13/07/2017 – En la catequesis seguimos desandando los caminos que el catecismo de la Iglesia Católica nos invita a recorrer. Hoy nos centramos en el 9º y 10º mandamientos:
“No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus servidores, su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece”
“No codicies la casa de tu prójimo.
No codicies su mujer, ni sus servidores, su buey o su burro.
No codicies nada de lo que le pertenece”
Éxodo 20,17
El noveno mandamiento no se opone al deseo sexual en sí, sino al deseo desordenado. La “concupiscencia”, contra la que alerta la Sagrada Escritura, es el dominio de los impulsos sobre el espíritu, el predominio de lo impulsivo sobre toda la persona y la pecaminosidad que surge de ello [2514,2515, 2528, 2529]
La atracción erótica entre el hombre y la mujer ha sido creada por Dios y es por eso buena; pertenece al ser sexuado y a la constitución biológica del ser humano. Se encarga de que se unan el hombre y la mujer y de que de su amor pueda brotar la descendencia. Esta unión debe ser protegida por el noveno mandamiento. Jugando con fuego, es decir, por un trato imprudente con la chispa erótica entre el hombre y la mujer, no es lícito poner en peligro el ámbito protegido del matrimonio y la familia. 400-425
¿Cómo se logra la “pureza de corazón”?La pureza del corazón, necesaria para el amor, se consigue en primer lugar mediante la unión con Dios en la oración. Donde nos toca la gracia de Dios, surge un camino para un amor humano indiviso. Una persona casta puede amar con un corazón sincero e indiviso. [2520, 2532]
Si nos dirigimos a Dios con intención sincera, él transforma nuestro corazón. Nos da la fuerza para corresponder a su voluntad y para rechazar pensamientos, fantasías y deseos impuros. 404-405
El pudor protege el ámbito íntimo de la persona: su misterio, lo más propio e íntimo, su dignidad, especialmente también su capacidad de amor y de entrega erótica. Se refiere a lo que sólo está autorizado a ver el amor. [25212525, 2533]
Muchos cristianos jóvenes viven en un ambiente en el que de forma natural se expone todo y se pierde de forma sistemática el sentido del pudor. Pero la falta de pudor es inhumana. Los animales no conocen el sentido del pudor. Por el contrario, en las personas es un rasgo esencial. No esconde algo que carece de valor, sino que protege algo valioso, en concreto la dignidad de la persona en su capacidad de amar. El sentido del pudor se encuentra en todas las culturas, si bien con expresiones diferentes. No tiene nada que ver con mojigatería ni con una educación reprimida. El hombre se avergüenza también de su pecado y de otras cosas cuya publicación le humillaría. Quien hiere el natural sentido del pudor de otra persona mediante palabras, miradas, gestos o actos, lesiona su dignidad. 412-413
Un cristiano debe aprender a distinguir los deseos razonables de los injustos e irrazonables y adquirir una actitud interior de respeto ante la propiedad ajena. [2534-2537,2552]
De la avidez provienen la codicia, el robo, la rapiña y el fraude, la violencia y la injusticia, la envidia y el deseo ilimitado por apropiarse de los bienes ajenos.
La envidia es disgusto y enfado ante el bienestar de otros y el deseo de apropiarse indebidamente de lo que otros tienen. Quien desea el mal de otro, peca gravemente. La envidia decrece cuando uno se esfuerza por alegrarse cada vez más de los éxitos y los dones de otros, cuando se cree en la providencia amorosa de Dios también para uno mismo y cuando se orienta el corazón hacia la verdadera riqueza. Ésta consiste en que por medio del Espíritu Santo tenemos ya parte en Dios. [25382540, 25532554]
“El cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8,9). [2544-2547,2555-2557]
También los jóvenes experimentan el vacío interior. Pero sentirse así de pobre no es sólo negativo. Sólo necesito buscar con todo el corazón a quien puede llenar mi vacío y convertir mi pobreza en riqueza. Por eso dice Jesús: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3). 283-284
El anhelo último y mayor del hombre sólo puede ser Dios. Contemplarle a él, nuestro Creador, Señor y Redentor, es la felicidad sin fin. [25482550, 2557] 285
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