Los límites

martes, 26 de julio de 2011
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Frente a los límites, el hombre blanco occidental tiene una mirada como desafiante, intolerante, tabú en algunos casos. Los límites en realidad son una cuestión de diseño. Dios ha pensado y creado su creación con límites. Y quien no cree en Dios, tiene que reconocer que la naturaleza toda, el cosmos todo, tiene sus propios límites. Hoy ya se habla de los límites del universo, que era lo único que se consideraba ilimitado.

            El mundo físico tiene límites fáciles de ver: las vallas, las señales, las naciones, las fronteras, las cumbres, los abismos: aquí comienza una cosa y aquí termina otra. La propiedad privada es una forma de poner límites. Pero hay límites invisibles, que no son tan fáciles de ver, y con ellos quizá a veces tengamos más problemas que con los límites externos

Lo único que no tiene límites es el amor.

Tu Amor No Tiene Límites

Si miro al firmamento, puedo sentir tu gloria, puedo sentir tu amor brillando en cada estrella.
Si miro al horizonte no hay un lugar en donde no pueda ver tu luz reflejada en los montes

Se rebasa el universo de tu abundante amor

 

Tu amor no tiene límites, tu amor no tiene comparación
llena el espacio más lejano de una constelación

Tu amor no tiene límites , tu amor no tiene comparación
llena el vacío mas profundo que tenga un corazón

           

“Señor: mi parte eres y mi copa.

Proteges la suerte que me toca.

Me marcaron un sitio de delicias.

                      Magnífica yo encuentro mi parcela” (Salmo 16,4)

            Estamos hablando de un salmo escrito en épocas de una sociedad, de un pueblo que vivía muy en contacto con la tierra, con la naturaleza, un pueblo que tenía entre sus preocupaciones marcar los límites de su terreno, encontrar su propia parcela era clave, vital: de eso dependía la vida y la muerte. La Biblia está repleta de estas imágenes agrarias, en las que dios bendice o maldice justamente a través de la posibilidad de poseer o no una tierra donde mane la leche y la miel como la Tierra Prometida. Una tierra desértica donde el pueblo de Dios hace sus principales aprendizajes sobre el amor de Dios encontrando pozos en medio de la nada, encontrando refugios en medio del frío de la noche, alimentándose de la providencia de Dios en medio de la carencia de alimentos. Los aprendizajes del pueblo judío están muy ligados a la mediación de la naturaleza, de la tierra: dios enseña, modela, educa a través de la carencia o de la abundancia entre otras cosas, de la tierra, de la naturaleza y del medio ambiente, de la fertilidad y fecundidad de la tribu, del clan o de sus rebaños.

Entonces, cuando el salmista dice “Encuentro magnífica mi parcela” suponemos que la ha recorrido, que ha recorrido especialmente sus linderos, los límites. Reconoce que le toca una parcela, no toda la tierra. Y esto tiene una pedagogía existencial muy importante, creo yo, para estos tiempos que corren, donde hay muchas dificultades con los límites. Si bien la concepción de los límites puede variar de una cultura a otra, de una época a otra, pero siempre se ha tenido un buen vínculo con los límites, una aceptación de que en el diseño de la creación, todo tiene límite: tiene límite la vida –somos seres mortales-, todos morimos, como mueren las plantas, como mueren las estrellas,. Del mismo modo podemos decir también: tienen límite las aguas, los lagos, la atmósfera, el talento, la inteligencia, la voz, mi cuerpo. Nuestras capacidades, nuestros recursos, también son limitados. Hay muchas dificultades para entender que hemos sido diseñados.

           

            “Con cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuetes de la vida” (Proverbios 4,23). Se vigilan los límites. En las puertas, en los portales, en las fronteras, hay vigilancia. En los límites ocurren muchas cosas: la mayoría de las guerras tienen que ver con las fronteras, los límites. En los límites se hace tráfico de drogas, se hace contrabando, se coimea, se filtran quienes no pueden entrar por la vía legal. En los límites de nuestra casa es donde reforzamos más nuestra propiedad privada.

