María y José nos enseñan el camino de la ley

jueves, 26 de febrero de 2009
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La presentación de Jesús en el templo

“Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor”.

El canto de Simeón

“Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.

La profecía de Simeón

 “Su madre y su padre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.

La profecía de Ana

“Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”.

La infancia de Jesús en Nazaret

“Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”.

Lucas 2, 22 – 40

Este acontecimiento de gracia que vive la familia de Nazaret, en sus comienzos, María y José muestra todo un camino, el de la Ley. El primer dato llamativo del texto de la presentación de Jesús en el templo es la insistencia de Lucas en torno al cumplimiento de la Ley. En cinco oportunidades lo dice Lucas, cuatro en los primeros versículos y una al final.

Veamos cómo está dicho esto por el mismo evangelista en éste párrafo de hoy, “Cuando llegó el día fijado por la Ley, lo consagraron al Señor tal como está escrito en la Ley, además ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley, una pareja de tórtolas o dos pichones”. Más adelante dice: “Simeón vino al templo inspirado por el espíritu y cuando sus padres acercaron al niño Jesús al templo, para cumplir con la Ley”, la cuarta vez que lo dice el evangelio, en estos cinco versículos aparece cuatro veces la expresión en la Ley, y al final del relato evangélico, dice: “Una vez que cumplieron todo lo que indica la Ley del Señor, volvieron a Galilea”. Esta insistencia pone de manifiesto la intención de Lucas.

Lucas tiene como escritor, una intención en su expresión literaria, y esta consiste, en este párrafo del evangelio, el mostrar claramente la conducta de los padres de Jesús conforme a la Ley, es clarísimo. Esta familia pertenece a esa porción del pueblo de Dios, que ha permanecido fiel a la Ley de Moisés.

Este es el dato que Lucas está tirando con esta insistencia. Es en este contexto de fidelidad a la Ley de Moisés donde tenemos que leer la fidelidad de Jesús a la Ley y a su alusión explícita, cuando en Lucas 16, 17 dice: “No piensen que Yo he venido ha abolir la Ley, sino dar su cumplimiento.

En todo caso todo desencuentro que Jesús tiene con los maestros de la Ley, escribas y fariseos, es porque estos han tergiversado la Ley, porque no están siendo fiel al mandato de la Ley, que es camino. La Ley es eso, un camino pedagógico con la que Dios guía, conduce, acompaña a su pueblo. Un primer dato que nos ofrece el texto hoy es este, María y José aparecen como fieles cumplidores y nos enseñan el camino de la Ley. Si la Ley es camino vamos a ver hacia dónde nos conduce la Ley en la que insistentemente nos habla hoy Lucas.

La legislación abre a la pureza que estipula que después de cada parto la mujer debe hacer una ofrenda de purificación. El nacimiento de cada hijo, está seguido de siete días de impureza decía la Ley. Pero la madre debe esperar treinta y tres días más para acercarse al templo y llevar al sacerdote un cordero de un año, como holocausto y una palomita o tórtola como ofrenda de expiación. Son como dos gestos. En la Ley también se dice que quien no pueda pagar un cordero debe llevar, dos tórtolas. Por eso en el texto que hoy hemos compartido dice que en la familia de Nazaret, presenta dos tórtolas, con lo cual se está indicando la condición austera de la familia de Nazaret.

Esta impureza de la que se habla, no es una impureza moral, sino ritual, porque se consideraba que la mujer después del parto, perdía vitalidad y debía esperar un tiempo hasta recuperarla y terminar de recuperarla en la presencia de Dios, fuente de toda vida en el templo. Dios como fuerza que da la vida y como fuente de vida. El versículo 22, habla de los días de purificación de ellos, por lo que el verso 24, habla de la ofrenda de un par de tórtolas, uniendo la ofrenda de la madre a la ofrenda del hijo, porque el hijo también es ofrecido y la madre también. Es interesante el dato, porque Lucas habla de la ofrenda de ellos, la purificación de ellos, o en realidad el texto bíblico del antiguo testamento, habla de la purificación de la mujer.

