Maestro de oración

lunes, 2 de agosto de 2010
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El Señor nos ha regalado la gracia de ser sus hijos y lo propio de sus hijos es orar, somos hijos en el Hijo así que vamos a estar compartiendo la enseñanza del evangelio que nos deja la liturgia para este fin de semana. Los 13 primeros vers. Del cap 11 del evangelista Lucas. Jesús es el maestro de la oración, orar es vivir, orar es respirar desde el alma, es sentir que vale la pena, que tiene sentido la vida, es aprender, es descubrir, orar es amar. Que esta palabra del Señor caiga en nuestro corazón y de muy buenos y lindos frutos, que despierte sobre todo la confianza, un calorcito nuevo en el corazón, que nos traiga nuevo brillo a nuestro intelecto, una fe renovada. Que esta palabra despierte oración, filiación, encuentro, servicio y espíritu de comunidad. Cuantas cosas podemos aprender a la luz de la oración. Ella es la gran fuerza nuestra, es la gran debilidad del Señor. El Señor nos ha dado la herramienta para ser vencido, para que nosotros lo venzamos. El nos dice “yo les voy a enseñar como tienen que hacer ustedes que son tan pequeños para doblegarme a mí que he hecho todo de la nada y que soy todopoderoso, les voy a enseñar el secreto. Ese secreto es la oración”

Y hay una oración especialmente, la que Jesús, el maestro de la oración, nos va a dejar este fin de semana. La palabra nos dice así “Un día Jesús estaba orando en cierto lugar y cuando terminó uno de sus discípulos le dijo “Señor enséñanos a orar” y como Juan, enseñó a sus discípulos y les dijo entonces “cuando oren digan Padre, santificado sea tu nombre, que venga tu Reino danos cada día nuestro pan cotidiano, perdona nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden y no nos dejes caer en tentación” y agregó Jesús “supongamos que alguien de ustedes tiene un amigo que recurre a ustedes a medianoche para decirles, amigo préstame tres panes porque uno de mis amigos llegó y no tengo nada para ofrecerle y desde adentro él le responde, no me fastidies, ahora la puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados, no puedo levantarme para dártelos yo les aseguro que aunque él no se levante por ser su amigo, se levantará al menos, a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario y también les aseguro pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá porque el que pide recibe, el que busca encuentra y el que llama se le abrirá

¿Hay algún padre entre ustedes que de a un hijo una serpiente cuando le pide un pescado? Y si le pide un huevo ¿le dará un escorpión? Si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” Que hermoso en la oración de la noche o de la mañana, poder cerrar los ojos escuchando atentamente la palabra del evangelio, mirarlo y verlo al Señor aunque sea en nuestro imaginario, poder mirarlo al Señor así como dice la palabra, así de simple y poder detenernos en esta imagen. Verlo al Señor que estaba orando en cierto lugar, un lugar que va a responder a la imaginación, a las posibilidades de lo que has vivido y percibido, de lo que más te ha impactado sobre todo pensando y haciendo un esfuerzo por ponerte en un lugar que sea agradable, que te guste a vos. Por ejemplo a mi me gusta ir a la montaña porque me habla de Dios. A otros les gusta el mar o alguna otra cosa. A otros el silencio y esto es fundamental para la oración. Que lindo escucha el ambiente donde nos sirve a nosotros para encontrarnos con nosotros mismos.

La Madre Teresa decía tan lindo que “El fruto del silencio es la oración” Por eso  pongo como primer imagen el silencio, como primera invitación, un recurso al silencio. Es difícil que un hombre de silencio no sepa rezar, no sepa hablar, no sepa pensar, no sepa escuchar y no sepa encontrarse con las cosas profundas, es difícil. El hombre del campo, el hombre del silencio es un hombre de pocas palabras, de poco decir pero que tiene las orejas, los ojos, los sentidos y el olfato muy abiertos a percibir la vida. Eso es también el ámbito de la oración, el silencio. Me imagino  Jesús sentado en esa arboleda bajo cuya sombra muchas veces se arrastraban las iguanas. No me lo imagino desparramado en el suelo, desprolijo sí no en una postura serena como sosteniendo su cabeza y su pera apoyada en su mano sobre sus rodillas. Me lo imagino escuchando al Señor, entrado dentro de sí mismo y encontrado con el Padre. Jesús orando, en un lugar cualquiera y me lo imagino y lo veo al Señor con esa manera que tiene de estar, tan serena y tan apacible

Como de a ratos como que se le mueve el rostro para expresar emociones, sentires, dolores, preocupaciones. Jesús también hablaba con sus gestos en el silencio de la oración. Su rostro, su fisonomía también era expresión de su comunión con el Padre. Y lo veo al Señor allí, más que ensimismado, encontrado y en diálogo, silencioso por fuera, abrazado y encontrado por dentro y veo que expresa algo que me lleva a acercarme a El en esta mañana y que estoy tentado por decirle “Señor, ¿como se Reza?” Cuando ustedes entrar a una iglesia quizás sorprendan al cura rezando allí y verlo en oración, con esa entrega y ese gusto contagia. A veces cuando entro a la iglesia veo personas orando y algunas llorando cuando rezan. Yo digo qué experiencia tendrán, que dolor en el alma y ver que se lo está dando al Señor, que se está encontrando con su Padre. Los discípulos sintieron esta atracción. Que lindo que también nosotros podamos ser modelo de oración no por las palabras u oraciones que digamos sí no por la entrega que tengamos cuando oramos, que se note nuestra entrega

