Las distracciones interfieren la oración

lunes, 14 de mayo de 2007
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Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní les dijo: “Quédense aquí mientras yo voy allí a orar”. Y llevando con él a Pedro y a los hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma siente una tristeza de muerte, quédense aquí velando conmigo. Y adelantándose su rostro calló con el rostro en tierra orando así: “Padre mío, si es posible que pase lejos de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: “Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo ni siquiera una hora. Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación porque el espíritu está dispuesto pero la carne es débil”.

 Mateo 26, 36 – 41

La oración, meditación, contemplación, como dice Ignacio de Loyola, está sujeta a un enemigo sumamente acosador y que tiene formas diversas de hacerse presente: “la distracción”. Y conviene conocerla en su variedad para saber responder a la misma en cada caso. Intentaremos hacer esto en la mañana de este lunes, descubrir cómo y de qué manera, mosquitos y moscardones vienen a interferir en el momento de nuestra oración, a picarnos o con su zumbido a distraernos para sacarnos de esos lugares donde Dios tiene algo importante para decirnos.

En general podemos designar como distracción todo aquello que tiene como fin sacarnos del recogimiento inicial y que viene como a distraernos de Dios, o sea pensamientos, sentimientos, que tienen a Dios como objeto y que en medio de la misma oración, en medio del mismo encuentro con el Señor aparecen estos otros movimientos, sentimientos o pensamientos que nos sacan de la mirada del Señor.

Hay que distinguir dos clases de distracciones” nos dice el padre Miguel Ángel Fiorito.

La primera simple distracción, sin acompañamiento de una distracción especial, es negativamente mala en el sentido que su malicia consiste simplemente en disputarnos los bienes de la oración y su consecuencia es un “dejar de ganar” en el orden espiritual. Se la puede comparar con esas moscas que dan vueltas, que distraen, con ese zumbido fastidioso pero que no tienen poder de picarte, dejarte una roncha, generarte un dolor, pero están ahí, molestas, vienen a alterar tu espíritu. Hay distracciones en la oración que cumplen esa finalidad que tiene la mosca cuando estás conversando con alguien, andas a los manotazos, moviendo la mano de un lado a otro, y mientras vas conversando, podés sostener la conversación pero es como si el espíritu de lo conversado, lo tratado, lo acordado, fuera interferido por esta molestia. Así nos pasa, no termina por picarnos pero nos genera un estado de ánimo que no es lo más positivo”.

“La segunda distracción no consiste en ocupaciones simplemente profanas sino que implica además una tentación turbadora y peligrosa y su malicia es bien positiva. Es como si nos picara una avispa o un tábano, que ya no solamente molesta su zumbido, su presencia, sino que al mismo tiempo deja su efecto, su malicia. ¿En qué consiste esto? En imaginaciones, en pensamientos que nos sacan de Dios. Ya no solamente están interfiriendo de costado sino que se ponen delante de nosotros para sacarnos de Dios.

En el otro caso, en el del moscardón, que puede ser como un determinado sentimiento, pensamiento, que no termina de ocupar el foco de atención, la malicia que tiene es distractiva pero no tanto del objeto propio, no nos saca de Dios, pero estas últimas si nos sacan de Dios, preocupaciones, tentaciones de todo tipo, estar en otro lado, la imaginación que da vueltas y uno no termina de focalizarse en Dios.

En la primera clase o simple distracción hay que distinguir dos variedades distintas entre sí. Por una parte distracciones de lo divino que consisten simplemente en no pensar, se trata de una especie de sopor, estás ahí pero estás medio adormitado, medio vagoneta, es como un estado de ánimo en el que no terminas de estar donde estar y no salís tampoco de ese lugar. Es como si la mente estuviera en blanco o en un determinado vacío. Ahí, entre sueño, fatiga y una vaga fantasía. Por otra parte están las distracciones definidas, entre las cuales los sentimientos, la imaginación, los pensamientos de las cosas que nos ocupan, aunque no culpables en sí mismos, por ejemplo cuando tienen que ver con asuntos de salud o de trabajo, sustituyen a los que se refieren al tema de la oración y de lo que trata la oración, aunque esto va y viene.

