“Den gratuitamente lo que han recibido”: la misión que nace del amor

jueves, 10 de julio de 2025

10/07/2025 – El Evangelio de Mateo nos invita hoy a redescubrir el corazón de la misión: anunciar con gratuidad, sin apegos, llevando la paz como única credencial. ¿Cómo vivir una Iglesia que da sin esperar, y que camina confiando solo en el amor de Cristo?


Jesús envió a sus Doce con estas palabras:
«Por el camino, proclamen que el Reino de los cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.
No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.
Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad». san Mateo (10, 7-15)

Un envío sin poder, con todo el poder

El capítulo 10 de Mateo despliega el llamado “discurso misionero”. Jesús elige, forma y envía a sus discípulos. Pero lo hace de un modo inesperado: sin medios, sin seguridades, sin poder. Les da autoridad, pero les pide desprendimiento.
“No lleven oro ni plata…”, insiste, subrayando que la fuerza del anuncio está en la fe, no en los recursos. Como afirma el biblista Horacio Simian-Yofre, “Jesús desarma al misionero de todo apoyo externo” para que dependa solo del Reino.

Gratuidad como método y como mensaje

El núcleo de este envío es una frase luminosa: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”.
En la tradición judía, un mensajero sin equipaje era signo de autenticidad (cf. Mishná Sanhedrín 10,1). Como señala François Bovon, la pobreza no era carencia sino lenguaje simbólico: el Reino no se vende, se ofrece como don.

La paz como anticipo del Reino


El saludo de paz, el “shalom”, no es un formalismo, sino una presencia eficaz del Reino. El exegeta Ulrich Luz comenta que esta paz “no es idea, sino Reino en acto”.
Si la casa la recibe, se transforma. Si no, la paz no se pierde: vuelve al corazón que la dio. Como decía el Cardenal Martini: “La paz no se exige, se ofrece”.

Sacudir el polvo: el respeto por la libertad del otro


El gesto de sacudir el polvo es una señal profética (cf. Hch 13,51). No es rencor, sino libertad. El evangelizador no se aferra al rechazo: da, y si no es recibido, sigue adelante.
Raymond Brown lo define así: “El misionero no impone ni mendiga aceptación. Deja el polvo como testimonio de que el Reino ha sido anunciado.”

Una misión que nace de la compasión

Jesús envía a los suyos no por eficiencia, sino por amor. Lo dice claramente Mt 9,36: “Tuvo compasión de las multitudes…”. Jean-Noël Aletti afirma: “La misión es prolongación de su ternura”.
La Iglesia no puede perder este impulso: anunciar porque amamos, no porque nos conviene.

Testigos despojados, testigos verdaderos

El Papa Francisco retoma este mensaje en Evangelii Gaudium: “Prefiero una Iglesia herida por salir a la calle, que una enferma por encerrarse” (EG 49).
El evangelizador, según Francisco, “no puede arrancar la misión de su ser sin destruirse” (EG 273). No se trata de éxito, sino de fidelidad al amor recibido.

Dar porque fuimos tocados por el amor
Mons. Víctor Manuel Fernández lo resume: “Uno no anuncia por entusiasmo… sino por gratitud.”
Y José María Martín Descalzo lo dice con belleza: “Solo da de verdad quien ha sido tocado por el amor. No el que sabe mucho, sino el que se deja mirar por Dios.”

Oración final


Señor Jesús,
nos enviaste sin bastón ni sandalias,
para que aprendamos a confiar.
Nos dijiste que diéramos sin calcular,
porque así recibimos.
Poné en nuestras manos tu paz,
en nuestros labios tu ternura,
y en nuestros pies la valentía de caminar
aunque no veamos el fruto.
Y cuando no nos reciban,
ayudanos a no herirnos,
a sacudir el polvo y a seguir confiando.
Porque la semilla es tuya.
Y también lo es el Reino.
Amén.

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