Sin embargo es claro que la vida de María está profundamente asociada a la de Jesús y la de Jesús a la de María. Y esto lo va ha remarcar Lucas cuando poniendo en boca de Simeón, la suerte de Jesús dice a María, este niño será causa de elevación para algunos, de caída para otros y a ti una espada te atravesará el corazón. Porque está profundamente asociada la madre a la suerte de hijo. Otra Ley en el antiguo testamento, estipula que todos los primogénitos son propiedad de Dios.

Esto aparece en el Éxodo 22, 2-29.

“Me darás al primogénito de tu hijo”, la progenitura de la que habla, el texto del Éxodo se refiere a animales y a hombres. Los animales deben ser sacrificados, los hombres rescatados. Éxodo 3, 2 dice: “Todo primogénito de los hijos de Israel, son míos tanto los hombres, como los animales. En el caso de los varones, se debe pagar el rescate de cinco ciclos ante el sacerdote, al partir del mes del nacimiento del niño. Después de un mes de vida, el niño debía ser presentado por su padre, también en el templo, para pagar cinco ciclos por su rescate. Y sólo el padre podía pagarlo.

Cuando el niño no había sido rescatado, por cualquier causa, estaba obligado a rescatarse a sí mismo cuando adulto. El texto de Lucas no dice nada a cerca de lo que hace José allí. No dice que José está allí para rescatar al niño, para pagar los cinco ciclos. Y no es que a Lucas se le pasó esto, este dato Lucas claramente lo omite para mostrar una vez más el lugar que ocupa José dentro del plan de salvación y en relación al hijo. No es hijo suyo, es su hijo putativo, adoptivo. Por lo tanto no puede pagar él el rescate, porque en el Antiguo Testamento lo dice, que no es el padre adoptivo quien puede pagar el rescate de los cinco ciclos. Es decir, José está presente, pero no cumple con el pago para rescatar a Jesús, porque este no es hijo suyo.

Tampoco aparece Jesús pagando esto por sí mismo. En todo caso entrega su vida para pagar el rescate por nosotros y esto es interesante. El que paga por nosotros es Jesús, con la ofrenda de su vida en el templo, Jesús comienza a pagar nuestro rescate y en cierto modo, todos somos primogénito delante de Dios, hijos privilegiados delante de Dios. Este es un dato que podríamos nosotros, rescatar también para la reflexión en esta fiesta hermosa de la presentación del niño Jesús en el templo.

Somos rescatados por Jesús, que ahora no paga cinco ciclos, sino que son sus cinco llagas las que pagan por nuestra suerte. Es el primogénito del padre, quién por voluntad del padre lleva adelante este pago. Somos rescatados en este mismo momento, y entonces Él aparece iluminando, como va a decir Simeón, la suerte de la humanidad toda. No paga por algunos, paga por todos. No paga por sí mismo porque Él es el primogénito del padre por naturalidad. Paga por nosotros con su cinco llagas en la cruz.

Y ahora la paternidad es de Dios sobre todos nosotros. Aquel gesto imperceptible, aquel gesto que por la Ley María realiza presentando sus dos tórtolas. Porque no puede presentar el cordero, porque el cordero mismo lo está presentando. Él es el cordero de Dios, ese mismo gesto está cargado de la significación que es hondísima, y que tiene todos estos costados diversos, que iluminan nuestra creencia y nuestra fe, y que la hacen también más sólida y  consistentes.

Qué estamos celebrando cuando celebramos la presentación del niño Jesús en el templo, la luz que trae a las naciones.  Por eso hoy se celebra a María asociada a esta luminosidad de Jesús, como la Señora de la luz, de la candelaria.

Que la luz de María y de Jesús penetre en lo profundo de nuestro lugares más oscuros y que podamos nosotros testificar, de qué somos rescatados, de que estamos necesitando ser rescatados, para que dejemos que el accionar del Padre, en la ofrenda de la vida del Hijo en el templo, actúe sobre aquellos lugares más sombríos y la luz de Jesús penetre a lo más profundo de nuestro ser.

