Marta y Maria

martes, 31 de marzo de 2009




El Evangelio de Lucas 10,38 nos presenta a Jesús caminando hacia una aldea. Dice “yendo Él y sus discípulos de camino, entró en una casa”. Lucas insiste mucho en el hecho de que Jesús camina. Por un lado, porque tiene como un eje muy importante de su evangelio el camino hacia Jerusalén. Jesús se muestra caminando en muchas circunstancias. Jesús era un “rabino”, un “maestro”. En esa época, por lo general, los rabinos no caminaban: se sentaban en los lugares públicos y la gente acudía a escucharlos. Lo mismo hacían los profetas.

Jesús, en cambio, camina. Y camina en busca de la gente, y entra en las casas.

Hoy pensaríamos que con los modernos medios de transporte no necesitaríamos fatigarnos caminando. Sin embargo, todos sabemos que viajar mucho cansa. Además lo que cansa en el que viaja, es el tener que hacer frente continuamente a situaciones nuevas y distintas. Hay un margen de incertidumbre para el viajante, y es el tener que recomenzar una y otra vez en un ambiente distinto, y cuando el ambiente te comienza a resultar familiar, te tenés que ir hacia otro lugar, preguntándote tal vez cómo te recibirán en ese otro lugar, cómo te vas a aclimatar al ambiente del grupo. Y puede sucedernos lo que le ocurrió a Jesús en la aldea samaritana, donde no fue bien recibido.

Esto también lo experimentan los miembros de congregaciones que son trasladados a uno u otro lugar, como también lo saben quienes dan conferencias en uno u otro lugar, o los artistas que están de escenario en escenario en los que alguna vez se los recibe con calor y abrigo, y otras con mucha frialdad. Y la verdad, somos “bichos de costumbre”, lerdos para aclimatarnos en general. Y la herida del desarraigo se siente.

Esto lo conocía muy bien Jesús, porque era un caminante. Y no obstante todas las ventajas que su “gremio” tenía, porque El era un Rabino, el optó por caminar, por ir al encuentro de la gente.

Cuando uno tiene una familia, en general uno busca “instalarse”: el trabajo seguro, el ambiente seguro, los amigos, los conocidos… y nos apoyamos en todo esto. Hay que tener valor para afrontar cosas nuevas y distintas: situaciones nuevas, ambientes desconocidos y a veces hostiles.

Podemos recordar también antiguas comunidades franciscanas itinerantes, que eran muy alegres y muy austeras. Su llegada a un determinado lugar suscitaba interés justamente por esas características (alegría en la austeridad), y que además hablaban de Dios y transmitían amor.

Jesús, entonces, camina. Y entra en un pueblo –no se menciona cual-. Y es acogido por una mujer llamada Marta. Esto es también un gesto desacostumbrado y bastante inesperado: un Rabino recibido por una mujer es muy mal visto para la época de Jesús. Por lo general, cuando se trata de una familia, un hombre es recibido por “la cabeza” de familia. Estamos hablando de una sociedad tremendamente patriarcal.

Hay un atrevimiento en el hecho de que Jesús acepte la hospitalidad de una mujer teniendo en cuenta las costumbres de su época y su país. Por eso también es importante resaltar y valorar  la libertad y el valor de Jesús para proclamar la palabra y es para valorar también su compromiso con la verdad.

Entra en la casa y se siente acogido familiarmente. Y vemos la escena de María, la hermana de Marta, que se dice está sentada a los pies de Jesús. A diferencia de otros episodios, en este se pone acento en la postura física de la mujer que está escuchando a Jesús. Por lo general el Evangelio nos ofrece descripciones de cómo habla Jesús. Por ejemplo, en el episodio de la sinagoga de Nazareth se dice que los ojos de la gente estaban fijos en el. Aquí no se dice ni de qué estaba hablando Jesús, ni cómo lo hacía, se pone el acento en la postura física de la persona que está escuchando. Lo normal hubiera sido escuchar desde lejos, fuera del contacto directo con el hombre. Aquí María se sienta cómodamente a escuchar al Maestro, como quien quiere restarle importancia a todo lo demás, y deja traslucir una gran calma, y la importancia que da María a la Palabra del maestro y a la escucha atenta. Esta es una relación de gracia.

Frente a esta calma, esta centralidad, esta escucha atenta de María, aparece como contraposición la figura de Marta, que es el lado opuesto a María. Marta está muy inquieta, y en su figura probablemente encontremos muchas preocupaciones que están en nuestro corazón.