Uno está en oración y aparece esto, vuelve a la oración y vuelve a aparecer, es como una ola de mar que va y que viene. La pregunta es como ponemos remedio a esto, es decir como hacemos para remediar esta situación. Lo primero que hay que decir, y con esto vamos a ir cerrando el bloque antes de ir a los remedios, es que nadie está libre de estas distracciones, sobretodo en los momentos en los que uno está más fatigoso, con mayor trabajo, o está en un estado de salud convaleciente. Puede ocurrir que además este tipo de distracciones se hagan crónicas, habituales, sobretodo a ciertas horas, por ejemplo, inmediatamente después de levantarnos o después de la siesta. Estos estados de sopor, somnolencia, de inquietud por empezar el día y al mismo tiempo saber que es bueno darle un momento a la oración o empezar de nuevo la jornada, retornarla y saber que uno tiene que orar, pero también sabe que cuando va a orar a esa hora la oración no suele ser muy fructífera porque hay un estado interior que es distractivo.

Un remedio para las distracciones en la oración es sencillamente volver al tema de la oración cuando uno calló en la cuenta de que la cabeza se le fue a otro lado, el corazón también, la imaginación anda dando vueltas por ahí sin centrarse en lo que es el motivo de estar frente a la Palabra de Dios, del Santísimo, de la Cruz, la vela, la imagen de la Virgen, o lo que hemos elegido como lugar y espacio que nos conecta con la presencia del Señor. Es necesario volver a lo que estábamos, tan simple como eso.

Es un remedio indirecto, podríamos llamar. En el momento en el que caemos en la cuenta de que nos hemos distraído, volvemos a la oración. También pueden ayudar mucho en esto los actos de oración, de docilidad, las jaculatorias hechas durante el día, todas cosas que dicen relación a Dios, como por ejemplo la humanidad de Cristo, la Santísima Virgen, memoria de ella, un recuerdo de los Santos, amigos y compañeros de camino, que tienen un vínculo significativo con nosotros, esa relación de amistad que Dios nos ha regalado con ellos, volver a ellos, recordarlos, traerlos a la memoria, hacerlos presente. En resumen, podríamos decirlo así, fortalecer la espiritualidad en nosotros con actos que vienen a compensar los momentos de simples distracciones.

Es como ir tirándole una leñita al fuego, unas pajitas que hacen que el fuego se mantenga, tenga la posibilidad de sostenerse. Un remedio directo para las distracciones, las tentaciones, es un esfuerzo tranquilo, apacible, suave. No es bueno dejarse estar completamente ni para el espíritu ni para el cuerpo, ese embotamiento que decíamos, de como salimos de la mañana temprano o de la siesta y estar como vacío interiormente, o como con sopor, con somnolencia de la oración, no es bueno ni aprovecha, no se puede permanecer así, pero entonces hacer un esfuerzo, no violentarse pero sí hacer un esfuerzo tranquilo, apacible, suave, saber que así estamos y de a poquito irnos llevando para estar de otro modo.

Si no podemos mantenernos de otra forma en la presencia de Dios y del tema de la oración podemos tomar un libro, hagamos un acto de fe tranquilo: “Yo creo en vos Señor, creo en tu presencia, se que estás aquí, sé que a pesar de mi sueño, a pesar de mi sopor, la somnolencia, sé que por encima de esta distracción vos estás, estás presente”. Un acto de esperanza, de amor, también de docilidad. Alguna oración vocal, por ejemplo la coronilla de la misericordia, el Padrenuestro, un Avemaría, o algún versículo de algún salmo que nos permita de a poquito ir entrando en calor, ir entrando en ritmo. Con esto pasa como cuando un deportista tiene que entrar a la cancha y entonces lo primero que hay que hacer es poner en calor los músculos, porque si se entra en frío se puede desgarrar. Así pasa también con la oración, cuando nosotros estamos por entrar a ella y venimos medio fríos, de algún lugar de ensueño, de distracción, entonces conviene primero calentar un poco el corazón, disponerlo bien.