            Y sin embargo en esos límites espirituales, en los límites del mundo afectivo, emocional, muchas veces hay muchas cosas difíciles de descubrir. Claro que también hay guerras, también hay vigilantes. Sin embargo, muchas veces nuestros límites, por poco conocidos, por intangibles, no son reconocidos, o bien, no nos hemos reconciliado con ellos. Probablemente en el mundo interno, los límites sean tan reales, tan concretos, como lo son en el mundo externo, pero no hemos sido adiestrados en descubrirlos. Probablemente por influjo de la cultura, crecemos con sentimientos muy omnipotentes –y la omnipotencia es solo una etapa en el desarrollo psicológico infantil-. Los niños no conocen los límites: le tenemos que enseñar que existen. A veces nosotros, los adultos, no tenemos claro que hay límites, o no estamos reconciliados con nuestros límites, y estamos continuamente pugnando por extender los límites de ‘nuestra tienda’. Pero antes de pretender ampliar nuestros límites, hay que reconocerlos como tales: hasta dónde llega mi trabajo, mi horario, mi poder, mi influencia, mis palabras, mi talento, mi inteligencia, mi paciencia, mi tolerancia, hasta dónde puedo expandirme con seguridad dentro de la ‘parcela’ que me ha sido dada –o que he construido-. La parcela que hoy habito tiene límites reales, pero no siempre podemos definirlos con claridad, porque son intangibles.

             “Con todo cuidado vigila tu corazón porque de él brotan las fuentes de la vida” Proverbios 4,23. Muchas veces se usa el Evangelio para casi exigir un amor ilimitado. Y nuestro amor tiene límites, porque el amor en definitiva es la fuerza mancomunada de todas nuestras facultades. Supone una conjunción de inteligencia, bondad, ejercicio de la libertad, de voluntad, de afectividad, de deseo. Es una síntesis, una avenida por donde transitan todos nuestros recursos, todas nuestras facultades. Y todas ellas son limitadas. Por naturaleza y por diseño, nuestro amor es limitado. En Dios es otra cosa. Y los límites definen la persona. Lo que somos y lo que no somos se define por los límites. Cuando uno se identifica ante la sociedad, uno tiene que decir lo que es, y también lo que no es para que quede bien clarito: ‘yo soy esto’ y puede ser una gran verdad. Pero cuando realmente terminamos de pulir la definición de nuestra identidad es cuando digo además ‘no soy esta otra cosa’. Eso es claro y honesto.

            Cuando Jesús nos dice “no tiren perlas a los chanchos” está queriendo manifestar el límite de nuestra donación, que no es ilimitada, no es no confrontativa, no es vaga, no es abstracta: lo que es de todos no es de nadie. En la Biblia encontramos toda una temática de límites muy bonita de la que se habla poco.

            Un límite me muestra lo que soy. Y cuando yo estoy reconciliada con mis límites, me muestra con dignidad, aún cuando mi límite sea aparentemente bochornoso. Donde yo termino, comenzás vos. Donde yo no puedo, podés vos, u otro. Tengo la libertad de reconocer mi dominio, y es mi responsabilidad aceptarlos, asumirlos, y en lo posible amarlos.

 

            Debemos buscar qué es lo que identifica nuestros alcances y límites. Nuestras luces no son infinitas por muy largo que puedan llegar. Y creo que además cada uno tiene un límite en la posibilidad de influenciar sobre el mundo. Ha habido en la historia grandes antorchas de enorme poder lumínico, pero ‘no hubo San Martín sin sus granaderos’, de manera que la heroicidad de San Martín es la heroicidad de esas antorchas lumínicas que hicieron posible la expansión de su luz libertadora o revolucionaria. Y es muy injusto cuando la historia no lee este fenómeno.

            Cuando los límites, en lugar de chocarse, se suman, cuando hay multiplicación en lugar de división, el fenómeno que es propiamente cristiano, no hay nada imposible cuando hay buena voluntad. Pero mi voluntad, y la tuya y la de cada uno, es limitada. Dios creó un mundo para que cada uno viva dentro de sí, dentro de ese mundo, y tenemos responsabilidad por ese mundo en el que hemos sido puestos. Ojalá encontremos magnífica nuestra parcela.

            Conocí mucha gente que peleó por límites físicos o psicológicos, y cuando desafió a sus límites mas allá de sus posibilidades, teniendo la posibilidad de ‘amar su parcela’, murió. Es peligroso desafiar quiméricamente nuestros límites. Lo que nos quieran ‘vender’ como ilimitado, está fuera del diseño natural de la naturaleza en la que estamos. Nuestros límites ya están definidos. Tenemos que tratar de descubrirlos.

En la educación debemos mostrar los parámetros –que van a modificarse de una cultura a otra, de una concepción a otra-, que son límites flexibles, son cercos (no murallas) que se pueden traspasar, se pueden ampliar; pero primero hay que aceptar que existen, reconocerlos. De lo contrario estamos exponiendo a nuestros niños y jóvenes a mucho dolor. La vida a veces enseña a los golpes lo que podríamos enseñar entre caricias.

