La vida tiene tu nombre, mujer de las mil batallas.
La fuerza de tu mirada, con el valor no se esconde.
Hay que plantar la esperanza en el lugar donde duele,
para que crezca bien fuerte, en el miedo que acompaña.
Un pasito más, que si se puede,
uno y otro más, mujer valiente.
Todas las luces del mundo, iluminan tu vereda
y cada herida la llenas con el amor más profundo.
Pero si la noche es larga y sientes que estás perdida,
recuerda mi melodía que te quiere y acompaña.
Lo que diga está de más, ya sé que quieres gritar
y no te sientas sola,
contigo estoy…
Manuel Carrasco
18/02/19- La Hermana Silvia Somaré describe en unos de sus libros a la Beata Catalina de María Rodríguez con estas palabras: Catalina fue una mujer muy femenina, tanto por sus delicados modales como por su vestir elegante, aunque austero. … Tenía el cabello largo y solía peinarlo recogido con una trenza. También en su temperamento era muy mujer: plena de caridad, intuitiva, sensible y según consta en La Frágil ¡hasta un poco llorona!
Si a Catalina la hubiesen reconocido por su ser de mujer, de ningún modo habría sido un halago de acuerdo a los paradigmas de la época, sino todo lo contrario. Esa palabra tan linda y llena de contenido que nos representa la calidez, la fortaleza, la capacidad de dar vida, la belleza y tantas aptitudes más, hasta entrado el siglo 20 significaba lo más feo, vapuleado y detestado por la comunidad; ni siquiera considerado humano.
Partiendo del hecho que de por sí, el género femenino no era sujeto de derecho, adquiría entidad al casarse con un varón, no tenía un rol activo y tampoco se educaba, no llama la atención de que las esclavas, las negras, las mulatas, las prostitutas, las sirvientas llevaban el mote de mujeres ¿y cómo se las llamaba entonces a las mujeres del modo como hoy las conocemos? Solteras o casadas, a las que tenían una nombre social dado por la fortuna, el apellido, la profesión del marido u otro abolengo eran llamadas señoras y dentro de ellas estaban divididas en castas, señoras de primera clase, señoras acomodadas y matronas, siendo éste el rango más alto. Sintetizando, la porción femenina de Córdoba (y también la de otras ciudades), estaba dividida en dos que eran extremas: las mujeres y las señoras, que si las representamos gráficamente, serían la borra y el aceite en un vaso de agua que simbolice la sociedad femenina, una en el fondo y la otra por encima de todo. Así, las mujeres estaban al servicio de las señoras y no pocas veces, eran “usadas” por sus señores y no se veía mal…para eso estaban; nadie veía en ellas a una persona, como también ocurrió y ocurre con otras realidades.
Catalina por su apellido y por el protagonismo cultural y político de sus parientes, era considerada una señora, más adelante por su matrimonio con el militar Zavalía se la llama varias veces, matrona. Esta descripción es muy importante para entender y valorar lo que ella hizo por la mujer (no por la señora) de la época. A título ilustrativo diré que los varones se distinguían por su oficio: militares, clérigos, comerciantes, catedráticos.
Catalina miró y se hizo cargo de lo feo de su ciudad. En Córdoba había mujeres que sufrían, que no tenían nada para dar, que eran usadas, que eran vejadas. También faltaban estructuras para su contención y desarrollo, para su formación y también faltaban en Córdoba personas que confiaran en que podían superarse. Catalina quiso ser una de ellas y decidió plantar la esperanza en el lugar donde duele, para que crezca bien fuerte, en el miedo que acompaña.
No te pierdas de escuchar la entrevista completa en la barra de audio debajo del título.
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