Todo esto ayuda a la buena disposición para entrar en la oración, que es un diálogo de amor y de encuentro entre dos amigos, conversando repetidas veces, muchas veces, de aquellas cosas que los vinculan y que los hacen ser así, amigos. A veces las distracciones nos llegan por cosas que nos preocupan, que nos pesan. Vos entras a la oración y se te viene el problema de la fábrica, la situación del trabajo si sos operario y tenés que cumplir con un determinado trabajo, o porque tenés la empresa, el negocio, el comercio. Entraste a la oración y se te aparecen las cuentas, las deudas, aparecen los proyectos a futuro, las cosas buenas por hacer, te sentaste a orar y de repente surge una lista de cosas debidas por hacer y cosas por hacer a futuro. También aquí hay remedio y el remedio es insistir en el recogimiento inicial, en el buscar la presencia de Dios, buscar la mirada del Señor, pedir la gracia del servicio, de estar con él, aquí y ahora.

Cuando yo caigo en la cuenta de que estoy en la oración pero estoy en otro lado, volver, caer en la cuenta y decir: “Te amo Señor, y quiero estar con vos a pesar de todo esto” y no ceder, no levantarse, porque ¿a dónde nos lleva la distracción cuando viene cargada de los problemas? A levantarnos e irnos a hacer lo que tenemos que hacer porque estamos perdiendo el tiempo. Este es el discurso de esta tentación distrativa. Cuando uno está verdaderamente poseído por un asunto, volverlo hacia Dios y hacerlo oración suele ser el mejor remedio. Es más, aprovechar la tentación, si viene junto con la distracción, para hablar de eso con Dios. “Estoy siendo tentado en esto Señor, estoy siendo distraído por esto. Esto me pesa, esto me preocupa”.

Descargar en el, en una petición pero con la condición de hacer verdaderamente oración de aquél momento y no dejarse llevar por las preocupaciones sobre de detalles que ya más que conversarlos con Dios los estamos elaborándolos y ocupándonos de lo que no nos tenemos que ocupar en ese momento. Es tratar de lo mismo, las cuentas, las deudas, los proyectos, las preocupaciones, de los horarios, de los compromisos asumidos, de los vínculos que surgen desde esos lugares, pero hacerlo oración, no reflexión, sino oración que es conversación, pregunta, disposición interior a la escucha, poner el mismo tema en otra dimensión, en la dimensión de Dios que tiene algo sobre esto para decir. Entonces sacamos más provecho de lo que nos imaginamos desde ese lugar, porque lo que nos pesaba hasta entonces comienza no solamente a no pesarnos, porque lo estamos compartiendo con Dios, sino a recibir en ese lugar una luz que tan solo surge del estar con el mismo problema en la presencia de Dios.

Hay tentaciones que son verdaderamente más peligrosas en la oración, hay distracciones que deprimen. Uno se encuentra ante Dios en la sequedad, en la indigencia, en la impotencia natural, como dice Ignacio en la primera regla: Sin fe, sin esperanza, sin amor, toda pereza, tibieza, tristeza, y como separada de Dios creador y Señor.

Como hemos dicho la semana pasada: “como lechuga en el freezer” todo así como chamuscado, acurrucado, sin color, sin vida, todo arrugado, así está el alma a veces delante de Dios. Uno se halla totalmente como naturalizado, profano, siente en su mano que tiene al hombre viejo, mundano, y por tanto está hastiado de orar y con un sentimiento de inutilidad, de fastidio de lo que está haciendo, tiene delante suyo sus pecados, sus miserias. Hay desaliento, hay desesperanza, no hay lugar para ti en la casa de Dios, afuera, y con los perros. Así estamos a veces, como movidos por un espíritu tentador que nos muestra todo con los lentes negros. Nos hemos puesto los lentes negros para ir a orar y entonces todo se hace muy oscuro.