No somos responsables por otras personas. Nunca nadie nos ha pedido que ejerzamos control sobre el otro, y sin embargo gastamos a veces mucho tiempo y energía intentando cambiar a los demás ¿qué cosa? Sus límites.

“Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, así cumplirán la ley de Cristo” (Gal 6,2). Perfecto: ayudémonos unos a otros a llevar nuestras cargas, pero esta carga es tuya y esta es mía. Es importante saber en el ámbito de quién, de qué responsabilidad está esta carga. Cuando la carga es demasiado agobiante, cuando no tengo suficientes fuerzas, recursos, conocimientos para llevarla, necesito ayuda. Negarse a ayudar a otros que están en esa situación es una falta grave. Jesús hizo por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos: nos salvó. Esto es tener responsabilidad y amor hacia los demás. Sin embargo no por los demás.

“Cada uno cargue con su propia responsabilidad” (Gal6,5) Todos tenemos responsabilidades que solo podemos asumir personalmente.

Cuando en una familia no se tienen claro cuáles son los roles y las responsabilidades, cuando cada uno carga la carga que tiene que cargar el otro, estamos en graves problemas. Tenemos que hacernos cargo de estos aspectos de nuestra vida y pedir ayuda solo cuando nuestras rodillas tambalean ante nuestra carga.

 

Creo que en la formación cristiana tenemos una carencia de puesta de límites, y muy frecuentemente nos encontramos con personajes como éste: su papá abusó de María, a raíz de esto y de un entorno cómplice silencioso de ese abuso, ella nunca desarrolló la posibilidad de poner límites, y como resultado ella reprimía todo el dolor que llevaba adentro, ese dolor dio pie a la culpa, a l a ira, a la envidia, al enojo. Porque cuando el dolor no se evacúa va lastimando por dentro. Es como una herida. si no se limpia, si no se oxigena, la herida se hace gangrena. María no podía poner límites, reprimía todo su dolor, no expresaba abiertamente el dolor que cargaba en su alma, y permitía la entrada a su alma de todo lo exterior: exigencias, prejuicios, de todo lo que los demás derramaban como basura. Y como consecuencia ella dejaba afuera todo lo bueno y conservaba dentro todo lo malo. Personajes –porque son verdaderos trajes que las personas a veces se ponen- simpáticos de los que uno dice ‘qué buenito, qué amoroso es! ¡qué obediente, qué dócil, qué servicial!’, llevan por dentro dolor, bronca, ira, envidia. Y es exactamente al revés.

Cuando Jesús dice “no le tiren perlas a los cerdos” está hablando de cuidar nuestros corazones con toda diligencia. Y son los límites los que nos ayudan de alguna manera a vigilar nuestro corazón, a mantener lo bueno que hay en él por dentro, y dejar lo malo afuera. A veces somos al revés, somos un olla a presión con todo lo malo por dentro, y esto da pie a toda clase de adicciones, porque hay que ‘calmar la fiera interior’ que así lo pide, nuestros cuerpos engordan, nuestra salud se deteriora por consumo de sustancias tóxicas, nuestra vida se envenena porque nos tornamos adictos o compulsivos a determinadas prácticas…pero seguimos siendo esas personas buenas y serviciales, siempre dispuestas a decir que sí y a ‘derramar perlas en el exterior y guardar los chanchos dentro de nuestro corazón’.

Las cercas necesitan puertas, los límites necesitan puertas. Y si encuentro algo de pena o algo de pecado dentro de mi necesito sacarlo. “Confiesen sus pecados los unos a los otros” (Santiago 5,16). Esto es sabiduría humana pura. En todas las culturas hay ritos, conductas de exorcizar, ventilar, sacar afuera de alguna manera lo malo que nos envenena en nuestro interior. Cuando todo lo bueno queda por fuera y todo lo malo queda por dentro, en realidad estamos en problemas.

Los límites no son murallas. La Biblia no dice que tenemos que amurallarnos de los demás: mas bien nos dice que tenemos que ser uno, pero aún viviendo en comunidad, cada uno de los miembros tiene su propio espacio. Y esto empieza justamente por nuestra propia piel: la piel es el límite principal que nos define. ¿cómo puede ser que tanta gente no pueda poner límites a la violencia física, a las agresiones? Hay que cuidar y salvar imperiosamente ese límite. Es lo primero que aprendemos a diferenciar de los demás en la infancia: primero para diferenciarnos de nuestra madre, luego de los que nos rodean, que pueden y deben tocarnos. Pero no pueden agredirme, porque ella nos protege. Hay todo un ejército de agentes orgánicos que protegen la piel de las infecciones y los gérmenes del exterior. Es un hermoso ejemplo para darnos cuenta de que así como la piel tiene aberturas, en cada una de las aberturas hay muy buenos filtros para dejar entrar lo bueno y dejar afuera lo malo.