Los afanes de Marta perturban la paz. Dice el texto “…estaba atareada por muchos quehaceres…”. En realidad, es una situación en la que Marta se siente homenajeada por el hecho de que Jesús haya elegido su casa. En su imaginación probablemente piensa que si Jesús eligió su casa es porque se los atiende bien, y pensó que era el momento de demostrar lo buena ama de casa que es. Ella quiere estar a la altura de la ocasión: a su casa viene una persona líder, respetada, querida. Además, como esto no estaba planeado con anterioridad, ella aparece turbada en la necesidad de demostrar su capacidad para hospedar, acoger a este peregrino.

Y fijémonos cómo reacciona su hermana frente a esta situación. Ella piensa que probablemente Jesús ha venido para ser agasajado. ¿Qué es lo que ella cree que Jesús espera? ¿Qué es lo que nosotros imaginamos que el otro espera de nosotros? En función de esa “falsa expectativa” que nosotros ponemos en los demás, esa falsa exigencia, ese creer que el otro espera mucho de nosotros y yo tengo que estar a la altura de esa expectativa, podemos ver claramente cómo esa imagen lleva a Marta a equivocarse pensando que Jesús ha elegido su casa porque en ella va a estar mejor que en otro lado.

Jesús ha entrado en aquella casa para llevar paz, y por el contrario, lo que produce en Marta es el nerviosismo y ansiedad de una gran exigencia, y que tiene su raíz en la capacidad que todos tenemos de angustiarnos por pequeñeces, por cosas vanas. Interpretar mal una situación forma parte a veces de esa ansiedad y ese egocentrismo que nos lleva a leer mal las cosas, inquietarnos innecesariamente y provocar malestares.  La pobre Marta está perdiendo la cabeza por tonterías, está mal interpretando la razón de la visita de Jesús, y le atribuye a Jesús una intención que Jesús no tiene en absoluto, y se está esforzando por satisfacer unos deseos que en el fondo no son más que la proyección de ella misma y de sus propias ambiciones y de sus propios egoísmos.

Esto es algo bastante frecuente en las mujeres –también en los varones, pero digo: en el formato de servicio y atención doméstica-. Muchas veces he escuchado a los chicos o a los jóvenes decir “mamá, no te pedí que hagas eso por mí”. Muchas veces las mujeres practicamos este tipo de servicio, de atención, para después pasar factura, o para demostrar todo el amor que le tenemos, pero en una medida en que el otro no lo está necesitando ni pidiendo.

Y qué es lo que ocurre: para expresar el fastidio que Marta siente –porque llega un momento en que pierde la cabeza-, explota (como explotamos todos cuando sentimos que no estamos a la altura o no estamos llegando, o no podemos dar en el blanco con nuestras exigencias). Y explota mal. Dice “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo?” Aquí Lc está dando en la tecla de la descripción de la situación interior de Marta. Ese “no te importa” nos está dando a entender el desencaje de Marta, no solamente el enojo. Y es lo que nos suele ocurrir muchas veces cuando nos sentimos turbadas. Ese “no te importa” es la misma expresión que utiliza Marcos cuando los apóstoles están en medio de la tempestad y  sienten que naufragan en la noche oscura, y se dirigen a Jesús gritándole, lo despiertan, porque El está durmiendo. Hay un paralelo entre estas dos escenas: Marta atareada, los apóstoles trabajando. María embelesada escuchando, y Jesús durmiendo.

Y le dicen “¿no te importa?”. Concretamente es un reproche, con la diferencia de que la escena de Marcos es una escena donde realmente está en riesgo la vida: hay una tempestad y hay riesgo de naufragio. En cambio en la escena de Marta, es ella personalmente la que está en medio de una tempestad, porque cree que se va a venir abajo la reputación de su casa. Y a veces a nosotros nos pasa mas o menos lo mismo. Nos ahogamos en un vaso de agua porque sentimos que van a naufragar nuestras calificaciones interiores, nuestro concepto de nosotros mismos, nuestra vanidad, nuestro orgullo u otras cosas, y vivimos como tormentas, verdaderas tempestades, las insignificantes cosas de cada día.

