La vida en clave de fraternidad

viernes, 6 de diciembre de 2019
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06/12/2019 – Viernes de la primer semana de Adviento

“Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: «Ten piedad de nosotros, Hijo de David». Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: « ¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?». Ellos le respondieron: «Sí, Señor». Jesús les tocó los ojos, diciendo: «Que suceda como ustedes han creído». Y se les abrieron sus ojos. Entonces Jesús los conminó: « ¡Cuidado! Que nadie lo sepa». Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región”.

Mateo 9,27-31

Los escenarios varían y son móviles y necesitamos puntos de referencia aunque eso es distinto a la presencia sanadora de Jesús en el territorio de los desposeídos, los frágiles, los débiles, los olvidados, los enfermos de todo tipo de violencia, es una presencia integradora. Jesús los saca de la periferia y los ubica en el centro de su mirada. Esta perspectiva nos ayuda a salir, de la mano de Jesús, por esos lugares en donde el alma se nos pone en situación de víctima o aislamiento, donde permanecemos lejos de todo o de todos.

Jesús integra a todos en un mismo misterio de amor sacándonos del aislamiento. El 80% del evangelio nos habla del vínculo de Jesús con los débiles, los pobres y enfermos son con los que más tiempo pasa Jesús. Nosotros hemos sido creados con esa impronta suya, nos hizo parecidos a Él, a su imagen y semejanza, por eso no podemos ser entes aislados. Para ser felices necesitamos encontrarnos con los demás, vivir en comunidad, dar y recibir.

Jesús nos enseña que toda la vida del hombre está llamada a ser vida en común por que Él como rostro humano de lo divino nos sigue mostrando el camino por donde encontramos el camino de la felicidad en el hecho comunitario. Así como Dios es comunidad, su existencia fue vivida en comunidad. Él vivía para los demás, no sólo se entregó en la cruz sino que toda su vida fue una entrega a los demás. “Pasó por la vida haciendo el bien”. No hizo las cosas sólo sino que optó vivir con los discípulos. Mirando a Jesús vemos que el ser humano está hecho para la convivencia a partir del estilo sencillo que comparte con sus amigos. ¿Dónde se funda este estilo? En la raíz misma de Dios, el amor. “Dios es amor y el que no ama no ha conocido a Dios. Dios es amor y el amor de Dios se refleja en los hermanos en el hecho de compartir con los otros”.

Salir de nuestros aislamientos, cerrazones, egoísmos y abrirnos a un vínculo de amor con los que más sufren, los que menos pueden, nos acerca y nos asemeja cada vez más a Dios.

El andar solitarios, aislados, encerrados en nuestro propio mundo de pena y angustia, nos pasa cuando estamos “desolados” en términos de discernimiento y no terminamos de darnos cuenta que estamos así. Ahí es importante encontrar raíces para volver.

Estamos hechos para compartir la vida con los demás. Tus fibras más íntimas están hechas para el encuentro con los demás, por ende mientras más te encerrás menos feliz serás porque te alejás más de eso para lo cual fuiste creado. Cada uno debe ser fiel a su ser, y todos estamos hechos para ser con los otros. Ningún pez puede vivir fuera del agua por mucho tiempo, del mismo modo ninguno de nosotros puede funcionar desde el egoísmo. Somos cuando estamos con los demás. El amor fraterno es un alimento indispensable. Eso es lo que queremos abrir desde lo más hondo de nuestro ser, para vivir en clave de fraternidad. Que dentro de nosotros y alrededor nuestro se respire la palabra hermano.

Que encontremos en lo más hondo de nuestro ser, motivos, razones interiores que nos hagan despertar y salir de nuestro aislamiento, que rompan con nuestro egoísmo, que salga de nosotros el don de la solidaridad y que aparezca en nosotros más lo que nos une que lo que nos distancia.

El instrumento que tenemos que aprender a desarrollar que nos saque de nuestros egoísmos, es el diálogo. El amor a los demás se expresa en el diálogo y en el encuentro. Dialogar es poner en común la verdad de sí mismos entre dos o más. El amor nos da esa posibilidad. Hay en nosotros una condición que nos limita para el diálogo que son los prejuicios, desde donde ya considero que conozco, entiendo y no necesito recibir del otro más de lo que ya creo, cerrándome a la posibilidad de ser sorprendido.

 

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