 

TODO A PULMÓN Alejandro Lerner

Que difícil se me hace mantenerme en este viaje, sin saber a dónde voy en realidad,
si es de ida o de vuelta, si el furgón es la primera, si volver es una forma de llegar.
Que difícil se me hace, cargar todo este equipaje, se hace dura la subida al caminar,
esta realidad tirana, que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar.
Cada nota, cada idea, cada paso en mi carrera, y la estrofa de mi última canción,
cada fecha postergada, la salida y la llegada, y el oxígeno de mi respiración,
y todo a pulmón, todo a pulmón.

Que difícil se me hace, mantenerme con coraje, lejos de la transa y la prostitución,
defender mi ideología, buena o mala pero mía, tan humana como la contradicción.
Que difícil se me hace, seguir pagando el peaje, de esta ruta de locura y ambición,
un amigo en la carrera, una luz y una escalera, y la fuerza de hacer todo a pulmón.

Una de las dificultades más claras que tienen las personas víctimas de abuso es justamente la invasión del propio límite tanto físico, sexual, psicológico. Personas abusadas son personas cuyos límites no se han respetado, porque han sido exigidas extremadamente (no solo por una persona, sino también por el ambiente). Por ejemplo en el caso de la danza, o de los deportes o del arte o de lo que fuera: Hay ambientes donde mostrar el fruto de esa exigencia es visto como una virtud. Hay un clima que se crea de idealización y la idolatrización del éxito o del resultado en cuyo altar se sacrifican los seres humanos sin atender a sus límites. Es una pedagogía del ‘no límite’. Y en ese sentido, la experiencia de ser abusada físicamente, ideológicamente, genera un ser con límites empobrecidos. Es muy frecuente que personas que han pasado por esta experiencia, tienen que hacer un re-aprendizaje, por ejemplo, de la palabra NO: NO puedo, NO quiero, NO me corresponde. Tienen que ‘levantar vallas’, ‘definir los límites de su parcela’, porque han sido arrasadas. Y esto se hace a veces con la palabra NO. Otras veces con la distancia física. “El prudente ve el peligro y lo evita” (Prov 22). A veces alejarse físicamente de una situación puede permitirnos poner límites. Hay personas que se pasan la vida intentando poner límites en un vínculo tóxico y no pueden. Para eso hay que poner un poquito de distancia: nadie puede perdonar con el cuchillo clavado en la panza. Es sabiduría humana básica. Hay que hacerlo para reponerse físicamente, personalmente, espiritualmente. Y después de haberse entregado hasta el límite como hizo Jesús tantas veces, tomar distancia como hizo Jesús tantas veces. El tenía claro ‘cuál era su hora’: ahora me voy, ahora me alejo… Hay todo un itinerario de Jesús vinculado a un mapa, vinculado a los límites. La distancia física sirve también para guarecerse de un peligro del cual todavía no puedo lidiar. Sirve para restringir el mal. Tenemos que apartarnos de aquellos que continúan lastimándonos y tenemos que buscar un lugar seguro donde recuperar nuestra fuente interior y evitar que la fuente de nuestra vida interior termine corrompiéndose y terminemos haciendo daño a otros. Hay compañías y compañías, comportamientos y comportamientos. Cuando estamos en el seno de una relación abusiva, a veces la única manera de que alguien entienda de que nuestros límites son reales es crear una distancia, una brecha –larga o corta, transitoria- hasta que la otra parte se decida a enfrentar su problema y su responsabilidad, buscar a Dios si es necesario, y contener el mal de esa manera. De manera pueden ser un buen límite el tiempo, la palabra. Pueden ser la manera de tomar nuevamente posesión sobre algún aspecto de nuestra vida que se nos ha ido de las manos y que necesita del establecimiento de límites. Cuando estamos confundidos, cuando no sabemos bien hasta dónde llega nuestra paciencia, o nuestra tolerancia, o nuestro amor, o lo que sea, es bueno tomarse un tiempo. Después de una vida confusa, es bueno separarse un tiempo de aquello que nos confunde y tener un tiempo con los límites levantados, frente a viejos modelos, creando nuevas maneras de ser, de vivir, de relacionarse, de nutrirse, para desde ahí descubrir una nueva forma de vincularse con el afuera.

