Llamados a ser Misioneros, imitando a MARÍA

domingo, 4 de julio de 2010
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“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Lucas 1,39-56
    El arribo del Papa Juan Pablo II en el año 1983 a Puerto Príncipe, Haití, trajo el anuncio de una nuevo evangelización, que deberá ser nueva en su expresión, en su lenguaje, en su método, en el ardor.
    María, en la festividad de hoy, nos muestra el camino de la nueva evangelización. Parte sin demora, movida por las urgencias del amor, para servir a Isabel. Va contenta, guiada por la fe que nace como respuesta al llamado que Dios ha puesto en su corazón. María es misionera por llevar en sí la Palabra que se ha hecho carne en ella. Ella va para anunciar la Buena Nueva y para servir.
Como decía Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte*, al final del N° 50: tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como « en su casa ». ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras.

María acompaña la caridad del canto gozoso del Magnificat con la caridad de su servicio de quedarse tres meses con Isabel en aquel momento tan particularmente significativo para su anciana prima.
Estos tiempos en que vivimos son tiempos marianos (así lo dice el documento de Aparecida**), por ser tiempo de misión, y María en su Visitación nos muestra todo un camino. Aparecida nos dice que la misión nace de un camino discipular, que la consecuencia del discipulado es la misión. El mundo en que vivimos tiene hambre y sed de esta experiencia profunda de encuentro con Jesús, de donde nace toda experiencia discipular y de donde se impulsa todo acción misionera.

Si vos tuvieras que remarcar algún espacio de misión en tu vida, ¿dónde pondrías el acento de tu partida, imitando a María que sale presurosa al encuentro de la necesidad de los hermanos para mostrarles a Jesucristo que transforma la vida?

La misión es un llamado que Dios pone en el corazón de todo y de cada uno de los que nos decimos de Cristo. Tiempo de misión, misión continental han dicho los obispos en Aparecida, una Iglesia en estado permanetne de misión. Y por eso nosotros, como miembros del pueblo de Dios, por la gracia bautismal, estamos involucrados en ese proceso del Espíritu que nos lleva a ir más allá de las fronteras donde hasta ahora hemos anunciado a Cristo.

¿Cuáles serían las fronteras que tenés que superar para llegar con el anuncio gozoso del Evangelio, como María, a quienes tienen hambre y sed del Dios vivo?