Cuanto comunicamos cuando oramos en serio y esta es nuestra fuerza como decía al comienzo, Dios le ha dado al hombre la fuerza para vencerlo. A Dios nada lo vence, solo la humildad del corazón, El se derrite ante la humildad del hombre. No hay ningún deseo más intenso en la existencia que el deseo de Dios por salvarnos, por perdonarnos, por darnos el ser hijos, por permitirnos ingresar en la comunión con El. Ningún deseo más grande que el deseo de Dios por el hombre. Nadie puede amar como ama Dios al hombre, nadie puede estar sufriendo por perdonarlo al hombre como lo hace Dios. Cuando oramos nuestro encuentro con Dios es el encuentro del hijo por eso la palabra con la que Jesús enseña a su comunidad que es venida del paganismo, entonces les va a decir “cuando recen digan Padre” Otros evangelistas dicen Padre Nuestro, son distintas, hay comunidades que vienen de la tradición judaica pero hay otros que no, son los que nunca han tenido la experiencia del Dios cristiano, del Dios judío, del Dios de la alianza, del que camina la historia, del Dios del arca, de la presencia en el arca, los que por primera vez están escuchando hablar del Señor

Lucas va a decir “cuando oren digan Padre” esa palabra que llena el alma, la vida y que da todo el sentido a la existencia. Cuando uno dice Padre a Dios esta diciendo su ser el hijo, su ser es el de hijo. San Pablo dirá “somos hijos en el hijo” Por eso lo propio de la oración es la confianza, es que se despierta una fe viva, ardorosa, que el corazón se llena de amor, que surge en la experiencia interior de la persona la caridad como una sorpresiva manera de estar intensamente viviendo con entrega, con donación, con inquietud, con percepción, con calor, con una calentura que no conoce el corazón humano desde lo humano, como una manera en la que Dios va transformándolo al hombre. La oración es una experiencia de transformación impresionante. El hombre empieza a hacerse hombre cuando empieza a orar, la persona se descubre y se descubre no solo como persona, como ser inteligente, valioso, voluntarioso, cuando el hombre recibe la gracia, el regalo de la oración porque nadie puede enseñar a orar sí no aquel quien es el que puede revelarlo.

Por eso solo Jesús enseña a orar, nadie más que Jesús y el soplo del Espíritu hacen a la persona humana un ser orante que puede entrar en la comunión con Dios y que se puede descubrir, que conoce a Dios y se conoce a sí mismo. La oración es la experiencia de comunión con el Padre, el principio de la vida, el dador de vida, el creador Decir Padre es reconocer la soberanía de Dios. Por eso es importante cuando rezamos el Padre Nuestro, que a veces lo rezamos medio distraídos, medio a la ligera, pero cuando yo le digo al Señor Padre, cuando Jesús le dice Padre esta diciendo Abba, padrecito, papito sugiere una ternura que nosotros no podemos entender y el que se experimenta en Jesús, en la oración experimenta también esa ternura del Padre. Por eso reconocer la soberanía no es someterse a un soberano como nosotros lo podemos pensar de la experiencia humana y nos asusta un poco la idea, no nos gusta, nos choca un poco y más nosotros que nos gusta ser nosotros, libres y lo maravilloso es que orar es empezar a tener libertad

Solo reconociendo esa soberanía maravillosa y misteriosa, la que nos damos cuenta que somos amados y elegidos para la vida y que somos enviados y que somos sostenidos y acompañados permanentemente y que estamos llenos del Espíritu por eso podemos decir Padre que estás en el cielo. Orar es reconocer la soberanía del Señor y que lindo que la oración me lleve a un ejercicio de vida. Vivimos como oramos y también oramos como vivimos. Hay un dicho que dice “el que no vive como piensa termina pensando como vive” Nosotros decimos la oración se trasmite a la vida. Como oramos así vivimos y decimos que así como vivimos así oramos. La pregunta es ¿vivimos como hijos en la confianza en la vida, para decir lloramos como hijos?. Nuestro principio de oración es que yo estoy frente a mi Padre. Más que palabras la oración, entonces, será un encuentro, el encuentro de identificación. El hombre que ora se descubre no solo amado sino como hijo. Esa es la grandeza nuestra que somos hijos de Dios, hijos en el Hijo, decía Pablo.

