacimiento en este sentido, y los demás evangelistas ni citan estos acontecimientos.

Probablemente dándolo por supuesto, por aquello de la pertenencia de la familia de Nazaret al pueblo judío. Y las costumbres que se siguen en él, conocidas por todos, sin embargo ocurren en ella dos hechos importantes, la circuncisión y la imposición del nombre, Jesús. Se añade un dato simbólico, emotivo, el pequeño derrama su primera sangre.

Más importante que lo que han relatado los textos evangélicos y lo que han acercado los pintores presentando estas escenas. Tuvo lugar la circuncisión a los ochos días justo del nacimiento y aquella fecha fue sin duda importante, tanto para María como para José. Aquel día entraba oficialmente su hijo en alianza con Dios, con aquella sangre derramada, se constituía en heredero de las promesas hechas a Abraham.

Para un judío de la época, para uno que pertenecía a este camino de tradición, en la circuncisión, la circuncisión era lo que hoy es el bautismo para  una familia de las nuestras creyentes. El rito no tenía origen rigurosamente hebreo, en realidad antes, este rito lo habían practicado los “madianitas”, lo usaban como rito de iniciación al matrimonio, y los egipcios también lo utilizaban como signo de la entrada de un muchacho en la pubertad. Pero los judíos le dieron este sentido religioso, trascendente.

La primera referencia la tenemos en el libro de Génesis 17, 10. Dios ordenó a Abraham la circuncisión como signo distintivo de los varones del pueblo, escogido como sello de alianza construida entre Dios y el patriarca. Dice así la palabra: “este es mi pacto, que guarden entre mí y ustedes y entre la descendencia después de ti, circuncidad todo varón, circuncidad la carne de vuestro prepucio y esta será la señal de mi pacto entre mí y ustedes”.

Es decir estamos en presencia en la presentación de Jesús en el templo y todo lo que rodea aquel acontecimiento de la celebración de la alianza, una alianza que es en parte continuidad de la ya celebrada en el antiguo testamento bajo este signo y una nueva alianza que se abre, una nueva alianza que viene a traer el que es el autor de la nueva alianza que es Jesús. Esa nueva alianza es un nuevo pacto, y hay un signo que identifica este pacto que es el camino del amor con la que el Señor establece este nuevo lugar de alianza.

La ley ha sido el lugar de la alianza, ahora hay una nueva ley que está marcada a lo largo de toda la vida de Jesús, por una muy simple formulación, el amor a Dios por encima de todo y el amor al prójimo. Esta nueva ley es la que va a permitir que muchos se pongan de pie va a decir Simeón, y otros caigan. Si uno la sigue a esta ley, se ve dignificado, si uno sigue el camino de la caridad se ve dignificado en el amor. Si uno no sigue el camino de la caridad se ve tropezando en la vida. es decir lo que está diciendo Simeón, el profeta, es que este niño que viene ha establecer el nuevo código de relación, la nueva ley, que es la del amor, los va a ayudar a ponerse de pie y a otros les va hacer tropezar.

Estamos ante una palabra que nos invita a reelegir el camino de la caridad, como lugar desde dónde ponernos de pie y recomenzar. Estamos a la puerta de la celebración del inicio de un nuevo año y uno siempre se pregunta cómo poder recomenzar el camino, cómo inaugurar las nuevas páginas del nuevo año que vamos a llenar con las letras de la entrega de la propia vida, y es bueno entonces pensar desde dónde hacerlo. La palabra es clara en este sentido a partir del profeta Simeón, es bueno ir pensando en reelegir el amor como el camino.

Vamos caminando juntos entre el cierre de un año y el comienzo de uno nuevo, que si lo hacemos bajo el signo de la alianza, del amor, seguramente nos pondremos de pie e iremos en marcha haciendo que toda nube se disipe y aparezca el sol, que nace desde lo alto. El que vino dice Simeón, a alumbrar a las naciones, es la gloria de Israel y bendición para todos los pueblos.

Este es el niño que el viejito con alma joven, tiene entre sus manos. Avanzaban los padres de Jesús hacia el sacerdote cuando ocurrió esta escena que cuenta Lucas. Un anciano llamado Simeón se acercó a María y como si la conociese de siempre, tomó al niño que ella tenía en sus brazos y estalló en un canto de júbilo, reconociendo en Él al que traía el pacto de la nueva alianza al salvador del mundo.

La escena por un momento desconcierta, en un primer instante pensamos que es la clásica leyenda que coloca en la vida de todos los hombres ilustres a una viejecita y a un viejecito que el día de su bautismo pronostican que será obispo o Papa aquel que es bautizado o acaso pensamos sin atrevernos a ver pura leyenda en la escena se trata de una presentación literaria de la expectación de Cristo simbolizada por el evangelista en este anciano piadoso.