Espacios misioneros de trabajo, en ámbitos de estudio, de recreación, del deporte, de la vecindad, con los amigos, en tu grupo social, en tu familia, la misión que Dios te regala se renueva hoy en esta festividad. Dios te invita a que te animes a ir, guiado por el Espíritu, hacia nuevos territorios,en la nueva sociedad que se va construyendo, para anunciar la Buena Nueva.
Una de las característica de la primera evangelización mariana es la alegría y el gozo con el que María parte sin demora a la casa de Isabel para servirla en los tres meses de espera del nacimiento de Juan el Bautista. Tal vez como un eco del anuncio del ángel, alégrate María, el Señor está contigo, Ella parte a servir a Isabel. Es tal la alegría que María comunica que el niño salta de alegría en el seno de Isabel al recibir el saludo de la madre del Salvador. Luego María canta la grandeza del Señor. Todo esto es un escenario atractivo, que convoca por su propia fuerza. En una actitud misionera, guiada por la caridad hecha servicio, María anuncia con gozo la Buena Noticia. Y así el Señor nos muestra en el testimonio mariano el estilo y el modo de ir al encuentro de los hermanos para hablar del amor de Cristo. María aparece alegre desde el amor servicial mostrando el camino de la misión.
La Iglesia misionera no se obsesiona por transmitir de golpe el depósito de la doctrina y la disciplina que corresponde a su ser testimonio del Reino. Sino que, como María, la misionalidad se concentra en el corazón de la Buena Noticia que busca provocar un encuentro salvífico con Jesús, el Cristo vivo.
Cuando nosotros pensamos en los horizontes y los nuevos escenarios de la misión a la que estamos llamados, debemos ubicarnos en esta clave de encuentro con el Señor, que como dice Aparecida, es el núcleo del proceso de la nuevo evangelización y de la tarea misionera, y a partir de la experiencia del Cristo vivo en nuestro corazón, anunciarlo y proclamarlo de ese modo gozoso y alegre con el que la Virgen nos muestra el camino de la misión.
Para nuestra Iglesia es tiempo de misión, de salir de sí mismos, de dejar de lado todo lo que pudieran ser diferencias hacia adentro de la comunidad eclesial y, como dice el padre Víctor Manuel Fernández en un hermoso texto que nos propone conversión pastoral y nuevas estructura, es por el acuerdo en la misión donde las distancias que pueden separarnos o diferenciarnos dentro de la comunidad eclesial se ven superadas a partir de una mirada y un objeto común, el de ser presencia  viva de Jesús proclamando la Buena Noticia del Reino. Todas las estructuras eclesiales y todo el dinamismo orgánico del trabajo de la comunidad está orientado en este sentido, y sólo en la medida en que el camino eclesial esté propuesto en este sentido, todos y cada uno de nosotros podemos encontrar nuestro lugar discipular en un ir anunciando kerigmáticamente al Cristo vivo. En el centro de nuestro quehacer está el proclamar el kerigma de Jesús. Esto supone una actitud ascética y una conversión. Apartarnos de querer decirlo todo de golpe, doctrina y disciplina, para comenzar a decirlo todo desde dentro, del encuentro con el Señor que nos muestra un camino y nos deja una enseñanza para ese camino, marcado especialmente por el signo de la caridad que libera, transforma, educa y convierte.
La moral, como comportamiento ético, está llamado a ser corona de un proceso de evangelización integral. No es por el camino de la doctrina y de la ética, aunque seguramente al final del proceso, la ética, la moral cristiana y la disciplina de pertenencia a la familia de Dios serán parte de la configuración en la unidad entre lo diverso a lo que Dios nos llama para ser testimonio de su pluriforme manera de estar presente en el mundo de hoy.
Que la misión sea el objeto de nuestra gran tarea y que a partir de allí, superando las distancias y acortando las brechas que pudieran diferenciarnos a los cristianos, anunciar a Cristo con el corazón puesto en el kerigma: Jesús nació por obra del Espíritu Santo en María , vivió entre nosotros como uno más, y desde su Muerte y Resurrección lo anunciamos y proclamamos como Señor de la Vida y confiamos en la presencia del Espíritu Santo que Él nos ha dado como amigo y compañero de camino para mostrarnos y mostrar al mundo el triunfo de Dios sobre el pecado y la muerte.

La Iglesia se define a sí misma como comunidad evangelizadora y para ello debe, a la luz del anuncio mariano, convertirse en clave de misión. Aparecida nos habla de esta conversión pastoral, que implica liberarnos de la instalación de nuestras viejas estructuras y costumbres para crear nuevas y atractivas maneras de proclamar la Buena Noticia. Hay que considerar las nuevas exigencias de los nuevos escenarios sociales. Implica una atenta escucha del Espíritu y el discernimiento para ver cuáles estructuras con las que contamos facilitan la misión. Hay algunas que son caducas y obsoletas para la misión de estos tiempos. Hay que revisar las actitudes y los modos de ordenarnos y de vivir hacia adentro de la comunidad eclesial, para luego proyectarnos.
Te invitamos a que revises y que veas ese nuevo escenario al que Dios te invita a misionar.