También este “no te importa” lo encontramos en el evangelio de Juan cuando se refiere al asalariado. Jesús dice allí “al asalariado no le importan las ovejas”, hablando de la indiferencia de los pastores que no se comprometen con su rebaño

Marta se irrita a tal punto que se entromete en la relación entre Jesús y María. Podría haber hecho otra cosa: podría haber pedido ayuda, o podría haberse acercado y decirle a Jesús: “a mi  también me gustaría sentarme a escucharte. ¿Qué te parece si las dos compartimos los quehaceres y vos mientras tanto nos hablás”. En fin, podría haber entrado en la escena de otra manera, pero entra de un modo equivocado. En lugar de pedir amablemente la ayuda de María, se dirige a Jesús con un reproche, deformando completamente la situación. El que debía ser acogido y por el que ella estaba trabajando, ahora está recibiendo reproches. Está tan enojada que termina siendo impertinente y maleducada. Usa el “no te importa” para reprochar a Jesús el no saber captar la situación. Jesús ha entrado en una casa y ha traído  malestar y desorden. ¡qué expresión tan dura! Es como si Marta dijera: “a ver Maestro, Tú que enseñas la caridad, ¿por qué no la ejercitas?. Vos que nos enseñás que debemos ayudarnos mutuamente, cómo es que no ves lo que me está haciendo mi hermana?”

Estas son a veces las absurdas situaciones en las que nos hacen desembocar la ansiedad, el deseo de lucirnos o de quedar bien. Estas circunstancias son muy comunes en la vida cotidiana. Suceden en el Evangelio, quizá, como contraposición a la actitud de María, la madre de Jesús, que en Caná también le pide humildemente a Jesús diciéndole “no tienen mas vino”: también le lleva un problema, pero fijémonos qué diferencia: se limita a hacerle ver la situación. Marta, en cambio, además de reprocharle, le dice a Jesús lo que tiene que decirle a su hermana: decile que me ayude. Por un lado, Marta se siente un modelo de bondad y de entrega, mientras que muestra a su hermana como una persona sin corazón, perezosa, indolente. Además Jesús es un maestro que exhorta a hacer cosas muy buenas, pero no es coherente con lo que enseña. Hay que “enseñarle” lo que tiene que decir. Si nos detenemos en estas palabras de desahogo de Marta, nos daremos cuenta cuántas veces, cuando nos sentimos molestos, fastidiados, cansados, angustiados por creer que no estamos a la altura de las circunstancias, nos equivocamos en la forma de reaccionar, tergiversamos las cosas, no reconocemos la verdad y en vez de decir sencillamente “estoy apurado, ¿podríamos ayudarnos?” o “lo siento, no sé si voy a poder atenderte como deseo”, en vez de abrir el juego para que entre todos podamos resolver la situación, adoptamos una actitud destructiva, ofensiva, incluso también, como Marta, nos equivocamos en la expresión de nuestros propios sentimientos.

La forma en que Marta reaccionó fue la de echarle la culpa a Jesús de no ser coherente con su mensaje, de no advertir la situación, de ser indolente, indiferente.   Cuando estamos heridos por una persona, o por una circunstancia ¿somos como Marta, de comenzar a echar culpas a otros? Muchas veces nos sucede que cuando vamos, como Marta, muy irritados, a exigir algo de otro, y nos encontramos con el otro que nos dice “usted tiene toda la razón del mundo”, parece que eso calma nuestros egos y a veces no nos damos cuenta que esto no es más que un mecanismo, y que en definitiva entorpece la comunicación porque de esa manera no nos estamos comunicando sino que estamos apelando a fórmulas hechas, y a veces uno hasta tiene la sensación de que le están tomando el pelo: no me digan tanto que siempre tengo la razón, porque yo no estoy buscando tener la razón sino que estoy buscando la solución de un problema. A veces articulamos modos de comunicarnos basados en nuestros propios egos: dar la razón al otro parece como darle algo muy importante, y en definitiva ¿es tan importante que le den la razón? Muchos superiores hacen eso: te dan la razón y en realidad no te la dan, porque la dejan archivada en un baúl.

