La vida del cristiano tendría que ser una fiesta

miércoles, 31 de octubre de 2007
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María dijo:  “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra de gozo en Dios mi salvador porque miró la humildad de su servidora. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el poderoso ha hecho obras grandes por mi. Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres a favor de Abraham para siempre”.

Lucas 1, 46 – 55

Con ella, con María, queremos cantar la grandeza de Dios, celebrar su misericordia. Es que es la misericordia de Dios donde encontramos las razones para celebrar, para cantar, para gozar. La vida que nos golpea a veces duro con el encuentro con nuestras propias contradicciones, con el apartamiento que la fuerza del egoísmo, la soberbia, la dureza del corazón nos aparta de aquel que viene a darle verdadero sentido a la vida.

La vencemos a toda ésta resistencia con la Gracia de Dios que ablanda el corazón y lo remoja en la misericordia y lo pone en sintonía con todo lo que verdaderamente merece ser celebrado, merece ser festejado.

Es verdad que cuando uno sintoniza los medios de comunicación que nos acercan entre comillas la realidad, nos encontramos con una serie de noticias que venden mucho desde el morbo, que muestran el costado más oscuro, más duro, más difícil, real, ciertamente real, pero no toda la realidad pasa por ese lugar. Si nos desayunamos con algún modo de presentar la noticia en la radio, en la televisión, en el diario y entramos por el color amarillo que los medios nos venden de lo que acontece con el trabajo sobre el morbo que es un modo de tener atrapado el corazón en y desde lugares más bajos.

Posiblemente nos estamos poniendo lentes que nos hagan ver la realidad bajo un espectro, bajo una dimensión que no termine por alentarnos ni por hacernos celebrar y festejar, por hacernos gozar y cantar. Cuando nos ponemos los lentes oscuros que entre comillas la realidad mediática nos ofrece en la presentación de lo que ocurre difícilmente podamos encontrar, nos cuesta más al menos, encontrarle ese otro costado festivo que tiene la vida en el encuentro simple, sencillo, no apurado, compartido con amigos, con hermanos de comunidad, con compañeros de trabajo, donde uno rápidamente con poco se da cuenta que es posible sonreír, es posible aflojar por dentro y desde ese lugar descansar en el gozo es para lo que estuvimos hecho, es para lo que estuvimos creado.

El gozo debería ser el estado habitual en el que un cristiano vive y por eso elegimos para la catequesis de hoy el canto de María: mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra, se goza en Dios mi salvador.

El Magníficat es como la brújula que ha de orientar la vida del cristiano que anda buscando su propio rumbo. En realidad lo que le da sentido al vivir es encontrar éste sendero en medio de las dificultades, de las cosas de todos los días del gozo, la alegría. Dios nos creó para ser felices y en realidad nosotros encontramos nuestra gran razón de ser, el gran motivo, cuando en el camino de la vida siguiendo ésta orientación mariana, ésta brújula del Magníficat, nos encontramos con las cosas simples y sencillas que nos hacen sonreír, gozar, disfrutar. A veces se puede en medio del dolor.

Claro hay que distinguir entre placer y alegría. No toda alegría brota de la distensión. Hay muchas alegrías que ocurren en medio del fragor, en medio de la lucha, de la prueba, también con la dificultad en el momento de la cruz.¿ Se puede ser alegre cuando uno está crucificado?.

Claro que sí. María cuando canta el Magníficat ya ha recibido en su corazón el germen pascual de la vida de su hijo y ella ha dicho que sí a la oscuridad que se le presenta éste proyecto tan particularmente llamativo con el que Dios la invita a ser madre del hijo de Dios sin participación de José. Ella ya vive la Pascua anticipada de su hijo en germen, sin embargo canta, celebra la grandeza de Dios, su espíritu se goza en el redentor, en el salvador.

No hay motivo para la tristeza. Para el que cree en Jesús no hay motivo para la angustia. No es que no haya momentos de tristeza. No es que no haya momentos de zozobra pero cuando hablo de motivo no puede ser ese el motor que le de razón a tu vida. El motor es la presencia de Dios que alegra el corazón. Hay lugarcitos concretos donde uno lo encuentra vivo y presente. Son los lugares donde la vida es una fiesta.

Es verdad que haces sintonía con la radio. Nos encontrás allí donde estamos para compartir con vos éste espacio de gracia que el Señor nos regala. Pero también es cierto que nosotros cuando nos disponemos a compartir lo que Dios nos regala y queremos ofrecértelo como sintonizar para saber donde estás y con quien nos encontramos mientras intentamos hacer de éste espacio una fiesta y una celebración.