Caduco, según el Diccionario de la Real Academia, significa decrépito, sumamente viejo; dícese de una persona con las facultades muy disminuidas; o una cosa que ha llegado a su última decadencia; perecedero, poco durable, que ha de desaparecer o acabarse; anticuado, que está en desuso o pasado de moda, propio de otra época.
Caduco, desde un punto de vista pastoral, no implica necesariamente que sea viejo. Hay cosas que tienen diez años y son caducas, mientras que otras tienen doscientos o dos mil años y no lo son. Cosas viejas, como el incienso, hoy están de moda; el culto a las imágenes hoy ha adquirido una nueva vigencia. Por lo mismo que el Espíritu sopla donde quiere y como quiere, Él mismo puede también retornar para vivificar los símbolos y los ritos viejos y para restituirles la plenitud de la virtud originaria. No queda más que someterse bajo la luz del Espíritu a un proceso de discernimiento comunitario y/o personal, que permita descubrir qué es lo realmente caduco y tomar la decisión prudencial que la misión exija. El artífice principal de toda reforma es el Espíritu Santo, y es algo tan obvio y fundamental que no parece que fuera necesario desarrollarlo para decir que de eso se trata la tarea, porque es obra del Espíritu la nueva misión y la evangelización. Y solamente guiados por el Espíritu, en actitud de discernimiento personal y comunitario podemos ir dejando lo que sirvió para un tiempo e ir adquiriendo lo que sirve para los tiempos nuevos. Hay algo que es fundamental y que no cambia: es el Evangelio de Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Es la permanente novedad que nunca decae, la de la Buena Noticia de Jesús, ése que va en el corazón de María gozoso y alegre, para proclamar con un saludo y un canto y desde allí atraer testimonialmente. El programa a seguir es el Evangelio de Jesucristo y hay que volver a Él. Necesitamos de una continua verificación que asegure en nosotros la inspiración evangélica cuando nos lanzamos mar adentro (cfr. op. cit. N° 44). Allí está la consistencia de la tarea de la nueva evangelización que la Iglesia tiene entre sus manos.

Cuando sentimos la necesidad de ir a otros para hablarles de Jesús y para compartirlo con quienes no lo conocen o, habiéndolo recibido en los sacramentos, no eran del todo concientes del valor que se les comunicaba -como de hecho ocurre en la mayoría de los que hoy nos decimos bautizados- para ir con este fuego que Dios ha puesto en nuestro corazón, tenemos que sopesar no solamente el sentido vivo y profundo que tenemos de Dios, sino ver cómo y de qué manera lo hacemos llegar a los que tienen hambre y sed de Él, sin violentarlos y sin demorar nuestra partida. Para eso, hay que pensar en la metodología, en los cómo, en el fuego y en el lenguaje con el que lo comunicamos.
En el proceso de transformación que la Iglesia va haciendo en todo tiempo para ajustar su misión, lo que marca el cambio son los nuevos escenarios del mundo. Y en ese proceso hay que compaginar estructura y espíritu. Sin tener en cuenta el espíritu, los cambio nacen como muertos, nacen caducos, se convierten rápidamente en meras máscaras. Monseñor Arancibia (obispo de Mendoza) decía: estoy convencido sobre la necesidad de buscar conversión pastoral y renovación o cambio de estructura, de una profunda y ardua renovación espiritual y de una nueva y ardorosa mística apostólica.
Cuando decimos espíritu no nos referimos solo a un profundo amor a Jesucristo o a la íntima convicción de que es la confianza al Espíritu Santo la que determina el fervor en la evangelización en general. Ciertamente, como primer presupuesto, es eso, pero es ante todo determinar que detrás de todo proceso hay un determinado espíritu que lo moviliza y lo llena de fervor. Detrás de cada proyecto pastoral debe haber un espíritu que mueva a aplicarlo. Detrás de cada etapa pastoral nueva, o de cada reforma de estructura, se necesita el desarrollo de un nuevo espíritu, una mística específica que despierte el atractivo, el gusto, la pasión por ese momento de transformación y de cambio. A esto nos invita justamente Aparecida cuando nos dice que debemos repensar los modos estructuares en cómo nos organizamos en la comunidad eclesial para anunciar la Buena Noticia, conservando lo que verdaderamente es el depósito de la fe en el anuncio del Evangelio y la tradición viva de la Iglesia recibida por el Magisterio, pero al mismo tiempo, desde ese mismo lugar de fidelidad, buscar y recrear, reinventar las maneras más adecuadas de llegar con el mismo anuncio. Y proponerlo, no imponerlo, no condicionar desde él sino, como Jesús, anunciarlo en libertad. Y proponerlo desde el peso que la caridad por los hermanos nos invita a generar atractivas maneras de acceso a Jesús, porque estamos entusiasmados y convencidos de que el anuncio de la Buena Noticia sigue siendo vigente, como hace dos mil años, para estos tiempos

Padre Javier Soteras

*Novo Millennio Ineunte: Carta apostólica del Sumo Pontífice Juan Pablo II al Episcopado, al clero y a los fieles al concluir el gran Jubileo del año 2000.
** Aparecida: Documento de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, llevada a cabo en Aparecida, Brasil, entre el 13 y el 31 de mayo de 2007.