¿No resulta demasiado teológico el cántico de Simeón, no estaremos ante un cántico típicamente litúrgico de la comunidad primitiva y puesto por Lucas en el comienzo del evangelio, eligiendo una figura ciertamente literaria, representada por este anciano sabio llamado por él Simeón?. Muchos de los que hacen estudios exegéticos, modernos, zanjan sin más esta cuestión con una simple explicación simbólica. Es posible, pero en todo caso, hay que añadir que el dibujo que Lucas hace de Simeón es perfectamente coherente con la espiritualidad de muchos judíos de la época, incluso puede verse en Simeón un resumen de la visión religiosa que han descubierto los manuscritos de Unram, dice y explica con mucha precisión todo esto Martín Descalzo.

Dos cosas subraya en Simeón el evangelista, que era judío observante y que esperaba la consolación de Israel. Estos dos datos, la estricta fidelidad a la ley y la anhelante espera mesiánica caracterizan la comunidad religiosa de lo que hoy llamamos Unram.

Algo de todo esto también puede estar presente también en el corazón de la humanidad hoy, la espera de una luz que venga de lo alto a traer claridad, que disipe las sombras, que acabe con la tormenta, que haga aparecer la luz que nos permita encontrar el rumbo.

Este camino que nos abre la palabra en la expresión de Simeón, es toda una promesa.

Nosotros también tenemos dentro nuestro las promesas que Dios ha puesto en nuestro corazón y esas promesas son las que en el tiempo del comienzo cercano de un nuevo año, queremos renovarlas, para que el Señor las vaya haciendo cada vez mas realidad.

Sería bueno como que vayamos comunicando, primero tomado conciencia de las promesas que el Señor tiene puestas en nuestro corazón y después lo podamos comunicar, porque cuando pensamos en la promesa que Dios puso en nosotros y las comunicamos y además las oramos y las trabajamos, ciertamente se acortan las distancias, entre la promesa y la llegada de esa promesa.

La promesa que trae el Señor, tiene estas características que Simeón describe al hablar de el prometido que tiene entre sus manos, el que vino a sellar la nueva alianza y el nuevo pacto de amor.

Este es luz, la promesa siempre trae luz, disipa sombras y al mismo tiempo, tiene capacidad de expansión, es para uno y para muchos mas, es gloria para Israel, pero luz para todas las naciones.

Por eso pensemos, cuales son las promesas que yo llevo dentro de mi corazón que todavía no han llegado y que creo Dios las tiene reservadas para el mejor tiempo, cuando este maduro el camino recorrido.

Nosotros también creemos que Dios lleva adelante y cumple sus promesas, solo que además sabemos que esto ocurre como ocurrió con Simeón y con Ana, cuando uno permanece firme en la oración y se sostiene desde ese lugar, como que la palabra nos muestra este costado del cumplimiento de las promesas para estos dos ancianos, ellos permanecen en el templo, orando a la expectativa de la promesa, del cumplimiento de la promesa.

Es lo que el libro del Apocalipsis dice, cuando afirma que “el espíritu y la esposa claman ven Señor Jesús”.

Porque el cumplimiento de las promesas es la llegada particular, concreta del Señor a nuestra vida que nos viene a confirmar en el camino y a afianzar en nuestro andar, sobre todo en aquello que hace a la realización de nuestra vida, llamada a vivirse en plenitud, hay aspectos de la vida que tienen que estar si o si presentes, para que la plenitud sea tal.

Por ejemplo en la definición del propio estado de vida, por ejemplo una condición laboral digna, por ejemplo una relación familiar saludable, por ejemplo un estado de salud óptimo.

Que el Señor lleve adelante sus promesas y las cumpla, forma parte de un camino recorrido con El, desde el lugar de la oración.

La oración personal y la oración comunitaria, es lo que ocurre con el viejo Simeón. El viejo Simeón y Ana son dos orantes, que en la oración han madurado el corazón para recibir al prometido, a Jesús de Nazareth, a aquel en el que todas las promesas se han cumplido.

Por eso nosotros a la hora de pensar en el cumplimiento de las propias promesas de Dios que nos promete la felicidad y la plenitud y que eso supone una serie de ingredientes que nos permiten ver realizada esa plenitud y esa felicidad, esa llegada de las promesas, claramente nos muestra de la palabra, viene a nosotros por el camino de la súplica, por el camino de la oración.

Esto es lo que caracteriza a Simeón y a Ana son dos ancianos orantes en el templo.

De manera tal que mientas nosotros estamos a la expectativa del cumplimiento de las promesas, oramos para que sean verdad.

Cuando el espíritu y la esposa claman “ven Señor Jesús”, se adelantan el tiempo de las promesas, madura la promesa del Señor en nuestra vida.

Por eso te invitamos también, mientras vas reflexionando en torno a las promesas de Dios en tu propia vida y el cumplimiento de ellas en el comienzo del año que esta por iniciarse, que vayas renovando tu espíritu de oración.