Algo sorprende en aquel momento tan particular del encuentro en el templo de la familia de Nazaret, con la presentación de sus ofrendas sencillas y simples de las dos tórtolas. Se da que dos ancianos aparecen por allí, y allí el Espíritu Santo muestra que no duerme. Y comienza una nueva Ley y casi no se nota.  Impulsados por el Espíritu Santo, dos ancianos, Ana y Simeón, llegaron al templo, e iluminados por el mismo Espíritu Santo, les dio un vuelco el corazón por el que reconocieron al Señor.

Dos ancianos venerables, eran los más genuinos representantes del pueblo de Israel, a la vez que representantes de todos nosotros. El Espíritu no descansa, no duerme pero tampoco agita el alma, sino con la suavidad propia que lo caracteriza, toma el corazón de los que son tu testigos y nos despierta de aquellos lugares sombrío donde permanecemos sin darnos cuenta  para llevarnos a los lugares de la luz, donde Dios nos conduce con el gozo y la alegría de su presencia. Él está, y está para iluminar a las naciones, es la gloria de Israel y de la humanidad toda. Lo habían esperado tanto y llegó.

Llegó como llegan las cosas importantes, sencillas y simples. Como llegaron Ellos al templo, con su ofrenda pobre. Cómo llega el Espíritu Santo cuando nos visita, como una suave brisa que da sobre el centro del corazón y nos mueve hacia delante, sin hacer ruidos.

San Ignacio de Loyola dice que se distingue la obra del mal espíritu del buen espíritu por cuanto una gota que cae sobre la piedra o sobre una esponja. Una gota que cae sobre una piedra hace un efecto estrepitoso, explota digamos, y salpica. Una gota que cae sobre una esponja es absorbida y ni se nota. sin duda que así obra el Espíritu Santo.

Así Dios quiere también, penetrar en lo más profundo de nuestro corazón. De esos modos sencillos y simples con lo que Dios se comunica. El Dios en el que nosotros creemos y al que ellos esperaron, Ana y Simeón, una vez más cuenta que cumple sus promesas.

Sólo que este Dios al que nosotros esperamos, a veces lo esperamos que venga en una tormenta y como Elías nos sorprende en una suave brisa. A veces lo esperamos en un terremoto, y como Elías nos sorprende golpeando nuestro rostro en una suave brisa y despertando en el corazón la certeza de que en ese sencillo encuentro, está allí, no hay duda de que Él es el que está. No dudemos nunca, no desfallezcamos nunca.

Llegará, no va a fallar, su promesa se cumple a su tiempo, que solo Él conoce, el Espíritu no duerme, el Espíritu construye una nueva Ley, y casi no se nota. Es la Ley de la suavidad y de la simpleza con la que el Espíritu se comunica. Es la que deja gravado, lo más profundo de nuestro corazón, según la expresión del apóstol San Pablo.

Ahora ya nuestra vida no se rige por una Ley escrita sobre tablas, sino por el Espíritu Santo que ha escrito en nuestro corazón, los rasgos de un nuevo mandato, el del AMOR, la nueva Ley es la del espíritu en el corazón.

Para representar a Israel, bastaba un hombre, para representar a la humanidad hacía falta también una mujer. Porque cuando Dios hizo al hombre, lo hizo hombre y mujer. En el Génesis 1, 27 aparece así.

Y ahora estos dos ancianos, un hombre y una mujer, guiados por el Espíritu Santo en la sabiduría nos hace presente a todos, testimoniando delante del simple gesto, María de presentar dos tórtolas, una por ella y otra por su hijo, que en realidad representa al cordero, no solo porque ellos son pobres y austeros sino porque el cordero mismo está siendo presentado en el hijo.

Estos dos ancianos nos hablan de la luminosidad, testifican de la luminosidad que trae este niño el que viene a rescatarnos de todo. Viene a pagar nuestro rescate. De eso se trata. Intentar descubrir que te está rescatando Dios y de que te ha rescatado Dios y ¿cómo ha sido su suave presencia, su casi imperceptible manera de comunicarse con vos?, ¿Cómo te sorprendió a vos que lo esperabas por un lugar y te apareció por otro? ¿Cómo ha sido ese encuentro?

Él pagó nuestro rescate por nosotros, de una manera simple y sencilla. Y así lo encontramos en nuestra vida como luz, no sólo de las naciones sino también de nuestra propia historia.