El Señor cuando nos enseña a rezar dice “díganle al Padre” y debe sentirse primero como hijo y reconocerlo al Padre, reconocer su soberanía, decirle que venga tu reino y ¿quién enseñaba esto?, el Hijo. Saben la experiencia de intimidad, de comunión, ¿Cómo habrá sido el rezo de Jesús? Yo trato de imaginármelo porque mis rezos son tan pobres, yo pataleo para buscarlo a Dios y por ahí me siento que parezco ando de diez y por ahí no pasa nada. Me siento tan pequeño, tan nada y siento que no tengo recursos para ir a Dios pero Jesús sí los tenía, era Dios, no podía estar sin el Padre por naturaleza, por esencia, era único con el Padre, era el único Dios verdadero. Puede ser valedera la enseñanza del Señor para mí y es maravillosa y se me dilata el corazón de agradecimiento y de deuda al comprender que Jesús me regaló esto suyo. Lo que en El es permanente, es natural y que yo no lo puedo tener por mí mismo El ahora me lo está regalando en esta oración del Padre Nuestro y me está diciendo sábete hijo, yo te doy el ser hijo

Como no me voy a poner contento cuando pienso que la oración me une con Dios, cuando me lleva a lo definitivo, cuando Dios me da la gracia de orar, de confiar, de creerle a El, poner mi vida en sus manos, de saber que pase lo que pase el Señor está conmigo. “Nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta”. Como no me voy a poner contento cuando Jesús me muestra lo que tengo que sentir, lo que siente un hijo de Dios, que venga tu reino Padre. Ese reino que no es comida ni bebida sino paz y gozo en el espíritu, ese reino que no es de este mundo, que se impetra en la oración y que hace que se sienta y se desee la oración por la acción del Espíritu y solo por ella. No nos olvidemos que somos hijos por adopción, esa es nuestra gracia, esa es nuestra dignidad, nuestra grandeza. Que venga tu reino, que lindo verlo a Jesús que me enseña a pedir que venga tu reino y que lindo que ahora nosotros, escuchando estas palabras del evangelio, nos animemos a sentirnos tan identificados con Jesús y que nos demos cuenta que cuando recemos el Padre Nuestro y le digamos a Dios, Padre, venga tu reino sea Jesús el que lo está diciendo.

Es nuestra oración hacer la oración de Jesús y que la oración de Jesús ahora es nuestra oración y que el ser de Jesús que es el ser del Hijo es ahora mi ser y que yo soy en El. Será por eso que todo lo que la iglesia hace lo hace por Cristo, con El y en El. Todas las oraciones son por Cristo, con El y en El a ti Dios Padre omnipotente, todo por Cristo. En El somos, nos movemos y existimos, hijos en el Hijo. Hemos recibido el espíritu de filiación, somos herederos del reino y es necesario reconocer entonces la soberanía, el amor, el don creador del Padre, el don del Hijo y el soplo del Espíritu. Es necesario reconocer para entrar en comunión con El y Jesús nos va enseñando a rezar, El, el revelador. Nadie como Jesús para enseñarnos a rezar. Podemos dar testimonio de nuestra oración, que nuestra entrega sea atractiva y haga que los demás quieran orar también. Cuando Moisés hablaba con Dios dicen que cuando bajaba del monte le tenían que poner un trapo para taparlo por el resplandor que traía. Orar es ser manifestación de Dios. El reino que pedimos, es el reino que anunciamos.

Cuando yo digo, venga tu reino, yo me estoy disponiendo a ser anunciador del reino por eso cuando la oración es verdadera hay una trasmisión del reino, hay una manifestación, hay una trasmisión de la gloria de Dios, en los gestos, en las actitudes, en la mirada, en las palabras, en el modo, algo que vos no manejás, algo que es libre, que es de Dios. Porque pudiste serle fiel y confiar en El cuando oraste porque te sentiste hijo, confiaste y te abandonaste. Te das cuenta que orar es la única manera, el único recurso y la gran herramienta que tenemos para ser y para vivir. Me parece importante la oración como estilo de vida que se busca con desición, con insistencia, que nos hace agudos en la confianza. Creo que este es un gran aporte que le podemos hacer a nuestra sociedad, a nuestro mundo, ser personas de la confianza, hombres y mujeres del misterio. Las personas que creemos en Dios hemos descubierto la paternidad como origen y fundamento de nuestro existir y caminar cada día. La Madre Teresa nos decía “el fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe y el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz”

Con esto me quedo, que síntesis, para que oramos. Yo diría, primero para encontrar la razón primera, la oración es la situación que nos permite entrar en lo indispensable y fundamental, en lo esencial que es el encuentro con Dios y desde este encuentro con Dios el encuentro entre nosotros mismos y con nuestro mundo. La oración es la clave para respirar y vivir el hombre, por eso Jesús le enseñó a orar el Padre Nuestro, porque nos enseña a responder al designio de Dios y nos da la capacidad para responder a ese designio sobrenatural. Jesús nos ha enseñado a rezar el Padre Nuestro para que nos sintamos y vivamos como hijos suyos. Jesús nos ha enseñado a rezar el Padre Nuestro para que nos sintamos y vivamos como hijos suyos. Las personas que oran viven de la fe, del amor y de la donación por eso son una presencia pacífica de Cristo paciente que se transforma desde su propia confianza toda la realidad. Esa es la provocación profunda que queremos dejar para esta mañana de palabras de vida. Ser provocadores de la paz desde el abandono en Dios

                                                                                                                           Padre Mario José Taborda