Nos encontramos con situaciones a veces que son duras, difíciles y justamente allí es donde más nos resulta desafiante poder hacerte gozar y celebrar no olvidando lo que te pasa ni queriendo evadirte sino queremos hacerlo con los pies en la tierra, con vos pero reconociendo que por encima del dolor, del sufrimiento o cualquiera de las formas, como dice Pablo, de la persecución, de la espada, de la amenaza, por encima de todo está Dios y su amor que te permiten celebrar y por eso yo quisiera particularmente invitarte a vos que podés estar pasando por alguno de estos lugares donde pareciera que la vida no puede ser celebrada para animarte a dar pasos desde tu dolor, tu pérdida para podér escribir una página nueva sobre tu historia con esa tinta llena de vida que Dios nos regala cuando nos visita con su presencia en la Gracia de su Espíritu.

Por eso vamos a dar algunos pasos darla vuelta a la página y sin que eso sea una escisión, un corte, una ruptura, un hiato queremos dar la vuelta dándole continuidad desde tu sufrimiento, desde tu dolor, desde tu pérdida para empezar a escribir con la gracia de la vida y con la tinta de la Resurrección la página nueva con la que Dios te quiere hacer celebrar en medio de tus situaciones más complejas, más difíciles.

El primer paso que vamos a dar para dar vuelta ésta página y empezar a escribir con otra tinta, con la tinta festiva, el nuevo horizonte para tu camino es el paso del reconocimiento de la pérdida. Todo dolor de pérdida genera un despojo, un desprendimiento. Perdemos un trabajo y nos desprendemos de un lugar de dignificación de la vida.

Perdemos un ser querido y algo dentro nuestro parece que se hubiera perdido. Perdemos una relación de amistad y una mitad nuestra se quedó en otra parte y hasta que no aparece, no encontramos lo que nos falta. La pérdida hay que trabajarla bajo cualquiera de las formas en la que aparezca. Hay que estar primero dispuesto a ella y después trabajando incorporándola al esquema de la vida sabiendo que forma parte de la vida de la persona. Que de alguna manera como se dice apenas comenzamos a vivir en cierto modo empezamos también a morir.

En el momento mismo en que pegamos un llanto dándonos a luz a la vida con la que Dios nos invita a compartir con otro en ese momento comenzamos a transitar el valle de lágrimas que nos conduce a la eternidad, al gozo sin fin. En cierta medida el dolor, el sufrimiento, la pena y la pérdida es parte del proceso de vida. Uno deja de ser niño empieza a ser adolescente, deja una etapa, comienza otra, deja la adolescencia comienza la vida adulta, deja la vida adulta y entra en la madurez de la vida. Y todas éstas etapas de la vida suponen adquisición por un lado de, no descanse en vos lo nuevo.

Como se trabajan las pérdidas. Un punto de trabajo de la misma es la entrega. La entrega amorosa de Dios. San Agustín tuvo una vida inmensa de búsqueda y de pérdida. Sintetizó en su libro las confesiones lo que había significado todo aquello y escribió: inquieto está Señor nuestro corazón mientras no repose en vos , no descanse en vos. Cuando Dios borra algo.

San Agustín y como el tantos otros dejaron de sentir el sinsentido del mundo, lo efímero de la felicidad cuando llegaron a una fe que se convertía en amor. La pérdida puede desarrollar su semilla de esperanza si crezco en la intimidad y la pertenencia a Dios. Cuando hablamos que la vida es una fiesta no estamos hablando de olvidarlo todo y dejar atrás aquello que nos entristece sino celebrarla allí donde la vida tiene éste costado también que forma parte de la misma.

La razón, la da San Agustín, reposar en el Señor es el sentido de la vida, es el bien supremo. Reflexionar sobre la muerte rezaba: Señor dichoso el que te ama a ti y a su enemigo en ti. Según la dinámica del perdón, pues el único que no pierde es el que los quiere y los tiene en Aquel que no se pierde.

Como de hecho rezaba Teresa de Jesús: todo se muda, todo se pasa, sin embargo Dios queda, Dios no pasa , Dios basta para que cualquier situación de la vida que nos resulte dura no nos haga tambalear en el sonreír, en el celebrar y festejar porque nuestra existencia está anclada en ese lugar donde la vida misma se hace sólida y consistente, en la roca firme que es el Dios vivo en el que creemos. Este Dios vivo nos permite vivir serenamente mientras vamos creciendo en nuestra capacidad de gozo.