¿Qué hacemos cuando estamos así? Como primer movimiento, lo primero que hacemos es apartarnos de la oración, porque la creemos inútil, indeseables, nos resulta pesada, y aún cuando decimos que nos parece que no es para nosotros, que es inaccesible, estamos excluidos por nuestras limitaciones de éste espíritu de oración, de encuentro con el Señor. También existen distracciones que son tentaciones definidas, que se dan en el curso de la oración.

A veces las hemos generado nosotros en actos anteriores, a veces el mal espíritu te mete un saque, te tumba en la oración porque te mete adelante sentimientos, pensamientos, que vienen a interferir, culpa, cólera, duda de fe, blasfemia, desesperación, amargura consentida, sentimientos de complacencia en el mal de los demás, celos, sentimientos de amor propio, autocomplacencia, sensualidad, orgullo, vanidad de pensamiento, pensamientos impúdicos. Estas distracciones son como picaduras que te dejan una roncha y como mordeduras que te meten un veneno que hay que sacarlo y curarse de esto. ¿Cómo se hace? Ahora lo compartimos.

Los remedios para las tentaciones y las distracciones en la oración son preventivos, indirectos y directos. Lo decíamos antes y lo volvemos a repetir. Pero damos un pasito más en lo preventivo, es muy importante saber y recordar que la tentación turbadora y peligrosa es la escuela normalmente necesaria de las virtudes y de las más altas, especialmente de las virtudes de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad. Los grandes santos que han vivido heroicamente las virtudes teologales y las cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, juntamente la Fe, Esperanza y Caridad, este cuerpo virtuoso, fuerte, que los ha hecho testigos de Jesús, han pasado por grandes tentaciones.

La tentación va a estar y en la oración hay que contar conque es parte de la misma, el tema es que nosotros podemos sacar mucho provecho de esto. Esto es como pararse delante de la tentación y decir cuando venga: “Yo la afronto para sacar provecho de esa situación” por eso no hay que temerle a la tentación ni tampoco hay que deplorarla excesivamente. Con la gracia que tenemos podemos no solamente superarla sino sacar de ella un gran provecho espiritual.

Indirectamente ¿cómo vamos saliendo al cruce de estas distracciones? Como decíamos hace un rato, echando durante el día, algunos tronquitos, algunas leñitas al fuego en jaculatorias, memoria de Dios, recuerdo de él, búsqueda de docilidad a sus cosas, en todo lo que vamos viviendo Dios está, hacer conciente que el está conmigo, que yo estoy con El, que su mirada me penetra, que es una mirada de amor, que no me juzga, que El me va a mostrar el camino, que no hay mal que dure cien años, que después de la tormenta el sol aparece, que en medio de todos estos pensamientos, cuando estamos en situaciones complicadas, vienen indirectamente después a colaborar para cuando nos encontremos con Dios y estemos unidos a El.

Actos de unión con el que son mucho más fáciles de practicar fuera del tiempo de la oración propiamente dicha durante el día. Esto, cuando estamos en peligros de tentación es muy saludable. Saber que Dios está permitiendo esto porque de esto Dios va a sacar algún provecho. No importa si llegué a esa situación con mayor o menor participación mía, si la tentación de la que ahora estoy sufriendo es consecuencia de mi falta anterior o si es acción directa del mal, o si es el espíritu del mundo que oprime, queda para otro momento el análisis de eso y los frutos que se sacan también de eso, lo que importa acá es tener el remedio a mano que consiste en decirse a sí mismo muchas cosas importantes, una oración vocal, una jaculatoria, un texto de la Palabra que me conmueva el corazón y donde Dios ha dejado prendido el fuego de su presencia, una actitud de servicio, un acto penitencial, un gesto de caridad.