Jesús también podría haber dicho: “comprendo que estás irritada, tenés toda la razón” tratando de calmarla. Sin embargo, lo primero que hace es decirle “marta, Marta…”. La repetición del nombre es extraordinariamente significativo, porque es como si El estuviera dándose cuenta de la seriedad de la situación. Como diciéndole “el problema es mas serio de lo que parece”: Jesús va más adentro, va a la raíz de la tormenta interior: el problema serio que tiene que ver con la persona de Marta. Decir dos veces el nombre es por un lado una apelación, pero con un tono de comprensión. El percibe que Marta está captando erróneamente la situación, y va directo al corazón del problema, que no estaba en la circunstancia actual, sino en el “preocuparse” por muchas cosas: estamos haciendo depender nuestra paz interior de un montón de preocupaciones superfluas. El quiere poner en el corazón de Marta una escala de valores, jerarquías. Jesús utiliza, además del verbo “preocuparse”, el “afanarse” para indicar la actitud de inquietud, de alboroto y de excitación, que produce la inminencia de algún mal. Marta se está inquietando como si estuviera por suceder algo muy grave.

Está claro que también nosotros, como Marta, podemos responder: “¿cómo puedo dejar de preocuparme, de inquietarme por esto o por lo otro? Es obvio que me tengo que preocupar”. ¡Tendríamos tantos argumentos para agregarle a la defensa de nuestras preocupaciones…!  Jesús, en cambio, responde: “una sola cosa es necesaria. María ha elegido la mejor parte, la que no le será quitada…”: la escucha de la Palabra es lo mejor. La escucha de Dios es lo mejor, y al encontrarnos con el afán de Marta, debemos permitirnos intentar la calma, mantenernos libres de preocupaciones, de las tiranías de las urgencias para no perderse lo mejor.

Cuando creemos ser héroes y ocupamos el centro de la escena, o queremos hacer todo lo que nos imaginamos que podemos hacer desde nuestra omnipotencia, es que hemos perdido lo esencial: la paz que Jesús quiere hacer llegar a cada uno de nosotros y de nuestros hogares.

En las palabras del Evangelio, leemos “María eligió la mejor parte…” Tal vez Jesús hizo una seña para hacer un puente con el texto del Salmo 15 que tal vez María conocía “El Señor es la parte de mi herencia. En sus manos está mi vida,  la suerte me asigna un recinto de delicias. Mi parcela es preciosa para mí. Pongo ante mí al Señor sin cesar. Por eso se me alegra el corazón…porque no abandonarás mi alma… ni dejarás que tu amigo experimente la corrupción. Me enseñarás el camino de la vida. Harto estaré de gozo delante de tu rostro. A tu derecha hay delicias para siempre”. Creo que esto hace un enganche con las palabras de Jesús “María eligió la mejor parte…”. Creo que Jesús estaba invitando a Marta a retozar en sus entrañas, a descansar en su carne, a estar segura que el Señor no la iba a abandonar, ni iba a experimentar vacilamiento, ni confusión. La estaba invitando a entrar en su heredad, en esa parte que es la escucha que nunca le será quitada. La comida, los elogios de la gente, la excelente hospitalidad, pasarán. Pero la presencia de Cristo que se le concede en este momento a esta casa, va a permanecer para siempre. María pudo permitirse el valor de superar los convencionalismos y comprender y captar la realidad de la situación. Pudo pasar por encima de las cotidianeidades, de los formalismos, de los agobios… El Señor nos dice hoy también a nosotros: ¿para qué estás aquí? ¿qué es lo realmente importante? ¿Qué quieren de vos tus hijos, tus clientes, tus empleados? ¿Por qué no tenés el valor de dar a la gente lo que la gente te pide, no lo que vos querés darle, o lo que te parece que la gente te pide? A veces verdaderamente nos ensoberbecemos en excesos. Hay momentos importantes en la vida en los que es necesario decirle no a lo superfluo para reunir la energía necesaria para decirle sí a lo verdaderamente importante. Hay que practicar la ascesis de la vida cotidiana, de la vida de relación, de la vida familiar, y esto implica un desprenderse de las cosas más pequeñas, porque es ahí donde a veces caemos en vanidades. Después del pecado, no hay nada que impida más el provecho espiritual que el ansia de conseguir algo en un tiempo determinado. Que el Señor nos libere de ésto.

SEÑOR: SALVANOS DE NUESTRAS PRE-OCUPACIONES INÚTILES,

QUE NOS IMPIDEN HACER LO QUE VOS Y LOS DEMÁS NOS ESTÁN PIDIENDO”

CONCÉDENOS LA GRACIA DE PONER LUZ SOBRE NUESTRAS ESCLAVITUDES,

NO MEDIANTE RAZONAMIENTOS, SINO MEDIANTE TU PRESENCIA, QUE ES DON,

AYER, FRENTE A MARÍA, HOY, FRENTE A NOSOTROS.