La capacidad celebrativa de la vida está íntimamente ligada a la capacidad de ofrenda de la pérdida. Cuando nosotros hemos aprendido a entregar lo que perdimos se acrecienta en nosotros la capacidad de gozar. Es dinámica pascual de la que estamos hablando. Cuando el niño sale del vientre materno deja un lugar seguro y empieza a gozar de otro lugar.

Cuando definitivamente deja éste mundo deja un lugar seguro y empieza a gozar eternamente para siempre. En la medida en que vamos aprendiendo a dejar a despojarnos de nosotros y de las seguridades con las que creemos haber pactado la felicidad , en esa misma medida, en el despojo interior de lo que creemos seguro está nuestra capacidad de gozar más.

Cuando algo perdemos es la inseguridad la que nos hace entristecer. Perdemos afectos, un trabajo, alguien entrañablemente querido y entre todas éstas cosas que perdemos hay algo que hace a lo cotidiano que le daba sentido, consistencia y seguridad a nuestra vida. Creemos en un Dios que nos lleva mucho más allá de lo que nosotros podemos palpar y entender y en la medida en que sabemos entregarnos a ese que nos conduce más allá de lo que nosotros podemos palpar y entender con serenidad, sin fanatismos, sin exaltaciones con certeza interior de la fe del que sabe entregar reconociendo que le duele lo que pierde pero confiando en que Dios tiene más. En esa misma medida se acrecienta nuestra capacidad de gozar. Hay que hacer todo un proceso de educación para el gozo y éste está directamente vinculado a la capacidad de ofrenda de la pérdida

Esta entrega amorosa a Dios que nos llena de su vida , de su amor, de su sabiduría, de su fuerza y su consecuencia va ser la conquista de un nuevo bien y de una nueva riqueza que Dios tiene prevista. A mi me ayuda mucho pensar cuando paso por un momento difícil ¿que de bueno Dios estará preparando?  Y no lo hago para zafar del momento duro, lo hago con la plena conciencia de que verdaderamente cuando uno pasa por la cruz, a eso le sigue la resurrección.

Claro que cuando por ahí se hace prolongado uno dice pero¿ hasta cuando? Es cansador a veces llevar la cruz, se cae uno en el intento de cargar con el peso de lo que hace madurar lo que está por venir, pero cuando uno piensa así que esto que está ocurriendo, que no es tan lindo, que no está tan bueno, que no ayuda tanto ,que uno no lo quisiera pasar, que si pudiera zafar, zafaría. Si es posible que pase de mi éste cáliz, dice Jesús.

Cuando uno lo atraviesa  con certeza desde que más allá hay algo mejor que nos está esperando caminándolo en la fe aun cuando no se vea que está por llegar el ánimo se dispone de alguna manera el bien , aunque no se sepa bien de que se trata, empieza como a anticiparse y esto es lo que permite celebrar anticipadamente en medio de la lucha, lo que está por llegar, lo que está por venir.

Unos amigos despedían hace un par de meses a su hija que partía hacia una nueva misión de vida, ser religiosa consagrada, cuenta Antonio Cobs.

En medio de su dolor muy iluminado para ellos, dice este sacerdote de la comunidad de Schoenstat, rescataron una vieja poesía de la abuela.

En su juventud ella tuvo que hacer un adiós a algo muy querido, la vieja estancia familiar. Recorre por última vez en su mirada, el entorno, y con su memoria los múltiples recuerdos de un antaño muy remoto y escribe una poesía de la que éste autor rescata la primera y la última estrofa:

Llegué hasta ti para decirte adiós
extendiste tus alas protectoras
y un abrazo lleno de ternura
recogiste mis penas y las tuyas
un jirón de vida va contigo

Y en la última estrofa dice

Pero acaso esto no es vida
un gran manto formado de jirones
que algún día se convierten en un abrigo
sin principio y sin fin y sin medida
los que perdemos en algún lugar lo encontramos

Es lo que está diciendo la poesía, si son jirones de vida lo que vamos dejando en realidad si lo hacemos con confianza son inversiones y estamos poniendo en el banco de la alegría y del gozo, de la presencia de Dios en nuestra vida que toma toda nuestras ofrendas y las multiplica más de por el ciento para devolvernos en más gozo de lo que entregamos con absoluta confianza.

No tengamos miedo de ofrecerle a Dios lo que te está pasando. Seguramente ese jirón de vida que se va quedando por algún rincón de lo perdido en éste tiempo Dios te lo va a devolver como un abrigo que abraza tu frío de hoy, como una inmensa alegría que puede más que la nostalgia de lo que quedó atrás.

Como una gran certeza que nos hace vivir más seguro que con todo aquello que teníamos. Lo vamos a encontrar por delante en el camino, todo es cuestión de animarse y de ir para adelante.