El distanciamiento emocional también es un límite, necesariamente pasajero, que le da al corazón espacio suficiente para ponerse a salvo. No se trata nunca de una manera permanente de vivir. Estas salidas, estas retiradas, estos distanciamientos, son siempre recursos para estar y ser mejores. Las personas involucradas en relaciones abusivas necesitan encontrar un lugar seguro donde ‘descongelarse’ emocionalmente, porque a veces están petrificadas debido a la alta presión en el sistema donde están viviendo. No saben ni quienes son, ni qué sienten, ni a quienes quieren.

No se tiene por qué estar al alcance de quienes nos decepcionan o nos lastiman, o nos agreden. No pide eso la Biblia. Por el contrario nos dice ‘No le tires tus perlas a los chanchos’.

 

HASTA AQUÍ

Hasta aquí me trajo Dios, las lágrimas se secan con la luz del sol

y me inunda la emoción de sentirte cerca dándome valor

para espantar esta fría sensación que quiere helar mis sueños

sol, arriba está el sol y abajo tu amorque anida mis sueños

Abel Pintos

 

Participan los oyentes

          Yo traspasé los límites de mi intimidad con mi hija

GL: los límites de la propia intimidad tienen que ver con el pudor. Esto es considerado anticuado, pero hay que reflexionar sobre eso a la luz de los desafíos de estos tiempos: el pudor es el límite de la propia intimidad, es lo que marca la diferencia entre mi intimidad y lo público, la mirada pública. Es bueno que reflexionemos acerca de nuestra intimidad y en quién se puede depositar esa intimidad. A quién le puedo abrir la puerta de mi intimidad. La intimidad del adulto no es compatible con la intimidad de un hijo, de un niño, de un adolescente. Lo que nosotros creemos que puede ser inocuo para un niño puede lesionarlo gravemente

Un diario íntimo, una puerta cerrada en una habitación, la puerta del baño cerrada, un decir ‘voy a dormir, por favor no me molesten’, una carta que viene a nombre de alguien, una cuenta bancaria, una casa ¿son o no son límites? La gran desgracia de esta cultura es que ha puesto toda la fuerza de sus límites solo en la propiedad privada. Lo demás es un zafarrancho como la mismísima globalización. Lo que está pasando en Grecia ¿no es un zafarrancho de la ausencia de límites?

 

          Poner los límites es lo importante. Y las personas que ayudamos o acompañamos a otras con discapacidad o con alguna dolencia a veces no sabemos ponerlos. Y la falta de puesta de límites lleva a la codependencia

GL: una pequeña acotación al tema de ‘poner límites’. Supongamos que nosotros somos una nación naciente en la que todavía no están del todo definidos cuáles son nuestros límites –como lo éramos-, y de pronto avanza un ejército dispuesto a ocupar territorios que nosotros suponemos, consideramos, creemos ‘deberían’ se nuestros. ¿cómo le vamos a hacer frente a ese ejército si nosotros no tenemos establecidos nuestros límites? Vamos a pelear, pero si perdemos vamos a decir ‘bueno, no importa, que avancen un kilómetro más, total podemos poner límite acá. Y ahí ponemos batalla, y si nos ganan de nuevo, ‘bueno, en una de esas en realidad la repuública argentina comienza en san luis’…Y así seguimos.

En realidad, los límites no se ‘ponen’. Los límites se ‘reconocen’. Cuando se reconocen, se descubren, se honran, se aman, se les ‘obedece’ si se quiere. Son un don, algo que nos ha sido dado, un alcance, un ‘hasta donde’. Cuando se reconocen nuestros límites, en realidad no se ‘ponen’ sino que ‘se defienden, se cuidan, se protegen’. Y podemos ‘sentarnos a tomar mates en el límite de nuestra parcela junto con el otro’ sabiendo que nos encontramos en un territorio limítrofe, y abrimos la puerta, dejamos entrar al otro, negociamos, pero también lo despedimos cuando es hora de que cada uno vuelva a su propio lugar. Por eso, poner límites con mucha fuerza si adentro nuestro esos límites no han sido reconocidos, es inútil. Los demás siempre van a darse cuenta de que somos vulnerables.

 

          Al reconocer tanto límite ¿no peligra el cristiano por ser despojado por los que hicieron de la codicia, del beneficio, su patrón de vida?

GL: Creo que justamente todo lo contrario. Cuando uno reconoce el límite, cuando se lo cuida, no beneficia a los codiciosos. Todo lo contrario