Todo esto colabora en la media en que lo hacemos buscando estar unidos a Dios que es el sentido y la razón de ser de nuestra vida. El camino de la santidad es eso.

Un remedio directo e inmediato consiste en las tentaciones de presión, en discernir con la ayuda de un director espiritual, de un confesor, si estos pensamientos y sentimientos deprimentes para nosotros son una simple y pura tentación para disgustarnos de la oración y del servicio a Dios o si nacen de una visión espiritual mal interpretada que Dios se digna darnos de nuestra nada y de nuestra miseria.

Es muy importante esto. Cuando yo voy pasando por un momento verdaderamente de sequedad, de depresión, de desolación, hondo, profundo, sentido, y que permanece por un determinado tiempo, hay que ver si esto nace, en términos espirituales, de algo que Dios está permitiendo para sacarnos muy fuerte de ese lugar o si es que en mí hay una mirada que no es positiva de como Dios me trata en medio de mi miseria, en medio de mi dificultad, lo cuál hace que además de llovido, mojado. No la estoy pasando bien y no creo que Dios me pueda sacar de este lugar. No entiendo que Dios me pueda liberar de esta situación.

Es remedio siempre no ceder en nada ante la tentación. No modificar en nada nuestros hábitos de oración o de penitencia, más todavía dice San Ignacio, hacer un poquito más, esto es llevarle la contra al mal espíritu. No me va bien cuando voy a orar porque cuando voy a orar me distraigo y es justamente cuando más tentaciones recibo, no me va bien porque además de no sacar provecho siento que pierdo el tiempo, no me va bien porque además de sentir que pierdo el tiempo me parece que no es momento para mí, tuve otros momentos mejor y entonces mejor hacer otra cosa, y entonces comienzo a cambiar mi hábito.

Yo me dedicaba una hora a la oración todos los días y a partir de ahora quince minutos, media hora, o directamente dejo para otro momento, en otro momento del día. No solamente hay que seguir como venimos y defender ese espacio, pelear por sostenerlo, sino que a ese espacio hay que agregarle algo más cuando estamos tentados, cuando estamos bajo los efectos de la tentación.

En esto es muy importante apoyarnos en la sabiduría del discernimiento de espíritu de los grandes maestros como por ejemplo Ignacio. Buscar estar pacientes, no desesperar, pelearla, y saber que tengo la gracia suficiente, más allá de lo que sienta en ese momento, para estar en ese lugar, para permanecer en ese lugar.

Es verdad que cuando uno está así, y ha dispuesto de un tiempo para orar, lo primero que uno hace es fijarse en la hora, cuánto falta, y bueno, si eso pasa, pasa, pero si vos ves que te faltan cinco o diez minutos, y decís que hoy vas a orar un poquito menos, no le hagas caso a eso, seguí hasta donde te lo propusiste, y después de que llegaste al tiempo que te propusiste hace dos minutos más, tres minutos más, y con algo que sea importante, no solamente para cumplir con un tiempo más sino con un sentido de hacerlo.

A lo mejor con el solo sentido de decir: Para ir hasta donde Dios me quiera llevar. A veces esos tres minutos de más es donde Dios termina por poner en tu corazón lo que fuiste a buscar o lo que El te tenía preparado en la oración y todo lo otro fue como arar el terreno para que la semilla pueda caer en buena tierra. Es así este camino, es lucha el camino de la oración.

Verdaderamente es un lugar de combate la oración. Nos decía un padre del desierto con le preguntaba un discípulo suyo ¿cómo definiría el a la oración? como un combate, es un lugar de lucha. Es un lugar, sí también de descanso, de luz, donde uno se reconforta en Dios, pero también hay que decirlo, es un lugar verdaderamente de lucha contra nuestra propia naturaleza, contra la espíritu del mal, contra los modos con que el mundo busca aplacar, opacar, disminuir la fuerza de la gracia de Dios que quiere actuar en nuestro corazón.